martes, 11 de septiembre de 2018

El ABUELO


El ABUELO

De Michaelangelo Barnez
En una ciudad de los suburbios del condado de Los Ángeles, vivía la familia Donovan, compuesta por papá John, mamá Johanna, los mellizos Paul y Paola y el abuelo Peter, padre de John.
La casa le pertenecía al abuelo Peter y a su difunta esposa, desde hacía más de 30 años; y contaba con dos recámaras, una con baño propio, living comedor, cocina y un patio bastante grande en donde John aprendió todos los juegos de pelota guiado por su padre; y les fue suficiente de grande hasta que John se casó.
Johanna, antes de mudarse a vivir con su marido, en casa de su suegro, mandó remodelar la casa, añadiendo un segundo piso con todo lo necesario como para ser totalmente independiente del primero, pero quiso hacer algo más y en este primer piso anuló la habitación que era de John, uniendola con el viejo living, así lo convirtió en una sala mucho más espaciosa, que comunicaba la entrada principal de la casa con el patio trasero. En el patio mandó hacer una piscina con un área de entretenimiento y BBQ para amigos e invitados. Una vez terminada la remodelación, resultaba difícil reconocerla de la original. Por eso, ahora Johanna se sentía la dueña y señora de la casa.   
A Peter no le importó la arrogancia de su nuera, le bastaba con saber que su hijo era feliz y que los niños que vinieran llevarían su apellido. Con que no le toquen su vieja habitación matrimonial, con baño propio, TV de 65’’ y su frigobar repleto de botanas, sodas y cerveza, en su original primer piso, estaba feliz.
No pasó mucho tiempo que la apacible casa de los Donovan sea visitada por la cigüeña con carga extra, la de dos bebés mellizos y pelirrojos; y que en solo dos años se convertiría en una alborotada por el huracán que armarían los niños.
Los padres tenían que ir a trabajar, así que el abuelo Peter se quedó a cargo de supervisar a la niñera y los bebés. Fue la oportunidad de Peter de malcriarlos, alternativamente con la rigurosidad de la madre, a tan temprana edad. Su hijo John ya era un caso perdido, porque había sucumbido no solo a la hermosura de su mujer, sino a los dictámenes de ella.
El abuelo Peter era el rompe reglas de la casa. “los mellizos no deben estar más de 30 minutos en le piscina” ordenaba la madre a la niñera. Pero Peter los convirtió en un par de nutrias bebés, ya que les enseñó a bucear y nadar, sí, en ese orden, cuando tenían solo cinco meses de nacidos. Así, para el fastidio de su madre, los pelirrojos Paul y Paola broncearon su piel y sus rostros se llenaron de pecas.
“Papá, Paul y Paola no deben estar mucho tiempo en la piscina” le  reclamaba John, presionado por su esposa.
“Oh, se me olvidó!” le contestaba Peter y hacía un gesto con las manos.
Y el “Oh, se me olvido” fue la frase favorita del abuelo Peter cuando los padres de los mellizos le reclamaban algo como, cuando elegía no llevarlos al colegio para llevarlos al parque; o al mall a caminar por horas por todas las tiendas de juguetes; o comer helados de yogur antes de la hora de cenar; o no llevarlos a la peluquería las repetidas veces que se comprometió en hacerlo; o cuando Johanna descubría que los mellizos, los sábados y domingos muy temprano, no estaban es sus camas, sino en el primer piso, en el dormitorio del abuelo, desayunando en la cama junto con él, mirando la tele.
“No puede ser, no puede ser que tu padre no nos haga caso, en absoluto… -reclamaba Johanna a John-… cuando le damos ordenes claras y precisas… no, no puede ser!”
“Pero los niños están bien y adoran a su abuelo...-decía John a favor de Peter, y añadía-… eso es muy positivo para el fortalecimiento espiritual de nuestros hijos”
