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domingo, 7 de agosto de 2022

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?


Autor... Michaelangelo Barnez
Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima, conciencia, simplemente energía, o como quiera llamar, deja el cuerpo físico de una persona para migrar a otros lugares y tiempos, a condición de volver al cuerpo y lugar de origen en espacio y tiempo.
Hace poco estuve haciendo una somera investigación acerca del estos llamados “Viajes Astrales” porque el tema me fascina. Y lo que encontré fue una variedad de páginas virtuales que ofrecían información de cómo realizar los mentados viajes. Allí descubrí que la mayoría, si no todos, partían de la premisa de que estos eran experiencias posibles para cualquiera, siempre y cuando siguieran las pautas que luego describían. Otra cosa común que encontré en estos sitios fue que todos tenían como base teórica, o de fe, a la ideología, es un decir, Tibetana, budista o yoga, y algunas otras hasta entremezcladas con supersticiones.
A decir verdad y por lo general dudo mucho ante lo inexplicable, esta es una actitud escéptica espontánea mía, principalmente cuando se nos quiere revelar algo y para conseguirlo empiezan a dar todo un marco teórico de conceptos y definiciones que luego utilizaran para demostrar que todos sus planteamientos son verdaderos.
Y este preciso caso, el de los Viajes Astrales, no escapaba a dicho esquema en los sitios virtuales que visité. Primero, nos plantean la existencia de un universo o plano astral. Luego, el de un cuerpo astral o sutil, que para quienes hemos sido educados en la cultura Occidental y cristiana sería el Alma o Espíritu. Pero, para quienes no creen en la dualidad de la existencia, Alma-Cuerpo, como yo, esta sería nuestra misma indivisible unidad energía-cuerpo. Además, nos plantean la existencia de toda una diversidad de viajes, como en una aerolínea, de vuelos en grupos, inconsciente, consciente o bajo hipnosis. También nos ofrecen el procedimiento de toda una técnica para lograr el Viaje Astral, es decir, el Desdoblamiento o Salida de nuestra alma del cuerpo, sin la necesidad de morir, para lograr esta experiencia, por supuesto, sino a través de la meditación, ya que una vez desdoblados seguimos unidos, alma y cuerpo por separados, por una cuerda de plata, sostienen. Claro está, que a estas alturas de mi somera investigación el tema ya perdía credibilidad por la manera como lo planteaban, quedando como acto de fe. Pero, con el marco teórico previo, si se le daba por aceptado, podía justificarse todo.
Luego, como corolario, encontré que narraban las experiencias logradas por diversas personas en los Viajes Astrales, como para probar el hecho en sí, que para mi opinión y entender eran simples sueños que se logran recordar. ¿Por qué afirmo esto? Simplemente, porque no se proporcionan pruebas concretas. Los “Yo estuve…”, “Conozco a alguien que…”, “Mi maestro afirma que…”, pueden ser testimonios verdaderos y de buena fe, pero solo para probar que tales experiencias, en su mayoría, son sueños enmarcados en el límite del subconsciente.
En definitiva, nos dice que los viajes astrales son aquellos viajes que hace nuestro cuerpo sutil o astral a otros lugares (del plano astral) en el tiempo y el espacio, para luego regresar, felizmente, al mismísimo mísero cuerpo y al valle de lágrimas desde donde partieron; viajes que vienen dándose desde hace miles de años, a capricho y voluntad, por quienes dominan dicha técnica de desdoblarse.
Pero, ¿Realmente será cierto? Me pregunto muchas veces, porque soy un escéptico que deja una puerta abierta al raciocinio de los fenómenos extrasensoriales. ¿Será posible ir y venir, a nuestra discreción y libre albedrío, por el universo? Aunque no solamente eso, sino: ¿Será posible que a través de dichos viajes astrales podamos, además, viajar alterando el tiempo? ¿Es decir, que podamos ir al Sol, a Marte o Júpiter; que podamos salir de nuestra galaxia, la Vía Láctea, e ir por el universo cuya dimensión es infinita y solo puede medirse parte de él en millones de Años Luz y llegar a otras que nos sería abrumadoramente imposible lograrlo con la tecnología actual? ¿Serán posibles aquellos viajes cuando en la actualidad solo hemos llegado a tocar, con mucho riesgo y esfuerzo, la punta de nuestra nariz al llegar a nuestro satélite: La Luna; y los únicos viajes que hacemos en el tiempo son las elucubraciones de nuestros recuerdos o la caprichosa imaginación que hagamos, cuando nos venga en gana, del futuro?
Realmente no lo creo. No considero que sea posible planteado de esa manera. La lógica me dice que seríamos totalmente diferentes si esos viajes fueran posibles, múltiples y a muestra propia discreción.
