sábado, 30 de abril de 2022

ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 3. Final





DE MICHAELANGELO BARNEZ
Les contaba que estábamos, William Faulkner y yo, bebiendo en un bar a medio camino entre Las Vegas y Los Ángeles, cuando dos bailarinas se acercaron a nuestra mesa y nos propusieron…
“¿Podemos hacerles compañía?...-Y debido a los breves segundos de nuestro silencio, agregó inmediatamente-... Ya estamos fuera del trabajo”
William, ni corto ni perezoso, empujó su silla hacia atrás haciendo un espacio entre la mesa y él, y la morena sin dilación se sentó en una de sus rodillas...
…Yo me había distraído sólo un segundo observando la actitud de mi amigo William. El cuadro me resultó sorprendente. Ver a la despampanante mujer negra en las rodillas del gringo sureño de Mississippi a punto de darse un beso francés había hecho saltar, desde la profundidad de mi subconsciente, la basura del prejuicio étnico en el cual había sido educado pasivamente durante años por la sociedad sin haberme dado cuenta. Claro que hoy, como un hombre respetuoso de los derechos humanos, consciente y responsable de mis actos, no aceptaba la discriminación de ningún tipo. Sin embargo la basura depositada por años se movió dentro de mí y su fétido olor me avergonzó. Era increíble, hacía sólo unos minutos que había insultado a mi amigo a causa de un aparente chiste de contenido étnico, al llamarme "big chief" debido a mi procedencia, y ahora mi subconsciente me traicionaba con una idea prejuiciosa.
Pero lo que resultaba aun más asombroso era la cantidad de pensamientos y emociones que pueden transcurrir por la mente en sólo unos segundos, y cómo, ‘alguien más’, dentro de ti, asume el control de tus acciones en ese lapso de tiempo.

Lo cierto y concreto era que Julienne, la despampanante rubia de labios carnosos y lunar a lo Cindy Crawford, cuyas redondeces estaban ahora ocultas bajo su ropa, resultaba mucho más sensual que desnuda. Ella ya estaba en mis rodillas, deslumbrándome con el fulgor del brillo de sus ojos pardos y su cautivante sonrisa. Entonces, me abrazó suavemente con la misma confianza y seguridad que sólo suelen tener los amantes o amigos entrañables. Me miró directamente a los ojos y acercó su rostro al mío como dispuesta a… devorarme. Su cautivadora sonrisa, sus ojos pardos, su belleza y la seguridad en sí misma empezaron a intimidarme.
Les confieso que no soy un tipo frívolo acostumbrado a la vida mundana (pucha, dale otra vez con mis prejuiciosos estereotipos) y, les decía, que realmente no sabía cómo desenvolverme en ese instante, como si fuera necesario saber qué hacer con una mujer en las rodillas en un bar de desnudos... En realidad... sí, sí tienes que saber cómo comportarte de lo contrario eres un patán, ¿Pero, a quién le importaría en ese lugar, si lo soy o no?... Bueno, sólo a mí mismo... Sí, al final de cuentas, yo era el problema. Por eso, por sólo unos segundos, me sentí atrapado sin saber qué hacer ni que decir, pero les confieso sinceramente que no sé de dónde infiernos salió de mis labios unas palabras y una melodía, a capela y en perfecto español… eran los versos de una canción de Calamaro...
Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...
Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...
Lejos... en el centro... de la tierra...
Las raíces... del amor... donde estaban... quedarán...
El rostro de Julienne se iluminó como si yo hubiera tocado un botón invisible en su alma. El casi susurro de la canción había funcionado como un “Abra Cadabra” mágico, para ella y para mí, porque lo que siguió fue un devenir de gestos, palabras y acciones que jamás había pensado vivir en mi tediosa y apacible vida de proyecto de escritor, o en lo que me quedaba de ella. 
“Sigue por favor...” me suplicó Julienne, y se puso de pié delante de mí.
“Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...”
Empecé, a voz en cuello, con el pegajoso estribillo mágico... y la magia funcionó.
“Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...

