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viernes, 25 de abril de 2025

UN AMOR DIVIDIDO

 

 

Por Michaelangelo Barnez

John e Inés compartían una historia de amor digna de novelas románticas. Se conocieron una tarde lluviosa en el café “Capuchino” de la esquina del mall. Ella, una artista plástica que encontraba inspiración en los detalles más pequeños de su arte; él, un arquitecto apasionado por los trazos precisos y la belleza estructural de sus proyectos. Sus mundos se entrelazaron como los colores en una pintura, formando una relación cálida y envolvente en el amor y habilidades.

Sin embargo, la perfección que parecía rodear su amor comenzó a desmoronarse cuando el destino introdujo a Carla, una antigua amiga de John, en la relación. Ella apareció inesperadamente durante una reunión social y, de manera involuntaria, despertó en él una ola de nostálgicos recuerdos y emociones que había enterrado hacía años. Las sonrisas compartidas y las miradas sugerentes que parecían contener secretos dejaron a Inés con una inquietud creciente.

John intentó disipar las preocupaciones de Inés, asegurándole que su amor por ella era inquebrantable. Pero las palabras, aunque dulces, no podían borrar el peso que se colaba entre ellos. Inés sentía que Carla representaba para su amado algo más que una simple amistad pasada, y los días se llenaron de silencios incómodos y preguntas sin respuesta.
Por otro lado, Carla era consciente de los límites que no debía cruzar. Pero en su corazón, aún guardaba un afecto por John  que no podía ignorar. Las coincidencias los ponían en situaciones inesperadas: encuentros en la oficina, proyectos compartidos y conversaciones que parecían siempre ir más allá de lo profesional.
Inés, tratando de proteger su relación, decidió enfrentar sus temores. Una noche, con voz temblorosa pero firme, le preguntó a John: "¿Sigues amándome como antes? ¿O hay algo en tu corazón que ya no me pertenece?"

John, atrapado entre la culpa y la confusión, confesó que su encuentro con Carla había despertado recuerdos y emociones que no esperaba. Sin embargo, insistió en que su amor por Inés era genuino y profundo. La sinceridad de sus palabras era como una brisa fresca en medio de una tormenta, pero no eliminaba el temor que le causaba.

La incertidumbre llevó a Inés a tomar una decisión difícil. Decidió tomar distancia de John para reflexionar sobre lo que ambos realmente sentían en sus corazones. Durante el tiempo que estuvieron separados, John enfrentó sus propios sentimientos, comprendiendo que su pasada relación con Carla no podía eclipsar el amor que sentía por Inés.

Mientras tanto, Inés encontró consuelo en su arte. Sus pinturas comenzaron a reflejar la intensidad de sus emociones: el amor, la fidelidad, el dolor de la traición, la esperanza del perdón y la fuerza del amor verdadero. En cada pincelada, se daba cuenta de que su relación con John era una obra en progreso, un lienzo que aún tenía espacio para ser completado.

Un día, John apareció en el estudio de Inés. Con una expresión llena de arrepentimiento y un ramo de flores en mano, le confesó su decisión de cortar todo contacto con Carla y dedicarse plenamente a reconstruir su relación. Su sinceridad fue el inicio de una conversación profunda que reveló su compromiso de trabajar juntos para sanar las heridas.

Aunque no fue fácil, ambos comenzaron un nuevo capítulo en su historia. John  e Inés aprendieron que el amor no siempre es perfecto, pero es más fuerte cuando enfrenta y supera los desafíos. Juntos, transformaron su dolor en una nueva oportunidad para construir algo que valía la pena proteger.

Pasaron muchos años y una tarde Lucila, de 28 años de edad, e hija de ambos, le contó a su madre acerca de la infidelidad de su esposo. Inés, temerosa de las infidelidades de los hombres y mujeres en el matrimonio, le dio su mejor concejo: ”Hija, la fidelidad es una virtud muy difícil de mantener en el matrimonio, y solo tú puedes decidir que hacer, conociendo las circunstancias de cuando ocurrió. Si amas a tu esposo y crees que él se siente verdaderamente arrepentido y te ama, entonces no lo rachases, ni lo apartes de ti, porque lograrás lo peor: Quedarte sola y que él se refugie en los brazos de la amante. Si haces bien o mal, solo el tiempo lo dirá”.


martes, 15 de abril de 2025

LA FERIA

 

 
by MICHAELANGELO BARNEZ

La gran feria iluminaba la noche de la ciudad de Long Beach con luces vibrantes y el eco de risas. Alicia y Juan, una pareja joven y desilusionada, caminaban de la mano con sus tres hijos, Pedro, Paco y Rosa. A pesar de la belleza del lugar, los ojos cansados de Alicia y la mirada ausente de Juan hablaban de una lucha interna.

Los niños estaban extasiados. Pedro corría hacia las montañas rusas, Paco intentaba ganar premios en los juegos de tiro, y Rosa, la más pequeña, miraba fascinada los destellos de los fuegos artificiales. Para ellos, la feria era un mundo mágico. Para sus padres, era un escape.

Alicia y Juan, atrapados en su propio mundo de adicciones, habían llegado a la feria con un plan. Apenas habían cruzado el portón principal, los niños corrieron hacia los juegos. Así decidieron dejar a los niños. «¡Regresamos pronto, cuídense!», dijo Alicia con una sonrisa forzada. Los tres pequeños no sospecharon nada, pensando absortos con la diversión que iban a gozar todo el día, así sus padres se demoraran, no iba a ser la primera vez.

La promesa nunca se cumplió. Esa noche marcó el inicio de una larga e interminable separación que cambiaría sus vidas para siempre. Más tarde la multitud comenzó a disminuir, mientras Pedro, Paco y Rosa comenzaron a comprender que estaban solos… Abandonados.

Esa noche durmieron en los límites de la Feria, escondidos entre los arbustos

En los días siguientes, los niños buscaron refugio en la misma feria, que habría sido mejor que ir a un albergue o cárcel.

Pedro, apenas con diez años, asumió el papel de líder, llevando a sus hermanos a áreas donde podían descansar o encontrar comida. Paco, con su ingenio, ayudaba a ganar pequeñas cantidades de dinero jugando en los puestos, mientras que Rosa usaba su inocente encanto para ganarse el afecto de los feriantes.

El Circo de la feria pronto se convirtió en su hogar. Los trabajadores y visitantes empezaron a notar su situación, y varios feriantes se encargaron de cuidarlos. El viejo don Manuel, encargado del carrusel, fue especialmente amable con los tres. Compartía historias y los alimentaba cuando podía.

