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domingo, 5 de junio de 2022

YO TÉ


Ya era mediodía cuando me senté alrededor de una pequeña mesa redonda para dos, de mantel a cuadros rojo y blanco y al aire libre, en la acera del Café Le Dome, de La Ciudad de la Luz: París, cercano a la plaza en donde se erguía la imponente Torre de Eiffel, en espera de la única amiga que tenía allí, a quién solo había conocido a través de un portal literario de las redes virtuales de internet. Ella, Marie Deneuve, era la persona fundamental para mi corta estadía en esa gran y hermosa ciudad, ya que hablaba, además del obligado francés, el inglés y español; estas dos últimas las únicas lenguas que yo dominaba.
A decir verdad, desde que salí del aeropuerto internacional de París, Charles de Gaulle, me sentí perdido, puesto que tenía dificultades para comunicarme con la gente con quienes ineludiblemente tenía que tratar. Al taxista únicamente le enseñé el tríptico de propaganda del Hotel para hacerme entender que me llevara allá. Una vez allí, al querer pagarle por el servicio y no entender lo que me decía, opté por enseñarle una baraja de billetes de Euros, equivalentes a $80 Dólares, para que él escogiera lo debido, y el taxista tomó todos y me agradeció con una amplia sonrisa. Realmente no me sentí mal con la actitud de este, ya que yo sabía de antemano que era la tarifa aproximada, incluyendo la propina.
En el hotel me fue más fácil, porque hablaban inglés y mi agente ya había hecho las reservaciones del caso. Solo tuve que mostrar mi pasaporte americano y mi tarjeta de crédito para que las muy amables francesas me atendieran como un rey. ¿Francesas? No, no lo eran. Luego me enteré de que realmente eran españolas, pero solamente me hablaron en inglés durante mi corta estadía.
Así transcurrieron mis primeras horas, acomodándome en mi suite del hotel Saint Dominique, ubicado en la calle del mismo nombre; en el lobby de este, y luego aventurándome a caminar por los alrededores, sin alejarme mucho para no perderme. Y en la noche viéndo la TV en cable.
“A cappuccino, please!” le dije al maître del café cuando este se acercó a atenderme. Luego, desplegué el diario, Los Ángeles Time, que gentilmente me habían obsequiado en el avión el día de ayer, y repasé las noticias ya obsoletas, mientras había dejado sobre la mesa los tres libros que pensaba obsequiar a mi amiga Marie: “Rayuelas” de Cortázar; “Los Heraldos Negros” de Vallejo; y “Te Veré en Sueños”, la novela que iba a presentar el próximo viernes.
Pero Marie demoró más de lo que yo demoré en beber tres tazas de café, así que, como ya era hora del almuerzo, le pregunté al maître por el menú, y este me trajo una cartilla con todo lo que servían allí… escrita en francés por supuesto. Aun así, no tuve dificultad para elegir lo deseado, porque no iba a almorzar aun, sino matar el hambre y justificar mi larga espera en esa meza del concurrido Café. En la lista vi una foto a colores, entre muchas, con una descripción: “Crêpe sgratinées à la mozzarella et jambon”.
“I want this, please!” le dije poniendo mi dedo en el gráfico, adivinando que era un Crepé de mozzarella y jamón. Y el maître me entendió… Pero agregó: “Et pour laboisson? Y me envió al limbo por tres segundos, para remontarme a los años de mi llegada a Gringolandia, cuando sin saber inglés adivinaba lo que me decían acertando casi al 100% de veces, cuando me hablaban. Entonces le respondí: “A cold Pepsy, please!” Y el maître se fue.
El hojear, el diario en mis manos solo cumplían una fachada a mi prolongada espera por Marie. Realmente no tenía ningún interés en releer las noticias ya pasadas y menos los abundantes avisos comerciales. Y de tanto en tanto, miraba a mí alrededor y observaba a la gente que ya iba llenando las mesas contiguas. Y una vez más pude comprobar que el mundo se había globalizado no únicamente en lo económico, sino en razas y culturas, tan igual como sucedía en California desde ya muchos años atrás.    
Y mientras paseaba mi mirada observando a la gente del café, mis ojos coincidieron con los verdes de una linda joven, sentada a pocos metros de mi mesa, quien me sonreía amablemente. Yo, caballerosamente, y con mucha duda, respondí con una leve reverencia con la cabeza y una sonrisa en mis labios, y continué con mi observación, sin mostrar mucha importancia al hecho en particular. Aunque para mis adentros pensaba que quizás ella me conocía del portal literario o en Facebook. Intrigado, volví a buscar sus ojos y encontré su fresca sonrisa y alegre mirada sobre mi persona. Y yo solo atiné a responder de la misma manera, para luego refugiarme en el diario, simulando leerlo.
Mientras comía mi Crepé volví a mirarla, y volví a encontrar su dulce mirada y sonrisa. Entonces yo, cogiendo el vaso de hielo con soda, hice un ademán levantándolo, mientras decía con una sonrisa y sin palabras sonoras: “Salud!”
Ella se alegró e hizo lo mismo diciéndome algo que yo entendí como: “Yo té!”
