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viernes, 6 de mayo de 2022

ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 2 de 3.

WILLIAM  FAULKNER

De MICHAELANGELO BARNEZ
ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 2 de 3.
Como les contaba, estaba completamente anonadado con lo que me decía William, a la vez que sentía una inusitada alegría ya que compartíamos la misma opinión. Sí, completamente anonadado, primero, por el contraste entre su apariencia y su destreza intelectual, lo cual me dejaba en un profundo estado de shock, ya que por más que creía haber superado el prejuicio de juzgar a las personas por su apariencia, comprobaba que aun esa discriminatoria lacra social yacía, latente, en el fondo de mi ser. Y segundo, lo consideraba más importante, William demostraba con sus palabras ser la figura antítesis del escritor esnobista.
Según íbamos conversando yo había ido cambiando mi concepto acerca del hombre con quien estaba bebiendo. Ahora estaba completamente seguro de que él era realmente el mismísimo William Faulkner, o en el peor de los casos la reencarnación de éste.
Aun así, lo que mi interlocutor fuera en la realidad ya no me importaba, porque lo que afirmaba en nuestro diálogo tenía mucho más valor que lo que yo podía elucubrar entre el ser o no ser. Lo que él contaba o aseveraba calzaba exactamente, como un ladrillo, en algún lugar de los cimientos que tenía en el fondo mi espíritu, y que estuvieron abandonados por casi 50 años. Y así, poco a poco, empecé a sentirme más fuerte, más confiado de mí mismo.
“Así que para escribir sólo necesitas un poco de papel, tabaco, comida y whisky...-repetí, y maliciosamente agregué-... Bourbon?”
“No, no soy tan melindroso. Entre escocés y nada, me quedo con escocés...-
me contestó, y de improviso me preguntó-... y tu Michael, a que te dedicas?”
La pregunta me sorprendió, y en el fugaz tiempo en que bebí mi vaso de cerveza hilvané una respuesta. E increíblemente, en una evaluación del lapso de un segundo, mi vida parecía totalmente vacía en comparación a la de mi interlocutor.
“Me dediqué toda una vida a la Ingeniería Civil. He construido casas, puentes y carreteras por todo California, pero eso es el pasado... Hoy quiero ser escritor... Quiero escribir mi primera novela... Quiero reencontrarme con una aspiración que tuve de adolescente... En ese tiempo escribí muchas cartas de amor a quien hoy es mi esposa, cartas llenas de poemas y cuentos románticos. Recuerdo también que fueron años en los que mas leí, y que hubo una novela que me gustó mucho entre muchas, su título es ‘La ciudad y los Perros’, de Mario Vargas Llosa, y me dije a mi mismo que algún día escribiré algo así... La leíste tú?”
“Claro... Y también ‘Los Jefes’, ‘La Casa Verde’ y ‘Conversación en la Catedral’... Lastima que el autor muriera tan joven” Afirmó William con convicción.
Yo estaba con los codos apoyados sobre la mesa y al escuchar las últimas palabras retrocedí y apoyé mi espalda en el espaldar de la silla, y dije asombrado por la incredulidad del hecho “¿Vargas Llosa murió joven? No, William, estas equivocado” le refuté.
“Michael, Mario murió hace mucho... Se suicidó... Hoy existe uno por allí, que dice llamarse como el original, y gana mucho dinero... Sí... Ese mismo que noqueó de un puñete en el rostro a García Márquez... Dicen que por un lío de mujeres, o porqué le increpó que se había vendido a la CIA... Michael, tú has leído sus novelas, no es cierto?”
“Sí, las mismas que nombraste y algunas otras”
“¿Has leído ‘La Historia de Mayta?”
“Sí”
“¿Que te pareció?”
“Bueno... –dudé y demoré en dar una honesta respuesta, pero si uno teme dar una opinión acerca de lo que cree... está perdido. Entonces dije-... William, francamente... creo que es un bodrio”.
“Bodrio es poco mi amigo... Mario nunca había escrito algo con tanta rabia personal, ni con tanto ensañamiento contra la imagen que él mismo creó de sí. Creo que sus demonios pugnaban por salir, clamaban por ser exorcizados, y salieron en forma de esa novela, por eso afirmo que ‘La Historia de Mayta’ fue su vomito literario... -dijo de manera despiadada, y para terminar vaticinó a manera de maldición-... Jamás le darán el Premio Nóbel en literatura!”.
“Y la Fiesta del Chivo?” antepuse como un recurso para contradecir sus palabras.
“Si la publicaba en los 60’s hubiera sido su obra cumbre... Pero no lo hizo... Esperó demasiado... ¿Recuerdas lo que dije acerca de “El artista y su época”?... Bien, hoy es totalmente inofensiva”.
Yo no estaba para defender a nadie, por muy renombrado que fuera, en los problemas de su vida personal. En su momento, cuando la leí, la novela no me gustó y punto, aunque ahora, luego de escuchar a mi amigo hablar acerca de los oscuros detalles del autor, mi criterio literario acerca de la novela se aclaraba.
Y para orientar la conversación en otro sentido le dije, “Ganar dinero no te convierte en una persona mala... Además mencionaste la libertad económica. ¿La necesita un escritor?”. Mi interlocutor entendió mi intención de dejar atrás lo superfluo, entonces sonrió, y luego de vaciar el vaso de cerveza en sus entrañas, me dijo.
“No. El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros. La gente realmente teme descubrir exactamente cuántas penurias y pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por tener éxito o por hacerse ricos. El éxito es femenino e igual que una mujer: si uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de tratarla es mostrándole el puño. Entonces tal vez la que se humille será ella.”