Para mí, lo más importante es que, más allá de los anecdóticos “viajes astrales” de quienes lo hacen a diario y, repito, al libre albedrío, y que luego llenan las páginas de aquellas Webs por doquier con sueños comunes y corrientes; existen muchas evidencias reales de que el hombre ha viajado por el Universo y el Tiempo rompiendo las barreras que lo limitan a la Tierra y al momento vivido. Eso es lo que me hace pensar que la posibilidad sea real.
En la historia existen algunos ejemplos de personajes que han dejado plasmado sus experiencias, ya sea como predicciones o ficciones literarias, o quizás ambas. Y entre muchos solo quisiera mencionar a Miguel de Nostradamus (“Las verdaderas centurias astrológicas y profecías, 1555”), Julio Verne (“Viaje de la Tierra a la Luna, 1865”) y Helbert George Wells (“La máquina del tiempo, 1895”).
Quienes hayan leído las predicciones de Nostradamus, las novelas de Julio Verne y H. G. Wells, por sitar únicamente algunos, pueden imaginarse lo impresionante que resulta la relación que existe entre sus líneas literarias y la historia que acabamos de vivir, o estamos viviendo; habiendo sido escritas muchísimos años antes que sucedieran en la realidad, y de la cual somos testigos de excepción. Claro que hay otras evidencias más de un posible viaje astral del hombre, por así llamarlo, debido a que no existe aún la posibilidad tecnológica de viajar a través del tiempo y el espacio, y no menos maravillosas, dependiendo de nuestro límite de credibilidad. Porque si no, ¿Cómo explicamos los “Códigos Secretos de la Biblia”, “Las predicciones de las Pirámides de Egipto”, “Las Predicciones de los Mayas” entre otras más? Pero como dije, dependerá mucho del límite que tengamos de dar crédito a un sin fin de teorías que van desde las más extravagantes a las más asombrosas por su posibilidad concreta.
Sin embargo, dejemos de lado lo que podamos creer, a final de cuentas, como voluntad de un acto de fe, místico o mágico, y veamos su posibilidad real por las evidencias reales.
Y las evidencias reales nos muestran que han existido personas que han logrado vencer las humanas ataduras de las distancias galácticas y las barreras del tiempo, experiencias increíbles aun debido a la falta de una explicación científica.
Lo real y concreto es que dichos personajes tenían una increíble imaginación, poder de concentración y, según contaron ellos mismos, lograron sus visiones, o inspiraciones, a través del sueño o ensueño.
En mi humilde criterio, un Viaje Astral no difiere en nada al “sueño” que podamos tener, a condición de poder dirigirlo y recordarlo. ¿Pero cuál sería la diferencia con un evento extrasensorial? Ah, allí está el detalle.
Lo extrasensorial sería la capacidad de una persona de penetrar en lo más profundo de su propio ser y lograr llegar a aquel lugar, en la mente, en donde se une la espiritualidad con el universo cuántico que nos rodea. Aquel recóndito punto en nuestro cerebro, o mente, desde donde fluye como un manantial nuestra conciencia y, por lo tanto, nuestras ideas y emociones. En aquellos espacios intercelulares de nuestro cerebro, en donde las ideas y emociones se manifiestan como pulsos eléctricos de nuestro neuro-sistema y/o de combinaciones químicas que producen nuestras hormonas como la Serotonina y otros. Justo en el punto en donde se produce la “chispa” o salto cuántico que incendiará la pradera de neuronas del cerebro para dar paso al universo de la consciencia, de las ideas y su interacción mutua.
Los Viajes Astrales, o como se les llamen, son toda una experiencia extrasensorial posible, de viajes a través del sueño, la concentración y la guía consciente.
Al principio dije que había hecho una somera investigación acerca del tema, por lo tanto, creo que por la superficialidad que esas páginas mostraban no nos da una real comprensión de tales experiencias. Como comprenderán, el asunto es mucho más complejo y trascendental, y carece absolutamente de algún carácter místico o religioso, que va desde los excepcionales poderes de la mente a la conjunción del conocimiento milenario con la llamada ciencia actual. Si soy escéptico a la mayoría de casos anecdóticos, eso no me limita a sentir admiración por quienes, aunque muy pocos, logran dicha experiencia siguiendo las enseñanzas de los maestros Tibetanos, o quizás hasta podría incluir, la experiencia onírica que tuve ayudado por un brebaje de la milenaria cultura amazónica: La Ayahuasca. El mismo que narro bajo el título de: “Ayahuasca, Un Viaje al Infinito” en una serie de notas… (Buscar en Google).
Para terminar este asunto, que quedará meciéndonos por mucho tiempo en el columpio de, “Cierto-No Cierto”, en el pensamiento del común de la gente, diré, desde mi óptica dual, de Ingeniero y escritor de ficciones, que el tema de las experiencias de los Viajes Astrales son una rica fuente de inspiración.

