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viernes, 11 de febrero de 2022

EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA

 



De Michaelangelo Barnez

"EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA"

Fue lo que me dijo Gabriela como una promesa de amor en la tarde que nos reunimos en la habitación de su casa, en Miraflores, días antes del 14 de febrero.

Hacía un año que nos conocimos y 10 meses que nos hicimos enamorados. Últimamente, nos reuníamos en su dormitorio los días sábados para prepararnos para los laboratorios y exámenes parciales de la semana siguiente. Sus padres me conocían y consentían nuestra relación de enamorados confiando en la responsabilidad de Gabriela.

Fue amor a primera vista al encontrarnos en el mismo salón de clase del curso de Geometría Descriptiva, para alumnos de Arquitectura e Ingeniería Civil, de la Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, de Lima, Perú. Al principio solo nos “hacíamos ojito” desde asientos diferentes, pero el día que recibimos los resultados de nuestro primer examen parcial se acercó a mí, con los ojos desorbitados.

“¡Veinte, te has sacado veinte, pucha, si nadie en la clase aprobó!”, dijo Gabriela, casi riéndose al momento de mostrarme el Cero en su hoja de examen. Y añadió “Nos fregaste a todos”.

Mientras el arquitecto-profesor se reía, ya que, en el caso de haber desaprobado a todos, el examen se anulaba.

“Yo solamente hice lo que pude” dije sonriendo.

Y así fue como nos hicimos amigos inseparables, y cuando no teníamos clases comunes ansiábamos por encontrarnos. Por eso nos veíamos varias veces al día, en los cambios de clase u horas libres en el campus universitario y pasábamos horas en las bibliotecas de las especialidades o en la general.

Y el ansiado momento de hacernos enamorados llegó, sin declaratorias, ni agarraditos de manos, si no cuando le estaba explicando cómo resolver la proyección de Líneas en los diversos planos para descubrir que no se interceptan, pero se cruzan. Yo estaba desprevenido cuando nuestros rostros se acercaron y la miré para comprobar si me entendía, entonces fue cuando me besó. Fue como un “piquito” brevísimo, pero bastó. Nos miramos a los ojos y nos dijimos mil palabras de amor en un segundo. Y la bulla de los demás en la biblioteca nos trajo a la realidad.

En poco tiempo nos convertimos en los tortolos de la UNI, porque cada vez que andábamos por el campus lo hacíamos de la mano. Mis amigos dejaron de molestarme porque ella se hizo amigos de ellos también.

A decir verdad, teníamos círculos diferentes de amigos, pero Gabriela me los presentó a los suyos y les caí muy bien, excepto a uno, que también la pretendía.

Fue cuando empecé a almorzar con ellos en los restaurantes privados de la UNI, lo que afectaba a mi magra economía. Antes lo hacía en el comedor general que llamaban “la muerte lenta” y era 1/3 más barato, pero había que hacer una larga cola que nos consumía por lo menos una hora.

“Juan, me gusta como hueles y como vistes” me dijo Gabriela, un día, en medio de besos y caricias.

Yo llegaba a la UNI a las 6 a.m., todos los días, y me iba directo al camerino del gimnasio, me cambiaba y corría todo el perímetro del Campus. Luego hacia mis necesidades, me duchaba y me vestía con una ropa limpia, que guardaba en mi casillero, que por lo general era la que me enviaban mis padres desde California. Así, ya estaba listo para empezar el nuevo día, con las clases, los exámenes y Gabriela.

“¿Podemos hacerlo en tu casa, no?”

“Mmm…” demoré en responder. “Sí, claro” dije finalmente.

“Como me dijiste que vives solo… o acaso no quieres…”

“No, no se trata de eso… es que vivimos en lugares diferentes”

“Ja, ja, ja… eso ya lo sé, porque no vivimos juntos, ¿no?”

“Me refiero a la calidad de los lugares. Tu barrio es muy bonito y limpio, el mío, no”.

“No me importa, solo quiero que estemos tú y yo, sin que nadie nos interrumpa en el día del amor”.

Y yo, asentí.

De regreso a mi casa, por el largo trayecto de unas calles polvorientas y sin asfaltar, esquivando baches y una jauría de perros callejeros que salían como a querer morder las llantas de la combi en que viajaba, no dejaba de sufrir pensando.

“Como decirle a Gabriela que mi casa era cuatro paredes de palos, esteras y cartones, piso de tierra y techo de calamina; con una cama, mesa y silla como únicos muebles; sin agua, ni luz, ni baño. Así era mi barrio, en donde vivíamos miles de familias pobres y otros tantos de miles en la más extrema pobreza; por eso mis padres se fueron a California cuando se les presentó la oportunidad, a buscar una vida mejor, y yo estudiar. Por eso yo tenía que sobrevivir con los 100 dólares que me enviaban cada mes, y pasar más de 12 horas en la universidad, en donde además de estudiar tenía que hacer mis necesidades, asearme y cambiarme de la ropa diaria que vestía, y que a ella tanto le gusta, la que guardaba en las gavetas del gimnasio de la universidad. Creo que no habrá entrega de amor y que a Gabriela la perderé a antes de llegar a mi casita.”



miércoles, 3 de febrero de 2021

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

 

 

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

By Michaelangelo Barnez. Enero 2021.

Diciembre del 2020 fue fabuloso, realmente fabuloso e increíble. Uds. Se preguntarán por qué si para la mayoría fue una desgracia en los negocios y en la salud. Bien, les contaré el por qué.