Julienne bailó, esta vez sobre el espacio mínimo de una baldosa. No fue una danza erótica, sino muy acompasada y alegre. Se balanceó hacia delante, atrás y a los costados mientras sus manos dibujaban siluetas invisibles en el cielo; dio giros con sus caderas y rodillas mientras bajaba y subía su cimbreante humanidad; y la conjunción de los movimientos de sus brazos y manos, señalándome o haciendo hondas delante de sus resplandecientes ojos pardos, y sacudiendo su rubia cabellera me cautivaron, logrando hacer desaparecer de mi conciencia el entorno en dónde estábamos.
Sólo la bulla de los aplausos y silbidos me trajo de vuelta al mundo real. Vi a William y a la mulata aplaudiendo alegremente, y a otros, de mesas cercanas, aullando y silbando.
Julienne volvió a sentarse, con toda naturalidad, en mi rodilla mientras se arreglaba la cabellera. Entonces, tuve una agradable sensación. En ésta oportunidad, por primera vez en todo éste viaje en búsqueda de una evasión, sentí su peso, su calor, su aroma... su respiración. Sí, fui consciente que estaba con un ser humano que buscaba compartir un momento de felicidad... y por más breve que fuera... era verdadero... entonces intuí que en ésta ocasión sería muy diferente al “pan con pescado” de 200 dólares que había experimentado en la ciudad del pecado de Las Vegas.
Mi ánimo había cambiado, y súbitamente no tuve ningún problema para seguir bebiendo. Así, sin darme cuenta, entré en el clásico estado de euforia del borracho, y bailé, bailé como un trompo o quizás fue el mundo él que comenzó a girar a mí alrededor, pero recuerdo que las últimas escenas de aquella noche fueron como los destellantes flashes de un fotógrafo, en donde vi a William y su morena acompañante riendo a carcajadas con las narices empolvadas de blanco; a Julienne frotándose contra mí o tomándome de la mano mientras girábamos en un baile interminable; luego recuerdo también que, dando tumbos por un corredor, fui al baño con William, de cuando en plena micción lo vi conversar con alguien para luego acercarse a mí y pasarme subrepticiamente un paquetito a la mano, acompañada de una grotesca mueca de sonrisa y guiño de ojo. Yo entré al excusado y en mi soledad sonreí conmigo mismo, y en el último atisbo de conciencia que me quedaba me anunció que estaba a punto de drogarme para poder sobrevivir la noche.
Abrí el envoltorio del polvo de mi salvación con el mismo cuidado que tiene un elefante desatando el nudo de un pañuelo de seda, y con el giro de mi mano derramé el polvo blanco del paquetito al retrete, polvo que vi caer como una lenta cascada al remolino de agua que se iba inexorablemente por el canal de las inmundicias y de las ilusiones truncadas, mientras adivinaba que en mi rostro se dibujaba la estúpida sonrisa del borracho orgulloso... Sí, así, en medio de mi embriagues, me sentía feliz de lo que estaba haciendo.
Desperté súbitamente sobre una cama con un terrible dolor en el brazo. Cuando quise moverme descubrí que la rubia cabellera de Julienne estaba justamente en donde provenía el bendito dolor.
Con cuidado, esta vez de caballero y no de elefante, me escurrí y logré zafarme del peso aunque no pude lograr que ella instintivamente se moviera girando su cuerpo, el que quedó totalmente expuesto ante mis ojos para mi deleite.
“¿Deleite?... Shit!!!” Me dije a mí mismo mientras masajeaba suavemente el brazo adormecido, y cuyo punzante dolor ahora se reflejaba en mis sienes que parecían a punto de estallar, como recordándome el pago por la noche de borrachera.
“Un baño... un baño de agua bien fría me reanimará y quitará la jodida resaca” Pensé mientras iba al baño.
“No way José!!!” exclamé al tocar el agua de la ducha con la punta de mis dedos y comprobar que si el agua corría era porque estaba a un grado menos de su punto de congelación, así que opté por un baño tibio. En un principio sometí a mi dolido hombro al masaje acuoso de la ducha a la máxima temperatura que podía soportar, para luego simplemente disfrutar del relajante chorro del agua tibia.
Estuve así por unos minutos, con los ojos cerrados, girando alrededor del chorro de agua, meditando en los ‘huevos del gallo’, la ‘cuadratura del círculo’ y en que si, así, a través del placer del baño, podría llegar al nirvana. Cuando de pronto, sentí que dos suaves manos se deslizaron por mi cintura, desde la espalda, para acariciar mi pecho. Mi reacción fue abrír inmediatamente mis ojos y giré a ver quién era porque, en este bendito país de sicópatas, la ducha es el lugar preferido para cometer sus crímenes, y no precisamente para enjabonarlo a uno.

Para mi felicidad encontré los relampagueantes ojos pardos de Julienne, quien alegremente y con toda mala intención, alevosía y ventaja de su juventud se unía al reconfortante baño tibio. Bueno, tampoco sólo para enjabonarnos, sino para todo lo que habíamos estado imaginándonos hacer mutuamente desde el momento en que nos vimos en la penumbra del Nude Bar... Claro que, siempre y cuando tuviéramos la oportunidad... Y la tuvimos durante una interminable semana.
¿Y el gringo William?  ¿Y la literatura?  ¿Y el proyecto de escribir mi primera novela? ¿Se fueron a la M...? Bueno, en realidad les confieso que esa es una historia, larga y aburrida, de papeles emborronados que en su mayoría van a parar al tacho de basura, real o virtual, la que les iré contando sólo las partes más anecdóticas de aquellos escritos que sobrevivieron... Y como éste no es un cuento de hadas o ficción, puedo adelantarles algunas cosas que no tendrían por qué arruinar la sorpresa, ni el drama, porque no lo es. Bien, les diré que la flaca Julienne vive conmigo en mi nueva casa frente al mar, en San Bartolo... Casa que compré con el producto de la venta de mi primera novela que resultó siendo un best seller... En esto, Julienne fue una gran ayuda para mi estabilidad emocional, aunque eso no fue lo determinante en mi producción literaria. Lo que sí resultó determinante fue mi providencial amistad con el gringo William y sus ocasionales amigos, como James Joyce y Ernest Hemingway, entre otros, que traía a las interminables conversaciones que aun tenemos en la terraza de mi casa casi todas las tardes; charlas de todo, entre bocanadas de humo de una buena sativa, apreciando el atardecer al borde de la playa, el exquisito sabor de las aceitunas Españolas, el queso Cajamarquino y el pisco ‘Acholado’ Peruano... 
¿Fin?... No...
Como les dije, les iré contando poco a poco... Hasta pronto.

2 comentarios:

Marisol Cragg de Mark dijo...

Valió la pena leerte, porque ¡qué ganas de tomarme un Pisco-Sour! mientras voy comiendo un poco de queso cajamarquino (también de Perú)..las aceitunas "made in Spain" resultan también apetitosas para mi paladar.
Te dejo muchos saludos berlineses.

Michaelangelo Barnez dijo...

Dear Marisol... ¿Qué nos queda cuando estamos lejos de nuestra incomparable tierra? Solo soñar.
Te agradezco la lectura y el comentario querida amiga.
Saludos

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