viernes, 6 de mayo de 2022

“ME FUI A LAS VEGAS, SOLO, A PUTEAR Y EMBORRACHARME... 1 de 3”



BY MICHAELANGELO BARNEZ
Un homenaje a William Faulkner.
ME FUI A LAS VEGAS, SOLO… PARTE 1 de3.
Iba manejando por la carretera interestatal Las Vegas-Los Ángeles de regreso a casa, luego de un fracasado intento de huir de los demonios que llevaba conmigo. Pensé que en la ciudad del pecado me distraería lo suficiente como para alejar la presión que sentía por escribir mi primera novela.
Realmente sentía en lo mas profundo de mi espíritu una gran compulsión por escribir, y para estar a la altura de esta tarea, a la que debía enfrentarme completamente solo, me había inscrito, y culminado también, un curso intensivo de Literatura de seis horas diarias, de lunes a viernes, durante seis meses en la UCLA de Los Ángeles, en la cual tuve como profesores a los mas connotados escritores de la Unión Americana.
El curso había sido de una gran ayuda en el campo estrictamente técnico, pero además me proporcionó cierta confianza en mí mismo para poder expresar en palabras escritas las ficciones que pugnaban por salir de mi mente. Aun así, pesaba mucho mi pasado de 25 años como ingeniero ante una carrera como escritor “cero kilómetros”.
El curso al que me enrolé llevaba el sugestivo nombre de “Como Escribir una Maldita Novela... Sin Morir en el Intento”, y hoy, después de la investigación realizada y haber revisado todas mis notas teóricas de cómo hacerlo no podía empezar... Parecía que el título del curso se había hecho realidad, y la maldita novela amenazaba con liquidarme.
Por eso me fui a Las Vegas, solo, a putear y emborracharme, para así librarme del fantasma que me gritaba: “No puedes!!!”. ¿Pero, de dónde surgió semejante idea? ¿Acaso algún escritor ahuyentó sus demonios a través de la cura del sexo y el alcohol? En realidad, sí. Muchos.
Mis profesores me habían contado de manera anecdótica, cuando hablaron acerca de la personalidad de los escritores, especialmente los novelistas, que muchos de ellos organizaron bacanales; y recalcaron que “hay que estar medio loco para sentarse durante horas, días, semanas y meses, si no años, delante de una maquina de escribir, o el procesador de palabras de una computadora, y escribir historias increíbles con personajes que nunca existieron, y peor aun, hablarles hasta el límite de contradecirse y pelear con ellos... Sí, definitivamente los novelistas estamos locos... y sólo a través de nuestros personajes y sus problemas encontramos la cordura”.
Así, de regreso a Long Beach, después de que dos prostitutas me hicieran ‘pan con pescado’ y haber bebido hasta la inconciencia, regresaba a casa con un inmenso hueco en el alma. “Sexo y alcohol no es mi cura...” me dije a mí mismo mientras manejaba en la oscuridad de la noche por la carretera. Definitivamente, estaba sufriendo la consabida depresión originada por el choque del abuso del placer con las normas morales incrustadas en mi subconsciente.
Corría a 120 Km por hora, por la interestatal, como huyendo de la ciudad del pecado ante la inminencia de ser destruida por la ira de dios, como en Sodoma y Gomorra.
Era casi la medianoche. Podía haberme quedado a dormir cómodamente en el hotel hasta la mañana siguiente y regresar durante el día. Pero estaba inquieto, algo me angustiaba a regresar inmediatamente... Como si alguien me estuviera esperando en la soledad de mi departamento.
Miré el reloj digital de mi Ford Expedition, “Mierda, faltan aun cuatro horas para llegar a casa!” pensé, a la vez que veía a lo lejos las luces de una estación de servicio de gas al lado de la carretera.
Fueron sólo escasos minutos los que transcurrieron para estar frente a los luminosos establecimientos. Ya había decidido parar, llevaba dos horas manejando y quería estirar las piernas, además de sentir casados los ojos.
Allí, primero, llené el tanque de gasolina, a la vez que chequeaba visualmente los alrededores del lugar. En un lado estaban un restaurante de Hamburguesas, Steaks y Pork Chops, con sus luces de neón que lo anunciaba; y, al lado, un motel. Al otro extremo, como para que nadie se equivoque del lugar, un bar que ofrecía espectáculos de desnudos.
Una vez llenado el tanque de gasolina me estacioné al lado de restaurante. Un New York Steak sació mi apetito, y cuando estaba por pagar la cuenta y salir, una persona se acercó y me pidió “¿Podría invitarme una hamburguesa, por favor?”, miré al intruso y lo reconocí. Tenía una voz aguardientosa que asociada a su figura resultaba difícil de olvidar.
“En Las Vegas fue un cigarrillo y una cerveza lo que me pediste... ¿y aquí, tengo que alimentarte también?” le dije al gringo, mal trajeado, que ya había visto en un casino.
El gringo, de unos 40 años, barba descuidada, intensos ojos azules y grueso abrigo, para protegerse del frío, se limitó a sonreír humildemente. Apenas giré mis ojos en busca de la mesera el gringo se sentó frente a mí.
“Gracias hermano... Uds. son los únicos que invitan... me llamo William y tú?
“Michaelangelo...” dije, he hice silencio porque no tenía ánimo de entablar una conversación con el pordiosero. Aunque me llamó la atención el brillo de inteligencia que demostraban sus ojos.
“¿Lo está molestando?” Preguntó la mesera al acercarse.
“No...-respondí, y sonriendo ordené-... ¿Por favor puede servirle una hamburguesa y una soda?”
“Disculpe...-me corrigió William, y con un desparpajo universal ordenó-... quiero un plato igualito al que comió mi amigo, más un Pork Chop, ¿ya...?” y con una amplia sonrisa mostró su impecable dentadura.
Mi prejuiciosa idea acerca del hombre que tenía adelante empezó a cambiar “No puede ser un vagabundo” me dije.
“¿A que te dedicas... -le iba a decir “gringo”, pero sabiendo su nombre y por un espontáneo respeto, dije su nombre-... William?”.
Su curtido rostro se iluminó y con la confianza de amigos me contó su vida, mientras usaba los cubiertos con la destreza de las personas educadas, aunque al final limpió el jugo del Pork Chop del plato con un trozo de pan y se lamió los dedos.
La historia de su vida era increíble, o mejor dicho asombrosa. Me dijo muchas cosas como que, provenía de una arruinada familia aristocrática del sur de la Unión americana, que había trabajado en el Banco de su abuelo, que fue piloto de la Real fuerza Británica, que había estudiado en la Universidad de Mississippi, y que luego la abandonó para dedicarse a escribir... Fue allí en donde lo interrumpí.
“¿Escribir?” le pregunté incrédulo, a la vez que me asaltaban mil ideas acerca de un millón de cosas... Todas ellas relacionadas con la profesión de escritor, el fortuito encuentro con este “vagabundo ilustrado” y mi angustia por encontrar la manera de cómo empezar a escribir.
“¿Como dijiste que te llamas?” Le pregunté mirándole directamente a los ojos.
“William... William Faulkner” me dijo pausadamente mientras se recostaba en el espaldar de su asiento. Y sonrió al ver en mi rostro la expresión de asombro.
“No puede ser, o es un homónimo o me esta tomando el pelo,” me dije a la vez que me ponía en guardia porque asumía que estaba cerca de una estrategia de estafa o hurto. Instintivamente hice un balance de lo que podían robarme. Tenía apenas $23 dólares en efectivo, mi tarjeta platino con crédito “El cielo es el limite”, un Rolex barato de solo $15,000 en mi muñeca y mi Ford Explorer de 60,000 dólares. Todo esto absolutamente asegurado y recuperable de mil maneras… pero no mi vida, a pesar de estar asegurada por un millón.
“¿William Faulkner?... Igual que el escritor de ‘Una Fábula’...” dije con el rostro serio como para demostrarle que no estaba para bromas, ni tramas fraudulentas, mencionando la única novela que había leído en el semestre de clases en la UCLA, y por el premio Pulitzer otorgado.
“No Michael... mi nombre sólo es un homónimo,” me dijo con aparente sinceridad, sonriendo y añadió-... Pero he escrito varias novelas...”.
Su franqueza me relajó y así pudimos continuar la conversación.
“Michael para escribir tuve que dedicarme a trabajos manuales que no me comprometían en una rutina obligada. Fui pintor de brocha gorda, carpintero y ‘arregla todo’, y con lo que ganaba podía dedicarme a escribir a tiempo completo por varias semanas…”
Ya nos habíamos tomado tres tasas de café y la conversación daba para mucho más. Este ‘vagabundo ilustrado’ era una fuente inagotable de anécdotas acerca de la escritura y escritores. Decía las cosas como si las hubiera vivido personalmente. Mencionó al escritor de cuentos estadounidense Sherwood Anderson y a otros, que debido a mi ignorancia no reconocía.
“¿Michael me invitas una cerveza?”
“Claro… Pero aquí no la venden!”.
“Vamos al bar de a lado”, sugirió poniéndose de pié.
Pagué la cuenta y salimos. Realmente el vagabundo ilustrado se había ganado, con su charla, la cena y las cervezas que le iba a invitar porque tenía toda mi atención, y más aun, había despertado una curiosidad por las respuestas sabias y fuera de cualquier marco escolástico de la literatura.

