Hola… Soy ciudadano originario de una República Bananera, también conocida, por merito propio, como “Republiqueta”. Ubicado en el patio trasero del Imperio, o mejor dicho: en el trasero del mismo. Al Este de la injusticia, al Oeste de la miseria y en el mismísimo Centro de la corrupción. Esa es mi tierra, entre los polos Norte y Sur de este lotizado y repartido mundo global. Aunque luego inmigré y viví, como dijera Martí, en la mismísimas “entrañas del monstruo”.
Hoy, de vuelta a este hermoso país del sur, que no tiene la culpa de ser tratada como la prostituta de la burguesía en el poder porque la usa, explota, vende o regala a doquier; aun así, es mi patria original, a la que defendería hasta con la vida de mi… gato… por lo de las siete vidas. Aquí vivo, cuando vengo del norte, en un lindo vecindario de clase media alta y mas alta, en donde la mayoría de mis vecinos son honestos médicos, abogados, ingenieros, empresarios y también algunos ladrones muy bien camuflados “de cuello duro y corbata”, asalariados de la política; aunque además, por allí haya un burócrata infiltrado, de mísero salario pero tan corrupto como el agua cloacal o baba de dragón de Komodo, porque sólo de esa manera pudo comprar el terreno y construir su casa en este exclusivo lugar, y así, vivir con los que, dice él, son de su misma clase o condición. Mmm… quizás tenga mucha razón aunque no se dé cuenta del por qué.
“¿Y… un profesor puede vivir allí?” me pregunta alguien disfrazado de periodista, con un tonito de voz y cara de simular inocencia porque sospecha mi devoción.
“¡No jodas pe, estoy hablando en serio!” Le contesto, ya que adivino sus intenciones de hacer justamente eso, joder.
Pero, justamente en este barrio de la abundancia, lo paradójico de todo esto es que ninguno de mis vecinos reconoce que existan clases sociales. Y mucho menos que existan ricos y pobres, sino hombres muy inteligentes y trabajadores, como ellos, y los brutos y ociosos de siempre, como los de los barrios marginales. Con los que no confraternizan, sino en la exclusiva relación: Empleado-Patrón.
Como serán de inteligentes y optimistas mis vecinos que creen que todos tenemos Calefacción, Aire acondicionado, Cable TV, Teléfono e Internet en casa propia y que vivimos en el paraíso porque la crisis es un cuento; y el que no lo tiene, es porque no quiere, y lo justifican diciendo que están en su derecho: “Para eso vivimos en libertad y democracia, la que renovamos cada cinco años”, comentan.
¿Y los servicios del agua, gas y luz eléctrica?
“¡Por dios, eso lo tenemos todos desde el siglo pasado!” creen los benditos.
Pero no todo es desacierto en mis vecinos, de todas maneras tienen algún tino, ¿y si no, cómo hicieron su dinero? Por ejemplo, todos construyeron sus casas en la ciudad y en la playa, con garajes grandes en ambas para parquear los autos del señor, la señora y el “niño o la niña”. Sí, el “niño o la niña”, entre comillas, porque ya fuman, beben, tiene carros, licencia de conducir; y si el “niño” no ha embarazado a aun a la empleada, la “niña” ya podó el tronquito del hijo del jardinero.
No cómo los vecinos de mi antiguo barrio, de clase media a secas, que la crisis de los 80s los mandó a la mierda y a mí a gringolandia, quienes se matan trabajando y sí creen en las clases sociales, pero con la particularidad de creer que no pertenecer a ninguna. Aunque confían que pronto llegará el día de su suerte, en que las cosas cambien, y se contagien de amnesia y pasen a vivir a este barrio de mis vecinos, los que no creen que las clases existan. Claro que no quieren esperar mucho, por lo pronto la mayoría de sus casas tienen garaje, aunque sin ningún carro para estacionar. ¿Y el “niño” de la casa? Ah, él estudia en escuela privada para no mezclarse con la chusma del colegio estatal; pero “elhijodepu#@” no tiene reparo en besar a la hermosa hija de la empleada del hogar a escondidas, a la vez que le niega el saludo cuando la ve pasar y él está con sus amigos.
“Estudia hijo y hazte profesional. ¿Ya ves lo que hizo el hijo del vecino? Ese que estudio internado en un colegio de curas, se hizo ingeniero, se fue a los Estados unidos y ahora que ha regresado vive allá, en el barrio de los ricos”. Le escuché decir a mi antiguo ex vecino a su “niño”, otro vago de 22 años, rey del taco, la tiza y la minga, cuando lo fui a visitar.
