Una historia para reflexionar acerca de la educación de nuestros hijos y los límites de nuestras propias ambiciones y proyectos para con ellos.
El personaje de esta historia real es Jessica Dubroff, preciosa y precoz niña de sólo siete años de edad, de quien me enteré así...
Una mañana muy temprano en la comodidad de mi casa, en Long Beach California, recibí la revista “People” al cual estaba subscrito. Usualmente dejo el ejemplar sobre el coffee-table del living room para leerlo después. Pero esta vez no fue así.
El rostro de la niña y el titular de la carátula llamaron mi atención de una manera irresistible. No pude esperar, me senté en el sillón de la sala, puse los pies descalzos sobre el coffee-table, y busqué la noticia dentro de las páginas de la revista.
Pasaron sólo unos segundos antes de encontrar el sensacional reporte mientras por mi mente la pregunta de ¿Por qué murió esta niña? se repetía constantemente, hasta que lo leí.
Así me enteré que Jessica era la mayor de tres hermanos. De sólo siete años de edad gozaba de su niñez en compañía de sus padres en un típico barrio de clase media, Palo Alto, a pesar de que no pagaban la renta respectiva desde hacía varios meses debido a problemas económicos.
Desde pequeña Jessica fue muy intrépida en sus juegos, y practicó casi todos los deportes de la calle como bicicleta, skateboards, rollersblade y otros. Además, tuvo una educación muy especial sin asistir a la escuela, ver la Tv. o jugar como la mayoría de los niños hacen con sus juguetes.
Aun así, Al cumplir los seis años sus padres le obsequiaron un Pony... además de costosos aviones a escala, copia fiel de los reales. En realidad sus padres tenían un plan para ella...
Jessica había demostrado ser una niña excepcional... Era muy inteligente e intrépida para su edad, pero no por eso había perdido la típica candidez, alegría e inocencia en sus juegos. Nunca hizo planes para el futuro... Era muy niña aun... Pero sus padres sí...
Los padres de Jessica habían vivido durante años en problemas económicos, al punto que habían recurrido a la ayuda de la Seguridad Social del Estado para poder subsistir. Y peor aun, recientemente, su padre se había declarado en quiebra del pequeño negocio que tenía.
Es decir las cosas no estaban bien en la familia Dubroff desde hacía bastante tiempo. Hasta que un día vieron en la pequeña Jessica la solución de sus problemas y la manera de salir de la pobreza utilizando sus extraordinarias cualidades.
Así, a pesar de su estreches económica, se las ingeniaron para regalarle un Pony y juguetes muy caros de aviones y aeromodelismo. La pequeña Jessica estuvo muy feliz de poseer semejante mascota con la que podía, además de dar largos paseos los fines de semana, dialogar con aquel lenguaje que existe entre los niños y los animales. Por supuesto que durante los días de la semana su distracción se centró en las replicas reales de los aviones, los que entre juegos y juegos fueron germinándole en su poderosa imaginación infantil las primeras fantasías aéreas.
Es indudable que los padres tenemos que velar por la educación de nuestros hijos para que cuando sean mayores ellos mismos puedan resolver, con mejores recursos, los problemas que la vida nos plantea a todos.
Pero, lo que los Dubroff estaban haciendo no caía en ese tan delicado campo de la formación de los niños.
Los Dubroff tenían un plan muy simple, muy costoso y, mas aun, muy arriesgado para la vida de su principal protagonista.
Ellos querían que cuando la pequeña Jessica cumpliera siete años sea la “Piloto mas joven en haber cruzado los EE.UU. piloteando un avión”.
Plan que no se hace realidad con sólo las intenciones sino que es necesario mucho dinero. Y, los Dubroff que no tenían ni para pagar la renta del lugar en donde vivían, de la noche a la mañana, tuvieron 150,000 dólares para su proyecto. Con ese dinero se pagó las costosas clases de piloto, la familia costeó todos sus gastos previos al vuelo y, principalmente, se pagó el ajustado itinerario de vuelo de costa a costa del proyecto de “Cruzar los EE.UU. en avión piloteado por una niña de sólo siete años.”.
