De Michaelangelo Barnez
“Hola doctora”.
“Adelante, por favor, siéntese lo más cómoda posible”.
“Gracias, doctora, gracias”.
“¿Y en que puedo ayudarla?”
“Doctora, mi nombre es María Luz
Cielo, tengo 35 años y mi marido 38. Tenemos tres hijos de 12, 11 y 6
años. El menor, Carlos Alberto, fue nuestro último intento, luego de un
lapso de cinco años que habíamos decidido no tener más hijos, por tener
una mujercita en la familia. Pero igual, eso solo lo pensamos antes de
tenerlo…” entonces María Luz hizo una pausa, tragó saliva o algo muy
parecido al falso orgullo propio, debido a que sentía una gran vergüenza
de hablar acerca de algo tan íntimo, aun cuando tenía al frente a una
doctora en psiquiatría y estar absolutamente solas. Pero, venciendo esa
barrera interna, se animó a hablar, pues para eso había hecho la cita
con anterioridad.
“La razón por la que he venido, doctora, es que últimamente he tenido horribles pesadillas”.
“Las pesadillas son eso, María
luz, sueños horribles, y muchas veces sin aparente sentido, ya que son
temores disfrazados…” comentó la doctora amablemente, a manera de
relajarla, para que a María le sea más fácil ser más específica en
explicar su problema.
“Doctora, sueño que, por alguna
razón que desconozco, estoy recluida en un sanatorio para enfermos
mentales… Es horrible, doctora, en mi sueño estoy en una sala rodeada de
gente alterada con las que no puedo compartir las más mínima
conversación, digo esto por solo mencionar lo básico entre otras
actividades en las que me veo forzada a participar, si se puede llamar
participar a estar totalmente quieta, sin hablar, ni moverme, como una
muerta, como si mi mente no estuviera allí. Pero, además de esa tortura
sicológica, recibo el constante maltrato por parte de los doctores y
enfermaras, ya que me tratan como una paciente y yo me opongo, porque
estoy totalmente cuerda. Pero ellos no me hacen caso, no me prestan
atención, no escuchan mis explicaciones. Yo me enfrento a la terapia que
me dan, no quiero los electroshocks, ni los baños con agua helada, pero
no puedo luchar contra ellos y finalmente me vencen. Solo tengo paz
cuando, en mi pesadilla, me llevan o logro refugiarme en mi dormitorio y
me duermo. Es en ese momento en que por fin logro despertar y ver a mi
esposo a mi lado, dormido. Pero el sueño me deja muy alterada, nerviosa,
asustada a que pueda verdaderamente perder la razón.”
“María Luz… -empezó a
interrogarla la doctora-… ¿Acaso son siempre las mismas pesadillas, una
secuencia de ellas con ese mismo tema o totalmente diferentes?”
“Doctora, ahora hasta tengo miedo
irme a dormir, porque las pesadillas han sido repetitivas, sino
diferentes, aunque relacionadas con el mismo tema… No obstante, tengo
otras que empiezan muy lindo, pero se vuelven horribles, al extremo que
me sacudo, muevo mis brazos y grito para lograr salir del mal sueño,
pero no lo logro fácilmente.”
“¿Y cómo son esas pesadillas?”
preguntó con avidez la doctora, adivinando que por allí podría encontrar
la explicación del tormento onírico.
“Como le dije, doctora, empiezan
muy lindas porque estamos en casa con mucha alegría, preparando nuestro
equipaje ya que nos vamos de camping por tres días. Los niños se ven muy
animados preparando sus mochilas con sus pertenencias personales. Mi
marido se encarga de preparar el equipo de la tienda de campaña, los
sacos de dormir y de la caja conservadora para los refrigerios, y
empacar, además de todo lo que concierne al mantenimiento de la
camioneta 4×4 en que viajaremos. Yo me encargo de los sándwiches y jugos
que llevaremos para el camino, además de escoger toda la comida fresca y
conservada para los tres días. Además de todo lo concerniente a Carlos
Alberto.”