Mientras tanto, Alicia y Juan se hundían más en su desesperación. Vagaban de una ciudad a otra, buscando el siguiente escape en las drogas que los consumían. Su mundo ya no tenía espacio para el amor ni para el arrepentimiento. Un año después, mientras conducían en una carretera oscura y desierta, su tragedia alcanzó el clímax. Drogados y confundidos, el auto en el que iban perdió el control y terminó estrellado contra un muro de cemento. Murieron instantáneamente.

La noticia llegó a los niños como un rumor en la feria. Aunque eran demasiado jóvenes para entender la gravedad del accidente, Pedro, con su extraordinaria madurez, sintió una mezcla de alivio y tristeza. Sus padres no regresarían, pero tampoco sufrirían más.

A medida que pasaron los años, los tres hermanos crecieron dentro del universo de la feria. Pedro se convirtió en un líder natural, Paco desarrolló habilidades de trapecista en el espectáculo acrobático, y Rosa encontró su lugar como una artista encantadora de leones. La feria se convirtió en su familia, una comunidad que los protegió y los ayudó a encontrar un propósito.

Pedro, al mirar hacia atrás años después, comprendió que el abandono había sido lo mejor que les había pasado, ya que fue el inicio de una nueva vida. Aunque había perdido a sus padres, había ganado algo inesperado: la fortaleza para enfrentarse al mundo y la certeza de que, incluso en los momentos más oscuros, existe la posibilidad de renacer.

El Circo de la feria, debido a la crisis económica del país, decidió ser administrada como una cooperativa con todos sus integrantes como socios, y escogieron por unanimidad a Pedro como su administrador, a Paco como presentador y a Rosa como la tesorera.

Así, los tres hermanos continuaron juntos, cuidándose y ayudándose en todo. Claro que la historia continuaría con amores, desengaños, compromisos, bodas y niños por venir… que es otra historia.

 


domingo, 7 de agosto de 2022

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?