Pero si se gastaba todo ese dinero en el proyecto, entonces ¿Cuál sería la ganancia de los Dubroffs? La respuesta es muy simple y a la vez repugnante.
La hipotética hazaña de la extraordinaria Jessica sería la mina de oro que los padres explotarían con las entrevistas en la Radio, la TV., los libros narrando la odisea y, principalmente, con los derechos vendidos para una película en Hollywood.
No esta de mas decir que la reacción de la pequeña Jessica cuando la inscribieron en la “Escuela Especial para Pilotos” de avión, lo tomó como un gran regalo de sus generosos padres, ignorando que en un breve plazo de seis meses tendría que enfrentarse a la muerte.
Tampoco esta demás decir que la idea del triunfo “fácil” y a corto plazo que vende la subcultura americana era parte de la mentalidad de los padres de Jessica. Sólo así podemos entender el proceso, de como el natural celo de los padres por el futuro éxito de sus hijos se transformó en una ilusión que nubló la mente de quienes eran responsables de tomar las más importantes decisiones, que luego devinieron en hechos que desencadenaron los eventos de una tragedia anunciada.
Claro que las clases no fueron el juego que la pequeña Jessica pensó inicialmente, y sintió miedo ante la rígida disciplina de vuelo y los riesgos que conllevaban pilotear un avión. Ineludible tema de los que su entrenador profesional le advirtió. Pero su padre, inseparable compañero de aventura, se encargó de calmarla dándole ánimo y halagos para no abandonar la tarea iniciada.
Claro que estoy suponiendo muchas cosas al narrar los hechos sin ser un testigo presencial ni tener el poder de leer las mentes y sentir los recónditos sentimientos de otros. Sí, supongo muchas cosa basado en la investigación realizada, y porque me pongo en el caso de que la pequeña Jessica fuera mi hija. ¿Qué si Jessica sintió miedo? Claro que sí. Absolutamente. El miedo es una reacción natural. Más aun en una niña. Señores, el miedo es una alarma ante un peligro, real o ficticio, que nos llama a la reflexión y a actuar ante él... Sólo que ella no tenía elección...
Muchos de nosotros, adultos y profesionales, o no, hemos hecho cosas en la vida en contra de nuestra voluntad... Obligados por las circunstancias, y de las que después nos arrepentimos. Jessica tampoco tuvo esa oportunidad.
Sí. Así, como por un callejón sin salida, Jessica fue adelante, imposibilitada a decir “No!” cuando la prensa, la radio y la televisión la acorraló con halagos y preguntas que la comprometían aun más con aquel sueño postizo que nunca tuvo.
Por supuesto que Jessica aprendió a volar, y cumplió con todas sus horas de vuelo reglamentarias para ser piloto. Como dije en un principio, Jessica, era un ser extraordinario... Pero era una niña de sólo siete años que ni siquiera llegaba a los pedales del control del avión. Aun así, empujada por el entorno, voló...
Voló, voló como una profesional... Como un angelito... al cielo.
JESSICA DUBROFF, LA PRECOZ NIÑA DE SIETE AÑOS MURIÓ CUANDO SU AEROPLANO CAYÓ A TIERRA, EN MEDIO DE UNA TORMENTA, MIENTRAS INTENTABA CRUZAR LOS EE.UU. Y ASÍ LOGRAR EL TITULO DE “LA PILOTO MAS JOVEN”... HOY, ELLA TENDRÍA 18 AÑOS.
De esta trágica manera se cerraba la triste historia de un desastre anunciado... Peor aun, cuando su padre forzó la partida de Jessica, por problemas de presupuesto, en medio del mal tiempo...
Fue así como me enteré de la trágica historia de Jessica, un día de Abril de 1996, sentado en mi cómodo sillón del livingroom de mi hogar, en medio de lágrimas y reflexiones.