Continué comiendo y bebiendo a sorbos mi soda, mientras pensaba que usualmente malinterpretamos los gestos, creyendo que ella había malentendido el mío, cuando levante el vaso, como refiriéndome al contenido de mi vaso, por lo que ella me contestó con lo ella bebía: “Yo té!” sin palabras.
Yo ya había terminado de comer mi crepé, y mi paciencia por la espera se había agotado también, así que estaba dispuesto a pedir la cuenta y regresar a mi hotel. Pero antes hice el último intento de comunicarme con Marie, solo para obtener la misma decepcionante respuesta de que sistema satelital de esa zona no registraba mi llamada.
Así, mientras tenía el celular pegado al oído, vi como la linda joven se acercó a mi mesa y me dijo: “Yo té!” y con toda naturalidad se sentó en la silla libre.
Yo, muy solícito, llamé al maître con un ademán de mano para que se acercara y ordenarle lo que ella pedía: "Un té". Pero la linda muchacha, sonrojada y ofuscada, se levantó y se fue, sin antes decirme algo, en voz baja, como un susurro, que entendí como: “bla, bla, bla, la mierdé!”
Realmente yo no comprendí lo que había sucedido y menos aún el motivo del porqué esta bella joven me había mandado a la mierda.
Pero mi confusión fue breve, ya que la tan esperada amiga Marie Deneuve por fin llegó.
Nos abrazamos, besamos y sentamos, y sin dejarme decir una palabra empezó con un interminable tsunami de palabras.
“Querido Mich, que guapo eres, mejor de lo que aparentas en las fotos de tu portal literario y en Facebook, como me gustan los latinos-hispanos, dios mío, como me gustas Mich. Pero bueno, te pido disculpas por no haber ido ayer a esperarte al aeropuerto, estuve tan ocupada con lo de tu presentación para este viernes que recién hoy lo he finiquitado todo. Vamos a tener como invitados a un poeta español y a un peruano ayacuchano que toca lindo el charango, ambos residentes en París, además de la presencia del agregado cultural del Perú en Francia. Todo eso lo logré confirmar recién hoy, en esta mañana, por eso es que demoré tanto, además de que no contestabas tu celular. Te llamé mil veces y nada. ¿Está malogrado? Bueno, no importa ya, porque por fin nos reunimos para hablar frente a frente y…”  y Marie continuó hablando, asegurándome la presencia de los amigos del portal literario, la comunidad peruana y de países hermanos residentes en París, dándome todos los detalles del evento literario y los preparativos para los días siguientes, previos al evento. Mientras yo solo asentía con la cabeza a todas sus decisiones ya tomadas por Marie.
Luego de la andanada de palabras de mi amiga, cambiando de tema, recién pude contarle mi breve experiencia de las 24 horas que llevaba en París.
Así, tuve la oportunidad de preguntarle acerca del comportamiento de la bella joven, que de cierta manera podía decir que había conocido en ese Café.
Y le conté todo, con lujo de detalles acerca de lo ocurrido, de lo que me dijo, de lo que creí entender, de lo que pensé y también supuse.
Entonces, Marie me interrumpió con una carcajada interminable. Ella reía como una loca. Sí, realmente como loca, sin importarle que llamara la atención de la gente que estaba en las otras mesas. Al principio me sentí incómodo, pero su risa era tan franca que contagiaba a la risa a quien la escuchara. Así que yo también reí, aunque sin saber por qué realmente. Inclusive la gente de otras mesas empezaron a sonreír; y cuando el maître vino sonriendo a ver que sucedía, Marie le contó en breves palabra lo sucedido, y este, soltando una sonora carcajada, comenzó a reír como un loco también, mientras se marchaba.
“Mich, mi querido Mich… Jajajaja oh dios, oh dios!” Me decía Marie, y no pudo continuar porque la risa se lo impedía. Y así entre risas y las lágrimas provocadas por esta, me siguió diciendo: “Esto tienes que contarlo el viernes, dios mío, no puedo más, me orino de la risa… Jajajajajaja!!!”
Los vecinos de otras mesas, hombres y mujeres, reían también, pero no me incomodé por eso.
Salimos del Café porque era imposible conversar allí sin que a Marie le diera otro ataque de risa.
Caminamos un poco, bajo la guía de ella, y encontramos un parque y allí bancas vacías, en donde nos sentamos a conversar.
Allí pude pedirle que me explicara lo que pasó, entre la bella joven y yo, sin percatarme realmente.
Entonces ella me explicó que cuando yo creía que ella me decía: “Yo té!” ella realmente me decía: “Je t'aime!” que suena parecido para tus oídos, Mich, pero significa: “Yo te amo!” y no se refería a la bebida de té que pensabas. Y cuando se sentó a tu lado en la mesa, volvió a decirte. “Je t'aime!” pero volviste a creer que te estaba pidiendo un Té. Y Marie soltó una vez más otra carcajada: “Jajajajajaj… oh dios, oh dios!”
“Y cuando llamaste al maître del Café, ella creyó que te ibas a quejar, por eso es que, ofuscada y avergonzada, se fue!” dijo Marie y añadió “Pero luego… Jajajajajaja…Oh dios!... Ella no te mandó a la mierda… Jajajajaja… Cuando ella se fue…Jajajajaja… te dijo: “Bienvenue à la Ville Lumière!” Jajajajaja… y no “bla, bla,bla a la mierdé! Jajajaja… Oh dios, me oriné otra vez!” 

viernes, 6 de mayo de 2022

ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 2 de 3.