Hace unos meses, en plena cuarentena, una linda chica solicitó mi amistad virtual en FB, la que acepté, como usualmente hago, ya que siempre reservo un espacio para los nuevos amigos; pensando que sería una amistad más con quien compartir mis trabajos literarios.

 Pero la relación fue más allá, “poquito a poquito, suave, suavecito, nos fuimos pegando”, como cantaban Fonsi y Daddy Yankee, y sin darme cuenta, llegamos a convertirnos en asiduos amigos del chat de Messenger. Hasta que se transformó en un adictivo habito porque ella me estaba gustando más de lo normal.

Todo empezó con sus melosos halagos a mis cuentos, lo que motivó que le obsequiara una de mis novelas en formato PDF. Entonces me confesó que ella también escribía y que tenía problemas para hacer una novela, que era el gol que se había propuesto para el 2020, al término del 2019, y ya había pasado la mitad del año y nada, a pesar de estar confinada en casa. Y yo, que no suelo acepta los chats, caí redondito, empujado por la vanidad y, además, para que mentirles, impresionado por la hermosura de aquella “chica”, y la llamo así, “chica” cuando suelo decir Mujer, debido a la fragilidad de figura y los 22 añitos, que ella misma confesó, lo ameritaba.

Así pasamos horas y semanas hablando de la técnica de cómo hacer una novela, salpicados de comentarios y anécdotas de la vida y problemas de los escritores clásicos y afamados, terminando cada sesión con las infaltables tareas que le dejaba diariamente, porque esa era la condición del próximo chat, lo que ella cumplía con exactitud y destreza. Pero esta informal relación de profesos-alumno, derivó en algo más, ya que nuestras conversaciones fueron fluyendo de una manera muy natural a una con intimidad, entremezclado con pasajes de nuestras vidas, anhelos, ambiciones y problemas, etc. Hasta que llegó lo inevitable de una relación en donde una de las ellas ya tenía un propósito. Puedo decir con honestidad que cuando la conocí yo no tenía ninguna intensión afectiva o sexual con ella, quizás sí en mi subconsciencia de lobo solitario, lo más probable, pero luego de meses de chats literarios estos se transformaron en platónicamente románticos, para pasar luego a los escabrosos temas sexuales. No puedo negar que, para un hombre como yo, viudo y de 70 años, las insinuaciones de la joven me excitaban y revolvía la poca testosterona que me quedaba aun y… me sentí bien, muy bien, dejando que mi libido abandonara la silla de ruedas para volver correr sus consabidos caminos. Aunque yo, viendo bien el panorama, no me hacía ilusiones, ni las alimentaba. Por eso, una noche cuando el chat se puso extremadamente caliente, di un giro, lo más éticamente profesional posible, a nuestra conversación para enfriar la atmosfera alcanzada, y desvié el tema fuera de lo personal encargándole el trabajo de escribir un cuento en el género erótico. “Uf”, me dije para mis adentros al cerrar el chat y fui a darme una ducha de agua fría, bien fría.

Al día siguiente muy temprano recibí su cuento, y no puedo negar que me gustó mucho, en términos literarios. Su trabajo demostraba que había asimilado las lecciones dadas, incluso descubrí que copiaba mi estilo, simple, informal y especialmente narrado en primera persona, con un final inesperado, como siempre deben de ser los cuentos.

Pero había un gran detalle, ineludible detalle que iba más allá de la técnica de escribir y de la ficción literaria. Y este era que la trama del cuento realmente era el recuento, escrito con mucha destreza, de lo que habíamos estado haciendo estos últimos meses de retiro obligado, aderezados con pensamientos y ensueños eróticos, contado muy románticamente, en insinuaciones e ilusiones, de lo que yo podía reconocer como lo vivido y compartido durante estos meses de cuarentena. Y que terminaba brillantemente con la inesperada muerte del escritor en la ficción, pero que, en la realidad, era yo.

Como es lógico, yo lo tomé como lo que realmente era: un cuento y nada más.

En la noche, a la hora habitual, nos conectamos en el chat de Messenger. Y le di mi impresión de su cuento, y no escatimé en los halagos que realmente merecía. Traté de mantenerme neutral y no darme por aludido en el tema y desenlace del cuento.

Pero ella me preguntó si yo reconocía algo más allá de las palabras escritas en cuento.

Y, moviendo la cabeza negativamente, le dije fríamente: “¡No!”.

Entonces ella rompió en llantos, un incontenible y sentido llanto.

“Profesor!”, dijo calmándose, y añadió “este en realidad no es un cuento, sino una declaración de amor, el amor que siento por Ud. desde ante de que aceptara mi solicitud de amistad”.

“Pero lo nuestro no puede ser, existe una barrera infranqueable entre tú y yo, y es nuestra edad. Te llevo 50 años de diferencia, ¿comprendes? Realmente me siento halagado, feliz de compartir esos sentimientos que creí que jamás volvería a sentir y que tú has provocado en mí” le dije con la mayor ternura, mirándola a los ojos.

Mientras que en un pequeño recuadro de la pantalla virtual del chat podía ver mi rostro arrugado y ojeroso, semicalvo.

“¿Qué crees que pensarán tus padres, familiares y amigos, de solo vernos caminar juntos por las calles o sentados en un restaurante compartiendo lo que sea?”

Ella ya había enjugado sus lágrimas, y su juvenil rostro se iluminó cuando me dijo: “No me importa, para el amor no existen edades. Amémonos mientras podamos sin importarnos nada, porque nadie sabe quién se ira primero, porque nada está escrito. Hazme feliz aceptando mi amor, sin condiciones”.