“¿Cómo puedes decir eso?...-reaccionó iracunda Johanna, y continuó-... En la escuela son un problema y no hay semana que no nos envíen notas de queja de lo que ellos hacen. Que al gato de la directora le ataron una campana en la cola; que le pegaron a un niño mayor que ellos; que dejaron libre a los hamsters del salón; que todos los días desaparecen las tortugas y las encuentran en el jardín de la escuela; que en el último paseo de la escuela al museo, los mellizos, tus hijos, se metieron a la pileta llena de agua y todos los niños los imitaron. ¿Sabes cómo se quejaron los padres? y yo soy la que tuvo tragarse la vergüenza!” Chilló Johanna, sin parar, ni pausa para tomar aire.
“Pero eso no lo hace mi padre!” Se le ocurrió reclamar a John.
“Cómo...-dijo con la cara roja de la ira-... acaso no lo ves?... -Preguntó retóricamente Johanna y añadió-… Esa es la influencia de tu padre en los niños, y te lo advertí desde cuando eran bebés ¿Acaso no recuerdas cómo los defendía cuando yo los reprendía por comer los espaguetis jugando con las manos?”
Y John no pudo contener la risa al recordar la manera de cómo comían los mellizos al lado de su abuelo untados de salsa tomate toda la cara, y añadió: “Pero eran muy pequeños para usar los cubiertos, y mi papá, ya sabes, es un payaso que hacía todo eso con tal que los mellizos comieran!”
“No, no, no. No se trata de eso. El punto es que tu padre es un viejo loco o… -Y Johanna hizo una pausa para énfasis a sus palabras, entonces añadió-… O sufre de alzhéimer, porque no hace caso y siempre responde “Oh, se me olvido!”, te das cuenta de la gravedad, John?”
No. John no veía ningún problema, porque así fue criado por su padre y creció feliz, y realmente no concebía cual era el problema que tenía su esposa con el abuelo de los mellizos.
“No haces caso de lo que te digo, John, pero yo estoy viendo más allá de todo esto y creo que tu papá dejó de ser un mal ejemplo, para ser un peligro para todos en esta casa, especialmente para los mellizos".
John se limitó al gesto de asentir como muestra de estar de acuerdo con ella, pero nada más.
En realidad creía que era más un problema de nuera-suegro que otra cosa, en donde Johanna era la quejosa bitchy, que ladraba día y noche, de la cama a la cocina, del coche a la cochera, del living de la casa a la oficina del trabajo… Por eso la bloqueaba mentalmente y solo oía un molesto zumbido cuando ella hablaba.
Fue un día, justo cuando Hollywood estrenó una película cuyo tema era acerca de un abuelo que sufriendo de demencia senil, vivía con la familia, en vez de estar en una clínica especial, que Johanna vió el anuncio en la tele. Johanna tuvo el inmediato deseo de ir verla, junto con su marido por supuesto, para ver si entendía, ahora con imágenes, de una vez por todas. Como era de esperar, la película fue un bodrio que caricaturizaba la vejez, pero que a Johanna le encantó, porque el personaje, el “viejo loco”, quemó la casa; entonces fue justo lo que ella necesitaba para convencer a John, para que interne a su padre en una clínica especial.
De regreso a casa, cuando iban por el freeway, Johanna trajo el tema que le obsesionaba. “Allí lo van a tratar y cuidar muy bien. Estará mejor que en casa. Tienen la atención de enfermeras las 24 horas, además de gente que estará a su completo servicio y recreación, lo bañan, lo alimentan, lo pasean, lo cuidan, qué más se puede pedir. Anímate John, habla con tu padre de una vez por todas y convéncelo, hazle ver que estará mejor que en casa, más seguro para cualquier emergencia médica ahora que pasa los 70s…” y Johanna siguió hablando todo el trayecto, desde el parqueadero del cine a la casa, sin descanso ni intenciones de callarse, ininterrumpidamente, hasta convencer a su marido.