Autor... Michaelangelo Barnez
Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima, conciencia, simplemente energía, o como quiera llamar, deja el cuerpo físico de una persona para migrar a otros lugares y tiempos, a condición de volver al cuerpo y lugar de origen en espacio y tiempo.
Hace poco estuve haciendo una somera investigación acerca del estos llamados “Viajes Astrales” porque el tema me fascina. Y lo que encontré fue una variedad de páginas virtuales que ofrecían información de cómo realizar los mentados viajes. Allí descubrí que la mayoría, si no todos, partían de la premisa de que estos eran experiencias posibles para cualquiera, siempre y cuando siguieran las pautas que luego describían. Otra cosa común que encontré en estos sitios fue que todos tenían como base teórica, o de fe, a la ideología, es un decir, Tibetana, budista o yoga, y algunas otras hasta entremezcladas con supersticiones.
A decir verdad y por lo general dudo mucho ante lo inexplicable, esta es una actitud escéptica espontánea mía, principalmente cuando se nos quiere revelar algo y para conseguirlo empiezan a dar todo un marco teórico de conceptos y definiciones que luego utilizaran para demostrar que todos sus planteamientos son verdaderos.
Y este preciso caso, el de los Viajes Astrales, no escapaba a dicho esquema en los sitios virtuales que visité. Primero, nos plantean la existencia de un universo o plano astral. Luego, el de un cuerpo astral o sutil, que para quienes hemos sido educados en la cultura Occidental y cristiana sería el Alma o Espíritu. Pero, para quienes no creen en la dualidad de la existencia, Alma-Cuerpo, como yo, esta sería nuestra misma indivisible unidad energía-cuerpo. Además, nos plantean la existencia de toda una diversidad de viajes, como en una aerolínea, de vuelos en grupos, inconsciente, consciente o bajo hipnosis. También nos ofrecen el procedimiento de toda una técnica para lograr el Viaje Astral, es decir, el Desdoblamiento o Salida de nuestra alma del cuerpo, sin la necesidad de morir, para lograr esta experiencia, por supuesto, sino a través de la meditación, ya que una vez desdoblados seguimos unidos, alma y cuerpo por separados, por una cuerda de plata, sostienen. Claro está, que a estas alturas de mi somera investigación el tema ya perdía credibilidad por la manera como lo planteaban, quedando como acto de fe. Pero, con el marco teórico previo, si se le daba por aceptado, podía justificarse todo.
Luego, como corolario, encontré que narraban las experiencias logradas por diversas personas en los Viajes Astrales, como para probar el hecho en sí, que para mi opinión y entender eran simples sueños que se logran recordar. ¿Por qué afirmo esto? Simplemente, porque no se proporcionan pruebas concretas. Los “Yo estuve…”, “Conozco a alguien que…”, “Mi maestro afirma que…”, pueden ser testimonios verdaderos y de buena fe, pero solo para probar que tales experiencias, en su mayoría, son sueños enmarcados en el límite del subconsciente.
En definitiva, nos dice que los viajes astrales son aquellos viajes que hace nuestro cuerpo sutil o astral a otros lugares (del plano astral) en el tiempo y el espacio, para luego regresar, felizmente, al mismísimo mísero cuerpo y al valle de lágrimas desde donde partieron; viajes que vienen dándose desde hace miles de años, a capricho y voluntad, por quienes dominan dicha técnica de desdoblarse.
Pero, ¿Realmente será cierto? Me pregunto muchas veces, porque soy un escéptico que deja una puerta abierta al raciocinio de los fenómenos extrasensoriales. ¿Será posible ir y venir, a nuestra discreción y libre albedrío, por el universo? Aunque no solamente eso, sino: ¿Será posible que a través de dichos viajes astrales podamos, además, viajar alterando el tiempo? ¿Es decir, que podamos ir al Sol, a Marte o Júpiter; que podamos salir de nuestra galaxia, la Vía Láctea, e ir por el universo cuya dimensión es infinita y solo puede medirse parte de él en millones de Años Luz y llegar a otras que nos sería abrumadoramente imposible lograrlo con la tecnología actual? ¿Serán posibles aquellos viajes cuando en la actualidad solo hemos llegado a tocar, con mucho riesgo y esfuerzo, la punta de nuestra nariz al llegar a nuestro satélite: La Luna; y los únicos viajes que hacemos en el tiempo son las elucubraciones de nuestros recuerdos o la caprichosa imaginación que hagamos, cuando nos venga en gana, del futuro?
Realmente no lo creo. No considero que sea posible planteado de esa manera. La lógica me dice que seríamos totalmente diferentes si esos viajes fueran posibles, múltiples y a muestra propia discreción.
Para mí, lo más importante es que, más allá de los anecdóticos “viajes astrales” de quienes lo hacen a diario y, repito, al libre albedrío, y que luego llenan las páginas de aquellas Webs por doquier con sueños comunes y corrientes; existen muchas evidencias reales de que el hombre ha viajado por el Universo y el Tiempo rompiendo las barreras que lo limitan a la Tierra y al momento vivido. Eso es lo que me hace pensar que la posibilidad sea real.
En la historia existen algunos ejemplos de personajes que han dejado plasmado sus experiencias, ya sea como predicciones o ficciones literarias, o quizás ambas. Y entre muchos solo quisiera mencionar a Miguel de Nostradamus (“Las verdaderas centurias astrológicas y profecías, 1555”), Julio Verne (“Viaje de la Tierra a la Luna, 1865”) y Helbert George Wells (“La máquina del tiempo, 1895”).
Quienes hayan leído las predicciones de Nostradamus, las novelas de Julio Verne y H. G. Wells, por sitar únicamente algunos, pueden imaginarse lo impresionante que resulta la relación que existe entre sus líneas literarias y la historia que acabamos de vivir, o estamos viviendo; habiendo sido escritas muchísimos años antes que sucedieran en la realidad, y de la cual somos testigos de excepción. Claro que hay otras evidencias más de un posible viaje astral del hombre, por así llamarlo, debido a que no existe aún la posibilidad tecnológica de viajar a través del tiempo y el espacio, y no menos maravillosas, dependiendo de nuestro límite de credibilidad. Porque si no, ¿Cómo explicamos los “Códigos Secretos de la Biblia”, “Las predicciones de las Pirámides de Egipto”, “Las Predicciones de los Mayas” entre otras más? Pero como dije, dependerá mucho del límite que tengamos de dar crédito a un sin fin de teorías que van desde las más extravagantes a las más asombrosas por su posibilidad concreta.
Sin embargo, dejemos de lado lo que podamos creer, a final de cuentas, como voluntad de un acto de fe, místico o mágico, y veamos su posibilidad real por las evidencias reales.
Y las evidencias reales nos muestran que han existido personas que han logrado vencer las humanas ataduras de las distancias galácticas y las barreras del tiempo, experiencias increíbles aun debido a la falta de una explicación científica.
Lo real y concreto es que dichos personajes tenían una increíble imaginación, poder de concentración y, según contaron ellos mismos, lograron sus visiones, o inspiraciones, a través del sueño o ensueño.
En mi humilde criterio, un Viaje Astral no difiere en nada al “sueño” que podamos tener, a condición de poder dirigirlo y recordarlo. ¿Pero cuál sería la diferencia con un evento extrasensorial? Ah, allí está el detalle.
Lo extrasensorial sería la capacidad de una persona de penetrar en lo más profundo de su propio ser y lograr llegar a aquel lugar, en la mente, en donde se une la espiritualidad con el universo cuántico que nos rodea. Aquel recóndito punto en nuestro cerebro, o mente, desde donde fluye como un manantial nuestra conciencia y, por lo tanto, nuestras ideas y emociones. En aquellos espacios intercelulares de nuestro cerebro, en donde las ideas y emociones se manifiestan como pulsos eléctricos de nuestro neuro-sistema y/o de combinaciones químicas que producen nuestras hormonas como la Serotonina y otros. Justo en el punto en donde se produce la “chispa” o salto cuántico que incendiará la pradera de neuronas del cerebro para dar paso al universo de la consciencia, de las ideas y su interacción mutua.
Los Viajes Astrales, o como se les llamen, son toda una experiencia extrasensorial posible, de viajes a través del sueño, la concentración y la guía consciente.
Al principio dije que había hecho una somera investigación acerca del tema, por lo tanto, creo que por la superficialidad que esas páginas mostraban no nos da una real comprensión de tales experiencias. Como comprenderán, el asunto es mucho más complejo y trascendental, y carece absolutamente de algún carácter místico o religioso, que va desde los excepcionales poderes de la mente a la conjunción del conocimiento milenario con la llamada ciencia actual. Si soy escéptico a la mayoría de casos anecdóticos, eso no me limita a sentir admiración por quienes, aunque muy pocos, logran dicha experiencia siguiendo las enseñanzas de los maestros Tibetanos, o quizás hasta podría incluir, la experiencia onírica que tuve ayudado por un brebaje de la milenaria cultura amazónica: La Ayahuasca. El mismo que narro bajo el título de: “Ayahuasca, Un Viaje al Infinito” en una serie de notas… (Buscar en Google).
Para terminar este asunto, que quedará meciéndonos por mucho tiempo en el columpio de, “Cierto-No Cierto”, en el pensamiento del común de la gente, diré, desde mi óptica dual, de Ingeniero y escritor de ficciones, que el tema de las experiencias de los Viajes Astrales son una rica fuente de inspiración.

