miércoles, 3 de febrero de 2021

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

 

 

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

By Michaelangelo Barnez. Enero 2021.

Diciembre del 2020 fue fabuloso, realmente fabuloso e increíble. Uds. Se preguntarán por qué si para la mayoría fue una desgracia en los negocios y en la salud. Bien, les contaré el por qué.

Hace unos meses, en plena cuarentena, una linda chica solicitó mi amistad virtual en FB, la que acepté, como usualmente hago, ya que siempre reservo un espacio para los nuevos amigos; pensando que sería una amistad más con quien compartir mis trabajos literarios.

 Pero la relación fue más allá, “poquito a poquito, suave, suavecito, nos fuimos pegando”, como cantaban Fonsi y Daddy Yankee, y sin darme cuenta, llegamos a convertirnos en asiduos amigos del chat de Messenger. Hasta que se transformó en un adictivo habito porque ella me estaba gustando más de lo normal.

Todo empezó con sus melosos halagos a mis cuentos, lo que motivó que le obsequiara una de mis novelas en formato PDF. Entonces me confesó que ella también escribía y que tenía problemas para hacer una novela, que era el gol que se había propuesto para el 2020, al término del 2019, y ya había pasado la mitad del año y nada, a pesar de estar confinada en casa. Y yo, que no suelo acepta los chats, caí redondito, empujado por la vanidad y, además, para que mentirles, impresionado por la hermosura de aquella “chica”, y la llamo así, “chica” cuando suelo decir Mujer, debido a la fragilidad de figura y los 22 añitos, que ella misma confesó, lo ameritaba.

Así pasamos horas y semanas hablando de la técnica de cómo hacer una novela, salpicados de comentarios y anécdotas de la vida y problemas de los escritores clásicos y afamados, terminando cada sesión con las infaltables tareas que le dejaba diariamente, porque esa era la condición del próximo chat, lo que ella cumplía con exactitud y destreza. Pero esta informal relación de profesos-alumno, derivó en algo más, ya que nuestras conversaciones fueron fluyendo de una manera muy natural a una con intimidad, entremezclado con pasajes de nuestras vidas, anhelos, ambiciones y problemas, etc. Hasta que llegó lo inevitable de una relación en donde una de las ellas ya tenía un propósito. Puedo decir con honestidad que cuando la conocí yo no tenía ninguna intensión afectiva o sexual con ella, quizás sí en mi subconsciencia de lobo solitario, lo más probable, pero luego de meses de chats literarios estos se transformaron en platónicamente románticos, para pasar luego a los escabrosos temas sexuales. No puedo negar que, para un hombre como yo, viudo y de 70 años, las insinuaciones de la joven me excitaban y revolvía la poca testosterona que me quedaba aun y… me sentí bien, muy bien, dejando que mi libido abandonara la silla de ruedas para volver correr sus consabidos caminos. Aunque yo, viendo bien el panorama, no me hacía ilusiones, ni las alimentaba. Por eso, una noche cuando el chat se puso extremadamente caliente, di un giro, lo más éticamente profesional posible, a nuestra conversación para enfriar la atmosfera alcanzada, y desvié el tema fuera de lo personal encargándole el trabajo de escribir un cuento en el género erótico. “Uf”, me dije para mis adentros al cerrar el chat y fui a darme una ducha de agua fría, bien fría.

Al día siguiente muy temprano recibí su cuento, y no puedo negar que me gustó mucho, en términos literarios. Su trabajo demostraba que había asimilado las lecciones dadas, incluso descubrí que copiaba mi estilo, simple, informal y especialmente narrado en primera persona, con un final inesperado, como siempre deben de ser los cuentos.

Pero había un gran detalle, ineludible detalle que iba más allá de la técnica de escribir y de la ficción literaria. Y este era que la trama del cuento realmente era el recuento, escrito con mucha destreza, de lo que habíamos estado haciendo estos últimos meses de retiro obligado, aderezados con pensamientos y ensueños eróticos, contado muy románticamente, en insinuaciones e ilusiones, de lo que yo podía reconocer como lo vivido y compartido durante estos meses de cuarentena. Y que terminaba brillantemente con la inesperada muerte del escritor en la ficción, pero que, en la realidad, era yo.

Como es lógico, yo lo tomé como lo que realmente era: un cuento y nada más.

En la noche, a la hora habitual, nos conectamos en el chat de Messenger. Y le di mi impresión de su cuento, y no escatimé en los halagos que realmente merecía. Traté de mantenerme neutral y no darme por aludido en el tema y desenlace del cuento.