Pero hacía ratos que John la había bloqueado, porque ya sabía que solo estaba repitiendo lo mismo de lo mismo. Sin embargo, aun así, debido a tanta presión, meditaba en la remota posibilidad real de llevar a su padre a una "Casa Hacienda" de reposo u hospicio, para personas de la tercera edad. “Mi padre jamás aceptará esa alternativa” pensaba John, a la vez que movía la cabeza de manera negativa, sabiendo cómo era su padre. John recordaba que había visto morir a su abuelo en casa, atendido por su padre y en sus brazos. Había visto como lo atendió día y noche en sus dos últimos años, y fue testigo de muchas actitudes que lo marcaron en su vida a pesar que era tan solo un adolescente; recordaba de cómo Peter había renunciado a su trabajo para atender al abuelo en casa, en vez de enviarlo al lujoso hospicio que le ofrecía su seguro social. John, escuchó cuando su papá le dijo a su abuelo, casi como un juramento, “Usaremos el dinero del seguro y yo te cuidaré, papá… como me cuidaste a mi cuando nací y mamá murió…”
A John se le escaparon algunas lágrimas al recordar lo que hizo su padre hacía 15 años, y las limpió sin que Johanna se diera cuenta, mientras ella seguía hablando.
De pronto John, poniendo atención a la realidad, vio a lo lejos, desde lo alto del segundo nivel de la vía expresa o freeway por donde iban, un resplandor y su reflejo en las nubes del cielo oscuro. Su reacción inmediata fue prender la radio del auto.
Johanna se había callado por unos segundos, al notar el resplandor, entonces gritó: “Incendio, incendio…!”
Y la radio daba la noticia de que varias casas del vecindario se estaban incendiando, pero que los bomberos ya estaban en el lugar tratando de combatir las llamas y evitando que esta se propagase más.
“Es en nuestro vecindario!” exclamó John, saliendo del freeway para tomar la ruta de las calles que faltaban para llegar.
“Viejo maldito, viejo maldito…-exclamó Johanna, histérica al ver a lo lejos la casa en llamas-… Te lo dije John, te lo dije!!! Gritaba entre llantos y manotazos.
Pero no pudieron avanzar más con el auto, porque los camiones bomberos y sus mangueras, los carros patrulleros y los paramédicos bloquearon las calles.   
Entonces fue Johanna la primera en salir del auto y correr hacia las casas en llamas. Mientras que John demoró unos segundos más, por estacionar su auto sin bloquear el paso para el tránsito de los bomberos y otros, luego salió corriendo tras su esposa. Y la encontró con su hija melliza en sus brazos, ambos llorando.
Cuando John se acercaba, la pequeña Paola en brazos de su madre gritaba señalando la casa en llamas “el abuelo, el abuelo!!!”
Y Johanna cubrió el rostro de su hija en su seno mientras decía: “No mires hija, tu abuelo estaba loco, no sabía lo que hacía…-y miró a John con rabia-… y tu hermano, dónde está, dónde está!!!” pero Johanna no se movía del lugar en donde estaba parada.
John las dejó y avanzó en busca del mellizo, esquivando unos carros bomberos y la maraña de mangueras tiradas en el pavimento, tratando de acercarse más, mientras rogaba murmurando: “Dios mío, mi hijo, mi paulcito, mi paulcito!!!…”
Entonces un bombero le impidió el paso, gritando con autoridad: “No puede acercarse, señor!!!”
“Mi hijo, mi hijo, está allí, esa es mi casa…!!!” Gritó John, forcejeando con el bombero que le impedía el paso.
“¿No es aquel?” le dijo el bombero a John, sin soltarlo, haciendo un gesto con la cabeza.
John volteó y oye… “Papá, papá… -Gritó el pequeño Paul, en brazos de otro bombero, señalando la casa en llamas-… el abuelo, el abuelo!!!"
John tomó en sus brazos a su pequeño hijo, mientras el bombero le explicaba, cuando Johanna y la melliza ya estaban a su lado, abrazándose todos.
“Señor, el abuelo salvó primero a la niña…-Dijo el bombero-… y luego entró a rescatar al niño que estaba en el segundo piso…-Entonces hizo una pausa, y continuó-… pero le reclamaron por el gatito y el abuelo regresó a la casa en llamas a salvar a la mascota del niño. Yo no pude detenerlo, señor, el abuelo era un hombre ágil y fuerte, y yo tenía al niño en mis brazos… lo vi entrar y fue entonces que la casa explotó y las llamas cubrieron la salida... no pudo salir. Su padre es todo un héroe, señor!!!”
John abrazaba fuertemente a sus mellizos, mientras lloraba triste… pero orgulloso.
En la última escena de la tragedia, abrazando a su familia, a contraluz de la casa incendiada. Gritó al viento:
“Así fue mi padre, así soy yo, así serán mis hijos!!!”    