Al entrar al bar no pudimos evitar ver el hermoso trasero de una rubia en movimientos voluptuosos a lo largo de una barra vertical. El local estaba en penumbras y la única iluminación provenía de los destellos de las luces de colores de escenario alumbrando la desnudes de la danzante. Y otra, no menos rubia, nos guió a una mesa ubicada contra la pared. Así tuvimos la comodidad de proseguir con nuestra conversación mientras desaparecíamos jarras de cerveza como si fueran de aire.
A los pocos minutos de haber llegado, el mundo circundante de mujeres desnudas que rodearon nuestra mesa, ofreciéndonos sus exóticos bailes en privado, habían desaparecido debido a mi desatención. Sólo estábamos William, yo y nuestra jarras de cerveza... Yo, con una inmensa curiosidad por los conocimientos de este homónimo del gran escritor americano. A estas alturas ya éramos amigos haciendo criticas sarcásticas de autores y libros leídos. Yo me burlaba de Cervantes y El Quijote calificándola de la novela mas aburrida. Y él agregaba que los autores y sus obras pertenecen a su época.
“¿Conoces a José Carlos Mariátegui?” arremetí, debido a sus últimas palabras.
“No... Pero si leí a García Marques... Es una porquería… Mira Michael, la libertad literaria tiene sus patrones y límites… No puedes romper el buen uso del punto, la coma, ni la razón de ser de los párrafos… Es un desastre…”
“Si te refieres a ‘Cien años de Soledad’ estás equivocado... Aunque se requiere tener alma latinoamericana para poder apreciarla a plenitud.”
Estábamos ya en la segunda jarra de cerveza y nuestra confianza era total, cuando de repente se presentó una rubia con pinta de súper modelo que nos ofreció: “Quieren que baile en sus rodillas, guapos...? Vale tocar suavemente...”
Ambos la miramos por un instante, luego, para decepción de ella, continuamos con nuestra conversación.
“¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
Le pregunté como buen novato de escritor.
“Sí, se requiere 99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra”.
“¿Quieres decir que el artista debe ser completamente despiadado?”
“El artista es responsable sólo ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...”
“Entonces la falta de seguridad, de felicidad, honor, etcétera, ¿sería un factor importante en la capacidad creadora del artista?
“No. Esas cosas sólo son importantes para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento”.
“Entonces, ¿cuál sería el mejor ambiente para un escritor?”
“El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada qué hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán "señor". Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán "señor". Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky”.
Por supuesto que la conversación entre Michael y William Faulkner continuó... pero seguirá siendo contada en una próxima entrega... Hasta pronto amigos.
Nota: La parte resaltada en rojo son las propias palabras de William Faulkner tomadas de una entrevista.

