LA SECRETARIA
De Michaelangelo Barnez.
“Aló, ¡María!” dije esa mañana temprano cuando iba conduciendo a la
ciudad de Ventanilla, rumbo al local de la empresa de tintes y ensamblado de
impresoras que tenía allí la familia.
“Aló, María, ¡contesta!” dije unas veces más… y ya no insistí, ya que el
tráfico en la Vía de Evitamiento se hacía más fluido y me concentré en la
autopista.
Sin embargo, mi mente regresó a la preocupación que tenía.
Anoche hicimos el amor y en medio de la pasión María me dijo: “Te amo!”,
por primera vez desde que habíamos iniciado nuestra relación, y yo no respondí.
Al día siguiente, hoy, antes de levantarnos, volvió a decirme “Te amo” y yo
fingí estar dormido aun, entonces agregó “Tengo un retraso…” y yo solo
reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de
siempre entre el aseo y el humeante café para salir con dirección a la fábrica.
Hace unos meses conocí a María, de manera casual, en un Café del
aeropuerto de Lima. Ella estaba sola, sentada en una mesita para dos, bebiendo
un café, como esperando a alguien o algo. Fue cuando la abordé atraído por su
belleza y ella me respondió amigablemente, le pedí sentarme y ella accedió,
entonces iniciamos una buena charla. Así me enteré que había llegado de Barcelona,
lugar donde residía con su familia, y estaba esperando a una amiga peruana que
la recogiera ya que no conocía a nadie aquí. La conversación continuó, pero la
amiga nunca llegó, y las llamadas al número que me dio no funcionaron.
Entonces, vi en el rostro de María dibujarse la desesperación y luego el
llanto, muy quedito como avergonzada de protagonizar un escándalo. Yo traté de
calmarla inmediatamente diciéndole: “María, no llores, no te preocupes, todo
esto se soluciona fácilmente”.
Ambos nos levantamos, yo me hice cargo de la maleta rodante de María, y
nos alejamos del Café. Caminábamos a lo largo del hall de tiendas, ella
enjugando sus lágrimas y arreglándose el maquillaje de los ojos y yo iba
pensando en cómo retener a María.
“Sentémonos allí!” pidió María, señalando la mesa más alejada del área
común de comidas rápidas.
Allí, sentados entre una pizza y sodas, me enteré que ella venía a Lima
sin intenciones de regresar a Barcelona, debido a una crisis familiar muy
fuerte, además de la masiva desocupación laboral en que se encontraba España,
lo que no le permitiría encontrar un empleo para vivir fuera del seno familiar.
Pero ahora, en Lima, sola y sin la amiga, estaba peor que en Barcelona…
Cualquiera que hubiera visto a María se hubiera dado cuenta de que ella
era una joven mujer muy bella, de rasgos finos y tez bronceada, con maquillaje
solo en los ojos y de cabello no bien cuidado. Sí, linda, pero pobre. Su
vestido, zapatos, bolso y perfume eran corrientes y solo la maleta de viaje
lucía nueva y de marca conocida. Como dije, cualquiera, pero yo no. Yo la vi
como la mujer más linda que había visto en mi vida de playboy.
“María, te voy a ayudar, ¡no te desesperes!” le dije sonriendo hasta
conseguir que ella también sonría.
“¿Y a qué te dedicabas en Barcelona?” le pregunté lo más afablemente
posible.
“Soy secretaria ejecutiva bilingüe!” respondió con una alegría infinita
en el rostro.
Yo quedé fascinado con su angelical expresión y feliz de mi decisión de
ayudarla.
“Vamos, te voy a enseñar dónde vas a trabajar desde mañana o cuando
termines de instalarte”
Así fue como la conocí, le di trabajo y la alojé en un hotel de Santiago
de Surco, de camino a mi casa.
Ya en su suite le dije “María, ¡estarás aquí hasta que consigas tu
departamento!”, después de haberle dado un tour por la fábrica, mostrado su
oficina y haber cenado en un restaurante al borde de la playa. Y ella,
cubriéndose el rostro con sus manos, volvió a llorar. Yo no demoré en abrazarla
para calmarla, entonces sentí su tibio cuerpo temblar pegado a mí. Yo, que ya
bordeaba los 30 años y soltero, estaba sentando cabeza y había aceptado
trabajar en la empresa de la familia, después de dedicarme a surfear, y al
tenis y a coleccionar chicas, durante los años de mi adolescencia y los
estudios universitarios en la de Lima; entonces, al sentirla tan vulnerable no
quise aprovecharme, como ocasionalmente lo hacía, más por temor a arruinar lo
que podría venir, que por escrúpulos, ya que nunca los había tenido con ninguna
mujer que se me aproximara de esa manera.