“Fucking machista...” Me dije para mis adentros por el desacertado ejemplo que había dado William, aunque rápidamente comprendí que tenía que ubicarlo en su época, además de desmitificarlo. Si algo podía aprender de esta inusitada entrevista era comprender al William Faulkner como escritor y persona, como un solo ente, con sus vicios y virtudes, y no como un falso icono de la perfección.
“¿Una jarra más, guapos?” Nos preguntó un par de desnudos globos mamarios llenos de silicona. Cuando levanté el rostro y pude retroceder un poco para mirar a quien realmente hizo la pregunta, lo único que pude percibir en un primer instante fue una despampanante silueta, a contraluz con el escenario, con una brillante sonrisa en la oscuridad como contraste de la penumbra, y dos puntos azules que asumí como sus ojos. ¿Fue una visión erótica? Para nada. Al contrario, me pareció como si estuviera viendo una cabeza de calabaza en la temporada de Halloween.
“Sí... Una más por favor” Se apresuró en contestar mi amigo. ¿Amigos? Sí, después de cinco jarras de cerveza e incontables ácidos comentarios acerca de muchos escritores y sus novelas ya éramos amigos del alma.
“Aquí tienes tu cerveza... Big Chief” Me dijo la de los globos de silicona y William lanzó una carcajada. Inmediatamente, entre toses y risas, me dijo “Michael, te cree apache... jajaja”
“Fuck you, asshole!” le maldije entre risas también.
“Ups...” Dijo la cabeza de calabaza tratando de disculparse.
“Me tiene sin cuidado!” le dije sonriendo, a la vez que hacía un gesto de desdén.
“Mi nombre es Julienne, precioso... y dentro de media hora me voy a casa... pero antes me gustaría bailar para Uds... ¿Qué dices?”.
La pregunta fue directa hacia mi persona. William estaba por responder con una perspicaz salida negativa, pero yo me adelanté.
“Claro Julienne... Me encantaría verte bailar antes de que te vayas a casa” Le dije cortésmente, y la rubia se fue feliz meneando la cola, prometiendo volver.
“No pudiste negarte, chief... ¿No?”.
Su comentario-pregunta me incomodó, era la segunda vez que mi extrema susceptibilidad étnica me denunciaba un atropello. Si me parecía a un apache o no, me tenía sin cuidado, lo que me molestaba era que se me prejuzgara un determinado comportamiento debido a mi apariencia física. Y como no tengo pelos en la lengua le dije “Oye sureño “cuellorojo” mal nacido no te has dado cuenta que los tiempos han cambiado y que la discriminación principal está entre los que tienen mucho y los que no tienen nada... Yo tengo, yo puedo ser amable, invitarte a comer y beber, y pagar por el baile exótico de la güera (gringa)... en cambio tú... ” e iba a continuar agrediendo verbalmente al gringo William, y posiblemente hubiera arruinado la noche, pero Julienne, acompañada de una despampanante mulata, se hizo presente para el baile acordado.
La magia de ambas mujeres estuvo en su aparente muestra de sumisión, además de la capacidad de contornearse al ritmo de la melodía. Magia que logró borrar cualquier mal humor que hubiéramos podido tener, principalmente en William quien, luego que las chicas se fueron, siguió hablando conmigo como si no hubiera ocurrido nada.
“¿Trabajar para el cine es perjudicial para su propia obra de escritor?” Le pregunté. Y de manera categórica me respondió.
“Nada puede perjudicar la obra de un hombre si éste es un escritor de primera, nada podrá ayudarlo mucho. El problema no existe si el escritor no es de primera, porque ya habrá vendido su alma por una piscina”.
“Dices que el escritor debe transigir cuando trabaja para el cine. ¿Y en cuanto a su propia obra? ¿Tiene alguna obligación con el lector?”.
“Su obligación es hacer su obra lo mejor que pueda hacerla; cualquier obligación que le quede después de eso, puede gastarla como le venga la gana. Yo, por mi parte, estoy demasiado ocupado para preocuparme por el público. No tengo tiempo para pensar en quién me lee. No me interesa la opinión de Juan Lector sobre mi obra ni sobre la de cualquier otro escritor. La norma que tengo que cumplir es la mía, y esa es la que me hace sentir como me siento cuando leo La tentación de Saint Antoine o el Antiguo Testamento. Me hace sentir bien, del mismo modo que observar un pájaro me hace sentir bien. Si reencarnara, sabe usted, me gustaría volver a vivir como un zopilote. Nadie lo odia, ni lo envidia, ni lo quiere, ni lo necesita. Nadie se mete con él, nunca está en peligro y puede comer cualquier cosa.”
“¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?”
“Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.”
“Entonces, ¿Niegas la validez de la técnica?”
“De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera. Eso sucedió con Mientras agonizo. No fue fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo en cuanto que todo el material estaba ya a la mano. La composición de la obra me llevó sólo unas seis semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de doce horas al día haciendo trabajo manual. Sencillamente me imaginé un grupo de personas y las sometí a las catástrofes naturales universales, que son la inundación y el fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección a su desarrollo. Pero cuando la técnica no interviene, escribir es también más fácil en otro sentido. Porque en mi caso siempre hay un punto en el libro en el que los propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo. Eso sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquélla que me causó la mayor aflicción y angustia del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote”.
“¿Qué obra es ésa?”
“El Sonido y la Furia. La escribí cinco veces distintas, tratando de contar la historia para librarme del sueño que seguiría angustiándome mientras no la contara. Es una tragedia de dos mujeres perdidas: Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes favoritos porque es valiente, generosa, dulce y honrada. Es mucho más valiente, honrada y generosa que yo”.

