El ABUELO
De Michaelangelo Barnez
En una ciudad de los suburbios del
condado de Los Ángeles, vivía la familia Donovan, compuesta por papá John, mamá
Johanna, los mellizos Paul y Paola y el abuelo Peter, padre de John.
La casa le pertenecía al abuelo
Peter y a su difunta esposa, desde hacía más de 30 años; y contaba con dos
recámaras, una con baño propio, living comedor, cocina y un patio bastante
grande en donde John aprendió todos los juegos de pelota guiado por su padre;
y les fue suficiente de grande hasta que John se casó.
Johanna, antes de mudarse a vivir
con su marido, en casa de su suegro, mandó remodelar la casa, añadiendo un
segundo piso con todo lo necesario como para ser totalmente independiente del
primero, pero quiso hacer algo más y en este primer piso anuló la habitación que era de
John, uniendola con el viejo living, así lo convirtió en una sala mucho más
espaciosa, que comunicaba la entrada principal de la casa con el patio trasero.
En el patio mandó hacer una piscina con un área de entretenimiento y BBQ para
amigos e invitados. Una vez terminada la remodelación, resultaba difícil
reconocerla de la original. Por eso, ahora Johanna se sentía la dueña y señora
de la casa.
A Peter no le importó la
arrogancia de su nuera, le bastaba con saber que su hijo era feliz y que los niños
que vinieran llevarían su apellido. Con que no le toquen su vieja habitación
matrimonial, con baño propio, TV de 65’’ y su frigobar repleto de botanas, sodas
y cerveza, en su original primer piso, estaba feliz.
No pasó mucho tiempo que la
apacible casa de los Donovan sea visitada por la cigüeña con carga extra, la de
dos bebés mellizos y pelirrojos; y que en solo dos años se convertiría en una
alborotada por el huracán que armarían los niños.
Los padres tenían que ir a
trabajar, así que el abuelo Peter se quedó a cargo de supervisar a la niñera y
los bebés. Fue la oportunidad de Peter de malcriarlos, alternativamente con la
rigurosidad de la madre, a tan temprana edad. Su hijo John ya era un caso
perdido, porque había sucumbido no solo a la hermosura de su mujer, sino a los
dictámenes de ella.
El abuelo Peter era el rompe
reglas de la casa. “los mellizos no deben estar más de 30 minutos en le
piscina” ordenaba la madre a la niñera. Pero Peter los convirtió en un par de nutrias
bebés, ya que les enseñó a bucear y nadar, sí, en ese orden, cuando tenían solo
cinco meses de nacidos. Así, para el fastidio de su madre, los pelirrojos Paul
y Paola broncearon su piel y sus rostros se llenaron de pecas.
“Papá, Paul y Paola no deben
estar mucho tiempo en la piscina” le
reclamaba John, presionado por su esposa.
“Oh, se me olvidó!” le contestaba
Peter y hacía un gesto con las manos.
Y el “Oh, se me olvido” fue la
frase favorita del abuelo Peter cuando los padres de los mellizos le reclamaban algo como,
cuando elegía no llevarlos al colegio para llevarlos al parque; o al mall a
caminar por horas por todas las tiendas de juguetes; o comer helados de yogur
antes de la hora de cenar; o no llevarlos a la peluquería las repetidas veces que
se comprometió en hacerlo; o cuando Johanna descubría que los mellizos, los
sábados y domingos muy temprano, no estaban es sus camas, sino en el primer piso,
en el dormitorio del abuelo, desayunando en la cama junto con él, mirando la tele.
“No puede ser, no puede ser que
tu padre no nos haga caso, en absoluto… -reclamaba Johanna a John-… cuando le
damos ordenes claras y precisas… no, no puede ser!”
“Pero los niños están bien y
adoran a su abuelo...-decía John a favor de Peter, y añadía-… eso es muy
positivo para el fortalecimiento espiritual de nuestros hijos”
“¿Cómo puedes decir eso?...-reaccionó iracunda Johanna, y continuó-... En la
escuela son un problema y no hay semana que no nos envíen notas de queja de lo que ellos
hacen. Que al gato de la directora le ataron una campana en la cola; que le
pegaron a un niño mayor que ellos; que dejaron libre a los hamsters del salón;
que todos los días desaparecen las tortugas y las encuentran en el jardín de la
escuela; que en el último paseo de la escuela al museo, los mellizos, tus
hijos, se metieron a la pileta llena de agua y todos los niños los imitaron.