Y tan pronto terminó la cuarentena empezaron nuestros encuentros sexuales, en donde la vitalidad que imponía la diferencia de edades se compensaba con mi destreza adquirida en años. Así pasaron meses de exquisito gozo, en la cama y de largas caminatas, los que no estaban en mis planes a estas alturas de mi vida.

Así llegamos a diciembre, cuando sucedió lo impensable.

Una tarde, al ir a un supermercado de herramientas y ferretería, en el Jockey Plaza de Lima, conocí a una bella y voluptuosa mujer, de unos 50 años, de manera casual y enmascarados, cumpliendo el protocolo pro salud, en la línea de espera para pagar lo comprado. Con quien congenié de inmediato luego de una charla y café de por medio, donde pudimos ver los detalles de nuestros rostros y enterarme de que era divorciada y con muchas ganas de vivir la vida loca. El extremado coqueteo de la bella y sensual mujer dio resultado, y olvidándome del peligro del acercamiento físico por la pandemia, como no éramos unos chiquillos, me atreví a decirle: “si te pido un beso ven dámelo, yo sé que estás pensándolo, desde que te vi estoy intentándolo”. Y ella como un resorte me ofreció sus labios. Y nos besamos ardientemente por solo un instante por estar en un lugar público y con restricciones. Pero el beso francés que nos dimos fue un mensaje mutuo de que queríamos más y mirándola a los ojos cantaba para mis adentros “esta beba está buscando de mi bambam, quiero ver cuánto amor a ti te cabe…” mientras ella sostenía mi mirada, como sabiendo lo que pensaba. Y así me vino a la mente otro verso más “esta belleza es un rompecabezas, pero pa' montarlo aquí tengo la pieza”. Y nos fuimos a la cama… en su mismísima casa.

Cuando desperté no pude evitar el pensar, “¿Qué me está sucediendo, acaso soy un pinche puto?”, porque lo que no me había ocurrido desde mi adolescencia, lo estaba ahora, de viejo y viudo.

Entonces moví a un lado el voluptuoso cuerpo de la mujer que me había saciado a plenitud, cuando súbitamente me vino un fugaz pensamiento que no pude reprimir, comparando la satisfacción que había experimentado con esta experimentada mujer y la de mi joven aventura; movimiento que hizo que la despertara.

“Deseo ir al baño” le dije como excusa por haberla despertado y me levanté.

“Es la segunda puerta del corredor” me dijo con ternura, y salí.

Cuando llegué allí, empujé la puerta… pero ese no era el baño, sino el dormitorio de… mi alumna, con quien, desnudo, me encontré cara a cara con ella, ambos con los ojos desorbitados por la sorpresa.

Entonces escuché a mis espaldas la voz de la mujer que me había dado un tremendo placer, diciéndome: “¡Y ahora lárgate de la casa!”, Y comprendí de inmediato la trampa tendida por ella para separarnos, ya que resultó ser la madre de mi joven alumna, quién había sido advertida de los amoríos de su joven hija con un vejete.

Y así, regresé a mi insípida vida.