domingo, 5 de junio de 2022

YO TÉ


Ya era mediodía cuando me senté alrededor de una pequeña mesa redonda para dos, de mantel a cuadros rojo y blanco y al aire libre, en la acera del Café Le Dome, de La Ciudad de la Luz: París, cercano a la plaza en donde se erguía la imponente Torre de Eiffel, en espera de la única amiga que tenía allí, a quién solo había conocido a través de un portal literario de las redes virtuales de internet. Ella, Marie Deneuve, era la persona fundamental para mi corta estadía en esa gran y hermosa ciudad, ya que hablaba, además del obligado francés, el inglés y español; estas dos últimas las únicas lenguas que yo dominaba.
A decir verdad, desde que salí del aeropuerto internacional de París, Charles de Gaulle, me sentí perdido, puesto que tenía dificultades para comunicarme con la gente con quienes ineludiblemente tenía que tratar. Al taxista únicamente le enseñé el tríptico de propaganda del Hotel para hacerme entender que me llevara allá. Una vez allí, al querer pagarle por el servicio y no entender lo que me decía, opté por enseñarle una baraja de billetes de Euros, equivalentes a $80 Dólares, para que él escogiera lo debido, y el taxista tomó todos y me agradeció con una amplia sonrisa. Realmente no me sentí mal con la actitud de este, ya que yo sabía de antemano que era la tarifa aproximada, incluyendo la propina.
En el hotel me fue más fácil, porque hablaban inglés y mi agente ya había hecho las reservaciones del caso. Solo tuve que mostrar mi pasaporte americano y mi tarjeta de crédito para que las muy amables francesas me atendieran como un rey. ¿Francesas? No, no lo eran. Luego me enteré de que realmente eran españolas, pero solamente me hablaron en inglés durante mi corta estadía.
Así transcurrieron mis primeras horas, acomodándome en mi suite del hotel Saint Dominique, ubicado en la calle del mismo nombre; en el lobby de este, y luego aventurándome a caminar por los alrededores, sin alejarme mucho para no perderme. Y en la noche viéndo la TV en cable.
“A cappuccino, please!” le dije al maître del café cuando este se acercó a atenderme. Luego, desplegué el diario, Los Ángeles Time, que gentilmente me habían obsequiado en el avión el día de ayer, y repasé las noticias ya obsoletas, mientras había dejado sobre la mesa los tres libros que pensaba obsequiar a mi amiga Marie: “Rayuelas” de Cortázar; “Los Heraldos Negros” de Vallejo; y “Te Veré en Sueños”, la novela que iba a presentar el próximo viernes.
Pero Marie demoró más de lo que yo demoré en beber tres tazas de café, así que, como ya era hora del almuerzo, le pregunté al maître por el menú, y este me trajo una cartilla con todo lo que servían allí… escrita en francés por supuesto. Aun así, no tuve dificultad para elegir lo deseado, porque no iba a almorzar aun, sino matar el hambre y justificar mi larga espera en esa meza del concurrido Café. En la lista vi una foto a colores, entre muchas, con una descripción: “Crêpe sgratinées à la mozzarella et jambon”.
“I want this, please!” le dije poniendo mi dedo en el gráfico, adivinando que era un Crepé de mozzarella y jamón. Y el maître me entendió… Pero agregó: “Et pour laboisson? Y me envió al limbo por tres segundos, para remontarme a los años de mi llegada a Gringolandia, cuando sin saber inglés adivinaba lo que me decían acertando casi al 100% de veces, cuando me hablaban. Entonces le respondí: “A cold Pepsy, please!” Y el maître se fue.
El hojear, el diario en mis manos solo cumplían una fachada a mi prolongada espera por Marie. Realmente no tenía ningún interés en releer las noticias ya pasadas y menos los abundantes avisos comerciales. Y de tanto en tanto, miraba a mí alrededor y observaba a la gente que ya iba llenando las mesas contiguas. Y una vez más pude comprobar que el mundo se había globalizado no únicamente en lo económico, sino en razas y culturas, tan igual como sucedía en California desde ya muchos años atrás.    
Y mientras paseaba mi mirada observando a la gente del café, mis ojos coincidieron con los verdes de una linda joven, sentada a pocos metros de mi mesa, quien me sonreía amablemente. Yo, caballerosamente, y con mucha duda, respondí con una leve reverencia con la cabeza y una sonrisa en mis labios, y continué con mi observación, sin mostrar mucha importancia al hecho en particular. Aunque para mis adentros pensaba que quizás ella me conocía del portal literario o en Facebook. Intrigado, volví a buscar sus ojos y encontré su fresca sonrisa y alegre mirada sobre mi persona. Y yo solo atiné a responder de la misma manera, para luego refugiarme en el diario, simulando leerlo.
Mientras comía mi Crepé volví a mirarla, y volví a encontrar su dulce mirada y sonrisa. Entonces yo, cogiendo el vaso de hielo con soda, hice un ademán levantándolo, mientras decía con una sonrisa y sin palabras sonoras: “Salud!”
Ella se alegró e hizo lo mismo diciéndome algo que yo entendí como: “Yo té!”
Continué comiendo y bebiendo a sorbos mi soda, mientras pensaba que usualmente malinterpretamos los gestos, creyendo que ella había malentendido el mío, cuando levante el vaso, como refiriéndome al contenido de mi vaso, por lo que ella me contestó con lo ella bebía: “Yo té!” sin palabras.
Yo ya había terminado de comer mi crepé, y mi paciencia por la espera se había agotado también, así que estaba dispuesto a pedir la cuenta y regresar a mi hotel. Pero antes hice el último intento de comunicarme con Marie, solo para obtener la misma decepcionante respuesta de que sistema satelital de esa zona no registraba mi llamada.
Así, mientras tenía el celular pegado al oído, vi como la linda joven se acercó a mi mesa y me dijo: “Yo té!” y con toda naturalidad se sentó en la silla libre.
Yo, muy solícito, llamé al maître con un ademán de mano para que se acercara y ordenarle lo que ella pedía: "Un té". Pero la linda muchacha, sonrojada y ofuscada, se levantó y se fue, sin antes decirme algo, en voz baja, como un susurro, que entendí como: “bla, bla, bla, la mierdé!”
Realmente yo no comprendí lo que había sucedido y menos aún el motivo del porqué esta bella joven me había mandado a la mierda.
Pero mi confusión fue breve, ya que la tan esperada amiga Marie Deneuve por fin llegó.
Nos abrazamos, besamos y sentamos, y sin dejarme decir una palabra empezó con un interminable tsunami de palabras.
“Querido Mich, que guapo eres, mejor de lo que aparentas en las fotos de tu portal literario y en Facebook, como me gustan los latinos-hispanos, dios mío, como me gustas Mich. Pero bueno, te pido disculpas por no haber ido ayer a esperarte al aeropuerto, estuve tan ocupada con lo de tu presentación para este viernes que recién hoy lo he finiquitado todo. Vamos a tener como invitados a un poeta español y a un peruano ayacuchano que toca lindo el charango, ambos residentes en París, además de la presencia del agregado cultural del Perú en Francia. Todo eso lo logré confirmar recién hoy, en esta mañana, por eso es que demoré tanto, además de que no contestabas tu celular. Te llamé mil veces y nada. ¿Está malogrado? Bueno, no importa ya, porque por fin nos reunimos para hablar frente a frente y…”  y Marie continuó hablando, asegurándome la presencia de los amigos del portal literario, la comunidad peruana y de países hermanos residentes en París, dándome todos los detalles del evento literario y los preparativos para los días siguientes, previos al evento. Mientras yo solo asentía con la cabeza a todas sus decisiones ya tomadas por Marie.
Luego de la andanada de palabras de mi amiga, cambiando de tema, recién pude contarle mi breve experiencia de las 24 horas que llevaba en París.
Así, tuve la oportunidad de preguntarle acerca del comportamiento de la bella joven, que de cierta manera podía decir que había conocido en ese Café.
Y le conté todo, con lujo de detalles acerca de lo ocurrido, de lo que me dijo, de lo que creí entender, de lo que pensé y también supuse.
Entonces, Marie me interrumpió con una carcajada interminable. Ella reía como una loca. Sí, realmente como loca, sin importarle que llamara la atención de la gente que estaba en las otras mesas. Al principio me sentí incómodo, pero su risa era tan franca que contagiaba a la risa a quien la escuchara. Así que yo también reí, aunque sin saber por qué realmente. Inclusive la gente de otras mesas empezaron a sonreír; y cuando el maître vino sonriendo a ver que sucedía, Marie le contó en breves palabra lo sucedido, y este, soltando una sonora carcajada, comenzó a reír como un loco también, mientras se marchaba.
“Mich, mi querido Mich… Jajajaja oh dios, oh dios!” Me decía Marie, y no pudo continuar porque la risa se lo impedía. Y así entre risas y las lágrimas provocadas por esta, me siguió diciendo: “Esto tienes que contarlo el viernes, dios mío, no puedo más, me orino de la risa… Jajajajajaja!!!”
Los vecinos de otras mesas, hombres y mujeres, reían también, pero no me incomodé por eso.
Salimos del Café porque era imposible conversar allí sin que a Marie le diera otro ataque de risa.
Caminamos un poco, bajo la guía de ella, y encontramos un parque y allí bancas vacías, en donde nos sentamos a conversar.
Allí pude pedirle que me explicara lo que pasó, entre la bella joven y yo, sin percatarme realmente.
Entonces ella me explicó que cuando yo creía que ella me decía: “Yo té!” ella realmente me decía: “Je t'aime!” que suena parecido para tus oídos, Mich, pero significa: “Yo te amo!” y no se refería a la bebida de té que pensabas. Y cuando se sentó a tu lado en la mesa, volvió a decirte. “Je t'aime!” pero volviste a creer que te estaba pidiendo un Té. Y Marie soltó una vez más otra carcajada: “Jajajajajaj… oh dios, oh dios!”
“Y cuando llamaste al maître del Café, ella creyó que te ibas a quejar, por eso es que, ofuscada y avergonzada, se fue!” dijo Marie y añadió “Pero luego… Jajajajajaja…Oh dios!... Ella no te mandó a la mierda… Jajajajaja… Cuando ella se fue…Jajajajaja… te dijo: “Bienvenue à la Ville Lumière!” Jajajajaja… y no “bla, bla,bla a la mierdé! Jajajaja… Oh dios, me oriné otra vez!” 