¿Sabes cómo se quejaron los padres? y yo soy la que tuvo tragarse la vergüenza!” Chilló Johanna, sin parar, ni pausa para tomar
aire.
“Pero eso no lo hace mi padre!”
Se le ocurrió reclamar a John.
“Cómo...-dijo con la cara roja de la ira-... acaso no lo ves?...
-Preguntó retóricamente Johanna y añadió-… Esa es la influencia de tu padre en los
niños, y te lo advertí desde cuando eran bebés ¿Acaso no recuerdas cómo los
defendía cuando yo los reprendía por comer los espaguetis jugando con las manos?”
Y John no pudo contener la risa
al recordar la manera de cómo comían los mellizos al lado de su abuelo untados de salsa tomate toda la cara, y añadió:
“Pero eran muy pequeños para usar los cubiertos, y mi papá, ya sabes, es un payaso que hacía todo eso con tal que los mellizos comieran!”
“No, no, no. No se trata de eso.
El punto es que tu padre es un viejo loco o… -Y Johanna hizo una pausa para
énfasis a sus palabras, entonces añadió-… O sufre de alzhéimer, porque no hace
caso y siempre responde “Oh, se me olvido!”, te das cuenta de la gravedad,
John?”
No. John no veía ningún problema,
porque así fue criado por su padre y creció feliz, y realmente no concebía cual
era el problema que tenía su esposa con el abuelo de los mellizos.
“No haces caso de lo que te digo,
John, pero yo estoy viendo más allá de todo esto y creo que tu papá dejó de ser
un mal ejemplo, para ser un peligro para todos en esta casa, especialmente para
los mellizos".
John se limitó al gesto de
asentir como muestra de estar de acuerdo con ella, pero nada más.
En realidad
creía que era más un problema de nuera-suegro que otra cosa, en donde Johanna era la quejosa bitchy,
que ladraba día y noche, de la cama a la cocina, del coche a la cochera, del
living de la casa a la oficina del trabajo… Por eso la bloqueaba mentalmente y solo oía un molesto zumbido cuando ella hablaba.
Fue un día, justo cuando Hollywood estrenó una película cuyo tema era acerca de un abuelo que sufriendo de demencia senil, vivía con la familia, en vez de estar en una clínica especial, que Johanna vió el anuncio en la tele. Johanna tuvo
el inmediato deseo de ir verla, junto con su marido por supuesto, para ver si
entendía, ahora con imágenes, de una vez por todas. Como era de esperar, la película fue un bodrio que caricaturizaba la vejez, pero que a Johanna le encantó, porque el personaje, el “viejo loco”, quemó la casa; entonces fue justo lo
que ella necesitaba para convencer a John, para que interne a su padre en una
clínica especial.
De regreso a casa, cuando iban por el freeway, Johanna trajo el tema que le obsesionaba. “Allí lo van a tratar y cuidar
muy bien. Estará mejor que en casa. Tienen la atención de enfermeras las 24
horas, además de gente que estará a su completo servicio y recreación, lo bañan, lo alimentan, lo pasean, lo cuidan, qué más se puede pedir. Anímate
John, habla con tu padre de una vez por todas y convéncelo, hazle ver que estará mejor que en casa,
más seguro para cualquier emergencia médica ahora que pasa los 70s…” y Johanna siguió hablando todo el
trayecto, desde el parqueadero del cine a la casa, sin descanso ni intenciones de callarse, ininterrumpidamente, hasta convencer a su marido.
Pero hacía ratos que John la
había bloqueado, porque ya sabía que solo estaba repitiendo lo mismo de lo
mismo. Sin embargo, aun así, debido a tanta presión, meditaba en la remota posibilidad real de llevar a su padre a una "Casa Hacienda" de reposo u hospicio, para personas de la tercera edad. “Mi padre jamás aceptará esa alternativa” pensaba John, a la vez que movía
la cabeza de manera negativa, sabiendo cómo era su padre. John recordaba que había visto morir a su abuelo en casa,
atendido por su padre y en sus brazos. Había visto como lo atendió día y noche en sus dos
últimos años, y fue testigo de muchas actitudes que lo marcaron en su vida a
pesar que era tan solo un adolescente; recordaba de cómo Peter había renunciado a su trabajo
para atender al abuelo en casa, en vez de enviarlo al lujoso hospicio que le
ofrecía su seguro social. John, escuchó cuando su papá le dijo a su abuelo,
casi como un juramento, “Usaremos el dinero del seguro y yo te cuidaré, papá…
como me cuidaste a mi cuando nací y mamá murió…”
A John se le escaparon algunas
lágrimas al recordar lo que hizo su padre hacía 15 años, y las limpió sin que
Johanna se diera cuenta, mientras ella seguía hablando.