domingo, 16 de enero de 2022

EL OMNIBUS



Iba un ómnibus, nuevo y de color azul cielo, por la carretera que unía una ciudad de los suburbios con otra muy grande: Los Ángeles.
El ómnibus estaba casi lleno, sólo dos de sus asientos aún estaban libres.
El chofer, un hombre de rostro delgado, pálido y muy serio, con la vista fija en la carretera, no prestaba atención a la amena conversación de sus pasajeros ni al jolgorio de los de más atrás, y sin apuro, conducía el vehículo a mediana velocidad.
De pronto, al voltear por un recodo de la carretera, vio no muy lejos un tumulto de carros y gente en el camino. El chofer, inmediatamente, se puso en guardia y comenzó a disminuir la velocidad. Sí, había ocurrido un accidente.  
Cuando estuvieron muy cerca del fatídico lugar escucharon los lamentos de la gente, y todos en el ómnibus, muy curiosos, prestaron oídos y miraron por las ventanas.
“Pobres criaturas…!”
“Fue por proteger a su mascota…!”
“Juro que no pude hacer nada, se metieron a la carretera de improviso, yo frené pero no pude evitarlos…!”
Fue lo que oyeron, porque carros y gente ocultaban a las víctimas que yacían sobre el asfalto de la carretera.
El chofer del ómnibus, conduciendo muy despacio, hizo un giro muy lento para evitar el tumulto, hecho que satisfizo la morbosa curiosidad de sus pasajeros por mirar. Así, avanzó unos metros más y se detuvo en una zona despejada, al borde de la carretera, entonces presionó un botón ubicado en el tablero de control, entre el encendedor y la radio, y la puerta hidráulica del ómnibus se abrió.
Allí, al lado de la carretera y frente a la puerta abierta estaba parado un niño con una amplia sonrisa en los labios, llevando en sus brazos a un perrito “Chiguagua”. El niño subió y se sentó en el asiento libre, poniendo a su lado, en el otro asiento, a su querida e inquieta mascota, en medio del aplauso de los pasajeros.
“¡Estamos completos!” Anunció el chofer del ómnibus color azul cielo cerrando la puerta y, aumentando la velocidad, se perdió en la larga carretera camino a Los Ángeles.  