Pero ella me preguntó si yo reconocía algo más allá de las palabras escritas en cuento.

Y, moviendo la cabeza negativamente, le dije fríamente: “¡No!”.

Entonces ella rompió en llantos, un incontenible y sentido llanto.

“Profesor!”, dijo calmándose, y añadió “este en realidad no es un cuento, sino una declaración de amor, el amor que siento por Ud. desde ante de que aceptara mi solicitud de amistad”.

“Pero lo nuestro no puede ser, existe una barrera infranqueable entre tú y yo, y es nuestra edad. Te llevo 50 años de diferencia, ¿comprendes? Realmente me siento halagado, feliz de compartir esos sentimientos que creí que jamás volvería a sentir y que tú has provocado en mí” le dije con la mayor ternura, mirándola a los ojos.

Mientras que en un pequeño recuadro de la pantalla virtual del chat podía ver mi rostro arrugado y ojeroso, semicalvo.

“¿Qué crees que pensarán tus padres, familiares y amigos, de solo vernos caminar juntos por las calles o sentados en un restaurante compartiendo lo que sea?”

Ella ya había enjugado sus lágrimas, y su juvenil rostro se iluminó cuando me dijo: “No me importa, para el amor no existen edades. Amémonos mientras podamos sin importarnos nada, porque nadie sabe quién se ira primero, porque nada está escrito. Hazme feliz aceptando mi amor, sin condiciones”.

Y tan pronto terminó la cuarentena empezaron nuestros encuentros sexuales, en donde la vitalidad que imponía la diferencia de edades se compensaba con mi destreza adquirida en años. Así pasaron meses de exquisito gozo, en la cama y de largas caminatas, los que no estaban en mis planes a estas alturas de mi vida.

Así llegamos a diciembre, cuando sucedió lo impensable.

Una tarde, al ir a un supermercado de herramientas y ferretería, en el Jockey Plaza de Lima, conocí a una bella y voluptuosa mujer, de unos 50 años, de manera casual y enmascarados, cumpliendo el protocolo pro salud, en la línea de espera para pagar lo comprado. Con quien congenié de inmediato luego de una charla y café de por medio, donde pudimos ver los detalles de nuestros rostros y enterarme de que era divorciada y con muchas ganas de vivir la vida loca. El extremado coqueteo de la bella y sensual mujer dio resultado, y olvidándome del peligro del acercamiento físico por la pandemia, como no éramos unos chiquillos, me atreví a decirle: “si te pido un beso ven dámelo, yo sé que estás pensándolo, desde que te vi estoy intentándolo”. Y ella como un resorte me ofreció sus labios. Y nos besamos ardientemente por solo un instante por estar en un lugar público y con restricciones. Pero el beso francés que nos dimos fue un mensaje mutuo de que queríamos más y mirándola a los ojos cantaba para mis adentros “esta beba está buscando de mi bambam, quiero ver cuánto amor a ti te cabe…” mientras ella sostenía mi mirada, como sabiendo lo que pensaba. Y así me vino a la mente otro verso más “esta belleza es un rompecabezas, pero pa' montarlo aquí tengo la pieza”. Y nos fuimos a la cama… en su mismísima casa.

Cuando desperté no pude evitar el pensar, “¿Qué me está sucediendo, acaso soy un pinche puto?”, porque lo que no me había ocurrido desde mi adolescencia, lo estaba ahora, de viejo y viudo.

Entonces moví a un lado el voluptuoso cuerpo de la mujer que me había saciado a plenitud, cuando súbitamente me vino un fugaz pensamiento que no pude reprimir, comparando la satisfacción que había experimentado con esta experimentada mujer y la de mi joven aventura; movimiento que hizo que la despertara.

“Deseo ir al baño” le dije como excusa por haberla despertado y me levanté.

“Es la segunda puerta del corredor” me dijo con ternura, y salí.

Cuando llegué allí, empujé la puerta… pero ese no era el baño, sino el dormitorio de… mi alumna, con quien, desnudo, me encontré cara a cara con ella, ambos con los ojos desorbitados por la sorpresa.

Entonces escuché a mis espaldas la voz de la mujer que me había dado un tremendo placer, diciéndome: “¡Y ahora lárgate de la casa!”, Y comprendí de inmediato la trampa tendida por ella para separarnos, ya que resultó ser la madre de mi joven alumna, quién había sido advertida de los amoríos de su joven hija con un vejete.

Y así, regresé a mi insípida vida.


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