De pronto John, poniendo atención a la realidad, vio a lo lejos,
desde lo alto del segundo nivel de la vía expresa o freeway por donde iban, un
resplandor y su reflejo en las nubes del cielo oscuro. Su reacción inmediata
fue prender la radio del auto.
Johanna se había callado por unos
segundos, al notar el resplandor, entonces gritó: “Incendio, incendio…!”
Y la radio daba la noticia de que
varias casas del vecindario se estaban incendiando, pero que los bomberos ya
estaban en el lugar tratando de combatir las llamas y evitando que esta se propagase más.
“Es en nuestro vecindario!”
exclamó John, saliendo del freeway para tomar la ruta de las calles que
faltaban para llegar.
“Viejo maldito, viejo
maldito…-exclamó Johanna, histérica al ver a lo lejos la casa en llamas-… Te lo dije John,
te lo dije!!! Gritaba entre llantos y manotazos.
Pero no pudieron avanzar más con
el auto, porque los camiones bomberos y sus mangueras, los carros patrulleros y los paramédicos bloquearon las calles.
Entonces fue Johanna la primera en salir
del auto y correr hacia las casas en llamas. Mientras que John demoró unos segundos más, por estacionar su auto sin
bloquear el paso para el tránsito de los bomberos y otros, luego salió corriendo tras su
esposa. Y la encontró con su hija melliza en sus brazos, ambos llorando.
Cuando John se acercaba, la pequeña
Paola en brazos de su madre gritaba señalando la casa en llamas “el abuelo, el
abuelo!!!”
Y Johanna cubrió el rostro de su
hija en su seno mientras decía: “No mires hija, tu abuelo estaba loco, no sabía
lo que hacía…-y miró a John con rabia-… y tu hermano, dónde está, dónde está!!!”
pero Johanna no se movía del lugar en donde estaba parada.
John las dejó y avanzó en busca del mellizo, esquivando unos carros bomberos
y la maraña de mangueras tiradas en el pavimento, tratando de acercarse más, mientras rogaba murmurando: “Dios mío, mi hijo, mi
paulcito, mi paulcito!!!…”
Entonces un bombero le impidió el paso,
gritando con autoridad: “No puede acercarse, señor!!!”
“Mi hijo, mi hijo, está allí, esa es mi casa…!!!” Gritó John, forcejeando con el bombero que le impedía el paso.
“¿No es aquel?” le dijo el
bombero a John, sin soltarlo, haciendo un gesto con la cabeza.
John volteó y oye… “Papá, papá…
-Gritó el pequeño Paul, en brazos de otro bombero, señalando la casa en llamas-… el abuelo, el abuelo!!!"
John tomó en sus brazos a su
pequeño hijo, mientras el bombero le explicaba, cuando Johanna y la melliza ya estaban a su lado,
abrazándose todos.
“Señor, el abuelo salvó primero a la
niña…-Dijo el bombero-… y luego entró a rescatar al niño que estaba en el
segundo piso…-Entonces hizo una pausa, y continuó-… pero le reclamaron por el gatito y
el abuelo regresó a la casa en llamas a salvar a la mascota del niño. Yo no pude detenerlo, señor, el abuelo era un hombre ágil
y fuerte, y yo tenía al niño en mis brazos… lo vi entrar y fue entonces que la casa explotó y las llamas
cubrieron la salida... no pudo salir. Su padre es todo un héroe, señor!!!”
John abrazaba fuertemente a sus
mellizos, mientras lloraba triste… pero orgulloso.
En la última escena de la
tragedia, abrazando a su familia, a contraluz de la casa incendiada. Gritó al viento:
“Así fue mi padre, así soy yo,
así serán mis hijos!!!”