De Michaelangelo Barnez
"EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS SERÉ TUYA"
Fue lo que me dijo Gabriela como una promesa de amor en la tarde que nos reunimos en la habitación de su casa, en Miraflores, días antes del 14 de febrero.
Hacía un año que nos conocimos y 10 meses que nos hicimos enamorados. Últimamente, nos reuníamos en su dormitorio los días sábados para prepararnos para los laboratorios y exámenes parciales de la semana siguiente. Sus padres me conocían y consentían nuestra relación de enamorados confiando en la responsabilidad de Gabriela.
Fue amor a primera vista al encontrarnos en el mismo salón de clase del curso de Geometría Descriptiva, para alumnos de Arquitectura e Ingeniería Civil, de la Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, de Lima, Perú. Al principio solo nos “hacíamos ojito” desde asientos diferentes, pero el día que recibimos los resultados de nuestro primer examen parcial se acercó a mí, con los ojos desorbitados.
“¡Veinte, te has sacado veinte, pucha, si nadie en la clase aprobó!”, dijo Gabriela, casi riéndose al momento de mostrarme el Cero en su hoja de examen. Y añadió “Nos fregaste a todos”.
Mientras el arquitecto-profesor se reía, ya que, en el caso de haber desaprobado a todos, el examen se anulaba.
“Yo solamente hice lo que pude” dije sonriendo.
Y así fue como nos hicimos amigos inseparables, y cuando no teníamos clases comunes ansiábamos por encontrarnos. Por eso nos veíamos varias veces al día, en los cambios de clase u horas libres en el campus universitario y pasábamos horas en las bibliotecas de las especialidades o en la general.
Y el ansiado momento de hacernos enamorados llegó, sin declaratorias, ni agarraditos de manos, si no cuando le estaba explicando cómo resolver la proyección de Líneas en los diversos planos para descubrir que no se interceptan, pero se cruzan. Yo estaba desprevenido cuando nuestros rostros se acercaron y la miré para comprobar si me entendía, entonces fue cuando me besó. Fue como un “piquito” brevísimo, pero bastó. Nos miramos a los ojos y nos dijimos mil palabras de amor en un segundo. Y la bulla de los demás en la biblioteca nos trajo a la realidad.
En poco tiempo nos convertimos en los tortolos de la UNI, porque cada vez que andábamos por el campus lo hacíamos de la mano. Mis amigos dejaron de molestarme porque ella se hizo amigos de ellos también.
A decir verdad, teníamos círculos diferentes de amigos, pero Gabriela me los presentó a los suyos y les caí muy bien, excepto a uno, que también la pretendía.
Fue cuando empecé a almorzar con ellos en los restaurantes privados de la UNI, lo que afectaba a mi magra economía. Antes lo hacía en el comedor general que llamaban “la muerte lenta” y era 1/3 más barato, pero había que hacer una larga cola que nos consumía por lo menos una hora.
“Juan, me gusta como hueles y como vistes” me dijo Gabriela, un día, en medio de besos y caricias.
Yo llegaba a la UNI a las 6 a.m., todos los días, y me iba directo al camerino del gimnasio, me cambiaba y corría todo el perímetro del Campus. Luego hacia mis necesidades, me duchaba y me vestía con una ropa limpia, que guardaba en mi casillero, que por lo general era la que me enviaban mis padres desde California. Así, ya estaba listo para empezar el nuevo día, con las clases, los exámenes y Gabriela.
“¿Podemos hacerlo en tu casa, no?”
“Mmm…” demoré en responder. “Sí, claro” dije finalmente.
“Como me dijiste que vives solo… o acaso no quieres…”
“No, no se trata de eso… es que vivimos en lugares diferentes”
“Ja, ja, ja… eso ya lo sé, porque no vivimos juntos, ¿no?”
“Me refiero a la calidad de los lugares. Tu barrio es muy bonito y limpio, el mío, no”.
“No me importa, solo quiero que estemos tú y yo, sin que nadie nos interrumpa en el día del amor”.
Y yo, asentí.
De regreso a mi casa, por el largo trayecto de unas calles polvorientas y sin asfaltar, esquivando baches y una jauría de perros callejeros que salían como a querer morder las llantas de la combi en que viajaba, no dejaba de sufrir pensando.
“Como decirle a Gabriela que mi casa era cuatro paredes de palos, esteras y cartones, piso de tierra y techo de calamina; con una cama, mesa y silla como únicos muebles; sin agua, ni luz, ni baño. Así era mi barrio, en donde vivíamos miles de familias pobres y otros tantos de miles en la más extrema pobreza; por eso mis padres se fueron a California cuando se les presentó la oportunidad, a buscar una vida mejor, y yo estudiar. Por eso yo tenía que sobrevivir con los 100 dólares que me enviaban cada mes, y pasar más de 12 horas en la universidad, en donde además de estudiar tenía que hacer mis necesidades, asearme y cambiarme de la ropa diaria que vestía, y que a ella tanto le gusta, la que guardaba en las gavetas del gimnasio de la universidad. Creo que no habrá entrega de amor y que a Gabriela la perderé a antes de llegar a mi casita.”
1 comentario:
Excelente, la nostalgia me invade. Todos tenemos vivencias parecidas.
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