martes, 19 de octubre de 2021

TIFFANY 2010


Hola, soy Irenne, de solo 20 años de edad y sin embargo, el ser más desgraciado del planeta. ¿Por qué? Ok, les contaré.
Soy bella, muy bella y vanidosa, tanto que hace dos años gané un concurso de belleza, el Tiffany 2010. Sin embargo la fama y la fortuna no me han traído la felicidad, porque hasta hace unas semanas no había encontrado el verdadero amor. ¿Entonces, debería estar feliz hoy? No es así, y ese es mi problema.
Conocí a Richy, un hombre bello, fuerte y muy amable hace quince días en un Centro Comercial de los muchos que hay aquí en Los Ángeles. Él se acercó a mí cuando estaba en una tienda de ropa para damas, en la sección de lencería para ser más precisa, y de manera muy natural entablamos una conversación que al final se transformó en amistad, aunque en mi corazón ya nacía esa extraña sensación del deseo y la ternura por estar junto a él. Así, al final solo quedé momentáneamente tranquila al concertar un nuevo encuentro para el día siguiente.
Los días pasaron y no hubo ninguno de estos en que dejáramos de vernos luego del trabajo, e inclusive los fines de semanas. Así, devenimos en enamorados y yo sentía que el corazón me iba ha estallar cada vez que nos besábamos e incluso perdía el conocimiento por segundos, pero felizmente él me sujetaba fuertemente con sus brazos.
Cada día íbamos a un lugar nuevo de esta gran ciudad Angelina. Al teatro, al cine, de paseo en una góndola por una Venecia artificial, a los juegos de básquetbol, béisbol o fútbol, si no a cenar a un bonito restaurante. Los besos y caricias que nos dábamos eran muy discretos y nunca faltaron, aunque él era muy delicado y nunca fue más allá de la segunda base cuando estábamos solos.
Pero hoy, esta noche, creo que ya llegó el momento y deseo perder mi virginidad. Virginidad que he conservado hasta hoy, no por motivos morales ni religiosos, sino porque estaba esperando al hombre indicado, a quien amaría con todo mi corazón. Quizás he construido todo un mito acerca del amor y el modelo del ser amado, pero sé que Richy es mi hombre y a él se lo entregaré. Además, sé que me ama, sé que me corresponde hasta hoy… aunque desconoce algo muy importante de mi vida, y no sé cuál será su reacción cuando llegue a saberlo, a pesar de que me ha jurado su amor incondicional.
Ahora, en medio de estos atormentados pensamientos, miro y admiro mi escultural cuerpo, totalmente desnuda frente al espejo, luego del baño, lista para vestirme e ir al encuentro culminante con mi amado. Sin embargo, no puedo dejar de sufrir por aquella horrible cosa que veo colgar en mi pubis, que ni el premio a mi belleza puede calmar, y solo puedo exclamar con rabia y tristeza:
“¡Dios, porque me diste eso, si soy una mujer!” 

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

 

 

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

By Michaelangelo Barnez. Enero 2021.

Diciembre del 2020 fue fabuloso, realmente fabuloso e increíble. Uds. Se preguntarán por qué si para la mayoría fue una desgracia en los negocios y en la salud. Bien, les contaré el por qué.

Hace unos meses, en plena cuarentena, una linda chica solicitó mi amistad virtual en FB, la que acepté, como usualmente hago, ya que siempre reservo un espacio para los nuevos amigos; pensando que sería una amistad más con quien compartir mis trabajos literarios.

 Pero la relación fue más allá, “poquito a poquito, suave, suavecito, nos fuimos pegando”, como cantaban Fonsi y Daddy Yankee, y sin darme cuenta, llegamos a convertirnos en asiduos amigos del chat de Messenger. Hasta que se transformó en un adictivo habito porque ella me estaba gustando más de lo normal.

Todo empezó con sus melosos halagos a mis cuentos, lo que motivó que le obsequiara una de mis novelas en formato PDF. Entonces me confesó que ella también escribía y que tenía problemas para hacer una novela, que era el gol que se había propuesto para el 2020, al término del 2019, y ya había pasado la mitad del año y nada, a pesar de estar confinada en casa. Y yo, que no suelo acepta los chats, caí redondito, empujado por la vanidad y, además, para que mentirles, impresionado por la hermosura de aquella “chica”, y la llamo así, “chica” cuando suelo decir Mujer, debido a la fragilidad de figura y los 22 añitos, que ella misma confesó, lo ameritaba.