sábado, 18 de abril de 2020

A THOUNDSAND KISSES DEEP




A THOUDSAND KISSES DEEP
O MIL PROFUNDOS BESOS
by Michaelangelo Barnez
Miraba el plano de calles de Google que tenía en la pantalla de mi PC,
Mientras que con mi dedo índice seguía las líneas de las vías que recorrería.
Iba a ser una larga caminata nocturna, agazapado entre las sombras,
En pleno toque de queda, debido a la cuarentena provocada por la pandemia.
“Está prohibido salir!” me advirtió la razón,
“Puedes contagiarte!” machacó.
“O detenerte, arrestarte y multarte!” volvió a aconsejarme.
“Pero tienes que hacerlo!” me dijo el lado oscuro de mi mente.
La misma que por lo general me metía en problemas.
“Sí, tengo que hacerlo, tengo que ver a mi amada!” y dejé de lado a la razón.
Esperé la medianoche, vestido de negro, para salir.
Tan pronto pisé la acera de la calle, al salir de mi dorado capullo,
El frio de la noche golpeó mi rostro. Hacía ya un mes que no me aventuraba.
Miré a ambos lados, no vi a nadie.
Prendí mi Ipod y “A Thounsand Kisses Deep” sonó.
Sí, Leonard Cohen me acompañaría en toda mi ilegal, pero ineludible aventura.
Me cubrí con mi capucha y el sonido se magnificó. Entonces, manos en el bolsillo, caminé.
Recorrería la Av. Melgarejo, en la Molina, luego la Av. Separadora Industrial,
Para tomar la Vía de Evitamiento-norte.
Hasta allí, pensé que no tendría problemas y así fue.
Pero al llegar a la Fábrica de pinturas Fast, hoy QROMA, la cosa cambiaría, estaba en el Agustino.
A esa hora de la noche la gente buena dormía. Los fumones delincuentes, no.
Y si me detenían, policías o delincuentes, sería lo mismo.
Pero era el lado oscuro de mi mente quien controlaba todas mis decisiones y movimientos.
Yo estaba ensimismado en mis pensamientos, acompañado por la grave voz de Cohen.
“A Thounsand Kisses Deep” sonaba y yo imaginaba dándoselos a mi amada.
Caminé cabizbajo, como un autómata, a lo largo de las oscuras y desiertas calles,
Parando solo cuando “algo” me lo exigía, acurrucado en las sombras.
Casi sin prestar atención a los vehículos de seguridad que raramente pasaban.
Y luego volvía a caminar.
“A Thounsand Kisses Deep!” resonaba en mis oídos,
Y en mi mente, mis labios recorrían el cuerpo de mi amada.
Así, mareado por el dulce licor del libido provocado, avanzaba por las calles.
Pasé semáforos y oscuros tugurios, deteniéndome no sé si por el peligro,
O por no llegar al éxtasis antes de tiempo.
Pasé entre gente peligrosa y maloliente, parados en esquinas y tugurios del Agustino
Y si no me asaltaron fue porque seguro me veían peor que ellos, creo.
O quizás yo era invisible.
De pronto me detuve, se aclaró mi conciencia, y me vi ante una gran reja de hierro.
Con una gruesa cadena y candado asegurada. Entonces rodeé la manzana buscando otra entrada.
Y la encontré, por una pared derruida. Así, excitado por el inminente encuentro con mi amada,
Entré y entre árboles y arbusto, no muy lejos, la vi. Ella me esperaba y yo no podía faltar.
“A Thounsand Kisses Deep!” Resonó en mi mente, y se los di al borde del éxtasis.
Ella me miró, sonrió y respondió a mis besos. Mi corazón latía desbocado.
Entonces, en medio del placer infinito, mi conciencia se apagó.
Al día siguiente, los guardianes del lugar encontraron el cadáver de un sonriente hombre sobre la
lápida de su esposa.

viernes, 1 de noviembre de 2019

JELOU, DAMAS AN MADRE FOCAS

Resultado de imagen para premio oscar el secreto de sus ojos"

Autor... MICHAELANGELO BARNEZ
Cuando me enteré de que había sido nominado para el Osca-2010, di un brinco de alegría que casi golpeo el cielo raso de mi Studio. Mi excitación y la bulla que hice fue tanta que mi secretaria entró y se unió a la celebración con un abrazo, así, totalmente alterados y brincando, llegué a tener un buen, pero vergonzoso, orgasmo… y recién me calmé.

“Bueno, es solo una nominación” me dije evaluando lo logrado, para luego soñar en la posibilidad de ganarlo el día de la entrega. Hasta aquí, pensando fríamente, hoy dejaba de ser un escritor del montón, excelentes todos ellos, pero desconocidos e ignorados por el mercantilismo de los libreros; aunque si ganaba, uuuh… entonces equivaldría a alcanzar mi imposible Nobel en Literatura.

He escrito cuentos y novelas y no he ganado ningún premio en mi vida. ¿Por qué? ¿Malo yo? No. No soy malo ni mediocre escribiendo, sino que nunca participo en las convocatorias para los concursos literarios. ¿Por qué? Porque no creo en ellos y, además, no me da la real gana, ja, ja, ja.

Entonces, ¿Cómo fue que conseguí la nominación? Muy simple. Un director de pacotilla, como yo, en términos de fama y fortuna, leyó mi novela y le gustó tanto que quiso llevarla al cine. Y por la suerte de la “casualidad” yo ya había escrito el guion de la misma. Así como él ya tenía el dinero, procedente de una fundación española, para financiarla. Sería una producción de bajo presupuesto. El resto es historia conocida. El director, los actores y yo no cobramos un dólar de todo esto; los únicos que recibieron algo fueron los trabajadores técnicos, ya que ellos no “viven” por amor al arte; y la otra mitad del dinero sirvió para pagar por los equipos, utilería, transporte, y el alquiler de las diversas instalaciones en donde fue rodado. ¿Faltó dinero? Claro que faltó. ¿Quién lo puso? El padre, el hijo y el espíritu santo, arriba mencionados.

La nominación era para la Mejor Película Extranjera 2010, y todos los que participamos en ella, desde el director hasta el perro guardián, nos dimos por aludidos. ¿No me creen? Entonces, ¿explíquenme cómo fue posible que el guardián, hijo de perra, nos recibiera moviendo la cola, en vez de ladrarnos como todos los días, cuando fuimos a celebrar la noticia en uno de los sets de filmación?

Lamentablemente, no podíamos ir todos, así ladrásemos más que nuestra mascota; solo había cuatro invitaciones para asistir a la Ceremonia de Entrega en Hollywood, California.

Felizmente, yo vivo muy cerca, en la ciudad de Long Beach, lo que permitió hacer unos ahorros en pasajes y alojamiento, y así el director llevar a su adorada esposa, quien lamentablemente no pudo entrar a la sala de entrega por no estar en la lista de invitados.