Estábamos con la sexta jarra de cerveza en la mesa y el reloj marcaba ya las 3.00 de la madrugada. Había sido una larga y amena conversación con William, pero, sin estar mareado, ya no deseaba beber más. Fue cuando Julienne y su amiga, la mulata, se acercaron a nuestra mesa, esta vez vestidas en jeans y camisas de franela.
“¿Podemos hacerles compañía?...-Y debido a los breves segundos de nuestro silencio, agregó inmediatamente-... Ya estamos fuera del trabajo” Mientras los ojos de la morena relampagueaban fuego mirando a William.
William, ni corto ni perezoso, empujó su silla hacia atrás, y la morena sin dilación se sentó en una de sus rodillas... Yo...
Hasta aquí llegamos hoy con esta amañada historia basada en una entrevista real al gran escritor
americano William Faulkner... 

“ME FUI A LAS VEGAS, SOLO, A PUTEAR Y EMBORRACHARME... 1 de 3”



BY MICHAELANGELO BARNEZ
Un homenaje a William Faulkner.
ME FUI A LAS VEGAS, SOLO… PARTE 1 de3.
Iba manejando por la carretera interestatal Las Vegas-Los Ángeles de regreso a casa, luego de un fracasado intento de huir de los demonios que llevaba conmigo. Pensé que en la ciudad del pecado me distraería lo suficiente como para alejar la presión que sentía por escribir mi primera novela.
Realmente sentía en lo mas profundo de mi espíritu una gran compulsión por escribir, y para estar a la altura de esta tarea, a la que debía enfrentarme completamente solo, me había inscrito, y culminado también, un curso intensivo de Literatura de seis horas diarias, de lunes a viernes, durante seis meses en la UCLA de Los Ángeles, en la cual tuve como profesores a los mas connotados escritores de la Unión Americana.
El curso había sido de una gran ayuda en el campo estrictamente técnico, pero además me proporcionó cierta confianza en mí mismo para poder expresar en palabras escritas las ficciones que pugnaban por salir de mi mente. Aun así, pesaba mucho mi pasado de 25 años como ingeniero ante una carrera como escritor “cero kilómetros”.
El curso al que me enrolé llevaba el sugestivo nombre de “Como Escribir una Maldita Novela... Sin Morir en el Intento”, y hoy, después de la investigación realizada y haber revisado todas mis notas teóricas de cómo hacerlo no podía empezar... Parecía que el título del curso se había hecho realidad, y la maldita novela amenazaba con liquidarme.
Por eso me fui a Las Vegas, solo, a putear y emborracharme, para así librarme del fantasma que me gritaba: “No puedes!!!”. ¿Pero, de dónde surgió semejante idea? ¿Acaso algún escritor ahuyentó sus demonios a través de la cura del sexo y el alcohol? En realidad, sí. Muchos.
Mis profesores me habían contado de manera anecdótica, cuando hablaron acerca de la personalidad de los escritores, especialmente los novelistas, que muchos de ellos organizaron bacanales; y recalcaron que “hay que estar medio loco para sentarse durante horas, días, semanas y meses, si no años, delante de una maquina de escribir, o el procesador de palabras de una computadora, y escribir historias increíbles con personajes que nunca existieron, y peor aun, hablarles hasta el límite de contradecirse y pelear con ellos... Sí, definitivamente los novelistas estamos locos... y sólo a través de nuestros personajes y sus problemas encontramos la cordura”.
Así, de regreso a Long Beach, después de que dos prostitutas me hicieran ‘pan con pescado’ y haber bebido hasta la inconciencia, regresaba a casa con un inmenso hueco en el alma. “Sexo y alcohol no es mi cura...” me dije a mí mismo mientras manejaba en la oscuridad de la noche por la carretera. Definitivamente, estaba sufriendo la consabida depresión originada por el choque del abuso del placer con las normas morales incrustadas en mi subconsciente.
Corría a 120 Km por hora, por la interestatal, como huyendo de la ciudad del pecado ante la inminencia de ser destruida por la ira de dios, como en Sodoma y Gomorra.
Era casi la medianoche. Podía haberme quedado a dormir cómodamente en el hotel hasta la mañana siguiente y regresar durante el día. Pero estaba inquieto, algo me angustiaba a regresar inmediatamente... Como si alguien me estuviera esperando en la soledad de mi departamento.
Miré el reloj digital de mi Ford Expedition, “Mierda, faltan aun cuatro horas para llegar a casa!” pensé, a la vez que veía a lo lejos las luces de una estación de servicio de gas al lado de la carretera.
Fueron sólo escasos minutos los que transcurrieron para estar frente a los luminosos establecimientos. Ya había decidido parar, llevaba dos horas manejando y quería estirar las piernas, además de sentir casados los ojos.
Allí, primero, llené el tanque de gasolina, a la vez que chequeaba visualmente los alrededores del lugar. En un lado estaban un restaurante de Hamburguesas, Steaks y Pork Chops, con sus luces de neón que lo anunciaba; y, al lado, un motel. Al otro extremo, como para que nadie se equivoque del lugar, un bar que ofrecía espectáculos de desnudos.
