miércoles, 22 de agosto de 2018


LA SECRETARIA

De Michaelangelo Barnez.

“Aló, ¡María!” dije esa mañana temprano cuando iba conduciendo a la ciudad de Ventanilla, rumbo al local de la empresa de tintes y ensamblado de impresoras que tenía allí la familia.

“Aló, María, ¡contesta!” dije unas veces más… y ya no insistí, ya que el tráfico en la Vía de Evitamiento se hacía más fluido y me concentré en la autopista.

Sin embargo, mi mente regresó a la preocupación que tenía.

Anoche hicimos el amor y en medio de la pasión María me dijo: “Te amo!”, por primera vez desde que habíamos iniciado nuestra relación, y yo no respondí. Al día siguiente, hoy, antes de levantarnos, volvió a decirme “Te amo” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó “Tengo un retraso…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre entre el aseo y el humeante café para salir con dirección a la fábrica.

Hace unos meses conocí a María, de manera casual, en un Café del aeropuerto de Lima. Ella estaba sola, sentada en una mesita para dos, bebiendo un café, como esperando a alguien o algo. Fue cuando la abordé atraído por su belleza y ella me respondió amigablemente, le pedí sentarme y ella accedió, entonces iniciamos una buena charla. Así me enteré que había llegado de Barcelona, lugar donde residía con su familia, y estaba esperando a una amiga peruana que la recogiera ya que no conocía a nadie aquí. La conversación continuó, pero la amiga nunca llegó, y las llamadas al número que me dio no funcionaron.

Entonces, vi en el rostro de María dibujarse la desesperación y luego el llanto, muy quedito como avergonzada de protagonizar un escándalo. Yo traté de calmarla inmediatamente diciéndole: “María, no llores, no te preocupes, todo esto se soluciona fácilmente”.

Ambos nos levantamos, yo me hice cargo de la maleta rodante de María, y nos alejamos del Café. Caminábamos a lo largo del hall de tiendas, ella enjugando sus lágrimas y arreglándose el maquillaje de los ojos y yo iba pensando en cómo retener a María.

“Sentémonos allí!” pidió María, señalando la mesa más alejada del área común de comidas rápidas.

Allí, sentados entre una pizza y sodas, me enteré que ella venía a Lima sin intenciones de regresar a Barcelona, debido a una crisis familiar muy fuerte, además de la masiva desocupación laboral en que se encontraba España, lo que no le permitiría encontrar un empleo para vivir fuera del seno familiar. Pero ahora, en Lima, sola y sin la amiga, estaba peor que en Barcelona…

Cualquiera que hubiera visto a María se hubiera dado cuenta de que ella era una joven mujer muy bella, de rasgos finos y tez bronceada, con maquillaje solo en los ojos y de cabello no bien cuidado. Sí, linda, pero pobre. Su vestido, zapatos, bolso y perfume eran corrientes y solo la maleta de viaje lucía nueva y de marca conocida. Como dije, cualquiera, pero yo no. Yo la vi como la mujer más linda que había visto en mi vida de playboy.

“María, te voy a ayudar, ¡no te desesperes!” le dije sonriendo hasta conseguir que ella también sonría.

“¿Y a qué te dedicabas en Barcelona?” le pregunté lo más afablemente posible.

“Soy secretaria ejecutiva bilingüe!” respondió con una alegría infinita en el rostro.

Yo quedé fascinado con su angelical expresión y feliz de mi decisión de ayudarla.

“Vamos, te voy a enseñar dónde vas a trabajar desde mañana o cuando termines de instalarte”

Así fue como la conocí, le di trabajo y la alojé en un hotel de Santiago de Surco, de camino a mi casa.

Ya en su suite le dije “María, ¡estarás aquí hasta que consigas tu departamento!”, después de haberle dado un tour por la fábrica, mostrado su oficina y haber cenado en un restaurante al borde de la playa. Y ella, cubriéndose el rostro con sus manos, volvió a llorar. Yo no demoré en abrazarla para calmarla, entonces sentí su tibio cuerpo temblar pegado a mí. Yo, que ya bordeaba los 30 años y soltero, estaba sentando cabeza y había aceptado trabajar en la empresa de la familia, después de dedicarme a surfear, y al tenis y a coleccionar chicas, durante los años de mi adolescencia y los estudios universitarios en la de Lima; entonces, al sentirla tan vulnerable no quise aprovecharme, como ocasionalmente lo hacía, más por temor a arruinar lo que podría venir, que por escrúpulos, ya que nunca los había tenido con ninguna mujer que se me aproximara de esa manera.