WILLIAM  FAULKNER

De MICHAELANGELO BARNEZ
ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 2 de 3.
Como les contaba, estaba completamente anonadado con lo que me decía William, a la vez que sentía una inusitada alegría ya que compartíamos la misma opinión. Sí, completamente anonadado, primero, por el contraste entre su apariencia y su destreza intelectual, lo cual me dejaba en un profundo estado de shock, ya que por más que creía haber superado el prejuicio de juzgar a las personas por su apariencia, comprobaba que aun esa discriminatoria lacra social yacía, latente, en el fondo de mi ser. Y segundo, lo consideraba más importante, William demostraba con sus palabras ser la figura antítesis del escritor esnobista.
Según íbamos conversando yo había ido cambiando mi concepto acerca del hombre con quien estaba bebiendo. Ahora estaba completamente seguro de que él era realmente el mismísimo William Faulkner, o en el peor de los casos la reencarnación de éste.
Aun así, lo que mi interlocutor fuera en la realidad ya no me importaba, porque lo que afirmaba en nuestro diálogo tenía mucho más valor que lo que yo podía elucubrar entre el ser o no ser. Lo que él contaba o aseveraba calzaba exactamente, como un ladrillo, en algún lugar de los cimientos que tenía en el fondo mi espíritu, y que estuvieron abandonados por casi 50 años. Y así, poco a poco, empecé a sentirme más fuerte, más confiado de mí mismo.
“Así que para escribir sólo necesitas un poco de papel, tabaco, comida y whisky...-repetí, y maliciosamente agregué-... Bourbon?”
“No, no soy tan melindroso. Entre escocés y nada, me quedo con escocés...-
me contestó, y de improviso me preguntó-... y tu Michael, a que te dedicas?”
La pregunta me sorprendió, y en el fugaz tiempo en que bebí mi vaso de cerveza hilvané una respuesta. E increíblemente, en una evaluación del lapso de un segundo, mi vida parecía totalmente vacía en comparación a la de mi interlocutor.
“Me dediqué toda una vida a la Ingeniería Civil. He construido casas, puentes y carreteras por todo California, pero eso es el pasado... Hoy quiero ser escritor... Quiero escribir mi primera novela... Quiero reencontrarme con una aspiración que tuve de adolescente... En ese tiempo escribí muchas cartas de amor a quien hoy es mi esposa, cartas llenas de poemas y cuentos románticos. Recuerdo también que fueron años en los que mas leí, y que hubo una novela que me gustó mucho entre muchas, su título es ‘La ciudad y los Perros’, de Mario Vargas Llosa, y me dije a mi mismo que algún día escribiré algo así... La leíste tú?”
“Claro... Y también ‘Los Jefes’, ‘La Casa Verde’ y ‘Conversación en la Catedral’... Lastima que el autor muriera tan joven” Afirmó William con convicción.
Yo estaba con los codos apoyados sobre la mesa y al escuchar las últimas palabras retrocedí y apoyé mi espalda en el espaldar de la silla, y dije asombrado por la incredulidad del hecho “¿Vargas Llosa murió joven? No, William, estas equivocado” le refuté.
“Michael, Mario murió hace mucho... Se suicidó... Hoy existe uno por allí, que dice llamarse como el original, y gana mucho dinero... Sí... Ese mismo que noqueó de un puñete en el rostro a García Márquez... Dicen que por un lío de mujeres, o porqué le increpó que se había vendido a la CIA... Michael, tú has leído sus novelas, no es cierto?”
“Sí, las mismas que nombraste y algunas otras”
“¿Has leído ‘La Historia de Mayta?”
“Sí”
“¿Que te pareció?”
“Bueno... –dudé y demoré en dar una honesta respuesta, pero si uno teme dar una opinión acerca de lo que cree... está perdido. Entonces dije-... William, francamente... creo que es un bodrio”.
“Bodrio es poco mi amigo... Mario nunca había escrito algo con tanta rabia personal, ni con tanto ensañamiento contra la imagen que él mismo creó de sí. Creo que sus demonios pugnaban por salir, clamaban por ser exorcizados, y salieron en forma de esa novela, por eso afirmo que ‘La Historia de Mayta’ fue su vomito literario... -dijo de manera despiadada, y para terminar vaticinó a manera de maldición-... Jamás le darán el Premio Nóbel en literatura!”.
“Y la Fiesta del Chivo?” antepuse como un recurso para contradecir sus palabras.
“Si la publicaba en los 60’s hubiera sido su obra cumbre... Pero no lo hizo... Esperó demasiado... ¿Recuerdas lo que dije acerca de “El artista y su época”?... Bien, hoy es totalmente inofensiva”.
Yo no estaba para defender a nadie, por muy renombrado que fuera, en los problemas de su vida personal. En su momento, cuando la leí, la novela no me gustó y punto, aunque ahora, luego de escuchar a mi amigo hablar acerca de los oscuros detalles del autor, mi criterio literario acerca de la novela se aclaraba.
Y para orientar la conversación en otro sentido le dije, “Ganar dinero no te convierte en una persona mala... Además mencionaste la libertad económica. ¿La necesita un escritor?”. Mi interlocutor entendió mi intención de dejar atrás lo superfluo, entonces sonrió, y luego de vaciar el vaso de cerveza en sus entrañas, me dijo.
“No. El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros. La gente realmente teme descubrir exactamente cuántas penurias y pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por tener éxito o por hacerse ricos. El éxito es femenino e igual que una mujer: si uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de tratarla es mostrándole el puño. Entonces tal vez la que se humille será ella.”
“Fucking machista...” Me dije para mis adentros por el desacertado ejemplo que había dado William, aunque rápidamente comprendí que tenía que ubicarlo en su época, además de desmitificarlo. Si algo podía aprender de esta inusitada entrevista era comprender al William Faulkner como escritor y persona, como un solo ente, con sus vicios y virtudes, y no como un falso icono de la perfección.