martes, 22 de octubre de 2019

LA FRONTERA


Estaba al frente de un gran alambrado, abarrotado de gente que buscaba la forma de ver y encontrar a sus familiares, amigos o conocidos del otro lado de esta, sin poder hacer nada por trasponer dicha inmensa barrera. Y yo no era la excepción de esa preocupación en ese mar de gente de identidad étnica multicultural. Sí, allí estaban gentes de todas las edades y géneros, procedentes de todas las culturas que yo conocía en ellos, o adivinaba reconocer, por sus vestimentas, apariencias raciales e idiomas, todos con un solo denominador común dibujado en sus rostros: La desesperación por transponer la barrera o comunicarse con los suyos.
Era tanto el tumulto y el frenesí de la gente que me era imposible acercarme al alambrado, así que decidí alejarme un poco para así buscar algún claro, por donde poder escurrirme y acercarme hasta aquella muralla de alambre.
Cuando me alejé un poco más de veinte metros de distancia del gentío pude ver mejor el panorama… y lo que vi, me asombró. En realidad, las características ya descritas no cambiaban, solo que fui más consciente de su magnitud. A mi izquierda y derecha, el mar de gente agolpada contra la cerca no tenía fin. Y cuando levanté mi rostro para ver la altura de la valla, esperé encontrar alambres enrollados con púas en su tope, pero no fue así. En realidad, no pude ver la parte más alta porque esta se perdía en un cielo nublado, que supuse que era una mezcla de la neblina del campo y el denso humor de la gente en este cálido día.
Entonces me alejé un poco más y más… y caí sentado sobre el césped de ese inmenso campo. No sé, creo que mi mirada abarcaba la distancia de varios kilómetros en ambos lados a pesar de sus ondulaciones, y lo que vi me golpeó el corazón: en realidad… era lo mismo que ya había visto, pero en otra magnitud. Había allí… ¿millones de personas? Sí, porque la fila de gente se perdía a la distancia de aquella sinuosa pradera.
También vi que había mucha gente que se alejaba; cabizbajos muchos, aunque otros demostraban tranquilidad o alegría al alejarse. Pero la multitud no disminuía ya que otro tanto continuaba llegando.
“¿Señor, pudo acercarse al alambrado?” Pregunté inocentemente a quien se retiraba y pasaba por mi lado.
“Sí… Vi a mi familia y pude decirle adiós. Ahora estoy tranquilo, ya puedo irme, no hay forma de cruzar esta frontera.”
“¿Pero, no lo va intentar?” le pregunté con el ánimo de incluirme en la aventura.
“Ya lo hice, señor. Estoy aquí más de un año. Se ve que Ud. Recién llega”.
“Sí, y ni siquiera me he podido acercar al alambrado. ¿Es posible ver a los familiares?”
“Si te apuras, sí, porque ellos también se alejan… a vivir sus vidas.”
Entonces el hombre se marchó.
“Tengo que lograr acercarme”, me dije a mi mismo tomando una resolución, al momento que me ponía de pie, y me dirigí resueltamente al gentío que se apretujaba contra la malla metálica.
No sé como lo logré, después de abrirme paso entre el asfixiante tumulto de desesperados, pero lo logré.
“¿Wow, que es esto?” me pregunté extrañado cuando estuve pegado al alambrado. Realmente no sé cómo explicarlo, pero la malla era aparentemente metálica, solida. Sin embargo no lo podía tocar ya que se desvanecía ante mi intento, aunque si lograba retenerme al intentar querer cruzarlo. Lo máximo que pude hacer allí fue estirar los brazos, e inclusive las piernas, a través del alambrado ya que no me lo impedía, pero dar un paso adelante me fue imposible… Aun así, hice innumerable intentos hasta que me di cuenta que era en vano continuar con el esfuerzo.
“¿Estarán usando barreras de campos electromagnéticos? Mmm… No sabía que la tecnología ya la había hecho realidad”. Me dije dándome una explicación.
Miré a mis costados y en ambos casos vi como la gente alargaba sus manos por tocar a los suyos, entre sollozos, para luego irse. Aunque otros se quedaban y continuaban con la tortura de verlos sin poder hacer más.
Luego miré hacia adelante, en busca de los míos… y no vi a nadie que pudiera reconocer en medio de un gentío que se acercaba y alejaba para luego desaparecer en la bruma ya que la visión era muy borrosa por la neblina circundante.
Allí me quedé un día, el otro y el siguiente, y así perdí la cuenta del tiempo. Hasta que, un día, una ráfaga de viento aclaró la visión y pude ver a un niño muy pequeño, de poco más de un año, caminando cerca de la malla metálica:
“Mi nieto!” exclamé, y él me miró.
En su rostro pude ver sus ojos de alegría porque me reconoció, pero solo atinó a balbucear algunas palabras ininteligibles.
Fue cuando su padre, es decir mi hijo, se acercó, lo cargó y se lo llevó, mientras le decía: “Es hora de almorzar, hijo”.
Increíblemente fue suficiente lo que vi y oí para sentirme reconfortado de mi desgracia de no poder estar allí, con ellos, y recién me di cuenta del límite del limbo en que me encontraba. Y con la esperanza de esperarlos allí el día cuando alguno de ellos cruce la frontera, me alejé a hacer mi propia vida.  