miércoles, 22 de agosto de 2018


LA SECRETARIA

De Michaelangelo Barnez.

“Aló, ¡María!” dije esa mañana temprano cuando iba conduciendo a la ciudad de Ventanilla, rumbo al local de la empresa de tintes y ensamblado de impresoras que tenía allí la familia.

“Aló, María, ¡contesta!” dije unas veces más… y ya no insistí, ya que el tráfico en la Vía de Evitamiento se hacía más fluido y me concentré en la autopista.

Sin embargo, mi mente regresó a la preocupación que tenía.

Anoche hicimos el amor y en medio de la pasión María me dijo: “Te amo!”, por primera vez desde que habíamos iniciado nuestra relación, y yo no respondí. Al día siguiente, hoy, antes de levantarnos, volvió a decirme “Te amo” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó “Tengo un retraso…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre entre el aseo y el humeante café para salir con dirección a la fábrica.

Hace unos meses conocí a María, de manera casual, en un Café del aeropuerto de Lima. Ella estaba sola, sentada en una mesita para dos, bebiendo un café, como esperando a alguien o algo. Fue cuando la abordé atraído por su belleza y ella me respondió amigablemente, le pedí sentarme y ella accedió, entonces iniciamos una buena charla. Así me enteré que había llegado de Barcelona, lugar donde residía con su familia, y estaba esperando a una amiga peruana que la recogiera ya que no conocía a nadie aquí. La conversación continuó, pero la amiga nunca llegó, y las llamadas al número que me dio no funcionaron.

Entonces, vi en el rostro de María dibujarse la desesperación y luego el llanto, muy quedito como avergonzada de protagonizar un escándalo. Yo traté de calmarla inmediatamente diciéndole: “María, no llores, no te preocupes, todo esto se soluciona fácilmente”.

Ambos nos levantamos, yo me hice cargo de la maleta rodante de María, y nos alejamos del Café. Caminábamos a lo largo del hall de tiendas, ella enjugando sus lágrimas y arreglándose el maquillaje de los ojos y yo iba pensando en cómo retener a María.

“Sentémonos allí!” pidió María, señalando la mesa más alejada del área común de comidas rápidas.

Allí, sentados entre una pizza y sodas, me enteré que ella venía a Lima sin intenciones de regresar a Barcelona, debido a una crisis familiar muy fuerte, además de la masiva desocupación laboral en que se encontraba España, lo que no le permitiría encontrar un empleo para vivir fuera del seno familiar. Pero ahora, en Lima, sola y sin la amiga, estaba peor que en Barcelona…

Cualquiera que hubiera visto a María se hubiera dado cuenta de que ella era una joven mujer muy bella, de rasgos finos y tez bronceada, con maquillaje solo en los ojos y de cabello no bien cuidado. Sí, linda, pero pobre. Su vestido, zapatos, bolso y perfume eran corrientes y solo la maleta de viaje lucía nueva y de marca conocida. Como dije, cualquiera, pero yo no. Yo la vi como la mujer más linda que había visto en mi vida de playboy.

“María, te voy a ayudar, ¡no te desesperes!” le dije sonriendo hasta conseguir que ella también sonría.

“¿Y a qué te dedicabas en Barcelona?” le pregunté lo más afablemente posible.

“Soy secretaria ejecutiva bilingüe!” respondió con una alegría infinita en el rostro.

Yo quedé fascinado con su angelical expresión y feliz de mi decisión de ayudarla.

“Vamos, te voy a enseñar dónde vas a trabajar desde mañana o cuando termines de instalarte”

Así fue como la conocí, le di trabajo y la alojé en un hotel de Santiago de Surco, de camino a mi casa.

Ya en su suite le dije “María, ¡estarás aquí hasta que consigas tu departamento!”, después de haberle dado un tour por la fábrica, mostrado su oficina y haber cenado en un restaurante al borde de la playa. Y ella, cubriéndose el rostro con sus manos, volvió a llorar. Yo no demoré en abrazarla para calmarla, entonces sentí su tibio cuerpo temblar pegado a mí. Yo, que ya bordeaba los 30 años y soltero, estaba sentando cabeza y había aceptado trabajar en la empresa de la familia, después de dedicarme a surfear, y al tenis y a coleccionar chicas, durante los años de mi adolescencia y los estudios universitarios en la de Lima; entonces, al sentirla tan vulnerable no quise aprovecharme, como ocasionalmente lo hacía, más por temor a arruinar lo que podría venir, que por escrúpulos, ya que nunca los había tenido con ninguna mujer que se me aproximara de esa manera.

La llegada de María a la empresa como mi secretaria no fue bien visto por mi madre y hermano mayor, con quienes compartía la empresa familiar, y empeoró más cuando nos hicimos enamorados, pero se hizo insoportable cuando María, a mi pedido, vino a vivir conmigo. Para ellos María era una intrusa, una buscona de fortuna; y ellos no lo tolerarían.

