sábado, 18 de mayo de 2019

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD


Mi alegría fue creciendo al límite del paroxismo cuando vi aparecer, en la pantalla de mi televisor, uno a uno los números ganadores del Super Lotto de la lotería de California del ticket que tenía en la mano. La sala de mi casa se volvió un loquerío por los gritos y abrazos de mi familia. Sí, allí estábamos mi esposa, mis tres hijas y yo… ah, y mi perro también, el que no dejaba de correr y saltar por los sofás. No exagero si digo que faltó poco para que, por la emoción y el forcejeo de los abrazos que nos dimos, rompiéramos el bendito ticket ganador. Realmente estábamos fuera de sí, o al menos yo, porque por un poco pierdo el conocimiento ya que no podía respirar bien. Felizmente me recuperé y no alarmé a nadie, aunque cuando nos retiramos a descansar no pude dormir hasta muy entrada la madrugada.
Al día siguiente, tan pronto desperté, mi esposa me esperaba con el suculento Brunch dominical (comida muy tarde para ser un Desayuno y muy temprano para ser un Almuerzo). Antes de sentarme en la mesa para dar curso a lo que mi esposa pondría delante de mí, quise librarme de la preocupación que me perseguía desde que puse un pie fuera de la cama, y este era el confirmar los números ganadores de la lotería, así que abrí la puerta principal de la casa, recogí el diario y de vuelta a la mesa del comedor busqué la noticia y la encontré. Aun así no estuve conforme y busqué nuevamente, ahora en internet. Sí, no había dudas, habíamos ganado el premio mayor de la lotería de California… Entonces dije por primera vez:
“TENEMOS UNOS JODIDOS CIENTO VEINTE MILLONES DE DÓLARES EN EL BOLSILLO, MALDITA SEA!!!”
Y por primera vez mi esposa no se enojó por haber maldecido en casa y, peor aún, en la mesa. Solo atinó a decirme con tranquilidad:
“No nos van a dar esa suma, cariño. ¡No olvides que el tío Sam es el primero en cobrar!”
“Oh sí. Creo que los gobiernos Federal y del Estado se llevarán un poco más de treinta millones juntos… aún así, noventa millones es mucho dinero!”, dije.
“Tampoco nos lo darán todo de una sola vez, cariño, sino en veinte años, creo…” replicó mi esposa, mientras me acercaba las calentitas tortillas de maíz  para empezar a comer el mexicoamericano Brunch que había preparado.
“Sí, sí, tienes razón… Serán unos cuarenta los que depositarán a nuestra cuenta. De todos modos, mañana ni nunca más vuelvo a trabajar.” Dije tomando una bocanada de aire porque volví a sentir la sofocante emoción de haber ganado el premio.
Lo que nos sucedió ese año fue abrumador. Compramos casas… en la playa de Malibú y en la montaña del Big Bear, en California, a orillas del lago. Compramos TV digitales con pantallas gigantes con su respectivo sistema de audio estéreo, y otras de tamaño normales para cada cuarto. Compramos refrigeradoras, congeladoras, lavadoras, secadoras, aire acondicionado y ya no sé que más, porque nos llenamos de cosas que no necesitábamos pero salían en los anuncios por la TV, que fueron almacenados sin uso en el garaje; aunque los viejos artefactos que teníamos antes se quedaron arrumados en la casa vieja. Compramos autos, vans, camionetas 4x4, un yate y un inmenso camper… Sí, el verbo “Comprar” era el que más se conjugaba por todos en casa, sin la preocupación del mañana o de una posible escasez. No. ¿Por qué preocuparse, si teníamos cuarenta millones inacabables? Y si se agotaban tendríamos dos más a fin de año, al siguiente y al otro… y así, por veinte años más.
La familia entera hicimos una lista de familiares y amigos cercanos, que llegó a la cantidad de mil integrantes, con mucho esfuerzo, a los que les enviamos mil dólares a cada uno, sí, un millón de dólares en total. Y otro tanto a las instituciones de niños con cáncer y a los abandonados… Luego nos largamos sin fecha de regreso a recorrer América en nuestro Camper, como un escape de un lugar que ya nos asfixiaba por la cantidad de gente que, sin conocernos, hacía una fila y tocaba nuestra puerta, pidiendo dinero o queriendo vendernos algo.
Así, partimos con dirección al Gran Cañón del Colorado y otros tantos lugares de los cientos que ya habíamos seleccionado en nuestra Guía-Mapa.
Pero, al único lugar que no habíamos planeado ir, en nuestra euforia… era a un profundo barranco, al que caímos por haberme quedado dormido mientras manejaba en la penumbra de la noche.
Aunque malherido fui el único que sobrevivió a la fatal caída, para mi mala suerte, porque tuve que ver y constatar que mi esposa y mis hijas estaban muertas… y el dolor que embargó mi alma fue mayor que el de mis heridas. En esos momentos sentí que iba a enloquecer, porque no me resignaba a tal perdida, y maldije mi suerte. Entonces, así tal como un día pedí que mi vida cambiara, pedí ahora:
“Por favor, dame una segunda oportunidad, por favor”.
Entonces desperté abruptamente. Allí, tendido en mi cama, a lado de mi esposa, quien dormía profundamente porque aún no amanecía. Me levanté presuroso y miré por la ventana. Allí estaba mi auto y la camioneta pick-up de trabajo, parqueados frente al porche de la casa. Sí, mi linda casa viejita. Entonces salí de mi dormitorio y caminé por el hall para ir al de los de mis hijas. Ellas estaban allí, dormidas plácidamente. Luego fui al comedor y, por la puerta pequeña de la puerta grande que daba al jardín, apareció mi perro, más feliz que nunca, moviendo la cola y gimiendo por vernos de regreso. 