Así pasamos horas y semanas hablando de la técnica de cómo hacer una novela, salpicados de comentarios y anécdotas de la vida y problemas de los escritores clásicos y afamados, terminando cada sesión con las infaltables tareas que le dejaba diariamente, porque esa era la condición del próximo chat, lo que ella cumplía con exactitud y destreza. Pero esta informal relación de profesos-alumno, derivó en algo más, ya que nuestras conversaciones fueron fluyendo de una manera muy natural a una con intimidad, entremezclado con pasajes de nuestras vidas, anhelos, ambiciones y problemas, etc. Hasta que llegó lo inevitable de una relación en donde una de las ellas ya tenía un propósito. Puedo decir con honestidad que cuando la conocí yo no tenía ninguna intensión afectiva o sexual con ella, quizás sí en mi subconsciencia de lobo solitario, lo más probable, pero luego de meses de chats literarios estos se transformaron en platónicamente románticos, para pasar luego a los escabrosos temas sexuales. No puedo negar que, para un hombre como yo, viudo y de 70 años, las insinuaciones de la joven me excitaban y revolvía la poca testosterona que me quedaba aun y… me sentí bien, muy bien, dejando que mi libido abandonara la silla de ruedas para volver correr sus consabidos caminos. Aunque yo, viendo bien el panorama, no me hacía ilusiones, ni las alimentaba. Por eso, una noche cuando el chat se puso extremadamente caliente, di un giro, lo más éticamente profesional posible, a nuestra conversación para enfriar la atmosfera alcanzada, y desvié el tema fuera de lo personal encargándole el trabajo de escribir un cuento en el género erótico. “Uf”, me dije para mis adentros al cerrar el chat y fui a darme una ducha de agua fría, bien fría.

Al día siguiente muy temprano recibí su cuento, y no puedo negar que me gustó mucho, en términos literarios. Su trabajo demostraba que había asimilado las lecciones dadas, incluso descubrí que copiaba mi estilo, simple, informal y especialmente narrado en primera persona, con un final inesperado, como siempre deben de ser los cuentos.

Pero había un gran detalle, ineludible detalle que iba más allá de la técnica de escribir y de la ficción literaria. Y este era que la trama del cuento realmente era el recuento, escrito con mucha destreza, de lo que habíamos estado haciendo estos últimos meses de retiro obligado, aderezados con pensamientos y ensueños eróticos, contado muy románticamente, en insinuaciones e ilusiones, de lo que yo podía reconocer como lo vivido y compartido durante estos meses de cuarentena. Y que terminaba brillantemente con la inesperada muerte del escritor en la ficción, pero que, en la realidad, era yo.

Como es lógico, yo lo tomé como lo que realmente era: un cuento y nada más.

En la noche, a la hora habitual, nos conectamos en el chat de Messenger. Y le di mi impresión de su cuento, y no escatimé en los halagos que realmente merecía. Traté de mantenerme neutral y no darme por aludido en el tema y desenlace del cuento.

Pero ella me preguntó si yo reconocía algo más allá de las palabras escritas en cuento.

Y, moviendo la cabeza negativamente, le dije fríamente: “¡No!”.

Entonces ella rompió en llantos, un incontenible y sentido llanto.

“Profesor!”, dijo calmándose, y añadió “este en realidad no es un cuento, sino una declaración de amor, el amor que siento por Ud. desde ante de que aceptara mi solicitud de amistad”.

“Pero lo nuestro no puede ser, existe una barrera infranqueable entre tú y yo, y es nuestra edad. Te llevo 50 años de diferencia, ¿comprendes? Realmente me siento halagado, feliz de compartir esos sentimientos que creí que jamás volvería a sentir y que tú has provocado en mí” le dije con la mayor ternura, mirándola a los ojos.

Mientras que en un pequeño recuadro de la pantalla virtual del chat podía ver mi rostro arrugado y ojeroso, semicalvo.

“¿Qué crees que pensarán tus padres, familiares y amigos, de solo vernos caminar juntos por las calles o sentados en un restaurante compartiendo lo que sea?”

Ella ya había enjugado sus lágrimas, y su juvenil rostro se iluminó cuando me dijo: “No me importa, para el amor no existen edades. Amémonos mientras podamos sin importarnos nada, porque nadie sabe quién se ira primero, porque nada está escrito. Hazme feliz aceptando mi amor, sin condiciones”.

Y tan pronto terminó la cuarentena empezaron nuestros encuentros sexuales, en donde la vitalidad que imponía la diferencia de edades se compensaba con mi destreza adquirida en años. Así pasaron meses de exquisito gozo, en la cama y de largas caminatas, los que no estaban en mis planes a estas alturas de mi vida.

Así llegamos a diciembre, cuando sucedió lo impensable.

Una tarde, al ir a un supermercado de herramientas y ferretería, en el Jockey Plaza de Lima, conocí a una bella y voluptuosa mujer, de unos 50 años, de manera casual y enmascarados, cumpliendo el protocolo pro salud, en la línea de espera para pagar lo comprado. Con quien congenié de inmediato luego de una charla y café de por medio, donde pudimos ver los detalles de nuestros rostros y enterarme de que era divorciada y con muchas ganas de vivir la vida loca. El extremado coqueteo de la bella y sensual mujer dio resultado, y olvidándome del peligro del acercamiento físico por la pandemia, como no éramos unos chiquillos, me atreví a decirle: “si te pido un beso ven dámelo, yo sé que estás pensándolo, desde que te vi estoy intentándolo”. Y ella como un resorte me ofreció sus labios. Y nos besamos ardientemente por solo un instante por estar en un lugar público y con restricciones. Pero el beso francés que nos dimos fue un mensaje mutuo de que queríamos más y mirándola a los ojos cantaba para mis adentros “esta beba está buscando de mi bambam, quiero ver cuánto amor a ti te cabe…” mientras ella sostenía mi mirada, como sabiendo lo que pensaba. Y así me vino a la mente otro verso más “esta belleza es un rompecabezas, pero pa' montarlo aquí tengo la pieza”. Y nos fuimos a la cama… en su mismísima casa.

Cuando desperté no pude evitar el pensar, “¿Qué me está sucediendo, acaso soy un pinche puto?”, porque lo que no me había ocurrido desde mi adolescencia, lo estaba ahora, de viejo y viudo.