lunes, 9 de septiembre de 2019

UNIVERSOS PARALELOS

mujer madura

Me casé con una hermosa mujer morena y nuestro matrimonio perduró por unos largos 30 años, claro está que con los consabidos altos y bajos de toda relación. Pero últimamente, en los momentos de crisis, hemos llegado no solamente al límite de la tolerancia, sino que esta se había transformado en una asfixiante intolerancia, mutua y con la misma intensidad en ambos. Aunque, ya calmados, siempre llegábamos a la reconciliación… pasajera.
Hoy tuvimos una nueva discusión, en donde la expresión “nueva” es solo un decir, porque, en la larga fila del recuento de estas, creo que ese término ya no cabía más.
¿Cuál fue el motivo de la discusión? Vaya, solo fue hace unas horas y ni lo recuerdo, solo queda mi desagrado y rabia hacia ella. Pero Uds. pueden imaginarse cualquiera, la más insulsa, burda y vana que puedan pensar, y esa sería el suficiente motivo para encender la hoguera de injurias que logran hacer brotar el odio reprimido que sentimos ambos por cada uno de nosotros.
No hablaré acerca de ella, directamente, sino de mí, porque a pesar de la rabia que siento no pierdo la cordura de mi caballerosidad… en las formas.
Bueno, lo primero que quiero mencionar son algunos defectos, creo que graves, que he tenido por años, y que a estas alturas de mi vida no han cambiado. Sin embargo, nunca fui totalmente consciente de ellos hasta que ella me los enrostró, repetidas veces, como causa de la desgracia de su vida.
Fui y soy dominante… y en un principio a ella le gustaba. En casa se hacía lo que yo creía y decía, actuando siempre con la absoluta convicción de que era lo mejor para todos… y ella, aparentemente feliz, se sometía y hacía las cosas más simples en casa. Hoy mis hijos no tienen porque soportarme, porque se han ido por sus propios caminos. No obstante, ella sigue a mi lado, aunque con el consabido desagrado de no poder soportarme y hacerlo explicito en cada oportunidad que puede.
Fui y soy muy apasionado en el amor. Esto, como virtud, fue algo que a ella le encantó y lo disfrutó por años, a la vez que hizo tolerante todos mis defectos. Hasta que el tiempo me venció y la fuerza menguó, entonces el embrujo acabó, aunque no mi pasión por ella. Ahora sé la humillante verdad, de sus propios labios escupiéndome al rostro, cuando no puedo hacer el amor y me reprocha diciéndome: “nunca me saciaste!!!”.
Hoy ya no soy el adonis de antes, y en mi cuerpo mis músculos han sido reemplazados o cubiertos por la grasa. Al extremo que, en donde había un sexy escultural abdomen, tallado en músculos, ahora sobresale una prominente panza. Y en mi rostro, tanto sonreír a la vida como el fiel reflejo de la alegría de mi espíritu, ahora hay surcos profundizados por el desprecio sentido que llego a percibir de ella hacia mi persona, provocando, peor aún, horribles ojeras y rictus como reflejo de mi amargura.
Mis cabellos, si no han encanecido, se han ido con el viento, el champú y el agua o el acondicionador y el peine… y ni qué decir de mis dientes, que a decir verdad hacen honor a un conocido refrán, porque se han ido con mis parientes… al más allá.
Hoy, temprano en la mañana, al levantarme de la cama, me miré al espejo y comprobé que soy el espanto que ella dice que soy.
Peor aún, ahora dice que huelo, que soy descuidado y sucio debido a las manchas de comida en el pecho de mi camisa… y del baño ni qué decir.
Por eso, viviendo en la misma casa, dormimos en dormitorios separados, con baños separados y todo… lo que ha evitado las reconciliaciones, ¿?.  
Mis hijos ya se han ido de casa para vivir en las suyas. Ahora, en esta tremenda mansión, sólo quedamos dos seres que ya no se soportan y dos criadas fantasmas que penan por la casa cocinando y limpiando.
Esta noche, mientras ella dormía,  entré a su dormitorio y me metí entre las sabanas con mucho cuidado en no rozar su cuerpo para no despertarla y así, indudablemente, encolerizarla, aunque yo sospechaba que estaba despierta.
Allí, recostados en la misma cama, dándonos la espalda y a un aparente kilometro de distancia, nuestra respiración sonaba profunda y calmada. Y en medio de mis pensamientos tomé la resolución de irme… para siempre… de esta vida.
Al día siguiente, mi esposa, al despertar, comprobó que el inerte cuerpo que yacía a su lado era el de un muerto, y lanzó un alarido de dolor diciendo mi nombre, llamándome como una loca desenfrenada; lo que me conmovió profundamente, mientras que yo, como una nube, la observaba desde un rincón del dormitorio. Fue tanto la expresión de dolor y llanto que ella dejó salir del fondo de su corazón, que estuve a punto de regresar para consolarla… pero ya no era posible… y me marché, definitivamente, caminando por un oscuro túnel en donde se podía apreciar una salida luminosa al final de esta.
De pronto, en mi estado de adormecimiento, sentí el suave rozamiento de alguien que se enroscaba a mi cuerpo… y desperté en mi cama cubierto por la rubicunda cabellera de mi mujer. Había dormido tan profundamente que solo atiné a desprenderme lo más suavemente de ella para ir al baño. Allí, me miré al espejo, primero un lado de mi rostro y luego el otro, abrí mi boca y miré mis dientes, luego me dije a mí mismo: “Aún estoy lozano… pero ya llegará la vejez” y alcé mis hombros como un ademán despreocupado y sonreí del sueño que recordaba tenuemente.
De regreso a la cama, me escurrí suavemente entre las piernas de mi amada y me hundí en su blonda entraña. Así, ambos tuvimos un esplendoroso despertar, mucho mejor que el de ayer, aunque, quién sabe, no tanto como el de mañana.
Rubia
Rubia
PS: “Universos paralelos es el nombre de una hipótesis física, en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes. El desarrollo de la física cuántica, y la búsqueda de una teoría unificada (teoría cuántica de la gravedad), conjuntamente con el desarrollo de la teoría de cuerdas, han hecho entrever la posibilidad de la existencia de múltiples dimensiones y universos paralelos conformando un multiverso”… Wikipedia