La llegada de María a la empresa como mi secretaria no fue bien visto
por mi madre y hermano mayor, con quienes compartía la empresa familiar, y
empeoró más cuando nos hicimos enamorados, pero se hizo insoportable cuando
María, a mi pedido, vino a vivir conmigo. Para ellos María era una intrusa, una
buscona de fortuna; y ellos no lo tolerarían.
Para mí fue una delicia que ella aceptara venir a vivir conmigo, así me
fue fácil ignorar los reclamos que me hacían cada día mi madre y hermano. María
lo sabía, ella era muy inteligente y nunca cayó en la provocación,
compensándolo con la eficiencia de su trabajo. Así, María en dos semanas se
ganó la simpatía de todos los empleados de la administración.
Sin embargo, María nunca fue aceptada en las reuniones familiares; mi
madre fue tremendamente dura y explícita para decirme que yo podía
hacer de mi vida lo que quería “pero María no pone un pie en esta casa, ni en
la del círculo familiar y amigos”. De esta manera quedé exiliado de toda
relación… Pero feliz, con María a mi lado me bastaba.
Con María, el mejor momento para conversar era después de hacer el amor.
De esa manera me recargaba de energía para soportar la molestia de trabajar
junto a mi familia todos los días de la semana. Por eso me encantó cuando
María, sabiendo todo eso, me propuso un cambió “Quiero ir a trabajar en
producción”.
A lo que yo repuse “Pero no sabes nada acerca de polos e impresiones”.
“Aprenderé. He visto por Internet un curso acelerado de 8 horas diarias
durante dos meses, en teoría y práctica, y sé que tienen un buen taller de
impresiones.” Me dijo María con una sonrisa muy amplia.
No pude negarme, a la vez que me daba cuenta que la idea del cambio era
muy conveniente para bajar la tensión familiar. De esa manera María se alejó de
la fábrica por dos meses.
“¿Y qué pasó con la perra?” murmuró mi madre, preguntándole a mi
hermano, a sabiendas que yo la escuchaba.
“James…” mi hermano pronunció mi nombre como solía nombra a James Deán;
en cambio María me decía James, como cuando nombraba al jugador colombiano, y a
mí me gusta, pero a mi familia les caía como limón en herida. “… ¿y qué pasó
con tu noviecita, te aburrió?
“No, nada de eso. ¡Fue a capacitarse… va a trabajar en producción!”
Entonces intervino mi madre “Pero esas cosas se avisan, se informan y se
deciden entre nosotros tres. Que tu padre te haya dejado la mayor parte de las
acciones no significa que puedes hacer lo que te da la gana…” y el sermón
siguió.
“¿Quieren que María regrese a continuar como mi secretaria…?” pregunté
con calma.
Mi madre hizo mentalmente más de un millón de cálculos en solo unos
segundos de silencio, y luego soltó el veneno “Mmm, producción, mmm, allí es
donde pertenece, que limpie baños y pisos!”, y yo preferí guardar silencio.
Pero al día siguiente encontré en mi oficina a mi despampanante ex
enamorada y a mi madre conversando amigablemente.
“James, Jessica regresa a ser tu secretaria. Ella ya conoce el trabajo,
así que no tendrá problemas” dijo mi madre sin dar lugar a discusiones, y
salió, en el camino añadió “Ponla al corriente!”
Yo miré a Jessica, le sonreí por cortesía. Pero ahora mirándola bien,
ella era como una muñeca de plástico, sí, una barbie… una bella insípida de mi
clase.
Cuando María regresó fue la sensación en el área de producción, porque
el primer día limpió los baños y pisos como nadie lo había hecho antes. Pero al
día siguiente estuvo con los maestros de la planta intercambiando ideas, con la
dulzura que solía tener, de cómo mejorar la producción. Así, se movieron
máquinas, depósitos y otros utensilios que produjo un 15% de mejoras en la
productividad… y mi madre se quedó callada, a pesar de que estuvo mirando todos
los días desde el ventanal del segundo nivel de la planta… sí, estuvo callada
solo por dos semanas y luego volvió a la carga.
“James, tenemos que hablar, te esperamos hoy a las 8 pm de la noche en
casa, se puntual, tu hermano también estará allí!” dijo mi madre como solo ella
solía hacerlo.
Allí estuve puntual como me lo pidieron y sin ningún preámbulo mi madre
me dijo que todo lo que dijera contaba con la aprobación de mi hermano allí
presente, pero mudo. Fue una reunión de carácter breve y tajante. Me dolió,
nunca pensé que mi madre era así de… ¿mala? No. Malvada! sería la palabra
correcta. María tenía que irse de la fábrica inmediatamente, y no solo eso,
además le daban una compensación de 100 mil dólares depositados ya en su
cuenta, para hacerse efectivo tan pronto me abandone.