Debo confesar muy avergonzado que después de estar viviendo treinta años en gringolandia no he aprendido ni jota del idioma inglés. Por bruto, no. Lo que pasa es soy tan antisistema que se me ha trabado en el coco el proceso de su aprendizaje. Así que, por si las moscas, le pedí a mi hijo menor que me preparara unas palabras para el momento.

Él me aconsejó que lo más importante era estar “culo”, no sé si lo escribí bien, pero significaba que debo estar sereno, tranquilo, suave. Y que cuando hable, debería sonreír en todo momento y hacerlo en voz muy alta, como cuando el promotor de espectáculos de Box anuncia la pelea estelar de la noche en los canales por cable “eichbio” o “shoutaim”.

Cuando entramos caminando por la alfombra roja, el director de la película, don Juan José Campanella, sería el encargado de hablar con los periodistas en español, y si era en inglés me encargaba yo… ja, ja, ja. Así que según lo que aprendí de mi párvulo, repartí verbalmente decenas de “quissass, quissass…” creyendo decir “tal vez, tal vez…” y los periodistas no me molestaron más, porque en realidad era una grosería.

Así, al borde de mi asiento, esperé hasta casi el final de la ceremonia para oír las palabritas mágicas: “an de güiner is…”

“El Secreto de sus Ojos!!!!” escuché decir y el mundo se nubló para los míos por solo un segundo, porque no había tiempo para más. Así, pude ver varias tetas asustadas celebrando con nosotros cuando caminábamos a recibir la tan famosa estatuilla, mientras que mentalmente me repetía a mí mismo “debo estar culo, debo estar culo…”, e iba buscando en el bolsillo el papelito con el discurso que me había dado mi hijo.

No puedo contar todos los detalles de lo que pasó en el camino desde mi asiento al pódium, porque simplemente no era consciente de lo que ocurría alrededor. Veía luces, rostros, sonrisas, oía aplausos y el tan usado “congratulaishion” y ya la estatuilla dorada estaba en mis manos. Me vi en el pódium con la gente al frente de mí, esperándome a que diga algo. Entonces, me acordé de mi hijo, y de su última corrección a mi inglés mal hablado, “papá no se dice madre, sino mada!”; entonces levanté los brazos y grité con toda mi alma:

“jelouuu damasesss an madafocasss!!!”

Y la magia de las palabras dio resultado. Como un abracadabra, todos los allí presentes, desde la diminuta y hermosísima Magali Solier hasta el gran Jeff Bridges, se pararon a ovacionarnos. Sí, nos habían reconocido como a uno de los suyos.

¿Y mi hijo? Él se revolcaba de la risa con sus amigos en la “livinrrum” de mi casa viendo la ceremonia por la TV.

Cuando llegué muy de madrugada a casa, encontré a mi hijo y su pandilla de escolares de la secundaria durmiendo en la alfombra. Entré despacio y con cuidado para no pisar a nadie. Entonces vi una nota sobre el “cofitaibol” que me llamó la atención. La tomé, fui a la “refri”, saqué una cerveza y salí al patio de atrás para entrar a la “yacusi”. Allí leí la nota. Era una lista de palabras en inglés, su pronunciación y el significado, que yo no vi al irme a la ceremonia. Al leerla casi me ahogo de la risa en la maldita “yacusi”. La nota decía:

“Papá cuida tu pronunciación, no se dice “culo” sino “cuul”, se escribe “cool” y quiere decir “tranquilo, sereno, frio”. Por favor, no vayas a decir lo que te enseñé porque todo es una broma con palabras muy feas, ¿no me crees? Te explico: si dices “quissass” se escribe “kiss ass” y significa “besa el c…” es muy feo para escribirlo, dad. Si dices “damassess”, se escribe “damn ass” y significa “burro estúpido” ¿esta no es tan malo, no? Pero por nada en el mundo digas: “madafakers” porque es tan malo que ni sé cómo se escribe, pero su significado es como para salir corriendo antes que te maten porque estás insultando a sus madres… aunque los jóvenes, roqueros y raperos lo usan todo el tiempo para saludarse entre ellos, yo no, papi. Papá, mejor habla en español, lo haces muy bien y toda la raza te lo agradecerá.”

Dejé la nota a un lado con una sonrisa en el alma. Y medité: “Felizmente, salió “okei” y les caí bien a todos… Ahora, tengo un Oscar… pero este cabrón de mi hijo va a ser mejor que yo”


PS: La película “EL SECRETO DE SUS OJOS” del director y guionista: Juan José Campanella; con los actores principales: Ricardo Darin, Soledad Villamil y Guillermo Francella, además de todo un extraordinario elenco de actores secundarios, personal técnico y de utilería, lograron hacer realidad una gran película. El Oscar 2010 ganado cayó en muy buenas manos.