Una vez llenado el tanque de gasolina me estacioné al lado de restaurante. Un New York Steak sació mi apetito, y cuando estaba por pagar la cuenta y salir, una persona se acercó y me pidió “¿Podría invitarme una hamburguesa, por favor?”, miré al intruso y lo reconocí. Tenía una voz aguardientosa que asociada a su figura resultaba difícil de olvidar.
“En Las Vegas fue un cigarrillo y una cerveza lo que me pediste... ¿y aquí, tengo que alimentarte también?” le dije al gringo, mal trajeado, que ya había visto en un casino.
El gringo, de unos 40 años, barba descuidada, intensos ojos azules y grueso abrigo, para protegerse del frío, se limitó a sonreír humildemente. Apenas giré mis ojos en busca de la mesera el gringo se sentó frente a mí.
“Gracias hermano... Uds. son los únicos que invitan... me llamo William y tú?
“Michaelangelo...” dije, he hice silencio porque no tenía ánimo de entablar una conversación con el pordiosero. Aunque me llamó la atención el brillo de inteligencia que demostraban sus ojos.
“¿Lo está molestando?” Preguntó la mesera al acercarse.
“No...-respondí, y sonriendo ordené-... ¿Por favor puede servirle una hamburguesa y una soda?”
“Disculpe...-me corrigió William, y con un desparpajo universal ordenó-... quiero un plato igualito al que comió mi amigo, más un Pork Chop, ¿ya...?” y con una amplia sonrisa mostró su impecable dentadura.
Mi prejuiciosa idea acerca del hombre que tenía adelante empezó a cambiar “No puede ser un vagabundo” me dije.
“¿A que te dedicas... -le iba a decir “gringo”, pero sabiendo su nombre y por un espontáneo respeto, dije su nombre-... William?”.
Su curtido rostro se iluminó y con la confianza de amigos me contó su vida, mientras usaba los cubiertos con la destreza de las personas educadas, aunque al final limpió el jugo del Pork Chop del plato con un trozo de pan y se lamió los dedos.
La historia de su vida era increíble, o mejor dicho asombrosa. Me dijo muchas cosas como que, provenía de una arruinada familia aristocrática del sur de la Unión americana, que había trabajado en el Banco de su abuelo, que fue piloto de la Real fuerza Británica, que había estudiado en la Universidad de Mississippi, y que luego la abandonó para dedicarse a escribir... Fue allí en donde lo interrumpí.
“¿Escribir?” le pregunté incrédulo, a la vez que me asaltaban mil ideas acerca de un millón de cosas... Todas ellas relacionadas con la profesión de escritor, el fortuito encuentro con este “vagabundo ilustrado” y mi angustia por encontrar la manera de cómo empezar a escribir.
“¿Como dijiste que te llamas?” Le pregunté mirándole directamente a los ojos.
“William... William Faulkner” me dijo pausadamente mientras se recostaba en el espaldar de su asiento. Y sonrió al ver en mi rostro la expresión de asombro.
“No puede ser, o es un homónimo o me esta tomando el pelo,” me dije a la vez que me ponía en guardia porque asumía que estaba cerca de una estrategia de estafa o hurto. Instintivamente hice un balance de lo que podían robarme. Tenía apenas $23 dólares en efectivo, mi tarjeta platino con crédito “El cielo es el limite”, un Rolex barato de solo $15,000 en mi muñeca y mi Ford Explorer de 60,000 dólares. Todo esto absolutamente asegurado y recuperable de mil maneras… pero no mi vida, a pesar de estar asegurada por un millón.
“¿William Faulkner?... Igual que el escritor de ‘Una Fábula’...” dije con el rostro serio como para demostrarle que no estaba para bromas, ni tramas fraudulentas, mencionando la única novela que había leído en el semestre de clases en la UCLA, y por el premio Pulitzer otorgado.
“No Michael... mi nombre sólo es un homónimo,” me dijo con aparente sinceridad, sonriendo y añadió-... Pero he escrito varias novelas...”.
Su franqueza me relajó y así pudimos continuar la conversación.
“Michael para escribir tuve que dedicarme a trabajos manuales que no me comprometían en una rutina obligada. Fui pintor de brocha gorda, carpintero y ‘arregla todo’, y con lo que ganaba podía dedicarme a escribir a tiempo completo por varias semanas…”
Ya nos habíamos tomado tres tasas de café y la conversación daba para mucho más. Este ‘vagabundo ilustrado’ era una fuente inagotable de anécdotas acerca de la escritura y escritores. Decía las cosas como si las hubiera vivido personalmente. Mencionó al escritor de cuentos estadounidense Sherwood Anderson y a otros, que debido a mi ignorancia no reconocía.
“¿Michael me invitas una cerveza?”
“Claro… Pero aquí no la venden!”.
“Vamos al bar de a lado”, sugirió poniéndose de pié.
Pagué la cuenta y salimos. Realmente el vagabundo ilustrado se había ganado, con su charla, la cena y las cervezas que le iba a invitar porque tenía toda mi atención, y más aun, había despertado una curiosidad por las respuestas sabias y fuera de cualquier marco escolástico de la literatura.