Esa noche regresé a casa furioso de tener una familia de esa calaña.
María me recibió amorosamente y quiso servirme la cena, pero yo me reusé.
“Voy a darme un baño y luego a dormir!” le dije y creo que ella adivinó
mi malestar y su origen.
Esa noche le hice el amor con furia y al final, antes de caer vencido
por el sueño, le escuché que me decía: “Te amo!”, y yo, simulando no haberla
oído, me dormí.
Desperté temprano con la punzante idea de la maldad de mi madre y la
estúpida anuencia de mi hermano. Estuve así, quieto, callado, pensando por unos
minutos. Entonces sentí que María se movió en la cama, a mi espalda, y me
abrazó. Volvió a decirme: “Te amo!” y yo fingí estar dormido aun, entonces
agregó: “Tengo un retraso!…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para
ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre, entre el aseo y el humeante
café, para salir con dirección a la fábrica.
En mi oficina estuve dos horas sentado, sin hacer nada, no podía, y cada
vez que llamaba a María, no contestaba, miraba el estacionamiento y el auto de
ella no llegaba.
Decidí regresar a casa, pedirle disculpas y decirle que yo también la
quería. Sí, y más, que quería casarme con ella… y se lo pediría. Demoré más de
una hora en llegar a casa y mientras conducía hacía llamadas a la fábrica para
preguntar si María había llegado o llamaba a María; pero las respuestas eran
negativas o no había respuesta.
Estacioné mi camioneta en el garaje y subí a grandes trancos la escalera
en busca de María. No la encontré, no la encontré por ningún lado. “María,
María…” gritaba como loco, pero nadie contestaba. Volví a buscarla por toda la
casa, temiendo lo peor, pero nada, María no estaba. Entonces volví a llamar a
la fábrica y me respondieron que no había llegado. Cuando me calmé, comencé a
pensar en que realmente me había abandonado, mientras buscaba sus cosas en el
closet. Todo estaba allí. Miré su caja de joyas y todo estaba allí. ¿Se fue?
¿Me abandonó? ¿Por qué, si la amaba?
“¡Mierda, por qué no se lo dije! ¡Por qué no le respondí, que la amaba
también y que quería casarme con ella!” grité y lloré como un niño.
Cuando me calmé, volví a revisar sus cosas y comprobé que todo estaba
allí, zapatos, zapatillas, trajes, carteras… sus relojes. “¿cómo pudo irse sin
nada?” me pregunté. Entonces me vino una idea a la mente y busqué la caja en
donde ella guardaba la ropa que usaba cuando la conocí en el aeropuerto y… y
solo encontré la caja vacía. María se había vestido tal como llegó… y yo me
desmayé.
James no volvió a la fábrica. James volvió a pasar los días surfeando o
en los campos de tenis, esperando que algún día regrese María.
Muy lejos de Lima, Perú, en Ciutat Meridiana, el barrio más pobre
de Barcelona, un auto con alguien dentro llevaba como dos horas estacionado
frente a una de las entradas de un lúgubre conjunto habitacional multifamiliar.
De pronto salió un adolescente del edificio, manos en los bolcillos, pantalones
jean raídos y tenis desgastadas, y caminó por la acera sin mucha prisa. El auto
que esperaba encendió el motor y avanzó para alcanzar al joven.
“¿Oye, Fernando, ¿dónde vas tan triste?”
“María!... - exclamó el adolescente- …regresaste de California!!!”
“Fernando, trae tu mochila con tus trapos que nos vamos, no regresarás
más a esa pocilga.” Le dijo María a su hermano.
Fernando miró el auto de María y luego mirándola a ella, le dijo “En
realidad no tengo nada allá arriba y no puedo soportar más abuso” y subió al
auto.
El auto partió y Fernando feliz miraba a su hermana “Creí que jamás te
vería otra vez, hermanita”
“No, nunca te abandonaría con esa familia. Ahora comenzaremos una nueva vida, hermanito… Ah, me olvidaba, vas a ser tío... y no estuve en California, ¡sino en el Perú!” y el auto se perdió en la hermosa ciudad de Barcelona.
5 comentarios:
Un placer leerte.
P.D
Casi siempre el amor nos pone a prueba.
Saludos.
Pilar
Gracias, querida amiga Pilar Contreras
Admiro tu creatividad,estilo y lo ameno que me ha resultado leer este libro, que me dejo cautivado. Una historia que no me permitió despegarme desde que lo empece a leer. Gracias Michelangelo por compartirlo. Llevas el arte y la pasión por escribir en las venas.
16 de enero de 2020, 14:09
Revisando mis cuentos encontré tu comentario, Rechy Golden. Y fue muy agradable leerlo. Saludos
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