“¿Una jarra más, guapos?” Nos preguntó un par de desnudos globos mamarios llenos de silicona. Cuando levanté el rostro y pude retroceder un poco para mirar a quien realmente hizo la pregunta, lo único que pude percibir en un primer instante fue una despampanante silueta, a contraluz con el escenario, con una brillante sonrisa en la oscuridad como contraste de la penumbra, y dos puntos azules que asumí como sus ojos. ¿Fue una visión erótica? Para nada. Al contrario, me pareció como si estuviera viendo una cabeza de calabaza en la temporada de Halloween.
“Sí... Una más por favor” Se apresuró en contestar mi amigo. ¿Amigos? Sí, después de cinco jarras de cerveza e incontables ácidos comentarios acerca de muchos escritores y sus novelas ya éramos amigos del alma.
“Aquí tienes tu cerveza... Big Chief” Me dijo la de los globos de silicona y William lanzó una carcajada. Inmediatamente, entre toses y risas, me dijo “Michael, te cree apache... jajaja”
“Fuck you, asshole!” le maldije entre risas también.
“Ups...” Dijo la cabeza de calabaza tratando de disculparse.
“Me tiene sin cuidado!” le dije sonriendo, a la vez que hacía un gesto de desdén.
“Mi nombre es Julienne, precioso... y dentro de media hora me voy a casa... pero antes me gustaría bailar para Uds... ¿Qué dices?”.
La pregunta fue directa hacia mi persona. William estaba por responder con una perspicaz salida negativa, pero yo me adelanté.
“Claro Julienne... Me encantaría verte bailar antes de que te vayas a casa” Le dije cortésmente, y la rubia se fue feliz meneando la cola, prometiendo volver.
“No pudiste negarte, chief... ¿No?”.
Su comentario-pregunta me incomodó, era la segunda vez que mi extrema susceptibilidad étnica me denunciaba un atropello. Si me parecía a un apache o no, me tenía sin cuidado, lo que me molestaba era que se me prejuzgara un determinado comportamiento debido a mi apariencia física. Y como no tengo pelos en la lengua le dije “Oye sureño “cuellorojo” mal nacido no te has dado cuenta que los tiempos han cambiado y que la discriminación principal está entre los que tienen mucho y los que no tienen nada... Yo tengo, yo puedo ser amable, invitarte a comer y beber, y pagar por el baile exótico de la güera (gringa)... en cambio tú... ” e iba a continuar agrediendo verbalmente al gringo William, y posiblemente hubiera arruinado la noche, pero Julienne, acompañada de una despampanante mulata, se hizo presente para el baile acordado.
La magia de ambas mujeres estuvo en su aparente muestra de sumisión, además de la capacidad de contornearse al ritmo de la melodía. Magia que logró borrar cualquier mal humor que hubiéramos podido tener, principalmente en William quien, luego que las chicas se fueron, siguió hablando conmigo como si no hubiera ocurrido nada.
“¿Trabajar para el cine es perjudicial para su propia obra de escritor?” Le pregunté. Y de manera categórica me respondió.
“Nada puede perjudicar la obra de un hombre si éste es un escritor de primera, nada podrá ayudarlo mucho. El problema no existe si el escritor no es de primera, porque ya habrá vendido su alma por una piscina”.
“Dices que el escritor debe transigir cuando trabaja para el cine. ¿Y en cuanto a su propia obra? ¿Tiene alguna obligación con el lector?”.
“Su obligación es hacer su obra lo mejor que pueda hacerla; cualquier obligación que le quede después de eso, puede gastarla como le venga la gana. Yo, por mi parte, estoy demasiado ocupado para preocuparme por el público. No tengo tiempo para pensar en quién me lee. No me interesa la opinión de Juan Lector sobre mi obra ni sobre la de cualquier otro escritor. La norma que tengo que cumplir es la mía, y esa es la que me hace sentir como me siento cuando leo La tentación de Saint Antoine o el Antiguo Testamento. Me hace sentir bien, del mismo modo que observar un pájaro me hace sentir bien. Si reencarnara, sabe usted, me gustaría volver a vivir como un zopilote. Nadie lo odia, ni lo envidia, ni lo quiere, ni lo necesita. Nadie se mete con él, nunca está en peligro y puede comer cualquier cosa.”
“¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?”
“Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.”
“Entonces, ¿Niegas la validez de la técnica?”
“De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera. Eso sucedió con Mientras agonizo. No fue fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo en cuanto que todo el material estaba ya a la mano. La composición de la obra me llevó sólo unas seis semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de doce horas al día haciendo trabajo manual. Sencillamente me imaginé un grupo de personas y las sometí a las catástrofes naturales universales, que son la inundación y el fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección a su desarrollo. Pero cuando la técnica no interviene, escribir es también más fácil en otro sentido. Porque en mi caso siempre hay un punto en el libro en el que los propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo. Eso sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquélla que me causó la mayor aflicción y angustia del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote”.
“¿Qué obra es ésa?”
“El Sonido y la Furia. La escribí cinco veces distintas, tratando de contar la historia para librarme del sueño que seguiría angustiándome mientras no la contara. Es una tragedia de dos mujeres perdidas: Caddy y su hija. Dilsey es uno de mis personajes favoritos porque es valiente, generosa, dulce y honrada. Es mucho más valiente, honrada y generosa que yo”.