“Tienes mucha razón, María Luz,
lo que me cuentas es muy lindo porque con mi familia también hemos hecho
esos viajes, que son muy extenuantes pero maravillosos…-comentó la
doctora, y añadió-… Ahora dime, ¿cuándo o qué torna a ese sueño en una
pesadilla?”.
“Doctora, trataré de ser breve y
le diré directamente que sueño que estamos viajando al Cañón del
Colorado por la carretera 66, admirando la belleza del paisaje, pero al
oscurecer vamos por un atajo que va por el borde de este. Esta vía no
está asfaltada y es muy agreste. Yo le digo, mejor dicho, le ruego a mi
esposo a que regrese a la vía principal y que nos hospedemos en un
motel, solo por esa noche. Pero él insiste que conoce la vía y que no me
preocupe de nada, porque ya la recorrió con sus padres cuando era un adolescente. Doctora, allí es cuando empieza mi desesperación, presiento
que algo muy malo nos va a pasar, especialmente cuando la camioneta
empieza a dar tumbos por el mal estado del camino. Doctora, eso ya lo he
soñado repetidas veces y sé lo que viene. Reconozco el lugar que
transitamos y sé que un terrible accidente va a ocurrir. Le ruego a mi
esposo que pare, que no continúe, pero él no me escucha y vamos a lo que
ya sé, nuestro fatídico destino. Doctora, en un recodo de la carretera
aparece un camioneta pick up de gran tamaño, creo que le llaman
Big-Foot, que viene en sentido contrario, con las luces muy potentes
encendidas, y mi esposo pierde el sentido de orientación. Doctora, dios
mío, nos desbarrancamos. Lo he soñado ya tantas veces, sin embargo
siempre sufro lo indecible, sino igual, peor. Veo como todo da vueltas
dentro de la camioneta, cayendo por el precipicio, oigo los gritos de mi
esposo y de mis hijos. Dios mío, mis hijos, mis hijos, cada vez que
sueño esto los veo morir, pero me doy cuenta que estoy dentro de una
pesadilla y hago lo posible por despertar… entonces todo oscurece y
súbitamente lo logro. Doctora, ya se podrá imaginar Ud. lo alterada que
me encuentro cuando despierto en la cama, a lado de mi esposo. A veces
él se despierta y me abraza, protegiéndome, y me dice: “Mary, tuviste un
mal sueño, te escuché gemir mientras te movías angustiada…”. Luego me
levanto, voy a buscar a mis hijos en su dormitorio y los veo allí,
sanos, durmiendo plácidamente, entonces los acaricio sin despertarlos,
me siento feliz de encontrarlos en sus camas. Luego, mi rutina diaria me
envuelve, me doy una ducha fría que logra disipar mi preocupación, y
así, preparo el desayuno, despido a mi esposo cuando va al trabajo,
llevo a mis hijos al colegio y me voy a la oficina legal en donde
trabajo como secretaria ejecutiva… es decir ya no tengo tiempo para
pensar nuevamente en la pesadilla, pero luego de un tiempo, dos o tres
semanas, o a veces meses, la pesadilla regresa.”
María Luz mira fijamente a la
doctora, angustiada, en espera de una respuesta, y esta le dice, sin
mucha preocupación: “Querida, María Luz, te voy a prescribir unas
pastillas para que puedas relajarte durante el sueño y puedas dormir
bien, estas desaparecerán con el tiempo.”
María Luz regresa más tranquila a
casa y esa noche, luego de acostar a sus hijos, sigue las
recomendaciones de la doctora, tomando las pastillas relajantes antes de
ir a dormir en brazos de su amado esposo.
“Pobre mujer… -comenta un doctor
en una junta de médicos de un hospital para enfermedades mentales-… no
hemos logrado traerla a la realidad desde el accidente que tuvo, hace
dos meses, en donde perecieron su esposo y sus tres hijos. Cuando abre
los ojos no deja de gritar desesperadamente, hasta que la sedamos con
tranquilizantes para hacerla dormir, entonces se calma y hasta sonríe
constantemente como si viviera un lindo sueño.”