Felicitaciones hermanos argentinos, su premio nos enorgullece a todos. “El secreto de sus ojos” está basada en la primera novela del escritor argentino Eduardo Sacheri “La pregunta de sus ojos”. Mis mejores reconocimientos al autor.

martes, 22 de octubre de 2019

LA FRONTERA


Estaba al frente de un gran alambrado, abarrotado de gente que buscaba la forma de ver y encontrar a sus familiares, amigos o conocidos del otro lado de esta, sin poder hacer nada por trasponer dicha inmensa barrera. Y yo no era la excepción de esa preocupación en ese mar de gente de identidad étnica multicultural. Sí, allí estaban gentes de todas las edades y géneros, procedentes de todas las culturas que yo conocía en ellos, o adivinaba reconocer, por sus vestimentas, apariencias raciales e idiomas, todos con un solo denominador común dibujado en sus rostros: La desesperación por transponer la barrera o comunicarse con los suyos.
Era tanto el tumulto y el frenesí de la gente que me era imposible acercarme al alambrado, así que decidí alejarme un poco para así buscar algún claro, por donde poder escurrirme y acercarme hasta aquella muralla de alambre.
Cuando me alejé un poco más de veinte metros de distancia del gentío pude ver mejor el panorama… y lo que vi, me asombró. En realidad, las características ya descritas no cambiaban, solo que fui más consciente de su magnitud. A mi izquierda y derecha, el mar de gente agolpada contra la cerca no tenía fin. Y cuando levanté mi rostro para ver la altura de la valla, esperé encontrar alambres enrollados con púas en su tope, pero no fue así. En realidad, no pude ver la parte más alta porque esta se perdía en un cielo nublado, que supuse que era una mezcla de la neblina del campo y el denso humor de la gente en este cálido día.
Entonces me alejé un poco más y más… y caí sentado sobre el césped de ese inmenso campo. No sé, creo que mi mirada abarcaba la distancia de varios kilómetros en ambos lados a pesar de sus ondulaciones, y lo que vi me golpeó el corazón: en realidad… era lo mismo que ya había visto, pero en otra magnitud. Había allí… ¿millones de personas? Sí, porque la fila de gente se perdía a la distancia de aquella sinuosa pradera.
También vi que había mucha gente que se alejaba; cabizbajos muchos, aunque otros demostraban tranquilidad o alegría al alejarse. Pero la multitud no disminuía ya que otro tanto continuaba llegando.
“¿Señor, pudo acercarse al alambrado?” Pregunté inocentemente a quien se retiraba y pasaba por mi lado.
“Sí… Vi a mi familia y pude decirle adiós. Ahora estoy tranquilo, ya puedo irme, no hay forma de cruzar esta frontera.”
“¿Pero, no lo va intentar?” le pregunté con el ánimo de incluirme en la aventura.
“Ya lo hice, señor. Estoy aquí más de un año. Se ve que Ud. Recién llega”.
“Sí, y ni siquiera me he podido acercar al alambrado. ¿Es posible ver a los familiares?”
“Si te apuras, sí, porque ellos también se alejan… a vivir sus vidas.”
Entonces el hombre se marchó.
“Tengo que lograr acercarme”, me dije a mi mismo tomando una resolución, al momento que me ponía de pie, y me dirigí resueltamente al gentío que se apretujaba contra la malla metálica.
No sé como lo logré, después de abrirme paso entre el asfixiante tumulto de desesperados, pero lo logré.
“¿Wow, que es esto?” me pregunté extrañado cuando estuve pegado al alambrado. Realmente no sé cómo explicarlo, pero la malla era aparentemente metálica, solida. Sin embargo no lo podía tocar ya que se desvanecía ante mi intento, aunque si lograba retenerme al intentar querer cruzarlo. Lo máximo que pude hacer allí fue estirar los brazos, e inclusive las piernas, a través del alambrado ya que no me lo impedía, pero dar un paso adelante me fue imposible… Aun así, hice innumerable intentos hasta que me di cuenta que era en vano continuar con el esfuerzo.
“¿Estarán usando barreras de campos electromagnéticos? Mmm… No sabía que la tecnología ya la había hecho realidad”. Me dije dándome una explicación.
Miré a mis costados y en ambos casos vi como la gente alargaba sus manos por tocar a los suyos, entre sollozos, para luego irse. Aunque otros se quedaban y continuaban con la tortura de verlos sin poder hacer más.
Luego miré hacia adelante, en busca de los míos… y no vi a nadie que pudiera reconocer en medio de un gentío que se acercaba y alejaba para luego desaparecer en la bruma ya que la visión era muy borrosa por la neblina circundante.
Allí me quedé un día, el otro y el siguiente, y así perdí la cuenta del tiempo. Hasta que, un día, una ráfaga de viento aclaró la visión y pude ver a un niño muy pequeño, de poco más de un año, caminando cerca de la malla metálica:
“Mi nieto!” exclamé, y él me miró.
En su rostro pude ver sus ojos de alegría porque me reconoció, pero solo atinó a balbucear algunas palabras ininteligibles.
Fue cuando su padre, es decir mi hijo, se acercó, lo cargó y se lo llevó, mientras le decía: “Es hora de almorzar, hijo”.
Increíblemente fue suficiente lo que vi y oí para sentirme reconfortado de mi desgracia de no poder estar allí, con ellos, y recién me di cuenta del límite del limbo en que me encontraba. Y con la esperanza de esperarlos allí el día cuando alguno de ellos cruce la frontera, me alejé a hacer mi propia vida.  

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...