sábado, 18 de mayo de 2019

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD


Mi alegría fue creciendo al límite del paroxismo cuando vi aparecer, en la pantalla de mi televisor, uno a uno los números ganadores del Super Lotto de la lotería de California del ticket que tenía en la mano. La sala de mi casa se volvió un loquerío por los gritos y abrazos de mi familia. Sí, allí estábamos mi esposa, mis tres hijas y yo… ah, y mi perro también, el que no dejaba de correr y saltar por los sofás. No exagero si digo que faltó poco para que, por la emoción y el forcejeo de los abrazos que nos dimos, rompiéramos el bendito ticket ganador. Realmente estábamos fuera de sí, o al menos yo, porque por un poco pierdo el conocimiento ya que no podía respirar bien. Felizmente me recuperé y no alarmé a nadie, aunque cuando nos retiramos a descansar no pude dormir hasta muy entrada la madrugada.
Al día siguiente, tan pronto desperté, mi esposa me esperaba con el suculento Brunch dominical (comida muy tarde para ser un Desayuno y muy temprano para ser un Almuerzo). Antes de sentarme en la mesa para dar curso a lo que mi esposa pondría delante de mí, quise librarme de la preocupación que me perseguía desde que puse un pie fuera de la cama, y este era el confirmar los números ganadores de la lotería, así que abrí la puerta principal de la casa, recogí el diario y de vuelta a la mesa del comedor busqué la noticia y la encontré. Aun así no estuve conforme y busqué nuevamente, ahora en internet. Sí, no había dudas, habíamos ganado el premio mayor de la lotería de California… Entonces dije por primera vez:
“TENEMOS UNOS JODIDOS CIENTO VEINTE MILLONES DE DÓLARES EN EL BOLSILLO, MALDITA SEA!!!”
Y por primera vez mi esposa no se enojó por haber maldecido en casa y, peor aún, en la mesa. Solo atinó a decirme con tranquilidad:
“No nos van a dar esa suma, cariño. ¡No olvides que el tío Sam es el primero en cobrar!”
“Oh sí. Creo que los gobiernos Federal y del Estado se llevarán un poco más de treinta millones juntos… aún así, noventa millones es mucho dinero!”, dije.
“Tampoco nos lo darán todo de una sola vez, cariño, sino en veinte años, creo…” replicó mi esposa, mientras me acercaba las calentitas tortillas de maíz  para empezar a comer el mexicoamericano Brunch que había preparado.
“Sí, sí, tienes razón… Serán unos cuarenta los que depositarán a nuestra cuenta. De todos modos, mañana ni nunca más vuelvo a trabajar.” Dije tomando una bocanada de aire porque volví a sentir la sofocante emoción de haber ganado el premio.
Lo que nos sucedió ese año fue abrumador. Compramos casas… en la playa de Malibú y en la montaña del Big Bear, en California, a orillas del lago. Compramos TV digitales con pantallas gigantes con su respectivo sistema de audio estéreo, y otras de tamaño normales para cada cuarto. Compramos refrigeradoras, congeladoras, lavadoras, secadoras, aire acondicionado y ya no sé que más, porque nos llenamos de cosas que no necesitábamos pero salían en los anuncios por la TV, que fueron almacenados sin uso en el garaje; aunque los viejos artefactos que teníamos antes se quedaron arrumados en la casa vieja. Compramos autos, vans, camionetas 4x4, un yate y un inmenso camper… Sí, el verbo “Comprar” era el que más se conjugaba por todos en casa, sin la preocupación del mañana o de una posible escasez. No. ¿Por qué preocuparse, si teníamos cuarenta millones inacabables? Y si se agotaban tendríamos dos más a fin de año, al siguiente y al otro… y así, por veinte años más.
La familia entera hicimos una lista de familiares y amigos cercanos, que llegó a la cantidad de mil integrantes, con mucho esfuerzo, a los que les enviamos mil dólares a cada uno, sí, un millón de dólares en total. Y otro tanto a las instituciones de niños con cáncer y a los abandonados… Luego nos largamos sin fecha de regreso a recorrer América en nuestro Camper, como un escape de un lugar que ya nos asfixiaba por la cantidad de gente que, sin conocernos, hacía una fila y tocaba nuestra puerta, pidiendo dinero o queriendo vendernos algo.
Así, partimos con dirección al Gran Cañón del Colorado y otros tantos lugares de los cientos que ya habíamos seleccionado en nuestra Guía-Mapa.
Pero, al único lugar que no habíamos planeado ir, en nuestra euforia… era a un profundo barranco, al que caímos por haberme quedado dormido mientras manejaba en la penumbra de la noche.
Aunque malherido fui el único que sobrevivió a la fatal caída, para mi mala suerte, porque tuve que ver y constatar que mi esposa y mis hijas estaban muertas… y el dolor que embargó mi alma fue mayor que el de mis heridas. En esos momentos sentí que iba a enloquecer, porque no me resignaba a tal perdida, y maldije mi suerte. Entonces, así tal como un día pedí que mi vida cambiara, pedí ahora:
“Por favor, dame una segunda oportunidad, por favor”.
Entonces desperté abruptamente. Allí, tendido en mi cama, a lado de mi esposa, quien dormía profundamente porque aún no amanecía. Me levanté presuroso y miré por la ventana. Allí estaba mi auto y la camioneta pick-up de trabajo, parqueados frente al porche de la casa. Sí, mi linda casa viejita. Entonces salí de mi dormitorio y caminé por el hall para ir al de los de mis hijas. Ellas estaban allí, dormidas plácidamente. Luego fui al comedor y, por la puerta pequeña de la puerta grande que daba al jardín, apareció mi perro, más feliz que nunca, moviendo la cola y gimiendo por vernos de regreso. 

