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viernes, 6 de mayo de 2022

“ME FUI A LAS VEGAS, SOLO, A PUTEAR Y EMBORRACHARME... 1 de 3”



BY MICHAELANGELO BARNEZ
Un homenaje a William Faulkner.
ME FUI A LAS VEGAS, SOLO… PARTE 1 de3.
Iba manejando por la carretera interestatal Las Vegas-Los Ángeles de regreso a casa, luego de un fracasado intento de huir de los demonios que llevaba conmigo. Pensé que en la ciudad del pecado me distraería lo suficiente como para alejar la presión que sentía por escribir mi primera novela.
Realmente sentía en lo mas profundo de mi espíritu una gran compulsión por escribir, y para estar a la altura de esta tarea, a la que debía enfrentarme completamente solo, me había inscrito, y culminado también, un curso intensivo de Literatura de seis horas diarias, de lunes a viernes, durante seis meses en la UCLA de Los Ángeles, en la cual tuve como profesores a los mas connotados escritores de la Unión Americana.
El curso había sido de una gran ayuda en el campo estrictamente técnico, pero además me proporcionó cierta confianza en mí mismo para poder expresar en palabras escritas las ficciones que pugnaban por salir de mi mente. Aun así, pesaba mucho mi pasado de 25 años como ingeniero ante una carrera como escritor “cero kilómetros”.
El curso al que me enrolé llevaba el sugestivo nombre de “Como Escribir una Maldita Novela... Sin Morir en el Intento”, y hoy, después de la investigación realizada y haber revisado todas mis notas teóricas de cómo hacerlo no podía empezar... Parecía que el título del curso se había hecho realidad, y la maldita novela amenazaba con liquidarme.
Por eso me fui a Las Vegas, solo, a putear y emborracharme, para así librarme del fantasma que me gritaba: “No puedes!!!”. ¿Pero, de dónde surgió semejante idea? ¿Acaso algún escritor ahuyentó sus demonios a través de la cura del sexo y el alcohol? En realidad, sí. Muchos.
Mis profesores me habían contado de manera anecdótica, cuando hablaron acerca de la personalidad de los escritores, especialmente los novelistas, que muchos de ellos organizaron bacanales; y recalcaron que “hay que estar medio loco para sentarse durante horas, días, semanas y meses, si no años, delante de una maquina de escribir, o el procesador de palabras de una computadora, y escribir historias increíbles con personajes que nunca existieron, y peor aun, hablarles hasta el límite de contradecirse y pelear con ellos... Sí, definitivamente los novelistas estamos locos... y sólo a través de nuestros personajes y sus problemas encontramos la cordura”.
Así, de regreso a Long Beach, después de que dos prostitutas me hicieran ‘pan con pescado’ y haber bebido hasta la inconciencia, regresaba a casa con un inmenso hueco en el alma. “Sexo y alcohol no es mi cura...” me dije a mí mismo mientras manejaba en la oscuridad de la noche por la carretera. Definitivamente, estaba sufriendo la consabida depresión originada por el choque del abuso del placer con las normas morales incrustadas en mi subconsciente.
Corría a 120 Km por hora, por la interestatal, como huyendo de la ciudad del pecado ante la inminencia de ser destruida por la ira de dios, como en Sodoma y Gomorra.
Era casi la medianoche. Podía haberme quedado a dormir cómodamente en el hotel hasta la mañana siguiente y regresar durante el día. Pero estaba inquieto, algo me angustiaba a regresar inmediatamente... Como si alguien me estuviera esperando en la soledad de mi departamento.
Miré el reloj digital de mi Ford Expedition, “Mierda, faltan aun cuatro horas para llegar a casa!” pensé, a la vez que veía a lo lejos las luces de una estación de servicio de gas al lado de la carretera.
Fueron sólo escasos minutos los que transcurrieron para estar frente a los luminosos establecimientos. Ya había decidido parar, llevaba dos horas manejando y quería estirar las piernas, además de sentir casados los ojos.
Allí, primero, llené el tanque de gasolina, a la vez que chequeaba visualmente los alrededores del lugar. En un lado estaban un restaurante de Hamburguesas, Steaks y Pork Chops, con sus luces de neón que lo anunciaba; y, al lado, un motel. Al otro extremo, como para que nadie se equivoque del lugar, un bar que ofrecía espectáculos de desnudos.
Una vez llenado el tanque de gasolina me estacioné al lado de restaurante. Un New York Steak sació mi apetito, y cuando estaba por pagar la cuenta y salir, una persona se acercó y me pidió “¿Podría invitarme una hamburguesa, por favor?”, miré al intruso y lo reconocí. Tenía una voz aguardientosa que asociada a su figura resultaba difícil de olvidar.
