Ya era mediodía cuando me
senté alrededor de una pequeña mesa redonda para dos, de mantel a cuadros rojo
y blanco y al aire libre, en la acera del Café Le Dome, de La Ciudad de la Luz : París, cercano a la plaza
en donde se erguía la imponente Torre de Eiffel, en espera de la única amiga
que tenía allí, a quién solo había conocido a través de un portal literario de
las redes virtuales de internet. Ella, Marie Deneuve, era la persona
fundamental para mi corta estadía en esa gran y hermosa ciudad, ya que hablaba,
además del obligado francés, el inglés y español; estas dos últimas las únicas
lenguas que yo dominaba.
A decir verdad, desde que
salí del aeropuerto internacional de París, Charles de Gaulle, me sentí
perdido, puesto que tenía dificultades para comunicarme con la gente con quienes
ineludiblemente tenía que tratar. Al taxista únicamente le enseñé el tríptico de
propaganda del Hotel para hacerme entender que me llevara allá. Una vez allí, al
querer pagarle por el servicio y no entender lo que me decía, opté por enseñarle
una baraja de billetes de Euros, equivalentes a $80 Dólares, para que él escogiera
lo debido, y el taxista tomó todos y me agradeció con una amplia sonrisa.
Realmente no me sentí mal con la actitud de este, ya que yo sabía de antemano
que era la tarifa aproximada, incluyendo la propina.
En el hotel me fue más fácil, porque hablaban inglés y mi agente ya había hecho las reservaciones del caso.
Solo tuve que mostrar mi pasaporte americano y mi tarjeta de crédito para que
las muy amables francesas me atendieran como un rey. ¿Francesas? No, no lo
eran. Luego me enteré de que realmente eran españolas, pero solamente me hablaron en
inglés durante mi corta estadía.
Así transcurrieron mis
primeras horas, acomodándome en mi suite del hotel Saint Dominique, ubicado en
la calle del mismo nombre; en el lobby de este, y luego aventurándome a caminar
por los alrededores, sin alejarme mucho para no perderme. Y en la noche
viéndo la TV en cable.
“A cappuccino, please!” le
dije al maître del café cuando este se acercó a atenderme. Luego, desplegué el
diario, Los Ángeles Time, que gentilmente me habían obsequiado en el avión el
día de ayer, y repasé las noticias ya obsoletas, mientras había dejado sobre la
mesa los tres libros que pensaba obsequiar a mi amiga Marie: “Rayuelas” de
Cortázar; “Los Heraldos Negros” de Vallejo; y “Te Veré en Sueños”, la novela que
iba a presentar el próximo viernes.
Pero Marie demoró más de lo
que yo demoré en beber tres tazas de café, así que, como ya era hora del
almuerzo, le pregunté al maître por el menú, y este me trajo una cartilla con
todo lo que servían allí… escrita en francés por supuesto. Aun así, no tuve
dificultad para elegir lo deseado, porque no iba a almorzar aun, sino matar el
hambre y justificar mi larga espera en esa meza del concurrido Café. En la
lista vi una foto a colores, entre muchas, con una descripción: “Crêpe
sgratinées à la mozzarella et jambon”.
“I want this, please!” le
dije poniendo mi dedo en el gráfico, adivinando que era un Crepé de mozzarella y
jamón. Y el maître me entendió… Pero agregó: “Et pour laboisson? Y me envió al limbo por tres segundos, para remontarme a los años de mi llegada a Gringolandia,
cuando sin saber inglés adivinaba lo que me decían acertando casi al 100% de
veces, cuando me hablaban. Entonces le respondí: “A cold Pepsy, please!” Y el maître se fue.
El hojear, el diario en mis
manos solo cumplían una fachada a mi prolongada espera por Marie. Realmente no
tenía ningún interés en releer las noticias ya pasadas y menos los abundantes
avisos comerciales. Y de tanto en tanto, miraba a mí alrededor y observaba a la
gente que ya iba llenando las mesas contiguas. Y una vez más pude comprobar que
el mundo se había globalizado no únicamente en lo económico, sino en razas y culturas,
tan igual como sucedía en California desde ya muchos años atrás.
Y mientras paseaba mi mirada
observando a la gente del café, mis ojos coincidieron con los verdes de una
linda joven, sentada a pocos metros de mi mesa, quien me sonreía amablemente.
Yo, caballerosamente, y con mucha duda, respondí con una leve reverencia con la cabeza y una
sonrisa en mis labios, y continué con mi observación, sin mostrar mucha
importancia al hecho en particular. Aunque para mis adentros pensaba que quizás
ella me conocía del portal literario o en Facebook. Intrigado, volví a buscar
sus ojos y encontré su fresca sonrisa y alegre mirada sobre mi persona. Y yo
solo atiné a responder de la misma manera, para luego refugiarme en el diario,
simulando leerlo.
Mientras comía mi Crepé
volví a mirarla, y volví a encontrar su dulce mirada y sonrisa. Entonces yo,
cogiendo el vaso de hielo con soda, hice un ademán levantándolo, mientras decía
con una sonrisa y sin palabras sonoras: “Salud!”