Al entrar al bar no pudimos evitar ver el hermoso trasero de una rubia en movimientos voluptuosos a lo largo de una barra vertical. El local estaba en penumbras y la única iluminación provenía de los destellos de las luces de colores de escenario alumbrando la desnudes de la danzante. Y otra, no menos rubia, nos guió a una mesa ubicada contra la pared. Así tuvimos la comodidad de proseguir con nuestra conversación mientras desaparecíamos jarras de cerveza como si fueran de aire.
A los pocos minutos de haber llegado, el mundo circundante de mujeres desnudas que rodearon nuestra mesa, ofreciéndonos sus exóticos bailes en privado, habían desaparecido debido a mi desatención. Sólo estábamos William, yo y nuestra jarras de cerveza... Yo, con una inmensa curiosidad por los conocimientos de este homónimo del gran escritor americano. A estas alturas ya éramos amigos haciendo criticas sarcásticas de autores y libros leídos. Yo me burlaba de Cervantes y El Quijote calificándola de la novela mas aburrida. Y él agregaba que los autores y sus obras pertenecen a su época.
“¿Conoces a José Carlos Mariátegui?” arremetí, debido a sus últimas palabras.
“No... Pero si leí a García Marques... Es una porquería… Mira Michael, la libertad literaria tiene sus patrones y límites… No puedes romper el buen uso del punto, la coma, ni la razón de ser de los párrafos… Es un desastre…”
“Si te refieres a ‘Cien años de Soledad’ estás equivocado... Aunque se requiere tener alma latinoamericana para poder apreciarla a plenitud.”
Estábamos ya en la segunda jarra de cerveza y nuestra confianza era total, cuando de repente se presentó una rubia con pinta de súper modelo que nos ofreció: “Quieren que baile en sus rodillas, guapos...? Vale tocar suavemente...”
Ambos la miramos por un instante, luego, para decepción de ella, continuamos con nuestra conversación.
“¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
Le pregunté como buen novato de escritor.
“Sí, se requiere 99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra”.
“¿Quieres decir que el artista debe ser completamente despiadado?”
“El artista es responsable sólo ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...”
“Entonces la falta de seguridad, de felicidad, honor, etcétera, ¿sería un factor importante en la capacidad creadora del artista?
“No. Esas cosas sólo son importantes para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento”.
“Entonces, ¿cuál sería el mejor ambiente para un escritor?”
“El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada qué hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán "señor". Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán "señor". Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky”.
Por supuesto que la conversación entre Michael y William Faulkner continuó... pero seguirá siendo contada en una próxima entrega... Hasta pronto amigos.
Nota: La parte resaltada en rojo son las propias palabras de William Faulkner tomadas de una entrevista.

sábado, 30 de abril de 2022

ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 3. Final





DE MICHAELANGELO BARNEZ
Les contaba que estábamos, William Faulkner y yo, bebiendo en un bar a medio camino entre Las Vegas y Los Ángeles, cuando dos bailarinas se acercaron a nuestra mesa y nos propusieron…
“¿Podemos hacerles compañía?...-Y debido a los breves segundos de nuestro silencio, agregó inmediatamente-... Ya estamos fuera del trabajo”
William, ni corto ni perezoso, empujó su silla hacia atrás haciendo un espacio entre la mesa y él, y la morena sin dilación se sentó en una de sus rodillas...
…Yo me había distraído sólo un segundo observando la actitud de mi amigo William. El cuadro me resultó sorprendente. Ver a la despampanante mujer negra en las rodillas del gringo sureño de Mississippi a punto de darse un beso francés había hecho saltar, desde la profundidad de mi subconsciente, la basura del prejuicio étnico en el cual había sido educado pasivamente durante años por la sociedad sin haberme dado cuenta. Claro que hoy, como un hombre respetuoso de los derechos humanos, consciente y responsable de mis actos, no aceptaba la discriminación de ningún tipo. Sin embargo la basura depositada por años se movió dentro de mí y su fétido olor me avergonzó. Era increíble, hacía sólo unos minutos que había insultado a mi amigo a causa de un aparente chiste de contenido étnico, al llamarme "big chief" debido a mi procedencia, y ahora mi subconsciente me traicionaba con una idea prejuiciosa.
Pero lo que resultaba aun más asombroso era la cantidad de pensamientos y emociones que pueden transcurrir por la mente en sólo unos segundos, y cómo, ‘alguien más’, dentro de ti, asume el control de tus acciones en ese lapso de tiempo.