miércoles, 1 de mayo de 2019

QUIEREN QUE MATE A MI MEJOR AMIGO


Quieren que mate a mi mejor amigo, Boston… pero me rehusó a hacerlo. Él me ha acompañado por estos últimos doce años y existe un gran amor entre nosotros dos. Pero ahora, que lo veo muy deteriorado, no sé…
Yo soy un hombre maduro y a él lo conocí cuando era muy joven, casi un bebe. Yo caminaba por la calle, en la noche, por los alrededores de mi casa luego de haber cenado. Era mi habitual caminata para ayudar a mi digestión, y lo hacía dando una gran vuelta por los blocks del vecindario en el que vivo, a través de las calles que usualmente están desiertas.
Era una noche fría cuando lo vi venir desde lejos, caminando en la misma acera que yo lo hacía pero en sentido contrario, así que, si ninguno de nosotros cambiábamos de rumbo, nos cruzaríamos de todos modos en algún punto. Cuando él estaba no muy lejos, sentí miedo, pensé que quizás pueda atacarme, pero inmediatamente deseché ese temor porque él lucía muy erguido, joven, caminando con confianza. Nos cruzamos sin mirarnos ni comunicarnos de manera alguna, pero luego de dos paso volteé mi rostro y mis ojos se encontraron con los de él. Él también había volteado y me miraba intensamente con sus ojos negros. Yo no supe que hacer, pero me quedé parado, allí, mirándolo. De pronto me dio ganas de acercarme y acariciarlo, pero me contuve. Entonces volteé y volví mi mirada al frente y caminé con dirección a casa, con paso calmado, y en el camino me di cuenta que él me seguía. No tuve miedo, sabía que no me atacaría, sino que otro era su propósito. Y así fue como nos conocimos hace doce años. Desde esa noche jamás nos separamos y hemos vivido tratando de alegrarnos la vida mutuamente. Yo lo cuido con mucho amor y él me comunica su alegría de estar junto a mí con la energía que irradia sus ojos negros.  
Hace poco, cuando ambos estábamos recostados en el sofá, acaricié su cabeza y él me miró a los ojos… y creo que descubrió mi pensamiento… y lloró… y se acurrucó bajo mis brazos. Yo no pude resistir y lo abracé con toda mi alma y también lloré. No me resignaba a perderlo y no aceptaba que en solo 12 años hubiera envejecido tanto. Él ahora veía con dificultad y se tropezaba con los mueble de la casa al caminar, pero yo estaba dispuesto a ayudarlo en todo, no solo con la comida sino además en el ya no desagradable momento cuando quería defecar u orinar.
Una noche, mientras dormíamos, comenzó a quejarse y me despertó, él temblaba. Algo le dolía intensamente, dolor que yo no sabía cómo calmar, así que fuimos al doctor, a emergencias.
La doctora me miró a los ojos, en silencio, luego de auscultarlo. Y yo entendí el mudo diagnostico. “¿Qué podemos hacer, doctora?” le pregunté al borde de la desesperación.
“Lo único que le recomiendo es ponerlo a dormir… no sufrirá en absoluto”