Entonces moví a un lado el voluptuoso cuerpo de la mujer que me había saciado a plenitud, cuando súbitamente me vino un fugaz pensamiento que no pude reprimir, comparando la satisfacción que había experimentado con esta experimentada mujer y la de mi joven aventura; movimiento que hizo que la despertara.

“Deseo ir al baño” le dije como excusa por haberla despertado y me levanté.

“Es la segunda puerta del corredor” me dijo con ternura, y salí.

Cuando llegué allí, empujé la puerta… pero ese no era el baño, sino el dormitorio de… mi alumna, con quien, desnudo, me encontré cara a cara con ella, ambos con los ojos desorbitados por la sorpresa.

Entonces escuché a mis espaldas la voz de la mujer que me había dado un tremendo placer, diciéndome: “¡Y ahora lárgate de la casa!”, Y comprendí de inmediato la trampa tendida por ella para separarnos, ya que resultó ser la madre de mi joven alumna, quién había sido advertida de los amoríos de su joven hija con un vejete.

Y así, regresé a mi insípida vida.


domingo, 13 de diciembre de 2020

¿SERÁ POSIBLE?

John era un hombre muy metódico y disciplinado, aunque de pensar lento. Padre amoroso de dos hijas y esposo fiel, responsable al detalle del quehacer doméstico familiar, debido al horario de obrero textil que tenía en el turno nocturno y su disponibilidad de tiempo durante el día. ¿Pero, cómo lo hacía? Así. Salía de la fábrica a las 6.00 am. A las 7.00 llegaba a casa y preparaba el desayuno, les servía a sus hijas y luego las llevaba a la escuela privada que su salarió entero no podría cubrir. De regreso a casa, 8:30, su esposa, María, ya se había marchado al empleo que tenía en una empresa constructora importante, así que desayunaba solo. Dormía de 10 am a 4 pm, y se levantaba para ir a recoger a sus niñas del colegio. Al regreso las ayudaba con las tareas escolares mientras preparaba la cena. A las 7pm cenaban, por lo general, los tres solos… A las 9 pm las niñas iban a la cama y él al trabajo.
Su esposa era todo lo contrario a John. María era una mujer muy inteligente, moderna, liberal y feminista, quien había asumido como mayor responsabilidad en su vida su profesión de ingeniero, además del objetivo de lograr el mayor sitial en la dividida e injusta sociedad, cuyas reglas la discriminaban por el solo hecho de ser mujer. Amaba a sus hijas, pero no tenía tiempo para darles “el cariño que quisiera, hijas mías… -les decía en algún momento de los fines de semana-… porque debo trabajar mucho para poder pagar todo lo que tienen”, ya que era la única oportunidad en que las veía.
“¿Señorita Nora, podría ver a mis hijas? Mi esposa va a demorar un poco y yo tengo que ir a trabajar”, dijo John. Él tenía que recurrir por ayuda de la joven vecina del condominio en donde vivían, cuando su esposa no llegaba.
 Una noche de esas, en camino al trabajo, tuvo que desviarse de su ruta habitual y dar un extenso rodeo debido a un accidente de tránsito, y al pasar por un discreto motel vio la camioneta de María estacionado en el parqueadero de este. Un escalofrío recorrió su cuerpo ante la instantánea idea que le vino a la mente. Realmente él no supo cómo llegó manejando a las puertas de la fábrica en donde laboraba, pero se bajó como un autómata, entró al recibidor, ponchó su tarjeta de ingreso y, abrumado por sus pensamientos, fue caminando a la máquina textil que ya usaba más de 10 años, y sin responder los saludos de sus compañeros se puso a trabajar.
Esa noche perdió dos dedos, debido a que, por su distracción, la cortadora de tela que usaba se los cercenó. Así que su jornada de trabajo terminó en el hospital.
A los dos días, cuando le dieron de alta, estuvo sentado por horas en el sofá de la sala de su casa, solo, sin hacer nada, pensando en lo injusto que era la vida. Sus dedos perdidos y el dolor que le causaba ya no le importaban. Era su alma la que sufría, porque María se había marchado del hogar llevándose a sus hijas.
John siempre guardó ese temor oculto en el fondo de su alma. Desde el día que acabaron la secundaria y se juraron amor eterno, él sabía que María era mucha mujer para él.
“Somos muy pobres para educarnos en una profesión. Nuestros padres no podrán con los gastos, ni siquiera en una universidad estatal!”, dijo María en ese entonces, al ganar su ingreso libre a una universidad debido a sus altos calificativos obtenidos, cuando solo tenía sus dulces 17 años, segura de querer seguir una carrera universitaria.
“Yo no creo que pueda ingresar, si a las justas he terminado la secundaria… -acotó John, y añadió-… y tampoco tengo intenciones de ser profesional”.
“En cambio yo quiero ser Ingeniero, quiero estudiar Ingeniería Civil!”, dijo María como una plegaria, mirando al cielo.
“Mi padre se va a jubilar este verano y piensa dejarme su puesto en la empresa textil donde labora… Creo que ya tengo mi futuro definido!”, dijo John mirando y admirando la belleza de María. 
María era más que un rostro bonito, porque la naturaleza le había dado, además de un cuerpo exuberante, una mente vivaz y aguda, que quienes la trataban podían comprobar. Cuando paseaban por las calles y parques, los hombres mayores la miraban con deseos libidinosos, sin prestar atención al brillo de inteligencia que mostraban sus ojos… y John, a su lado, no existía.   
“John, te quiero, te quiero con todo mi corazón. ¿Por qué no nos casamos?” le pidió María acurrucándose en sus brazos.
“Tus padres, ni los míos lo permitirían. No tenemos un lugar propio, y ni en tu casa, ni en el mío hay lugar”.
La conversación de los jóvenes amantes recién graduados continuó en la cama. María le entregó su virginidad y John se sintió haber llegado a cielo por un instante. Luego de un breve silencio, John habló… solemnemente.
“María, voy a aceptar trabajar en la fábrica y tú vas a ir a la universidad… ¡Te lo prometo!”
De los ojos de John salían gruesas lágrimas, provocados por los recuerdos de juventud, las que rodaban por sus mejillas siguiendo los surcos que la vida había marcado en su rostro. Sin embargo, guardaba silencio. Se miró las manos. Una estaba pulcramente vendada, mientras que la otra mostraba los duros callos ganados en sus batallas de 8 horas de trabajo diario, y sus uñas sucias de la grasa que usaba en la máquina, la misma que le castigó por su distracción. 
A los pocos días lo llamaron a reincorporarse al trabajo. La empresa lo quería de regreso en la fábrica para tenerlo sentado las ocho horas en el área de descanso del taller, con tal de no extender el permiso médico. Así que John, como no podía conducir su auto, tomó el tren, solo serían cuatro estaciones de paradas y llegaría a su trabajo. Esa noche, en su confusión, provocado por las pastillas contra el dolor y el embrollo que sentía en el alma, se bajó en la tercera estación como un sonámbulo, dejando olvidada su caja de lonchera. Al percatarse de su error ya no pudo regresar al mismo vagón, porque las puertas se habían cerrado y el tren ya se había puesto en marcha. Por lo que tuvo que esperar al siguiente. En plena espera llegó a escuchar un estruendo lejano, pero no le dio importancia. Entonces subió al vagón que ya tenía en frente de él, cuyas puertas ya se abrían. No bien se puso en marcha el tren, este tuvo que detenerse por una emergencia… Una bomba había explotado y destruido la estación cuatro, hacía solo unos minutos, anunció los portavoces.
John de todos modos llegó al trabajo y fue al área reservada para su sentada jornada de ocio de 8 horas, en donde vio por la TV los detalles de las noticias. Pero luego el sueño lo venció.
John fue despertado bruscamente cuando unos hombres uniformados y fuertemente armados le cayeron encima, sin miramientos a su condición de convalecencia, y lo ataron de pies y manos. Y así, encapuchado, lo llevaron a la estación de policía. A John lo acusaban de haber dejado una bomba en el vagón en que viajaba y haberse bajado en la estación anterior en compañía de una mujer… y la policía tenía los videos de las cámaras de seguridad del lugar para demostrarlo. Esto, además del perfil sicológico por el que atravesaba, lo hacía el principal sospechoso del atentado. 
John no durmió durante 24 horas, entretenido en interrogatorios, cachetadas, traslados, más interrogatorios y cachetadas, y vasos de café, hasta que fue liberado libre de culpa. Él nunca admitió los cargos, pero sus captores dudaron de su cordura por las respuestas que daba acerca de la persona que lo acompañaba en los videos. Felizmente, para él, los culpables ya habían sido identificados y arrestados.
De vuelta al sofá de su sala, solo, sentado, meditaba en silencio mirando la foto del video que uno de los oficiales que lo interrogó le permitió quedarse, a manera de disculpa por el equivocado arresto, los golpes y lo insólito del caso.
“¿Será posible?” se preguntó John, compungido y confundido, mirando fijamente a la figura que aparecía a su lado en la foto.
Y no pudo contener su llanto. “Mamá… sé que siempre me acompañas… y esa noche me salvaste la vida al sacarme del vagón. Mañana, te llevaré flores al cementerio, mamá linda!”.