“En Las Vegas fue un cigarrillo y una cerveza lo que me pediste... ¿y aquí, tengo que alimentarte también?” le dije al gringo, mal trajeado, que ya había visto en un casino.
El gringo, de unos 40 años, barba descuidada, intensos ojos azules y grueso abrigo, para protegerse del frío, se limitó a sonreír humildemente. Apenas giré mis ojos en busca de la mesera el gringo se sentó frente a mí.
“Gracias hermano... Uds. son los únicos que invitan... me llamo William y tú?
“Michaelangelo...” dije, he hice silencio porque no tenía ánimo de entablar una conversación con el pordiosero. Aunque me llamó la atención el brillo de inteligencia que demostraban sus ojos.
“¿Lo está molestando?” Preguntó la mesera al acercarse.
“No...-respondí, y sonriendo ordené-... ¿Por favor puede servirle una hamburguesa y una soda?”
“Disculpe...-me corrigió William, y con un desparpajo universal ordenó-... quiero un plato igualito al que comió mi amigo, más un Pork Chop, ¿ya...?” y con una amplia sonrisa mostró su impecable dentadura.
Mi prejuiciosa idea acerca del hombre que tenía adelante empezó a cambiar “No puede ser un vagabundo” me dije.
“¿A que te dedicas... -le iba a decir “gringo”, pero sabiendo su nombre y por un espontáneo respeto, dije su nombre-... William?”.
Su curtido rostro se iluminó y con la confianza de amigos me contó su vida, mientras usaba los cubiertos con la destreza de las personas educadas, aunque al final limpió el jugo del Pork Chop del plato con un trozo de pan y se lamió los dedos.
La historia de su vida era increíble, o mejor dicho asombrosa. Me dijo muchas cosas como que, provenía de una arruinada familia aristocrática del sur de la Unión americana, que había trabajado en el Banco de su abuelo, que fue piloto de la Real fuerza Británica, que había estudiado en la Universidad de Mississippi, y que luego la abandonó para dedicarse a escribir... Fue allí en donde lo interrumpí.
“¿Escribir?” le pregunté incrédulo, a la vez que me asaltaban mil ideas acerca de un millón de cosas... Todas ellas relacionadas con la profesión de escritor, el fortuito encuentro con este “vagabundo ilustrado” y mi angustia por encontrar la manera de cómo empezar a escribir.
“¿Como dijiste que te llamas?” Le pregunté mirándole directamente a los ojos.
“William... William Faulkner” me dijo pausadamente mientras se recostaba en el espaldar de su asiento. Y sonrió al ver en mi rostro la expresión de asombro.
“No puede ser, o es un homónimo o me esta tomando el pelo,” me dije a la vez que me ponía en guardia porque asumía que estaba cerca de una estrategia de estafa o hurto. Instintivamente hice un balance de lo que podían robarme. Tenía apenas $23 dólares en efectivo, mi tarjeta platino con crédito “El cielo es el limite”, un Rolex barato de solo $15,000 en mi muñeca y mi Ford Explorer de 60,000 dólares. Todo esto absolutamente asegurado y recuperable de mil maneras… pero no mi vida, a pesar de estar asegurada por un millón.
“¿William Faulkner?... Igual que el escritor de ‘Una Fábula’...” dije con el rostro serio como para demostrarle que no estaba para bromas, ni tramas fraudulentas, mencionando la única novela que había leído en el semestre de clases en la UCLA, y por el premio Pulitzer otorgado.
“No Michael... mi nombre sólo es un homónimo,” me dijo con aparente sinceridad, sonriendo y añadió-... Pero he escrito varias novelas...”.
Su franqueza me relajó y así pudimos continuar la conversación.
“Michael para escribir tuve que dedicarme a trabajos manuales que no me comprometían en una rutina obligada. Fui pintor de brocha gorda, carpintero y ‘arregla todo’, y con lo que ganaba podía dedicarme a escribir a tiempo completo por varias semanas…”
Ya nos habíamos tomado tres tasas de café y la conversación daba para mucho más. Este ‘vagabundo ilustrado’ era una fuente inagotable de anécdotas acerca de la escritura y escritores. Decía las cosas como si las hubiera vivido personalmente. Mencionó al escritor de cuentos estadounidense Sherwood Anderson y a otros, que debido a mi ignorancia no reconocía.
“¿Michael me invitas una cerveza?”
“Claro… Pero aquí no la venden!”.
“Vamos al bar de a lado”, sugirió poniéndose de pié.
Pagué la cuenta y salimos. Realmente el vagabundo ilustrado se había ganado, con su charla, la cena y las cervezas que le iba a invitar porque tenía toda mi atención, y más aun, había despertado una curiosidad por las respuestas sabias y fuera de cualquier marco escolástico de la literatura.