Lo cierto y concreto era que Julienne, la despampanante rubia de labios carnosos y lunar a lo Cindy Crawford, cuyas redondeces estaban ahora ocultas bajo su ropa, resultaba mucho más sensual que desnuda. Ella ya estaba en mis rodillas, deslumbrándome con el fulgor del brillo de sus ojos pardos y su cautivante sonrisa. Entonces, me abrazó suavemente con la misma confianza y seguridad que sólo suelen tener los amantes o amigos entrañables. Me miró directamente a los ojos y acercó su rostro al mío como dispuesta a… devorarme. Su cautivadora sonrisa, sus ojos pardos, su belleza y la seguridad en sí misma empezaron a intimidarme.
Les confieso que no soy un tipo frívolo acostumbrado a la vida mundana (pucha, dale otra vez con mis prejuiciosos estereotipos) y, les decía, que realmente no sabía cómo desenvolverme en ese instante, como si fuera necesario saber qué hacer con una mujer en las rodillas en un bar de desnudos... En realidad... sí, sí tienes que saber cómo comportarte de lo contrario eres un patán, ¿Pero, a quién le importaría en ese lugar, si lo soy o no?... Bueno, sólo a mí mismo... Sí, al final de cuentas, yo era el problema. Por eso, por sólo unos segundos, me sentí atrapado sin saber qué hacer ni que decir, pero les confieso sinceramente que no sé de dónde infiernos salió de mis labios unas palabras y una melodía, a capela y en perfecto español… eran los versos de una canción de Calamaro...
Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...
Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...
Lejos... en el centro... de la tierra...
Las raíces... del amor... donde estaban... quedarán...
El rostro de Julienne se iluminó como si yo hubiera tocado un botón invisible en su alma. El casi susurro de la canción había funcionado como un “Abra Cadabra” mágico, para ella y para mí, porque lo que siguió fue un devenir de gestos, palabras y acciones que jamás había pensado vivir en mi tediosa y apacible vida de proyecto de escritor, o en lo que me quedaba de ella. 
“Sigue por favor...” me suplicó Julienne, y se puso de pié delante de mí.
“Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...”
Empecé, a voz en cuello, con el pegajoso estribillo mágico... y la magia funcionó.
“Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...

Julienne bailó, esta vez sobre el espacio mínimo de una baldosa. No fue una danza erótica, sino muy acompasada y alegre. Se balanceó hacia delante, atrás y a los costados mientras sus manos dibujaban siluetas invisibles en el cielo; dio giros con sus caderas y rodillas mientras bajaba y subía su cimbreante humanidad; y la conjunción de los movimientos de sus brazos y manos, señalándome o haciendo hondas delante de sus resplandecientes ojos pardos, y sacudiendo su rubia cabellera me cautivaron, logrando hacer desaparecer de mi conciencia el entorno en dónde estábamos.
Sólo la bulla de los aplausos y silbidos me trajo de vuelta al mundo real. Vi a William y a la mulata aplaudiendo alegremente, y a otros, de mesas cercanas, aullando y silbando.
Julienne volvió a sentarse, con toda naturalidad, en mi rodilla mientras se arreglaba la cabellera. Entonces, tuve una agradable sensación. En ésta oportunidad, por primera vez en todo éste viaje en búsqueda de una evasión, sentí su peso, su calor, su aroma... su respiración. Sí, fui consciente que estaba con un ser humano que buscaba compartir un momento de felicidad... y por más breve que fuera... era verdadero... entonces intuí que en ésta ocasión sería muy diferente al “pan con pescado” de 200 dólares que había experimentado en la ciudad del pecado de Las Vegas.
Mi ánimo había cambiado, y súbitamente no tuve ningún problema para seguir bebiendo. Así, sin darme cuenta, entré en el clásico estado de euforia del borracho, y bailé, bailé como un trompo o quizás fue el mundo él que comenzó a girar a mí alrededor, pero recuerdo que las últimas escenas de aquella noche fueron como los destellantes flashes de un fotógrafo, en donde vi a William y su morena acompañante riendo a carcajadas con las narices empolvadas de blanco; a Julienne frotándose contra mí o tomándome de la mano mientras girábamos en un baile interminable; luego recuerdo también que, dando tumbos por un corredor, fui al baño con William, de cuando en plena micción lo vi conversar con alguien para luego acercarse a mí y pasarme subrepticiamente un paquetito a la mano, acompañada de una grotesca mueca de sonrisa y guiño de ojo. Yo entré al excusado y en mi soledad sonreí conmigo mismo, y en el último atisbo de conciencia que me quedaba me anunció que estaba a punto de drogarme para poder sobrevivir la noche.
Abrí el envoltorio del polvo de mi salvación con el mismo cuidado que tiene un elefante desatando el nudo de un pañuelo de seda, y con el giro de mi mano derramé el polvo blanco del paquetito al retrete, polvo que vi caer como una lenta cascada al remolino de agua que se iba inexorablemente por el canal de las inmundicias y de las ilusiones truncadas, mientras adivinaba que en mi rostro se dibujaba la estúpida sonrisa del borracho orgulloso... Sí, así, en medio de mi embriagues, me sentía feliz de lo que estaba haciendo.
Desperté súbitamente sobre una cama con un terrible dolor en el brazo. Cuando quise moverme descubrí que la rubia cabellera de Julienne estaba justamente en donde provenía el bendito dolor.
Con cuidado, esta vez de caballero y no de elefante, me escurrí y logré zafarme del peso aunque no pude lograr que ella instintivamente se moviera girando su cuerpo, el que quedó totalmente expuesto ante mis ojos para mi deleite.
“¿Deleite?... Shit!!!” Me dije a mí mismo mientras masajeaba suavemente el brazo adormecido, y cuyo punzante dolor ahora se reflejaba en mis sienes que parecían a punto de estallar, como recordándome el pago por la noche de borrachera.
“Un baño... un baño de agua bien fría me reanimará y quitará la jodida resaca” Pensé mientras iba al baño.
“No way José!!!” exclamé al tocar el agua de la ducha con la punta de mis dedos y comprobar que si el agua corría era porque estaba a un grado menos de su punto de congelación, así que opté por un baño tibio. En un principio sometí a mi dolido hombro al masaje acuoso de la ducha a la máxima temperatura que podía soportar, para luego simplemente disfrutar del relajante chorro del agua tibia.
Estuve así por unos minutos, con los ojos cerrados, girando alrededor del chorro de agua, meditando en los ‘huevos del gallo’, la ‘cuadratura del círculo’ y en que si, así, a través del placer del baño, podría llegar al nirvana. Cuando de pronto, sentí que dos suaves manos se deslizaron por mi cintura, desde la espalda, para acariciar mi pecho. Mi reacción fue abrír inmediatamente mis ojos y giré a ver quién era porque, en este bendito país de sicópatas, la ducha es el lugar preferido para cometer sus crímenes, y no precisamente para enjabonarlo a uno.