Estábamos con la sexta jarra de cerveza en la mesa y el reloj marcaba ya las 3.00 de la madrugada. Había sido una larga y amena conversación con William, pero, sin estar mareado, ya no deseaba beber más. Fue cuando Julienne y su amiga, la mulata, se acercaron a nuestra mesa, esta vez vestidas en jeans y camisas de franela.
“¿Podemos hacerles compañía?...-Y debido a los breves segundos de nuestro silencio, agregó inmediatamente-... Ya estamos fuera del trabajo” Mientras los ojos de la morena relampagueaban fuego mirando a William.
William, ni corto ni perezoso, empujó su silla hacia atrás, y la morena sin dilación se sentó en una de sus rodillas... Yo...
Hasta aquí llegamos hoy con esta amañada historia basada en una entrevista real al gran escritor
americano William Faulkner... 

sábado, 30 de abril de 2022

ME FUI A LAS VEGAS, SOLO,... Parte 3. Final





DE MICHAELANGELO BARNEZ
Les contaba que estábamos, William Faulkner y yo, bebiendo en un bar a medio camino entre Las Vegas y Los Ángeles, cuando dos bailarinas se acercaron a nuestra mesa y nos propusieron…
“¿Podemos hacerles compañía?...-Y debido a los breves segundos de nuestro silencio, agregó inmediatamente-... Ya estamos fuera del trabajo”
William, ni corto ni perezoso, empujó su silla hacia atrás haciendo un espacio entre la mesa y él, y la morena sin dilación se sentó en una de sus rodillas...
…Yo me había distraído sólo un segundo observando la actitud de mi amigo William. El cuadro me resultó sorprendente. Ver a la despampanante mujer negra en las rodillas del gringo sureño de Mississippi a punto de darse un beso francés había hecho saltar, desde la profundidad de mi subconsciente, la basura del prejuicio étnico en el cual había sido educado pasivamente durante años por la sociedad sin haberme dado cuenta. Claro que hoy, como un hombre respetuoso de los derechos humanos, consciente y responsable de mis actos, no aceptaba la discriminación de ningún tipo. Sin embargo la basura depositada por años se movió dentro de mí y su fétido olor me avergonzó. Era increíble, hacía sólo unos minutos que había insultado a mi amigo a causa de un aparente chiste de contenido étnico, al llamarme "big chief" debido a mi procedencia, y ahora mi subconsciente me traicionaba con una idea prejuiciosa.
Pero lo que resultaba aun más asombroso era la cantidad de pensamientos y emociones que pueden transcurrir por la mente en sólo unos segundos, y cómo, ‘alguien más’, dentro de ti, asume el control de tus acciones en ese lapso de tiempo.