Con la pequeña Jessica murieron su padre y el copiloto... Y la única persona que disfrutó de la trágica fama adquirida y del asqueroso sensacionalismo de la Radio, Prensa y TV. fue su madre, quien vendió los reportajes y la historia de la Pequeña Jessica a los medios... Y que hoy aun sigue solicitando donativos y vendiendo surveniers y CD’s del mundo de Jessica...
Dije, en algún momento de la presente nota, que me involucraba con el tema ya que me ponía en el hipotético caso de que Jessica fuera mi hija, por eso puedo suponer que su padre fue un tipo abominable. Y que si hay un dicho popular que dice “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer” para descubrir a quien a pesar de sus meritos está ignorada entre bambalinas... Creo que, en este caso, lo contrario también se cumple, “Detrás de aquel padre abominable había una ç@%*&...”.
Padres, dejemos que los niños crezcan en medio de sus juegos y fantasías... Y no persiguiendo los sueños que no pudimos realizar.
HASTA SIEMPRE JESSICA DUBROFF... HASTA SIEMPRE ANGELITO.
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viernes, 23 de octubre de 2009
HISTORIA DE UNA TRAGEDIA ANUNCIADA
martes, 16 de septiembre de 2008
RAÍCES
Me pregunto… ¿Qué sentirá un ciudadano americano al volver a su pueblo natal, en California, después de vivir 25 años fuera de su país, y cruzar los puentes “The Golden Gate” y los otros seis más de la bahía de San Francisco?
¿Sentirá lo mismo que yo experimenté al regresar al Perú después de ese mismo tiempo, y cruzar los destartalados puentes sobre el río Cañete en la ruta a Yauyos, en la sierra sur de Lima? Como sea, puedo afirmarles que para mí fue toda una aventura.
Bueno, sin bromas y al margen de las particularidades, creo que el sentimiento que provoca la experiencia del regreso a casa es el mismo en la mayoría de la gente.
El retorno al lugar en el que nacieron mis padres, y sólo transitado yo, en un pasado casí lejano me traían múltiples recuerdos de aquellos tiempos.
En mi caso yo volvía a transitar por una ruta que había recorrido escasamente unas 5 ó 7 veces en mi vida, en los años de mi niñez y adolescencia.
Como dije, Yauyos era la tierra de mis padres, la que ellos abandonaron en su adolescencia en busca de una vida mejor en la capital: Lima. Si, la gran Lima, la misma que yo abandoné a principios de los 80’s junto con mi esposa y tres hijos para irnos rumbo a California en busca, como mis padres lo hicieron antes, de una vida mejor.
Viajando por la Carretera Panamericana, a sólo 180 Km. al sur de Lima, encontramos la ciudad de San Vicente de Cañete. Punto de quiebre importante porque desde allí nos dirigimos al Este, hacia la cadena andina de cerros, con dirección a la sierra, siguiendo el curso del serpenteante río Cañete que a su vez originaba un muy productivo, aunque estrecho, valle. Y con la misma celeridad con que viajábamos en la camioneta 4X4, virtualmente trepando la montaña, aparecían escenarios que provocaban recuerdos en mi memoria.
A lo largo del camino vi mucha gente e imaginé a mis padres en cientos de niños que nos saludaron, agitando las manos. Y me pregunté: ¿Qué hubiera sido de mí si ellos no hubieran salido de allí?
Y la respuesta se presentó en los cientos de rostros de adultos que vi en el trayecto, en cada lugar que paramos, para estirar las piernas, comer o gozar del escenario que nos ofrecía el río y la vegetación adyacente...
Entonces me pregunté: ¿Qué hubiera sido de mi familia si no hubiera tenido la iniciativa de dejar el Perú cuando empezaba la peor de sus crisis económicas y el flagelo de terrorismo?
Y así vi a mi esposa en una de esas humildes mujeres curtidas por el calor, el frío y el polvo... y a mis hijos y nietos entre ellos...
¿Seríamos más felices así? Se me ocurrió...
Definitivamente tenemos mas cosas de las que ellos necesitan para vivir, pero... ¿Felicidad?