La llegada de María a la empresa como mi secretaria no fue bien visto por mi madre y hermano mayor, con quienes compartía la empresa familiar, y empeoró más cuando nos hicimos enamorados, pero se hizo insoportable cuando María, a mi pedido, vino a vivir conmigo. Para ellos María era una intrusa, una buscona de fortuna; y ellos no lo tolerarían.

Para mí fue una delicia que ella aceptara venir a vivir conmigo, así me fue fácil ignorar los reclamos que me hacían cada día mi madre y hermano. María lo sabía, ella era muy inteligente y nunca cayó en la provocación, compensándolo con la eficiencia de su trabajo. Así, María en dos semanas se ganó la simpatía de todos los empleados de la administración.

Sin embargo, María nunca fue aceptada en las reuniones familiares; mi madre fue tremendamente dura y explícita para decirme que yo podía hacer de mi vida lo que quería “pero María no pone un pie en esta casa, ni en la del círculo familiar y amigos”. De esta manera quedé exiliado de toda relación… Pero feliz, con María a mi lado me bastaba.

Con María, el mejor momento para conversar era después de hacer el amor. De esa manera me recargaba de energía para soportar la molestia de trabajar junto a mi familia todos los días de la semana. Por eso me encantó cuando María, sabiendo todo eso, me propuso un cambió “Quiero ir a trabajar en producción”.

A lo que yo repuse “Pero no sabes nada acerca de polos e impresiones”.

“Aprenderé. He visto por Internet un curso acelerado de 8 horas diarias durante dos meses, en teoría y práctica, y sé que tienen un buen taller de impresiones.” Me dijo María con una sonrisa muy amplia.

No pude negarme, a la vez que me daba cuenta que la idea del cambio era muy conveniente para bajar la tensión familiar. De esa manera María se alejó de la fábrica por dos meses.

“¿Y qué pasó con la perra?” murmuró mi madre, preguntándole a mi hermano, a sabiendas que yo la escuchaba.

“James…” mi hermano pronunció mi nombre como solía nombra a James Deán; en cambio María me decía James, como cuando nombraba al jugador colombiano, y a mí me gusta, pero a mi familia les caía como limón en herida. “… ¿y qué pasó con tu noviecita, te aburrió?

“No, nada de eso. ¡Fue a capacitarse… va a trabajar en producción!”

Entonces intervino mi madre “Pero esas cosas se avisan, se informan y se deciden entre nosotros tres. Que tu padre te haya dejado la mayor parte de las acciones no significa que puedes hacer lo que te da la gana…” y el sermón siguió.

“¿Quieren que María regrese a continuar como mi secretaria…?” pregunté con calma.

Mi madre hizo mentalmente más de un millón de cálculos en solo unos segundos de silencio, y luego soltó el veneno “Mmm, producción, mmm, allí es donde pertenece, que limpie baños y pisos!”, y yo preferí guardar silencio.

Pero al día siguiente encontré en mi oficina a mi despampanante ex enamorada y a mi madre conversando amigablemente.

“James, Jessica regresa a ser tu secretaria. Ella ya conoce el trabajo, así que no tendrá problemas” dijo mi madre sin dar lugar a discusiones, y salió, en el camino añadió “Ponla al corriente!”

Yo miré a Jessica, le sonreí por cortesía. Pero ahora mirándola bien, ella era como una muñeca de plástico, sí, una barbie… una bella insípida de mi clase.

Cuando María regresó fue la sensación en el área de producción, porque el primer día limpió los baños y pisos como nadie lo había hecho antes. Pero al día siguiente estuvo con los maestros de la planta intercambiando ideas, con la dulzura que solía tener, de cómo mejorar la producción. Así, se movieron máquinas, depósitos y otros utensilios que produjo un 15% de mejoras en la productividad… y mi madre se quedó callada, a pesar de que estuvo mirando todos los días desde el ventanal del segundo nivel de la planta… sí, estuvo callada solo por dos semanas y luego volvió a la carga.

“James, tenemos que hablar, te esperamos hoy a las 8 pm de la noche en casa, se puntual, tu hermano también estará allí!” dijo mi madre como solo ella solía hacerlo.

Allí estuve puntual como me lo pidieron y sin ningún preámbulo mi madre me dijo que todo lo que dijera contaba con la aprobación de mi hermano allí presente, pero mudo. Fue una reunión de carácter breve y tajante. Me dolió, nunca pensé que mi madre era así de… ¿mala? No. Malvada! sería la palabra correcta. María tenía que irse de la fábrica inmediatamente, y no solo eso, además le daban una compensación de 100 mil dólares depositados ya en su cuenta, para hacerse efectivo tan pronto me abandone.