Lo cierto y concreto era que Julienne, la despampanante rubia de labios carnosos y lunar a lo Cindy Crawford, cuyas redondeces estaban ahora ocultas bajo su ropa, resultaba mucho más sensual que desnuda. Ella ya estaba en mis rodillas, deslumbrándome con el fulgor del brillo de sus ojos pardos y su cautivante sonrisa. Entonces, me abrazó suavemente con la misma confianza y seguridad que sólo suelen tener los amantes o amigos entrañables. Me miró directamente a los ojos y acercó su rostro al mío como dispuesta a… devorarme. Su cautivadora sonrisa, sus ojos pardos, su belleza y la seguridad en sí misma empezaron a intimidarme.
Les confieso que no soy un tipo frívolo acostumbrado a la vida mundana (pucha, dale otra vez con mis prejuiciosos estereotipos) y, les decía, que realmente no sabía cómo desenvolverme en ese instante, como si fuera necesario saber qué hacer con una mujer en las rodillas en un bar de desnudos... En realidad... sí, sí tienes que saber cómo comportarte de lo contrario eres un patán, ¿Pero, a quién le importaría en ese lugar, si lo soy o no?... Bueno, sólo a mí mismo... Sí, al final de cuentas, yo era el problema. Por eso, por sólo unos segundos, me sentí atrapado sin saber qué hacer ni que decir, pero les confieso sinceramente que no sé de dónde infiernos salió de mis labios unas palabras y una melodía, a capela y en perfecto español… eran los versos de una canción de Calamaro...
Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...
Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...
Lejos... en el centro... de la tierra...
Las raíces... del amor... donde estaban... quedarán...
El rostro de Julienne se iluminó como si yo hubiera tocado un botón invisible en su alma. El casi susurro de la canción había funcionado como un “Abra Cadabra” mágico, para ella y para mí, porque lo que siguió fue un devenir de gestos, palabras y acciones que jamás había pensado vivir en mi tediosa y apacible vida de proyecto de escritor, o en lo que me quedaba de ella. 
“Sigue por favor...” me suplicó Julienne, y se puso de pié delante de mí.
“Flaca... no me claves... los puñales... por la espalda...”
Empecé, a voz en cuello, con el pegajoso estribillo mágico... y la magia funcionó.
“Tan profundo... no me duelen... no me hacen na...

Julienne bailó, esta vez sobre el espacio mínimo de una baldosa. No fue una danza erótica, sino muy acompasada y alegre. Se balanceó hacia delante, atrás y a los costados mientras sus manos dibujaban siluetas invisibles en el cielo; dio giros con sus caderas y rodillas mientras bajaba y subía su cimbreante humanidad; y la conjunción de los movimientos de sus brazos y manos, señalándome o haciendo hondas delante de sus resplandecientes ojos pardos, y sacudiendo su rubia cabellera me cautivaron, logrando hacer desaparecer de mi conciencia el entorno en dónde estábamos.
Sólo la bulla de los aplausos y silbidos me trajo de vuelta al mundo real. Vi a William y a la mulata aplaudiendo alegremente, y a otros, de mesas cercanas, aullando y silbando.
Julienne volvió a sentarse, con toda naturalidad, en mi rodilla mientras se arreglaba la cabellera. Entonces, tuve una agradable sensación. En ésta oportunidad, por primera vez en todo éste viaje en búsqueda de una evasión, sentí su peso, su calor, su aroma... su respiración. Sí, fui consciente que estaba con un ser humano que buscaba compartir un momento de felicidad... y por más breve que fuera... era verdadero... entonces intuí que en ésta ocasión sería muy diferente al “pan con pescado” de 200 dólares que había experimentado en la ciudad del pecado de Las Vegas.
Mi ánimo había cambiado, y súbitamente no tuve ningún problema para seguir bebiendo. Así, sin darme cuenta, entré en el clásico estado de euforia del borracho, y bailé, bailé como un trompo o quizás fue el mundo él que comenzó a girar a mí alrededor, pero recuerdo que las últimas escenas de aquella noche fueron como los destellantes flashes de un fotógrafo, en donde vi a William y su morena acompañante riendo a carcajadas con las narices empolvadas de blanco; a Julienne frotándose contra mí o tomándome de la mano mientras girábamos en un baile interminable; luego recuerdo también que, dando tumbos por un corredor, fui al baño con William, de cuando en plena micción lo vi conversar con alguien para luego acercarse a mí y pasarme subrepticiamente un paquetito a la mano, acompañada de una grotesca mueca de sonrisa y guiño de ojo. Yo entré al excusado y en mi soledad sonreí conmigo mismo, y en el último atisbo de conciencia que me quedaba me anunció que estaba a punto de drogarme para poder sobrevivir la noche.
Abrí el envoltorio del polvo de mi salvación con el mismo cuidado que tiene un elefante desatando el nudo de un pañuelo de seda, y con el giro de mi mano derramé el polvo blanco del paquetito al retrete, polvo que vi caer como una lenta cascada al remolino de agua que se iba inexorablemente por el canal de las inmundicias y de las ilusiones truncadas, mientras adivinaba que en mi rostro se dibujaba la estúpida sonrisa del borracho orgulloso... Sí, así, en medio de mi embriagues, me sentía feliz de lo que estaba haciendo.
Desperté súbitamente sobre una cama con un terrible dolor en el brazo. Cuando quise moverme descubrí que la rubia cabellera de Julienne estaba justamente en donde provenía el bendito dolor.
Con cuidado, esta vez de caballero y no de elefante, me escurrí y logré zafarme del peso aunque no pude lograr que ella instintivamente se moviera girando su cuerpo, el que quedó totalmente expuesto ante mis ojos para mi deleite.
“¿Deleite?... Shit!!!” Me dije a mí mismo mientras masajeaba suavemente el brazo adormecido, y cuyo punzante dolor ahora se reflejaba en mis sienes que parecían a punto de estallar, como recordándome el pago por la noche de borrachera.
“Un baño... un baño de agua bien fría me reanimará y quitará la jodida resaca” Pensé mientras iba al baño.
“No way José!!!” exclamé al tocar el agua de la ducha con la punta de mis dedos y comprobar que si el agua corría era porque estaba a un grado menos de su punto de congelación, así que opté por un baño tibio. En un principio sometí a mi dolido hombro al masaje acuoso de la ducha a la máxima temperatura que podía soportar, para luego simplemente disfrutar del relajante chorro del agua tibia.
Estuve así por unos minutos, con los ojos cerrados, girando alrededor del chorro de agua, meditando en los ‘huevos del gallo’, la ‘cuadratura del círculo’ y en que si, así, a través del placer del baño, podría llegar al nirvana. Cuando de pronto, sentí que dos suaves manos se deslizaron por mi cintura, desde la espalda, para acariciar mi pecho. Mi reacción fue abrír inmediatamente mis ojos y giré a ver quién era porque, en este bendito país de sicópatas, la ducha es el lugar preferido para cometer sus crímenes, y no precisamente para enjabonarlo a uno.