“Mi mamá dice que ese, tu amigo, no cree en Dios y es comunista!!!” le respondió llorando el malcriado mientras recibía la propina, y se iba tirando la puerta al salir a la calle, a jugar… ¿billar?.
No puedo negar que mis vecinos son muy educados y corteses, por lo general me invitan a sus fiestas, a las que no suelo ir sino en muy raras ocasiones, por sentirme como bicho raro entre ellos, aunque me malinterpretan y me crean gringo y soberbio, no obstante, ellos sí lo son… para los del otro barrio.
Vivir tanto tiempo fuera de la patria tiene sus inconvenientes porque lo convierte a uno en un desarraigado y casi sin amigos. ¿Qué puedo hacer?
Sí, a decir verdad creo que yo soy el problema. Porque desde hace mucho tiempo, desde que tuve uso de razón, admiro a Fidel y al Che Guevara. Y hoy a Correa, Chávez, Morales y Lula.
“¡Ajá!… ¡Entonces eres un maldito comunista!” me dice el mismo sonso de hace un rato, como lanzándome una piedra a la cara.
Mmm… No lo creo, pienso, porque honestamente me conozco mejor que nadie y sé que nunca he sido tan bueno. Pero sí creo que las Clases sociales existen y en su pleito inacabable como motor de la historia.
“¡Entonces eres Marxista!” insistirán otros más educados, frunciendo las cejas.
“Es decir, un terrorista!!!” añade un lumpen de la ultra derecha.
Claro, ¿También soy Newtoniano porque creo en la Ley de la Gravedad? O ¿Darwiniano por creer en la Evolución de las Especies? O ¿Einsteniano por la Teoría de la Relatividad?... ¿y así hasta el infinito, por algo tan natural?
“¡Pero no crees en Dios!” insisten los cucufatos y “quemavelas”, no sé si por joder o a manera de decirme el peor de los insultos.
“¡Creo en Dios tanto como lo cree el Papa!” les contesto de todo corazón y sin dudar ni pestañar.
Y se calman, yéndose tranquilos de que mi pensamiento tenga temor y dueño, justo cuando empiezo a reírme a carcajadas con la purísima verdad que les dije.
Pero no me malinterpreten, a veces yo mismo me pregunto: “¿Existirán las Clases sociales?” y me quedo pensativo, sentado en mi silla reclinable y bajo la sombrilla, al lado de la piscina de mi nada humilde casa de playa bebiéndome un peruanísimo Pisco sour que el barman me trajo, admirando el hermoso atardecer en la playa de Asia, al sur de Lima, y con mi laptop en mis rodillas, terminando de escribir este fastidioso tema: “¿Existirán las Clase Sociales?”.
“Hey, Julio… -Llamo al barman estirando la mano con la copa vacía-… Tráeme otro… y tú tómate uno también”.
Es muy probable que Julio lo haga, pero él no osará sentarse a mi lado ni brindarme su amistad.
“Gracias señor!”. Me responde respetuosamente julio al alcanzarme la copa. Él vive muy cerca a este vecindario, cruzando la carretera asfaltada de la Panamericana y la invisible valla de la infranqueable frontera económica de nuestra división social, en un barrio que no reúne las mínimas condiciones para una vida con dignidad.
“¡Ajá… Ahora sí te atrapé: Eres un comunista de mierda!” me grita ya Uds. saben quién.
No, no lo soy. Pero recuerdo que hace treinta años, cuando recién llegué a gringolandia, al terminar de excavar una pequeña zanja a mano, pico y pala, porque el tractor no alcazaba entrar a esa esquina cuando construíamos unos condominios en California, mi patrón se acercó y me dijo: “Tenemos una barbacoa mañana en casa, te espero a ti y tu familia.” Y cinco años después me gradué, saqué licencia de constructor y fuimos socios de la misma empresa. Cinco años más tarde establecí la mía. Veinte años después… quebré… Y hoy, plácidamente retirado, escribo cuentos como este en esta playa del sur de Lima.
¡¡¡Salud!!!
“¿Entonces, en qué quedamos?… ¿Existen clases sociales o no?... Puta madre, este comunista de mierda me ha confundido”.