Para mí fue una delicia que ella aceptara venir a vivir conmigo, así me fue fácil ignorar los reclamos que me hacían cada día mi madre y hermano. María lo sabía, ella era muy inteligente y nunca cayó en la provocación, compensándolo con la eficiencia de su trabajo. Así, María en dos semanas se ganó la simpatía de todos los empleados de la administración.

Sin embargo, María nunca fue aceptada en las reuniones familiares; mi madre fue tremendamente dura y explícita para decirme que yo podía hacer de mi vida lo que quería “pero María no pone un pie en esta casa, ni en la del círculo familiar y amigos”. De esta manera quedé exiliado de toda relación… Pero feliz, con María a mi lado me bastaba.

Con María, el mejor momento para conversar era después de hacer el amor. De esa manera me recargaba de energía para soportar la molestia de trabajar junto a mi familia todos los días de la semana. Por eso me encantó cuando María, sabiendo todo eso, me propuso un cambió “Quiero ir a trabajar en producción”.

A lo que yo repuse “Pero no sabes nada acerca de polos e impresiones”.

“Aprenderé. He visto por Internet un curso acelerado de 8 horas diarias durante dos meses, en teoría y práctica, y sé que tienen un buen taller de impresiones.” Me dijo María con una sonrisa muy amplia.

No pude negarme, a la vez que me daba cuenta que la idea del cambio era muy conveniente para bajar la tensión familiar. De esa manera María se alejó de la fábrica por dos meses.

“¿Y qué pasó con la perra?” murmuró mi madre, preguntándole a mi hermano, a sabiendas que yo la escuchaba.

“James…” mi hermano pronunció mi nombre como solía nombra a James Deán; en cambio María me decía James, como cuando nombraba al jugador colombiano, y a mí me gusta, pero a mi familia les caía como limón en herida. “… ¿y qué pasó con tu noviecita, te aburrió?

“No, nada de eso. ¡Fue a capacitarse… va a trabajar en producción!”

Entonces intervino mi madre “Pero esas cosas se avisan, se informan y se deciden entre nosotros tres. Que tu padre te haya dejado la mayor parte de las acciones no significa que puedes hacer lo que te da la gana…” y el sermón siguió.

“¿Quieren que María regrese a continuar como mi secretaria…?” pregunté con calma.

Mi madre hizo mentalmente más de un millón de cálculos en solo unos segundos de silencio, y luego soltó el veneno “Mmm, producción, mmm, allí es donde pertenece, que limpie baños y pisos!”, y yo preferí guardar silencio.

Pero al día siguiente encontré en mi oficina a mi despampanante ex enamorada y a mi madre conversando amigablemente.

“James, Jessica regresa a ser tu secretaria. Ella ya conoce el trabajo, así que no tendrá problemas” dijo mi madre sin dar lugar a discusiones, y salió, en el camino añadió “Ponla al corriente!”

Yo miré a Jessica, le sonreí por cortesía. Pero ahora mirándola bien, ella era como una muñeca de plástico, sí, una barbie… una bella insípida de mi clase.

Cuando María regresó fue la sensación en el área de producción, porque el primer día limpió los baños y pisos como nadie lo había hecho antes. Pero al día siguiente estuvo con los maestros de la planta intercambiando ideas, con la dulzura que solía tener, de cómo mejorar la producción. Así, se movieron máquinas, depósitos y otros utensilios que produjo un 15% de mejoras en la productividad… y mi madre se quedó callada, a pesar de que estuvo mirando todos los días desde el ventanal del segundo nivel de la planta… sí, estuvo callada solo por dos semanas y luego volvió a la carga.

“James, tenemos que hablar, te esperamos hoy a las 8 pm de la noche en casa, se puntual, tu hermano también estará allí!” dijo mi madre como solo ella solía hacerlo.

Allí estuve puntual como me lo pidieron y sin ningún preámbulo mi madre me dijo que todo lo que dijera contaba con la aprobación de mi hermano allí presente, pero mudo. Fue una reunión de carácter breve y tajante. Me dolió, nunca pensé que mi madre era así de… ¿mala? No. Malvada! sería la palabra correcta. María tenía que irse de la fábrica inmediatamente, y no solo eso, además le daban una compensación de 100 mil dólares depositados ya en su cuenta, para hacerse efectivo tan pronto me abandone.

Esa noche regresé a casa furioso de tener una familia de esa calaña. María me recibió amorosamente y quiso servirme la cena, pero yo me reusé.