martes, 11 de septiembre de 2018

El ABUELO


El ABUELO

De Michaelangelo Barnez
En una ciudad de los suburbios del condado de Los Ángeles, vivía la familia Donovan, compuesta por papá John, mamá Johanna, los mellizos Paul y Paola y el abuelo Peter, padre de John.
La casa le pertenecía al abuelo Peter y a su difunta esposa, desde hacía más de 30 años; y contaba con dos recámaras, una con baño propio, living comedor, cocina y un patio bastante grande en donde John aprendió todos los juegos de pelota guiado por su padre; y les fue suficiente de grande hasta que John se casó.
Johanna, antes de mudarse a vivir con su marido, en casa de su suegro, mandó remodelar la casa, añadiendo un segundo piso con todo lo necesario como para ser totalmente independiente del primero, pero quiso hacer algo más y en este primer piso anuló la habitación que era de John, uniendola con el viejo living, así lo convirtió en una sala mucho más espaciosa, que comunicaba la entrada principal de la casa con el patio trasero. En el patio mandó hacer una piscina con un área de entretenimiento y BBQ para amigos e invitados. Una vez terminada la remodelación, resultaba difícil reconocerla de la original. Por eso, ahora Johanna se sentía la dueña y señora de la casa.   
A Peter no le importó la arrogancia de su nuera, le bastaba con saber que su hijo era feliz y que los niños que vinieran llevarían su apellido. Con que no le toquen su vieja habitación matrimonial, con baño propio, TV de 65’’ y su frigobar repleto de botanas, sodas y cerveza, en su original primer piso, estaba feliz.
No pasó mucho tiempo que la apacible casa de los Donovan sea visitada por la cigüeña con carga extra, la de dos bebés mellizos y pelirrojos; y que en solo dos años se convertiría en una alborotada por el huracán que armarían los niños.
Los padres tenían que ir a trabajar, así que el abuelo Peter se quedó a cargo de supervisar a la niñera y los bebés. Fue la oportunidad de Peter de malcriarlos, alternativamente con la rigurosidad de la madre, a tan temprana edad. Su hijo John ya era un caso perdido, porque había sucumbido no solo a la hermosura de su mujer, sino a los dictámenes de ella.
El abuelo Peter era el rompe reglas de la casa. “los mellizos no deben estar más de 30 minutos en le piscina” ordenaba la madre a la niñera. Pero Peter los convirtió en un par de nutrias bebés, ya que les enseñó a bucear y nadar, sí, en ese orden, cuando tenían solo cinco meses de nacidos. Así, para el fastidio de su madre, los pelirrojos Paul y Paola broncearon su piel y sus rostros se llenaron de pecas.
“Papá, Paul y Paola no deben estar mucho tiempo en la piscina” le  reclamaba John, presionado por su esposa.
“Oh, se me olvidó!” le contestaba Peter y hacía un gesto con las manos.
Y el “Oh, se me olvido” fue la frase favorita del abuelo Peter cuando los padres de los mellizos le reclamaban algo como, cuando elegía no llevarlos al colegio para llevarlos al parque; o al mall a caminar por horas por todas las tiendas de juguetes; o comer helados de yogur antes de la hora de cenar; o no llevarlos a la peluquería las repetidas veces que se comprometió en hacerlo; o cuando Johanna descubría que los mellizos, los sábados y domingos muy temprano, no estaban es sus camas, sino en el primer piso, en el dormitorio del abuelo, desayunando en la cama junto con él, mirando la tele.
“No puede ser, no puede ser que tu padre no nos haga caso, en absoluto… -reclamaba Johanna a John-… cuando le damos ordenes claras y precisas… no, no puede ser!”
“Pero los niños están bien y adoran a su abuelo...-decía John a favor de Peter, y añadía-… eso es muy positivo para el fortalecimiento espiritual de nuestros hijos”
“¿Cómo puedes decir eso?...-reaccionó iracunda Johanna, y continuó-... En la escuela son un problema y no hay semana que no nos envíen notas de queja de lo que ellos hacen. Que al gato de la directora le ataron una campana en la cola; que le pegaron a un niño mayor que ellos; que dejaron libre a los hamsters del salón; que todos los días desaparecen las tortugas y las encuentran en el jardín de la escuela; que en el último paseo de la escuela al museo, los mellizos, tus hijos, se metieron a la pileta llena de agua y todos los niños los imitaron. ¿Sabes cómo se quejaron los padres? y yo soy la que tuvo tragarse la vergüenza!” Chilló Johanna, sin parar, ni pausa para tomar aire.
“Pero eso no lo hace mi padre!” Se le ocurrió reclamar a John.
“Cómo...-dijo con la cara roja de la ira-... acaso no lo ves?... -Preguntó retóricamente Johanna y añadió-… Esa es la influencia de tu padre en los niños, y te lo advertí desde cuando eran bebés ¿Acaso no recuerdas cómo los defendía cuando yo los reprendía por comer los espaguetis jugando con las manos?”
Y John no pudo contener la risa al recordar la manera de cómo comían los mellizos al lado de su abuelo untados de salsa tomate toda la cara, y añadió: “Pero eran muy pequeños para usar los cubiertos, y mi papá, ya sabes, es un payaso que hacía todo eso con tal que los mellizos comieran!”
“No, no, no. No se trata de eso. El punto es que tu padre es un viejo loco o… -Y Johanna hizo una pausa para énfasis a sus palabras, entonces añadió-… O sufre de alzhéimer, porque no hace caso y siempre responde “Oh, se me olvido!”, te das cuenta de la gravedad, John?”
No. John no veía ningún problema, porque así fue criado por su padre y creció feliz, y realmente no concebía cual era el problema que tenía su esposa con el abuelo de los mellizos.
“No haces caso de lo que te digo, John, pero yo estoy viendo más allá de todo esto y creo que tu papá dejó de ser un mal ejemplo, para ser un peligro para todos en esta casa, especialmente para los mellizos".
John se limitó al gesto de asentir como muestra de estar de acuerdo con ella, pero nada más.
En realidad creía que era más un problema de nuera-suegro que otra cosa, en donde Johanna era la quejosa bitchy, que ladraba día y noche, de la cama a la cocina, del coche a la cochera, del living de la casa a la oficina del trabajo… Por eso la bloqueaba mentalmente y solo oía un molesto zumbido cuando ella hablaba.