“Eutanasia!!!” Palabra que, con solo imaginarla, resonó en mi mente como un interminable eco. Quizás lo permitiría con alguno de mis queridos y más cercanos familiares. No sé. Pero ahora, frente a la alternativa concreta de decidir que hacer con mi mejor amigo, no pude consentirlo.
“Doctora, deme unas horas para pensarlo, regreso mañana temprano...”. Dije, al momento que involuntariamente miré a mi amigo, totalmente tendido, indefenso, aunque mirándome con tristeza, como sabiendo lo que le esperaba.
“¿Podría darle un calmante?”
“Sí. Ya lo hicimos, le hemos inyectado un fuerte calmante, por eso está tranquilo, pero el efecto irá disminuyendo con el uso”
Así, dejé a mi entrañable amigo internado en la sala de emergencias de la clínica, sin las esperanzas de una recuperación, ni siquiera milagrosa, sino con una condena de muerte, que si yo no decidía prontamente, esta llegaría inexorablemente luego de una prolongada y terrible agonía.
Ya en casa, no sé si dormí y soñé todos y cada uno de los eventos más importantes de mi vida con mi mejor amigo, o solo fueron recuerdos los que desfilaron por mi mente en una interminable noche de insomnio…
Al día siguiente no quise ir a la clínica, es decir, no me atrevía a ir. No podía ordenar la muerte de mi mejor amigo en su presencia o cerca de él.
“¿Aló, Doctora?” Llamé a la clínica con una resolución ya tomada, y les dije claramente que por ningún motivo terminen con mi amigo, y que dentro de unos minutos estaría allí. Dejé el fono y partí.
“Tenga mucho cuidado cuando le inyecte esta droga para el dolor… -me previno la doctora cuando recogí a mi fiel amigo, luego de indicarme cómo hacerlo, y añadió-… Una sobredosis es mortal”.
Esa semana le apliqué la droga repetidas veces para calmarle el insoportable dolor que sentía. Ya no comía ni caminaba, aunque cada vez que me miraba movía la cola como diciéndome “Aquí estoy aún, amigo”.
Hasta que una noche despertó y aulló como nunca… ya la dosis de droga para el dolor no surtía efecto.
Cogí su cabeza y busqué sus ojos. Al encontrarnos calmó su llanto por un instante. Así estuvimos por unos minutos comunicándonos sin palabras como solíamos hacer, hasta que empezó a llorar muy quedamente, como mordiendo el dolor que sentía. Yo entendí perfectamente el mensaje y preparé, deliberadamente, una sobre dosis de la droga. Él me miraba con sus inmensos ojos negros, tranquilo ahora, como para que yo lo esté también… Y le apliqué la letal inyección. Mi amigo se calmó y luego se reanimó. Y como sabiendo que se iría, se puso de pie, dio unos pasos, giró y frente a mí, mirándome, meneó la cola, se acercó, me volvió a mira con sus inmensos ojos negros y murió a mis pies. 
Yo me arrodillé, lo abracé, le pedí perdón en llantos y le juré que lo buscaría cuando yo también partiera de este mundo.
Hoy los restos de Boston yacen enterrados en mi jardín, aunque yo lo siento a mi lado en todo instante. Inclusive ahora, cuando escribía esta nota, gruñendo y jalándome las pantuflas, contento de que les contara de él.

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...