Al entrar al bar no pudimos evitar ver el hermoso trasero de una rubia en movimientos voluptuosos a lo largo de una barra vertical. El local estaba en penumbras y la única iluminación provenía de los destellos de las luces de colores de escenario alumbrando la desnudes de la danzante. Y otra, no menos rubia, nos guió a una mesa ubicada contra la pared. Así tuvimos la comodidad de proseguir con nuestra conversación mientras desaparecíamos jarras de cerveza como si fueran de aire.
A los pocos minutos de haber llegado, el mundo circundante de mujeres desnudas que rodearon nuestra mesa, ofreciéndonos sus exóticos bailes en privado, habían desaparecido debido a mi desatención. Sólo estábamos William, yo y nuestra jarras de cerveza... Yo, con una inmensa curiosidad por los conocimientos de este homónimo del gran escritor americano. A estas alturas ya éramos amigos haciendo criticas sarcásticas de autores y libros leídos. Yo me burlaba de Cervantes y El Quijote calificándola de la novela mas aburrida. Y él agregaba que los autores y sus obras pertenecen a su época.
“¿Conoces a José Carlos Mariátegui?” arremetí, debido a sus últimas palabras.
“No... Pero si leí a García Marques... Es una porquería… Mira Michael, la libertad literaria tiene sus patrones y límites… No puedes romper el buen uso del punto, la coma, ni la razón de ser de los párrafos… Es un desastre…”
“Si te refieres a ‘Cien años de Soledad’ estás equivocado... Aunque se requiere tener alma latinoamericana para poder apreciarla a plenitud.”
Estábamos ya en la segunda jarra de cerveza y nuestra confianza era total, cuando de repente se presentó una rubia con pinta de súper modelo que nos ofreció: “Quieren que baile en sus rodillas, guapos...? Vale tocar suavemente...”
Ambos la miramos por un instante, luego, para decepción de ella, continuamos con nuestra conversación.
“¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
Le pregunté como buen novato de escritor.
“Sí, se requiere 99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra”.
“¿Quieres decir que el artista debe ser completamente despiadado?”
“El artista es responsable sólo ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...”
“Entonces la falta de seguridad, de felicidad, honor, etcétera, ¿sería un factor importante en la capacidad creadora del artista?
“No. Esas cosas sólo son importantes para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento”.
“Entonces, ¿cuál sería el mejor ambiente para un escritor?”
“El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada qué hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán "señor". Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán "señor". Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky”.
Por supuesto que la conversación entre Michael y William Faulkner continuó... pero seguirá siendo contada en una próxima entrega... Hasta pronto amigos.
Nota: La parte resaltada en rojo son las propias palabras de William Faulkner tomadas de una entrevista.

