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miércoles, 26 de diciembre de 2018

PEDRO NADIE

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Hola, mi nombre es Pedro y me acuñaron el alias de “Nadie” por dos motivos. Primero, porque a los siete años de edad me arrojaron a la calle al morir mi madre y el proxeneta que fungía como mi padre necesitaba el cuarto en que vivíamos para seguir con sus negocios. Y segundo, porque justamente ese año la canción “Pedro Nadie” de un tal Piero estaba de moda. Sí, a esa tierna edad era un hijo de nadie… Pedro Nadie.
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“Crecí en la calle” es un decir, una expresión que no significa nada para quienes no saben lo que realmente es ser un niño absolutamente desamparado, que por años deambuló y durmió en la intemperie hasta que… ¿alguien apareció y lo recogió? No, no en mi caso, sino hasta que me hice adulto. 
Mis únicos “amigos” fueron otros niños de mi misma condición, con quienes formábamos nuestra pandilla para poder sobrevivir, es decir robar a diario el pan de cada día. Como podrán imaginarse, no podíamos hacerlo contra gente más fuerte que nosotros, así que me eduqué y me desarrollé dentro del código de conducta callejera, y lo primero que asimilé fue que sólo debíamos atacar a los más débiles. Atacar y robarles a las viejitas y viejitos, mujeres embarazadas o con niños en los brazos, ciegos o lisiados mendigos, u ocasionalmente otros niños ricos; Así, supe que "la gente" eran mis victimas y enemigos. Fue la manera como aprendí a cuidar de mí.
No está demás decirles que esto no fue una divertida aventura, ni lo crean, sino una terrible tragedia que me marcó para siempre, porque apenas llegué al grupo, en la noche, los mayores me violaron, y lo repitieron cuantas veces quisieron hasta que aprendí el uso de la navaja, corté a unos y me hice respetar.
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La piel se me curtió no sólo del frío y el calor de la intemperie de mi vida callejera, sino además de las palizas que soporté en mis peleas con mis propios amigos, otras en contra de bandas enemigas, o cuando caía atrapado por mis victimas o la policía. Desde esa temprana edad aprendí que si alguien se acercaba a mí y levantaba la mano era para atacarme o manosearme; como aquel cura del catequismo que quiso hacerlo a cambio de un plato de comida caliente, una cama y un techo para no dormir en la intemperie, sin imaginarse que mi instinto ya estaba formado y a la primera manoseada que hizo, le “tajé” la cara con mi inseparable y fiel amiga, mi navaja.
Más tarde, cuando mis necesidades crecieron, es decir empecé a drogarme, comenzamos a robar a gente mayor y mas fuerte que nosotros, porque necesitábamos más dinero. Fue cuando comencé a destacarme en el grupo por mi crueldad. Yo atacaba sin miramientos a quien sea, sin importarme las desventajas por su tamaño o corpulencia. Con la única ventaja que me daba el acuchillarlos primero, y luego, cuando gritaban al ver su propia sangre, mi banda los asaltaba. 
Así fue como me convertí en el líder de la pandilla de niños de la calle, claro que primero tuve que “bajarme” al jefe en una pelea totalmente limpia, rodeado por todo el grupo y a la luz de la luna. Imagen relacionada
Pelea que no duró mucho, porque después que recibí varios cortes de navaja en mis brazos, el hijo de puta con quien peleaba cayó en la trampa que le tendí al simular que era el más débil y estar  herido, y este se la creyó y confió en el código callejero, cuando me dejé caer al suelo. El creyó que era el momento para rematarme y terminar conmigo de una vez, y muy cerca a mi, al levantar su brazo para asestarme la puñalada final, yo le acerté un certero tajo en los cojones… ¿Murió? No sé, ni nos importaba, porque con el grupo nos fuimos a la playa a celebrar con una bolsa llena de pegamento que inhalábamos para sentirnos felices y vencer el frío, y ni más supimos de él. Ah, no está demás tampoco puntualizar que fue él quien había liderado al grupo que me violaron cuando llegué a la pandilla.
Así, a los 12 años de edad yo ya tenía mi propia banda, la que nadie me la regaló, sino que gané después de cinco años, por mi propia destreza con la cuchilla y mi crueldad.
Fue a esa edad en que, de pronto, algo empezó a cambiar en mí, algo que yo no podía explicar, y lamentablemente no tenía a nadie a quién preguntar. Mi voz cambiaba, mi pubis se cubrió de vellos y empecé a soñar. Fue justo cuando llegó una niña y su pequeño hermano al grupo, a los que en la noche quisieron violar. El ultraje era algo natural para todos nosotros, era nuestro código de bienvenida, sea niño o niña, no había diferencia, todos habíamos pasado por eso como un bautizo… Pero no para mí.
“Nadie la toca carajo!!!… -rugí, y saqué a relucir mi navaja, que brilló a ojos de todos-… y al primero que se le acerque lo descojono!!!”
“Ta' bien Pedro Nadie… Ta bien cumpa… si la quieres pa ti solito, ta bien!” dijo el que fungía de segundo en la banda a pesar de ser mayor que yo. 
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“No carajo… Desde ésta noche no mas bautizos en mi banda!”
Esa noche me fui a dormir apartado del grupo y oculto entre las sombras lloré. Y en la frialdad de mi lecho de cartones y trapos me acordé de mi madre y de la última profesora que tuve en la escuela. Recordé que vivíamos en una pocilga de mierda de un cuarto de hotel miserable, pero así y todo era mi casa, mi hogar, en donde mi madre me cuidaba, quería, y al regresar del colegio me daba de comer, y luego de hacer las tareas, al acostarme, me decía al abrigarme: “Pedrito, hijito mío, sueña con los angelitos”… Entonces lloré, lloré como nunca lo había hecho todos estos años, y entre lagrimas recordé a mis amigos de la escuela y a mis juegos con ellos… Y los extrañé a todos.
Afortunadamente había aprendido a leer en la escuela, y desde que viví en la calle y dormía en los basurales leía cuanto papel periódico o cuentos para niños caían en mis manos. Por eso, al día siguiente de prohibir las violaciones empecé a enseñar a leer y escribir a mis amigos. Claro está que después de los asaltos. ¿Que creían o esperaban de un niño delincuente como yo? ¿Acaso espero comida y techo gratis? No, aprendí que todo cuesta en la vida y que tengo que ganármelo de la única manera que la sociedad me instruyó. Y al que se acerque con la mano levantada, para golpearme o acariciarme, recibirá un tajo en la cara… o más.
“Si vas a hablarme, le advertía a cualquiera que se me aproximaba, hazlo de lejos, cabrón!!!… si no, te parto la madre!!!”
Hasta que un día llegó alguien, de una ONG, que se acercaron sin exigirnos nada... y nos rescataron.
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