Para mi felicidad encontré los relampagueantes ojos pardos de Julienne, quien alegremente y con toda mala intención, alevosía y ventaja de su juventud se unía al reconfortante baño tibio. Bueno, tampoco sólo para enjabonarnos, sino para todo lo que habíamos estado imaginándonos hacer mutuamente desde el momento en que nos vimos en la penumbra del Nude Bar... Claro que, siempre y cuando tuviéramos la oportunidad... Y la tuvimos durante una interminable semana.
¿Y el gringo William?  ¿Y la literatura?  ¿Y el proyecto de escribir mi primera novela? ¿Se fueron a la M...? Bueno, en realidad les confieso que esa es una historia, larga y aburrida, de papeles emborronados que en su mayoría van a parar al tacho de basura, real o virtual, la que les iré contando sólo las partes más anecdóticas de aquellos escritos que sobrevivieron... Y como éste no es un cuento de hadas o ficción, puedo adelantarles algunas cosas que no tendrían por qué arruinar la sorpresa, ni el drama, porque no lo es. Bien, les diré que la flaca Julienne vive conmigo en mi nueva casa frente al mar, en San Bartolo... Casa que compré con el producto de la venta de mi primera novela que resultó siendo un best seller... En esto, Julienne fue una gran ayuda para mi estabilidad emocional, aunque eso no fue lo determinante en mi producción literaria. Lo que sí resultó determinante fue mi providencial amistad con el gringo William y sus ocasionales amigos, como James Joyce y Ernest Hemingway, entre otros, que traía a las interminables conversaciones que aun tenemos en la terraza de mi casa casi todas las tardes; charlas de todo, entre bocanadas de humo de una buena sativa, apreciando el atardecer al borde de la playa, el exquisito sabor de las aceitunas Españolas, el queso Cajamarquino y el pisco ‘Acholado’ Peruano... 
¿Fin?... No...
Como les dije, les iré contando poco a poco... Hasta pronto.

viernes, 11 de febrero de 2022

EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA

 



De Michaelangelo Barnez

"EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA"

Fue lo que me dijo Gabriela como una promesa de amor en la tarde que nos reunimos en la habitación de su casa, en Miraflores, días antes del 14 de febrero.

Hacía un año que nos conocimos y 10 meses que nos hicimos enamorados. Últimamente, nos reuníamos en su dormitorio los días sábados para prepararnos para los laboratorios y exámenes parciales de la semana siguiente. Sus padres me conocían y consentían nuestra relación de enamorados confiando en la responsabilidad de Gabriela.

Fue amor a primera vista al encontrarnos en el mismo salón de clase del curso de Geometría Descriptiva, para alumnos de Arquitectura e Ingeniería Civil, de la Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, de Lima, Perú. Al principio solo nos “hacíamos ojito” desde asientos diferentes, pero el día que recibimos los resultados de nuestro primer examen parcial se acercó a mí, con los ojos desorbitados.

“¡Veinte, te has sacado veinte, pucha, si nadie en la clase aprobó!”, dijo Gabriela, casi riéndose al momento de mostrarme el Cero en su hoja de examen. Y añadió “Nos fregaste a todos”.

Mientras el arquitecto-profesor se reía, ya que, en el caso de haber desaprobado a todos, el examen se anulaba.

“Yo solamente hice lo que pude” dije sonriendo.

Y así fue como nos hicimos amigos inseparables, y cuando no teníamos clases comunes ansiábamos por encontrarnos. Por eso nos veíamos varias veces al día, en los cambios de clase u horas libres en el campus universitario y pasábamos horas en las bibliotecas de las especialidades o en la general.

Y el ansiado momento de hacernos enamorados llegó, sin declaratorias, ni agarraditos de manos, si no cuando le estaba explicando cómo resolver la proyección de Líneas en los diversos planos para descubrir que no se interceptan, pero se cruzan. Yo estaba desprevenido cuando nuestros rostros se acercaron y la miré para comprobar si me entendía, entonces fue cuando me besó. Fue como un “piquito” brevísimo, pero bastó. Nos miramos a los ojos y nos dijimos mil palabras de amor en un segundo. Y la bulla de los demás en la biblioteca nos trajo a la realidad.