lunes, 9 de septiembre de 2019

UNIVERSOS PARALELOS

mujer madura

Me casé con una hermosa mujer morena y nuestro matrimonio perduró por unos largos 30 años, claro está que con los consabidos altos y bajos de toda relación. Pero últimamente, en los momentos de crisis, hemos llegado no solamente al límite de la tolerancia, sino que esta se había transformado en una asfixiante intolerancia, mutua y con la misma intensidad en ambos. Aunque, ya calmados, siempre llegábamos a la reconciliación… pasajera.
Hoy tuvimos una nueva discusión, en donde la expresión “nueva” es solo un decir, porque, en la larga fila del recuento de estas, creo que ese término ya no cabía más.
¿Cuál fue el motivo de la discusión? Vaya, solo fue hace unas horas y ni lo recuerdo, solo queda mi desagrado y rabia hacia ella. Pero Uds. pueden imaginarse cualquiera, la más insulsa, burda y vana que puedan pensar, y esa sería el suficiente motivo para encender la hoguera de injurias que logran hacer brotar el odio reprimido que sentimos ambos por cada uno de nosotros.
No hablaré acerca de ella, directamente, sino de mí, porque a pesar de la rabia que siento no pierdo la cordura de mi caballerosidad… en las formas.
Bueno, lo primero que quiero mencionar son algunos defectos, creo que graves, que he tenido por años, y que a estas alturas de mi vida no han cambiado. Sin embargo, nunca fui totalmente consciente de ellos hasta que ella me los enrostró, repetidas veces, como causa de la desgracia de su vida.
Fui y soy dominante… y en un principio a ella le gustaba. En casa se hacía lo que yo creía y decía, actuando siempre con la absoluta convicción de que era lo mejor para todos… y ella, aparentemente feliz, se sometía y hacía las cosas más simples en casa. Hoy mis hijos no tienen porque soportarme, porque se han ido por sus propios caminos. No obstante, ella sigue a mi lado, aunque con el consabido desagrado de no poder soportarme y hacerlo explicito en cada oportunidad que puede.
Fui y soy muy apasionado en el amor. Esto, como virtud, fue algo que a ella le encantó y lo disfrutó por años, a la vez que hizo tolerante todos mis defectos. Hasta que el tiempo me venció y la fuerza menguó, entonces el embrujo acabó, aunque no mi pasión por ella. Ahora sé la humillante verdad, de sus propios labios escupiéndome al rostro, cuando no puedo hacer el amor y me reprocha diciéndome: “nunca me saciaste!!!”.
Hoy ya no soy el adonis de antes, y en mi cuerpo mis músculos han sido reemplazados o cubiertos por la grasa. Al extremo que, en donde había un sexy escultural abdomen, tallado en músculos, ahora sobresale una prominente panza. Y en mi rostro, tanto sonreír a la vida como el fiel reflejo de la alegría de mi espíritu, ahora hay surcos profundizados por el desprecio sentido que llego a percibir de ella hacia mi persona, provocando, peor aún, horribles ojeras y rictus como reflejo de mi amargura.
Mis cabellos, si no han encanecido, se han ido con el viento, el champú y el agua o el acondicionador y el peine… y ni qué decir de mis dientes, que a decir verdad hacen honor a un conocido refrán, porque se han ido con mis parientes… al más allá.
Hoy, temprano en la mañana, al levantarme de la cama, me miré al espejo y comprobé que soy el espanto que ella dice que soy.
Peor aún, ahora dice que huelo, que soy descuidado y sucio debido a las manchas de comida en el pecho de mi camisa… y del baño ni qué decir.
Por eso, viviendo en la misma casa, dormimos en dormitorios separados, con baños separados y todo… lo que ha evitado las reconciliaciones, ¿?.  
Mis hijos ya se han ido de casa para vivir en las suyas. Ahora, en esta tremenda mansión, sólo quedamos dos seres que ya no se soportan y dos criadas fantasmas que penan por la casa cocinando y limpiando.
Esta noche, mientras ella dormía,  entré a su dormitorio y me metí entre las sabanas con mucho cuidado en no rozar su cuerpo para no despertarla y así, indudablemente, encolerizarla, aunque yo sospechaba que estaba despierta.
Allí, recostados en la misma cama, dándonos la espalda y a un aparente kilometro de distancia, nuestra respiración sonaba profunda y calmada. Y en medio de mis pensamientos tomé la resolución de irme… para siempre… de esta vida.
Al día siguiente, mi esposa, al despertar, comprobó que el inerte cuerpo que yacía a su lado era el de un muerto, y lanzó un alarido de dolor diciendo mi nombre, llamándome como una loca desenfrenada; lo que me conmovió profundamente, mientras que yo, como una nube, la observaba desde un rincón del dormitorio. Fue tanto la expresión de dolor y llanto que ella dejó salir del fondo de su corazón, que estuve a punto de regresar para consolarla… pero ya no era posible… y me marché, definitivamente, caminando por un oscuro túnel en donde se podía apreciar una salida luminosa al final de esta.
De pronto, en mi estado de adormecimiento, sentí el suave rozamiento de alguien que se enroscaba a mi cuerpo… y desperté en mi cama cubierto por la rubicunda cabellera de mi mujer. Había dormido tan profundamente que solo atiné a desprenderme lo más suavemente de ella para ir al baño. Allí, me miré al espejo, primero un lado de mi rostro y luego el otro, abrí mi boca y miré mis dientes, luego me dije a mí mismo: “Aún estoy lozano… pero ya llegará la vejez” y alcé mis hombros como un ademán despreocupado y sonreí del sueño que recordaba tenuemente.
De regreso a la cama, me escurrí suavemente entre las piernas de mi amada y me hundí en su blonda entraña. Así, ambos tuvimos un esplendoroso despertar, mucho mejor que el de ayer, aunque, quién sabe, no tanto como el de mañana.
Rubia
Rubia
PS: “Universos paralelos es el nombre de una hipótesis física, en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes. El desarrollo de la física cuántica, y la búsqueda de una teoría unificada (teoría cuántica de la gravedad), conjuntamente con el desarrollo de la teoría de cuerdas, han hecho entrever la posibilidad de la existencia de múltiples dimensiones y universos paralelos conformando un multiverso”… Wikipedia

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...