Para mi felicidad encontré los relampagueantes ojos pardos de Julienne, quien alegremente y con toda mala intención, alevosía y ventaja de su juventud se unía al reconfortante baño tibio. Bueno, tampoco sólo para enjabonarnos, sino para todo lo que habíamos estado imaginándonos hacer mutuamente desde el momento en que nos vimos en la penumbra del Nude Bar... Claro que, siempre y cuando tuviéramos la oportunidad... Y la tuvimos durante una interminable semana.
¿Y el gringo William?  ¿Y la literatura?  ¿Y el proyecto de escribir mi primera novela? ¿Se fueron a la M...? Bueno, en realidad les confieso que esa es una historia, larga y aburrida, de papeles emborronados que en su mayoría van a parar al tacho de basura, real o virtual, la que les iré contando sólo las partes más anecdóticas de aquellos escritos que sobrevivieron... Y como éste no es un cuento de hadas o ficción, puedo adelantarles algunas cosas que no tendrían por qué arruinar la sorpresa, ni el drama, porque no lo es. Bien, les diré que la flaca Julienne vive conmigo en mi nueva casa frente al mar, en San Bartolo... Casa que compré con el producto de la venta de mi primera novela que resultó siendo un best seller... En esto, Julienne fue una gran ayuda para mi estabilidad emocional, aunque eso no fue lo determinante en mi producción literaria. Lo que sí resultó determinante fue mi providencial amistad con el gringo William y sus ocasionales amigos, como James Joyce y Ernest Hemingway, entre otros, que traía a las interminables conversaciones que aun tenemos en la terraza de mi casa casi todas las tardes; charlas de todo, entre bocanadas de humo de una buena sativa, apreciando el atardecer al borde de la playa, el exquisito sabor de las aceitunas Españolas, el queso Cajamarquino y el pisco ‘Acholado’ Peruano... 
¿Fin?... No...
Como les dije, les iré contando poco a poco... Hasta pronto.

viernes, 11 de febrero de 2022

EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA

 



De Michaelangelo Barnez

"EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA"

Fue lo que me dijo Gabriela como una promesa de amor en la tarde que nos reunimos en la habitación de su casa, en Miraflores, días antes del 14 de febrero.

Hacía un año que nos conocimos y 10 meses que nos hicimos enamorados. Últimamente, nos reuníamos en su dormitorio los días sábados para prepararnos para los laboratorios y exámenes parciales de la semana siguiente. Sus padres me conocían y consentían nuestra relación de enamorados confiando en la responsabilidad de Gabriela.

Fue amor a primera vista al encontrarnos en el mismo salón de clase del curso de Geometría Descriptiva, para alumnos de Arquitectura e Ingeniería Civil, de la Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, de Lima, Perú. Al principio solo nos “hacíamos ojito” desde asientos diferentes, pero el día que recibimos los resultados de nuestro primer examen parcial se acercó a mí, con los ojos desorbitados.

“¡Veinte, te has sacado veinte, pucha, si nadie en la clase aprobó!”, dijo Gabriela, casi riéndose al momento de mostrarme el Cero en su hoja de examen. Y añadió “Nos fregaste a todos”.

Mientras el arquitecto-profesor se reía, ya que, en el caso de haber desaprobado a todos, el examen se anulaba.

“Yo solamente hice lo que pude” dije sonriendo.

Y así fue como nos hicimos amigos inseparables, y cuando no teníamos clases comunes ansiábamos por encontrarnos. Por eso nos veíamos varias veces al día, en los cambios de clase u horas libres en el campus universitario y pasábamos horas en las bibliotecas de las especialidades o en la general.

Y el ansiado momento de hacernos enamorados llegó, sin declaratorias, ni agarraditos de manos, si no cuando le estaba explicando cómo resolver la proyección de Líneas en los diversos planos para descubrir que no se interceptan, pero se cruzan. Yo estaba desprevenido cuando nuestros rostros se acercaron y la miré para comprobar si me entendía, entonces fue cuando me besó. Fue como un “piquito” brevísimo, pero bastó. Nos miramos a los ojos y nos dijimos mil palabras de amor en un segundo. Y la bulla de los demás en la biblioteca nos trajo a la realidad.