Francamente, no lo sé... Porque la felicidad no se puede medir en logros materiales... Personalmente los vi felices en su medio... y sentí celos; y en ellos, a través de sus ojos, la envidia sana por la mía. Sentimientos que me hicieron disfrutar de mi viaje, ausente de toda vanidad o lastima.
Claro que hubieron otros pensamientos como los del atraso y el progreso de esos pueblos, y la falta de promoción de parte del estado para la solución de un sin número de problemas que aquejaban a la zona. O la parsimoniosa iniciativa empresarial de la gente para arreglárselas ellos mismos. Pensamientos espontáneos sin embargo que jamás surgieron en mi mente cuando viajé a otros pueblos o ciudades de California.
En mi viaje tuve la acertada decisión de quedarme durante algunos días en los hermosos pueblos de la ruta como Lunahuana, lugar hasta donde llega la carretera asfaltada y las tarjetas de crédito son bienvenidas, y otros como Laraos, Vitis, Vilca, Huancaya.... Pueblos en donde tuvimos buen alojamiento, con agua caliente, ofertas del deporte de aventura, Canotaje, y excelente comida; como la variedad de platos a base de truchas de “arco iris” y camarones, acompañada de exquisitos vinos y piscos de la zona.
Pero también visitamos otros pueblos de la provincia de Huarochirí, como San Lorenzo de Quinti, invitados por la familia Nolasco Cajahuaringa para la celebración del aniversario de la Boda de Oro de sus padres. Más tarde visitaríamos la cercana ciudad serrana de Canta y sus alrededores.
Lugares por los que fuimos acompañados por la pegajosa melodía de una innovadora mezcla de la Cumbia con huaynos lugareños interpretados por la orquesta: “La Nueva Estrella”.
También he descubierto, después de estos veinticinco años, en los ojos de mis amigos nativos americanos, la admiración y el respeto por la cultura que de alguna manera represento, tal como cualquier americano inmigrante de algún lugar del mundo en este hermoso país. Y puedo decir que América será otro pueblo, otra idiosincrasia, pero en el fondo veo el mismo sentimiento común de la gente buena, simple y honesta. Dispuesta a dar sin esperar recibir nada más a cambio, que la retribución de la alegría de estar junto a ellos… Sentimiento que creo que existe en la mayoría de la gente de los pueblos del mundo, sin límites de fronteras, idiomas, raza o religiones.
Me pregunté al empezar: ¿Qué sentirá un ciudadano americano al volver a su pueblo natal, en California, después de vivir 25 años fuera de su país, y cruzar los puentes “The Golden Gate” y los otros seis mas de la bahía de San Francisco?.
Bueno, a decir verdad, no lo sé, sólo arriesgo adivinar cuando afirmo que sentirá simplemente alegría de volver al pueblo que lo vio nacer… y nunca olvidó.
¿Sentirá lo mismo que yo experimenté al regresar al Perú después de ese mismo tiempo, y cruzar los destartalados puentes sobre el río Cañete en la ruta a Yauyos, en la sierra sur de Lima? Como sea, puedo afirmarles que para mí fue toda una aventura.
Bueno, sin bromas y al margen de las particularidades, creo que el sentimiento que provoca la experiencia del regreso a casa es el mismo en la mayoría de la gente.
El retorno al lugar en el que nacieron mis padres, y sólo transitado yo, en un pasado casí lejano me traían múltiples recuerdos de aquellos tiempos.
En mi caso yo volvía a transitar por una ruta que había recorrido escasamente unas 5 ó 7 veces en mi vida, en los años de mi niñez y adolescencia.
Como dije, Yauyos era la tierra de mis padres, la que ellos abandonaron en su adolescencia en busca de una vida mejor en la capital: Lima. Si, la gran Lima, la misma que yo abandoné a principios de los 80’s junto con mi esposa y tres hijos para irnos rumbo a California en busca, como mis padres lo hicieron antes, de una vida mejor.