sábado, 18 de abril de 2020

A THOUNDSAND KISSES DEEP




A THOUDSAND KISSES DEEP
O MIL PROFUNDOS BESOS
by Michaelangelo Barnez
Miraba el plano de calles de Google que tenía en la pantalla de mi PC,
Mientras que con mi dedo índice seguía las líneas de las vías que recorrería.
Iba a ser una larga caminata nocturna, agazapado entre las sombras,
En pleno toque de queda, debido a la cuarentena provocada por la pandemia.
“Está prohibido salir!” me advirtió la razón,
“Puedes contagiarte!” machacó.
“O detenerte, arrestarte y multarte!” volvió a aconsejarme.
“Pero tienes que hacerlo!” me dijo el lado oscuro de mi mente.
La misma que por lo general me metía en problemas.
“Sí, tengo que hacerlo, tengo que ver a mi amada!” y dejé de lado a la razón.
Esperé la medianoche, vestido de negro, para salir.
Tan pronto pisé la acera de la calle, al salir de mi dorado capullo,
El frio de la noche golpeó mi rostro. Hacía ya un mes que no me aventuraba.
Miré a ambos lados, no vi a nadie.
Prendí mi Ipod y “A Thounsand Kisses Deep” sonó.
Sí, Leonard Cohen me acompañaría en toda mi ilegal, pero ineludible aventura.
Me cubrí con mi capucha y el sonido se magnificó. Entonces, manos en el bolsillo, caminé.
Recorrería la Av. Melgarejo, en la Molina, luego la Av. Separadora Industrial,
Para tomar la Vía de Evitamiento-norte.
Hasta allí, pensé que no tendría problemas y así fue.
Pero al llegar a la Fábrica de pinturas Fast, hoy QROMA, la cosa cambiaría, estaba en el Agustino.
A esa hora de la noche la gente buena dormía. Los fumones delincuentes, no.
Y si me detenían, policías o delincuentes, sería lo mismo.
Pero era el lado oscuro de mi mente quien controlaba todas mis decisiones y movimientos.
Yo estaba ensimismado en mis pensamientos, acompañado por la grave voz de Cohen.
“A Thounsand Kisses Deep” sonaba y yo imaginaba dándoselos a mi amada.
Caminé cabizbajo, como un autómata, a lo largo de las oscuras y desiertas calles,
Parando solo cuando “algo” me lo exigía, acurrucado en las sombras.
Casi sin prestar atención a los vehículos de seguridad que raramente pasaban.
Y luego volvía a caminar.
“A Thounsand Kisses Deep!” resonaba en mis oídos,
Y en mi mente, mis labios recorrían el cuerpo de mi amada.
Así, mareado por el dulce licor del libido provocado, avanzaba por las calles.
Pasé semáforos y oscuros tugurios, deteniéndome no sé si por el peligro,
O por no llegar al éxtasis antes de tiempo.
Pasé entre gente peligrosa y maloliente, parados en esquinas y tugurios del Agustino
Y si no me asaltaron fue porque seguro me veían peor que ellos, creo.
O quizás yo era invisible.
De pronto me detuve, se aclaró mi conciencia, y me vi ante una gran reja de hierro.
Con una gruesa cadena y candado asegurada. Entonces rodeé la manzana buscando otra entrada.
Y la encontré, por una pared derruida. Así, excitado por el inminente encuentro con mi amada,
Entré y entre árboles y arbusto, no muy lejos, la vi. Ella me esperaba y yo no podía faltar.
“A Thounsand Kisses Deep!” Resonó en mi mente, y se los di al borde del éxtasis.
Ella me miró, sonrió y respondió a mis besos. Mi corazón latía desbocado.
Entonces, en medio del placer infinito, mi conciencia se apagó.
Al día siguiente, los guardianes del lugar encontraron el cadáver de un sonriente hombre sobre la
lápida de su esposa.

UN AMOR DIVIDIDO

    Por Michaelangelo Barnez John e Inés compartían una historia de amor digna de novelas románticas. Se conocieron una tarde lluviosa en el...