Esa noche regresé a casa furioso de tener una familia de esa calaña. María me recibió amorosamente y quiso servirme la cena, pero yo me reusé.

“Voy a darme un baño y luego a dormir!” le dije y creo que ella adivinó mi malestar y su origen.

Esa noche le hice el amor con furia y al final, antes de caer vencido por el sueño, le escuché que me decía: “Te amo!”, y yo, simulando no haberla oído, me dormí.

Desperté temprano con la punzante idea de la maldad de mi madre y la estúpida anuencia de mi hermano. Estuve así, quieto, callado, pensando por unos minutos. Entonces sentí que María se movió en la cama, a mi espalda, y me abrazó. Volvió a decirme: “Te amo!” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó: “Tengo un retraso!…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre, entre el aseo y el humeante café, para salir con dirección a la fábrica.

En mi oficina estuve dos horas sentado, sin hacer nada, no podía, y cada vez que llamaba a María, no contestaba, miraba el estacionamiento y el auto de ella no llegaba.

Decidí regresar a casa, pedirle disculpas y decirle que yo también la quería. Sí, y más, que quería casarme con ella… y se lo pediría. Demoré más de una hora en llegar a casa y mientras conducía hacía llamadas a la fábrica para preguntar si María había llegado o llamaba a María; pero las respuestas eran negativas o no había respuesta.

Estacioné mi camioneta en el garaje y subí a grandes trancos la escalera en busca de María. No la encontré, no la encontré por ningún lado. “María, María…” gritaba como loco, pero nadie contestaba. Volví a buscarla por toda la casa, temiendo lo peor, pero nada, María no estaba. Entonces volví a llamar a la fábrica y me respondieron que no había llegado. Cuando me calmé, comencé a pensar en que realmente me había abandonado, mientras buscaba sus cosas en el closet. Todo estaba allí. Miré su caja de joyas y todo estaba allí. ¿Se fue? ¿Me abandonó? ¿Por qué, si la amaba?

“¡Mierda, por qué no se lo dije! ¡Por qué no le respondí, que la amaba también y que quería casarme con ella!” grité y lloré como un niño.

Cuando me calmé, volví a revisar sus cosas y comprobé que todo estaba allí, zapatos, zapatillas, trajes, carteras… sus relojes. “¿cómo pudo irse sin nada?” me pregunté. Entonces me vino una idea a la mente y busqué la caja en donde ella guardaba la ropa que usaba cuando la conocí en el aeropuerto y… y solo encontré la caja vacía. María se había vestido tal como llegó… y yo me desmayé.

James no volvió a la fábrica. James volvió a pasar los días surfeando o en los campos de tenis, esperando que algún día regrese María.

Muy lejos de Lima, Perú, en Ciutat Meridiana, el barrio más pobre de Barcelona, un auto con alguien dentro llevaba como dos horas estacionado frente a una de las entradas de un lúgubre conjunto habitacional multifamiliar. De pronto salió un adolescente del edificio, manos en los bolcillos, pantalones jean raídos y tenis desgastadas, y caminó por la acera sin mucha prisa. El auto que esperaba encendió el motor y avanzó para alcanzar al joven.

“¿Oye, Fernando, ¿dónde vas tan triste?”

“María!... - exclamó el adolescente- …regresaste de California!!!”

“Fernando, trae tu mochila con tus trapos que nos vamos, no regresarás más a esa pocilga.” Le dijo María a su hermano.

Fernando miró el auto de María y luego mirándola a ella, le dijo “En realidad no tengo nada allá arriba y no puedo soportar más abuso” y subió al auto.

El auto partió y Fernando feliz miraba a su hermana “Creí que jamás te vería otra vez, hermanita”

“No, nunca te abandonaría con esa familia. Ahora comenzaremos una nueva vida, hermanito… Ah, me olvidaba, vas a ser tío... y no estuve en California, ¡sino en el Perú!” y el auto se perdió en la hermosa ciudad de Barcelona.  

5 comentarios:

Pilar Contreras dijo...

Un placer leerte.
P.D
Casi siempre el amor nos pone a prueba.
Saludos.
Pilar

Michaelangelo Barnez dijo...

Gracias, querida amiga Pilar Contreras

Rechy Golden dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rechy Golden dijo...

Admiro tu creatividad,estilo y lo ameno que me ha resultado leer este libro, que me dejo cautivado. Una historia que no me permitió despegarme desde que lo empece a leer. Gracias Michelangelo por compartirlo. Llevas el arte y la pasión por escribir en las venas.

16 de enero de 2020, 14:09

Michaelangelo Barnez dijo...

Revisando mis cuentos encontré tu comentario, Rechy Golden. Y fue muy agradable leerlo. Saludos

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