Viajando por la Carretera Panamericana, a sólo 180 Km. al sur de Lima, encontramos la ciudad de San Vicente de Cañete. Punto de quiebre importante porque desde allí nos dirigimos al Este, hacia la cadena andina de cerros, con dirección a la sierra, siguiendo el curso del serpenteante río Cañete que a su vez originaba un muy productivo, aunque estrecho, valle. Y con la misma celeridad con que viajábamos en la camioneta 4X4, virtualmente trepando la montaña, aparecían escenarios que provocaban recuerdos en mi memoria.
A lo largo del camino vi mucha gente e imaginé a mis padres en cientos de niños que nos saludaron, agitando las manos. Y me pregunté: ¿Qué hubiera sido de mí si ellos no hubieran salido de allí?
Y la respuesta se presentó en los cientos de rostros de adultos que vi en el trayecto, en cada lugar que paramos, para estirar las piernas, comer o gozar del escenario que nos ofrecía el río y la vegetación adyacente...
Entonces me pregunté: ¿Qué hubiera sido de mi familia si no hubiera tenido la iniciativa de dejar el Perú cuando empezaba la peor de sus crisis económicas y el flagelo de terrorismo?
Y así vi a mi esposa en una de esas humildes mujeres curtidas por el calor, el frío y el polvo... y a mis hijos y nietos entre ellos...
¿Seríamos más felices así? Se me ocurrió...
Definitivamente tenemos mas cosas de las que ellos necesitan para vivir, pero... ¿Felicidad?
Francamente, no lo sé... Porque la felicidad no se puede medir en logros materiales... Personalmente los vi felices en su medio... y sentí celos; y en ellos, a través de sus ojos, la envidia sana por la mía. Sentimientos que me hicieron disfrutar de mi viaje, ausente de toda vanidad o lastima.
Claro que hubieron otros pensamientos como los del atraso y el progreso de esos pueblos, y la falta de promoción de parte del estado para la solución de un sin número de problemas que aquejaban a la zona. O la parsimoniosa iniciativa empresarial de la gente para arreglárselas ellos mismos. Pensamientos espontáneos sin embargo que jamás surgieron en mi mente cuando viajé a otros pueblos o ciudades de California.
En mi viaje tuve la acertada decisión de quedarme durante algunos días en los hermosos pueblos de la ruta como Lunahuana, lugar hasta donde llega la carretera asfaltada y las tarjetas de crédito son bienvenidas, y otros como Laraos, Vitis, Vilca, Huancaya.... Pueblos en donde tuvimos buen alojamiento, con agua caliente, ofertas del deporte de aventura, Canotaje, y excelente comida; como la variedad de platos a base de truchas de “arco iris” y camarones, acompañada de exquisitos vinos y piscos de la zona.
Pero también visitamos otros pueblos de la provincia de Huarochirí, como San Lorenzo de Quinti, invitados por la familia Nolasco Cajahuaringa para la celebración del aniversario de la Boda de Oro de sus padres. Más tarde visitaríamos la cercana ciudad serrana de Canta y sus alrededores.
Lugares por los que fuimos acompañados por la pegajosa melodía de una innovadora mezcla de la Cumbia con huaynos lugareños interpretados por la orquesta: “La Nueva Estrella”.
También he descubierto, después de estos veinticinco años, en los ojos de mis amigos nativos americanos, la admiración y el respeto por la cultura que de alguna manera represento, tal como cualquier americano inmigrante de algún lugar del mundo en este hermoso país. Y puedo decir que América será otro pueblo, otra idiosincrasia, pero en el fondo veo el mismo sentimiento común de la gente buena, simple y honesta. Dispuesta a dar sin esperar recibir nada más a cambio, que la retribución de la alegría de estar junto a ellos… Sentimiento que creo que existe en la mayoría de la gente de los pueblos del mundo, sin límites de fronteras, idiomas, raza o religiones.
Me pregunté al empezar: ¿Qué sentirá un ciudadano americano al volver a su pueblo natal, en California, después de vivir 25 años fuera de su país, y cruzar los puentes “The Golden Gate” y los otros seis mas de la bahía de San Francisco?.
Bueno, a decir verdad, no lo sé, sólo arriesgo adivinar cuando afirmo que sentirá simplemente alegría de volver al pueblo que lo vio nacer… y nunca olvidó.
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