En poco tiempo nos convertimos en los tortolos de la UNI, porque cada vez que andábamos por el campus lo hacíamos de la mano. Mis amigos dejaron de molestarme porque ella se hizo amigos de ellos también.

A decir verdad, teníamos círculos diferentes de amigos, pero Gabriela me los presentó a los suyos y les caí muy bien, excepto a uno, que también la pretendía.

Fue cuando empecé a almorzar con ellos en los restaurantes privados de la UNI, lo que afectaba a mi magra economía. Antes lo hacía en el comedor general que llamaban “la muerte lenta” y era 1/3 más barato, pero había que hacer una larga cola que nos consumía por lo menos una hora.

“Juan, me gusta como hueles y como vistes” me dijo Gabriela, un día, en medio de besos y caricias.

Yo llegaba a la UNI a las 6 a.m., todos los días, y me iba directo al camerino del gimnasio, me cambiaba y corría todo el perímetro del Campus. Luego hacia mis necesidades, me duchaba y me vestía con una ropa limpia, que guardaba en mi casillero, que por lo general era la que me enviaban mis padres desde California. Así, ya estaba listo para empezar el nuevo día, con las clases, los exámenes y Gabriela.

“¿Podemos hacerlo en tu casa, no?”

“Mmm…” demoré en responder. “Sí, claro” dije finalmente.

“Como me dijiste que vives solo… o acaso no quieres…”

“No, no se trata de eso… es que vivimos en lugares diferentes”

“Ja, ja, ja… eso ya lo sé, porque no vivimos juntos, ¿no?”

“Me refiero a la calidad de los lugares. Tu barrio es muy bonito y limpio, el mío, no”.

“No me importa, solo quiero que estemos tú y yo, sin que nadie nos interrumpa en el día del amor”.

Y yo, asentí.

De regreso a mi casa, por el largo trayecto de unas calles polvorientas y sin asfaltar, esquivando baches y una jauría de perros callejeros que salían como a querer morder las llantas de la combi en que viajaba, no dejaba de sufrir pensando.

“Como decirle a Gabriela que mi casa era cuatro paredes de palos, esteras y cartones, piso de tierra y techo de calamina; con una cama, mesa y silla como únicos muebles; sin agua, ni luz, ni baño. Así era mi barrio, en donde vivíamos miles de familias pobres y otros tantos de miles en la más extrema pobreza; por eso mis padres se fueron a California cuando se les presentó la oportunidad, a buscar una vida mejor, y yo estudiar. Por eso yo tenía que sobrevivir con los 100 dólares que me enviaban cada mes, y pasar más de 12 horas en la universidad, en donde además de estudiar tenía que hacer mis necesidades, asearme y cambiarme de la ropa diaria que vestía, y que a ella tanto le gusta, la que guardaba en las gavetas del gimnasio de la universidad. Creo que no habrá entrega de amor y que a Gabriela la perderé a antes de llegar a mi casita.”



domingo, 16 de enero de 2022

EL OMNIBUS



Iba un ómnibus, nuevo y de color azul cielo, por la carretera que unía una ciudad de los suburbios con otra muy grande: Los Ángeles.
El ómnibus estaba casi lleno, sólo dos de sus asientos aún estaban libres.
El chofer, un hombre de rostro delgado, pálido y muy serio, con la vista fija en la carretera, no prestaba atención a la amena conversación de sus pasajeros ni al jolgorio de los de más atrás, y sin apuro, conducía el vehículo a mediana velocidad.
De pronto, al voltear por un recodo de la carretera, vio no muy lejos un tumulto de carros y gente en el camino. El chofer, inmediatamente, se puso en guardia y comenzó a disminuir la velocidad. Sí, había ocurrido un accidente.  
Cuando estuvieron muy cerca del fatídico lugar escucharon los lamentos de la gente, y todos en el ómnibus, muy curiosos, prestaron oídos y miraron por las ventanas.
“Pobres criaturas…!”
“Fue por proteger a su mascota…!”
“Juro que no pude hacer nada, se metieron a la carretera de improviso, yo frené pero no pude evitarlos…!”
Fue lo que oyeron, porque carros y gente ocultaban a las víctimas que yacían sobre el asfalto de la carretera.
El chofer del ómnibus, conduciendo muy despacio, hizo un giro muy lento para evitar el tumulto, hecho que satisfizo la morbosa curiosidad de sus pasajeros por mirar. Así, avanzó unos metros más y se detuvo en una zona despejada, al borde de la carretera, entonces presionó un botón ubicado en el tablero de control, entre el encendedor y la radio, y la puerta hidráulica del ómnibus se abrió.
Allí, al lado de la carretera y frente a la puerta abierta estaba parado un niño con una amplia sonrisa en los labios, llevando en sus brazos a un perrito “Chiguagua”. El niño subió y se sentó en el asiento libre, poniendo a su lado, en el otro asiento, a su querida e inquieta mascota, en medio del aplauso de los pasajeros.
“¡Estamos completos!” Anunció el chofer del ómnibus color azul cielo cerrando la puerta y, aumentando la velocidad, se perdió en la larga carretera camino a Los Ángeles.  

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...