Ella se alegró e hizo lo
mismo diciéndome algo que yo entendí como: “Yo té!”
Continué comiendo y bebiendo
a sorbos mi soda, mientras pensaba que usualmente malinterpretamos los gestos,
creyendo que ella había malentendido el mío, cuando levante el vaso, como
refiriéndome al contenido de mi vaso, por lo que ella me contestó con lo ella
bebía: “Yo té!” sin palabras.
Yo ya había terminado de
comer mi crepé, y mi paciencia por la espera se había agotado también, así que
estaba dispuesto a pedir la cuenta y regresar a mi hotel. Pero antes hice el
último intento de comunicarme con Marie, solo para obtener la misma decepcionante
respuesta de que sistema satelital de esa zona no registraba mi llamada.
Así, mientras tenía el
celular pegado al oído, vi como la linda joven se acercó a mi mesa y me dijo:
“Yo té!” y con toda naturalidad se sentó en la silla libre.
Yo, muy solícito, llamé al
maître con un ademán de mano para que se acercara y ordenarle lo que ella
pedía: "Un té". Pero la linda muchacha, sonrojada y ofuscada, se levantó y se
fue, sin antes decirme algo, en voz baja, como un susurro, que entendí como:
“bla, bla, bla, la mierdé!”
Realmente yo no comprendí lo
que había sucedido y menos aún el motivo del porqué esta bella joven me había
mandado a la mierda.
Nos abrazamos, besamos y
sentamos, y sin dejarme decir una palabra empezó con un interminable tsunami de
palabras.
“Querido Mich, que guapo
eres, mejor de lo que aparentas en las fotos de tu portal literario y en
Facebook, como me gustan los latinos-hispanos, dios mío, como me gustas Mich.
Pero bueno, te pido disculpas por no haber ido ayer a esperarte al aeropuerto,
estuve tan ocupada con lo de tu presentación para este viernes que recién hoy
lo he finiquitado todo. Vamos a tener como invitados a un poeta español y a un
peruano ayacuchano que toca lindo el charango, ambos residentes en París,
además de la presencia del agregado cultural del Perú en Francia. Todo eso lo
logré confirmar recién hoy, en esta mañana, por eso es que demoré tanto, además
de que no contestabas tu celular. Te llamé mil veces y nada. ¿Está malogrado?
Bueno, no importa ya, porque por fin nos reunimos para hablar frente a frente
y…” y Marie continuó hablando, asegurándome la presencia de los amigos del
portal literario, la comunidad peruana y de países hermanos residentes en París,
dándome todos los detalles del evento literario y los preparativos para los
días siguientes, previos al evento. Mientras yo solo asentía con la cabeza
a todas sus decisiones ya tomadas por Marie.
Luego de la andanada de
palabras de mi amiga, cambiando de tema, recién pude contarle mi breve
experiencia de las 24 horas que llevaba en París.
Así, tuve la oportunidad de
preguntarle acerca del comportamiento de la bella joven, que de cierta manera
podía decir que había conocido en ese Café.
Y le conté todo, con lujo de
detalles acerca de lo ocurrido, de lo que me dijo, de lo que creí entender, de
lo que pensé y también supuse.
“Mich, mi querido Mich…
Jajajaja oh dios, oh dios!” Me decía Marie, y no pudo continuar porque la risa se lo impedía. Y
así entre risas y las lágrimas provocadas por esta, me siguió diciendo: “Esto
tienes que contarlo el viernes, dios mío, no puedo más, me orino de la risa…
Jajajajajaja!!!”
Los vecinos de otras mesas,
hombres y mujeres, reían también, pero no me incomodé por eso.
Salimos del Café porque era
imposible conversar allí sin que a Marie le diera otro ataque de risa.
Caminamos un poco, bajo la
guía de ella, y encontramos un parque y allí bancas vacías, en donde nos
sentamos a conversar.
Allí pude pedirle que me
explicara lo que pasó, entre la bella joven y yo, sin percatarme realmente.
Entonces ella me explicó que
cuando yo creía que ella me decía: “Yo té!” ella realmente me decía: “Je
t'aime!” que suena parecido para tus oídos, Mich, pero significa: “Yo te amo!”
y no se refería a la bebida de té que pensabas. Y cuando se sentó a tu lado en
la mesa, volvió a decirte. “Je t'aime!” pero volviste a creer que te estaba
pidiendo un Té. Y Marie soltó una vez más otra carcajada: “Jajajajajaj… oh
dios, oh dios!”
“Y cuando llamaste al maître
del Café, ella creyó que te ibas a quejar, por eso es que, ofuscada y
avergonzada, se fue!” dijo Marie y añadió “Pero luego… Jajajajajaja…Oh dios!...
Ella no te mandó a la mierda… Jajajajaja… Cuando ella se fue…Jajajajaja… te
dijo: “Bienvenue à la
Ville Lumière !” Jajajajaja… y no “bla, bla,bla a la mierdé!
Jajajaja… Oh dios, me oriné otra vez!”
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