En poco tiempo nos convertimos en los tortolos de la UNI, porque cada vez que andábamos por el campus lo hacíamos de la mano. Mis amigos dejaron de molestarme porque ella se hizo amigos de ellos también.

A decir verdad, teníamos círculos diferentes de amigos, pero Gabriela me los presentó a los suyos y les caí muy bien, excepto a uno, que también la pretendía.

Fue cuando empecé a almorzar con ellos en los restaurantes privados de la UNI, lo que afectaba a mi magra economía. Antes lo hacía en el comedor general que llamaban “la muerte lenta” y era 1/3 más barato, pero había que hacer una larga cola que nos consumía por lo menos una hora.

“Juan, me gusta como hueles y como vistes” me dijo Gabriela, un día, en medio de besos y caricias.

Yo llegaba a la UNI a las 6 a.m., todos los días, y me iba directo al camerino del gimnasio, me cambiaba y corría todo el perímetro del Campus. Luego hacia mis necesidades, me duchaba y me vestía con una ropa limpia, que guardaba en mi casillero, que por lo general era la que me enviaban mis padres desde California. Así, ya estaba listo para empezar el nuevo día, con las clases, los exámenes y Gabriela.

“¿Podemos hacerlo en tu casa, no?”

“Mmm…” demoré en responder. “Sí, claro” dije finalmente.

“Como me dijiste que vives solo… o acaso no quieres…”

“No, no se trata de eso… es que vivimos en lugares diferentes”

“Ja, ja, ja… eso ya lo sé, porque no vivimos juntos, ¿no?”

“Me refiero a la calidad de los lugares. Tu barrio es muy bonito y limpio, el mío, no”.

“No me importa, solo quiero que estemos tú y yo, sin que nadie nos interrumpa en el día del amor”.

Y yo, asentí.

De regreso a mi casa, por el largo trayecto de unas calles polvorientas y sin asfaltar, esquivando baches y una jauría de perros callejeros que salían como a querer morder las llantas de la combi en que viajaba, no dejaba de sufrir pensando.

“Como decirle a Gabriela que mi casa era cuatro paredes de palos, esteras y cartones, piso de tierra y techo de calamina; con una cama, mesa y silla como únicos muebles; sin agua, ni luz, ni baño. Así era mi barrio, en donde vivíamos miles de familias pobres y otros tantos de miles en la más extrema pobreza; por eso mis padres se fueron a California cuando se les presentó la oportunidad, a buscar una vida mejor, y yo estudiar. Por eso yo tenía que sobrevivir con los 100 dólares que me enviaban cada mes, y pasar más de 12 horas en la universidad, en donde además de estudiar tenía que hacer mis necesidades, asearme y cambiarme de la ropa diaria que vestía, y que a ella tanto le gusta, la que guardaba en las gavetas del gimnasio de la universidad. Creo que no habrá entrega de amor y que a Gabriela la perderé a antes de llegar a mi casita.”



domingo, 16 de enero de 2022

EL OMNIBUS



Iba un ómnibus, nuevo y de color azul cielo, por la carretera que unía una ciudad de los suburbios con otra muy grande: Los Ángeles.
El ómnibus estaba casi lleno, sólo dos de sus asientos aún estaban libres.
El chofer, un hombre de rostro delgado, pálido y muy serio, con la vista fija en la carretera, no prestaba atención a la amena conversación de sus pasajeros ni al jolgorio de los de más atrás, y sin apuro, conducía el vehículo a mediana velocidad.
De pronto, al voltear por un recodo de la carretera, vio no muy lejos un tumulto de carros y gente en el camino. El chofer, inmediatamente, se puso en guardia y comenzó a disminuir la velocidad. Sí, había ocurrido un accidente.  
Cuando estuvieron muy cerca del fatídico lugar escucharon los lamentos de la gente, y todos en el ómnibus, muy curiosos, prestaron oídos y miraron por las ventanas.
“Pobres criaturas…!”
“Fue por proteger a su mascota…!”
“Juro que no pude hacer nada, se metieron a la carretera de improviso, yo frené pero no pude evitarlos…!”
Fue lo que oyeron, porque carros y gente ocultaban a las víctimas que yacían sobre el asfalto de la carretera.
El chofer del ómnibus, conduciendo muy despacio, hizo un giro muy lento para evitar el tumulto, hecho que satisfizo la morbosa curiosidad de sus pasajeros por mirar. Así, avanzó unos metros más y se detuvo en una zona despejada, al borde de la carretera, entonces presionó un botón ubicado en el tablero de control, entre el encendedor y la radio, y la puerta hidráulica del ómnibus se abrió.
Allí, al lado de la carretera y frente a la puerta abierta estaba parado un niño con una amplia sonrisa en los labios, llevando en sus brazos a un perrito “Chiguagua”. El niño subió y se sentó en el asiento libre, poniendo a su lado, en el otro asiento, a su querida e inquieta mascota, en medio del aplauso de los pasajeros.
“¡Estamos completos!” Anunció el chofer del ómnibus color azul cielo cerrando la puerta y, aumentando la velocidad, se perdió en la larga carretera camino a Los Ángeles.  

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...