Fue un día, justo cuando Hollywood estrenó una película cuyo tema era acerca de un abuelo que sufriendo de demencia senil, vivía con la familia, en vez de estar en una clínica especial, que Johanna vió el anuncio en la tele. Johanna tuvo el inmediato deseo de ir verla, junto con su marido por supuesto, para ver si entendía, ahora con imágenes, de una vez por todas. Como era de esperar, la película fue un bodrio que caricaturizaba la vejez, pero que a Johanna le encantó, porque el personaje, el “viejo loco”, quemó la casa; entonces fue justo lo que ella necesitaba para convencer a John, para que interne a su padre en una clínica especial.
De regreso a casa, cuando iban por el freeway, Johanna trajo el tema que le obsesionaba. “Allí lo van a tratar y cuidar muy bien. Estará mejor que en casa. Tienen la atención de enfermeras las 24 horas, además de gente que estará a su completo servicio y recreación, lo bañan, lo alimentan, lo pasean, lo cuidan, qué más se puede pedir. Anímate John, habla con tu padre de una vez por todas y convéncelo, hazle ver que estará mejor que en casa, más seguro para cualquier emergencia médica ahora que pasa los 70s…” y Johanna siguió hablando todo el trayecto, desde el parqueadero del cine a la casa, sin descanso ni intenciones de callarse, ininterrumpidamente, hasta convencer a su marido.
Pero hacía ratos que John la había bloqueado, porque ya sabía que solo estaba repitiendo lo mismo de lo mismo. Sin embargo, aun así, debido a tanta presión, meditaba en la remota posibilidad real de llevar a su padre a una "Casa Hacienda" de reposo u hospicio, para personas de la tercera edad. “Mi padre jamás aceptará esa alternativa” pensaba John, a la vez que movía la cabeza de manera negativa, sabiendo cómo era su padre. John recordaba que había visto morir a su abuelo en casa, atendido por su padre y en sus brazos. Había visto como lo atendió día y noche en sus dos últimos años, y fue testigo de muchas actitudes que lo marcaron en su vida a pesar que era tan solo un adolescente; recordaba de cómo Peter había renunciado a su trabajo para atender al abuelo en casa, en vez de enviarlo al lujoso hospicio que le ofrecía su seguro social. John, escuchó cuando su papá le dijo a su abuelo, casi como un juramento, “Usaremos el dinero del seguro y yo te cuidaré, papá… como me cuidaste a mi cuando nací y mamá murió…”
A John se le escaparon algunas lágrimas al recordar lo que hizo su padre hacía 15 años, y las limpió sin que Johanna se diera cuenta, mientras ella seguía hablando.
De pronto John, poniendo atención a la realidad, vio a lo lejos, desde lo alto del segundo nivel de la vía expresa o freeway por donde iban, un resplandor y su reflejo en las nubes del cielo oscuro. Su reacción inmediata fue prender la radio del auto.
Johanna se había callado por unos segundos, al notar el resplandor, entonces gritó: “Incendio, incendio…!”
Y la radio daba la noticia de que varias casas del vecindario se estaban incendiando, pero que los bomberos ya estaban en el lugar tratando de combatir las llamas y evitando que esta se propagase más.
“Es en nuestro vecindario!” exclamó John, saliendo del freeway para tomar la ruta de las calles que faltaban para llegar.
“Viejo maldito, viejo maldito…-exclamó Johanna, histérica al ver a lo lejos la casa en llamas-… Te lo dije John, te lo dije!!! Gritaba entre llantos y manotazos.
Pero no pudieron avanzar más con el auto, porque los camiones bomberos y sus mangueras, los carros patrulleros y los paramédicos bloquearon las calles.   
Entonces fue Johanna la primera en salir del auto y correr hacia las casas en llamas. Mientras que John demoró unos segundos más, por estacionar su auto sin bloquear el paso para el tránsito de los bomberos y otros, luego salió corriendo tras su esposa. Y la encontró con su hija melliza en sus brazos, ambos llorando.
Cuando John se acercaba, la pequeña Paola en brazos de su madre gritaba señalando la casa en llamas “el abuelo, el abuelo!!!”
Y Johanna cubrió el rostro de su hija en su seno mientras decía: “No mires hija, tu abuelo estaba loco, no sabía lo que hacía…-y miró a John con rabia-… y tu hermano, dónde está, dónde está!!!” pero Johanna no se movía del lugar en donde estaba parada.
John las dejó y avanzó en busca del mellizo, esquivando unos carros bomberos y la maraña de mangueras tiradas en el pavimento, tratando de acercarse más, mientras rogaba murmurando: “Dios mío, mi hijo, mi paulcito, mi paulcito!!!…”
Entonces un bombero le impidió el paso, gritando con autoridad: “No puede acercarse, señor!!!”
“Mi hijo, mi hijo, está allí, esa es mi casa…!!!” Gritó John, forcejeando con el bombero que le impedía el paso.
“¿No es aquel?” le dijo el bombero a John, sin soltarlo, haciendo un gesto con la cabeza.
John volteó y oye… “Papá, papá… -Gritó el pequeño Paul, en brazos de otro bombero, señalando la casa en llamas-… el abuelo, el abuelo!!!"
John tomó en sus brazos a su pequeño hijo, mientras el bombero le explicaba, cuando Johanna y la melliza ya estaban a su lado, abrazándose todos.
“Señor, el abuelo salvó primero a la niña…-Dijo el bombero-… y luego entró a rescatar al niño que estaba en el segundo piso…-Entonces hizo una pausa, y continuó-… pero le reclamaron por el gatito y el abuelo regresó a la casa en llamas a salvar a la mascota del niño. Yo no pude detenerlo, señor, el abuelo era un hombre ágil y fuerte, y yo tenía al niño en mis brazos… lo vi entrar y fue entonces que la casa explotó y las llamas cubrieron la salida... no pudo salir. Su padre es todo un héroe, señor!!!”
John abrazaba fuertemente a sus mellizos, mientras lloraba triste… pero orgulloso.
En la última escena de la tragedia, abrazando a su familia, a contraluz de la casa incendiada. Gritó al viento:
“Así fue mi padre, así soy yo, así serán mis hijos!!!”    



LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...