“Voy a darme un baño y luego a dormir!” le dije y creo que ella adivinó mi malestar y su origen.

Esa noche le hice el amor con furia y al final, antes de caer vencido por el sueño, le escuché que me decía: “Te amo!”, y yo, simulando no haberla oído, me dormí.

Desperté temprano con la punzante idea de la maldad de mi madre y la estúpida anuencia de mi hermano. Estuve así, quieto, callado, pensando por unos minutos. Entonces sentí que María se movió en la cama, a mi espalda, y me abrazó. Volvió a decirme: “Te amo!” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó: “Tengo un retraso!…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre, entre el aseo y el humeante café, para salir con dirección a la fábrica.

En mi oficina estuve dos horas sentado, sin hacer nada, no podía, y cada vez que llamaba a María, no contestaba, miraba el estacionamiento y el auto de ella no llegaba.

Decidí regresar a casa, pedirle disculpas y decirle que yo también la quería. Sí, y más, que quería casarme con ella… y se lo pediría. Demoré más de una hora en llegar a casa y mientras conducía hacía llamadas a la fábrica para preguntar si María había llegado o llamaba a María; pero las respuestas eran negativas o no había respuesta.

Estacioné mi camioneta en el garaje y subí a grandes trancos la escalera en busca de María. No la encontré, no la encontré por ningún lado. “María, María…” gritaba como loco, pero nadie contestaba. Volví a buscarla por toda la casa, temiendo lo peor, pero nada, María no estaba. Entonces volví a llamar a la fábrica y me respondieron que no había llegado. Cuando me calmé, comencé a pensar en que realmente me había abandonado, mientras buscaba sus cosas en el closet. Todo estaba allí. Miré su caja de joyas y todo estaba allí. ¿Se fue? ¿Me abandonó? ¿Por qué, si la amaba?

“¡Mierda, por qué no se lo dije! ¡Por qué no le respondí, que la amaba también y que quería casarme con ella!” grité y lloré como un niño.

Cuando me calmé, volví a revisar sus cosas y comprobé que todo estaba allí, zapatos, zapatillas, trajes, carteras… sus relojes. “¿cómo pudo irse sin nada?” me pregunté. Entonces me vino una idea a la mente y busqué la caja en donde ella guardaba la ropa que usaba cuando la conocí en el aeropuerto y… y solo encontré la caja vacía. María se había vestido tal como llegó… y yo me desmayé.

James no volvió a la fábrica. James volvió a pasar los días surfeando o en los campos de tenis, esperando que algún día regrese María.

Muy lejos de Lima, Perú, en Ciutat Meridiana, el barrio más pobre de Barcelona, un auto con alguien dentro llevaba como dos horas estacionado frente a una de las entradas de un lúgubre conjunto habitacional multifamiliar. De pronto salió un adolescente del edificio, manos en los bolcillos, pantalones jean raídos y tenis desgastadas, y caminó por la acera sin mucha prisa. El auto que esperaba encendió el motor y avanzó para alcanzar al joven.

“¿Oye, Fernando, ¿dónde vas tan triste?”

“María!... - exclamó el adolescente- …regresaste de California!!!”

“Fernando, trae tu mochila con tus trapos que nos vamos, no regresarás más a esa pocilga.” Le dijo María a su hermano.

Fernando miró el auto de María y luego mirándola a ella, le dijo “En realidad no tengo nada allá arriba y no puedo soportar más abuso” y subió al auto.

El auto partió y Fernando feliz miraba a su hermana “Creí que jamás te vería otra vez, hermanita”

“No, nunca te abandonaría con esa familia. Ahora comenzaremos una nueva vida, hermanito… Ah, me olvidaba, vas a ser tío... y no estuve en California, ¡sino en el Perú!” y el auto se perdió en la hermosa ciudad de Barcelona.  

viernes, 7 de febrero de 2014

LA AMANTE Y LA ESPOSA



De Michaelangelo Barnez
Hola, debo confesar, para ser sincero y honesto (¿?) con Uds., que de joven fui un libertino, como bien dice un corrido mexicano: Borracho, mujeriego, pendenciero y jugador. Bueno, pero no tanto, eh!

¿Y esto me trajo problemas? Mmm… Déjenme decirles que creo que supe cuidarme y ver los límites de mis desvaríos, así que: No, no tuve problemas. Muy al contrario, a esta temprana edad y la espontánea explosión de mi personalidad me hizo muy popular en el barrio donde vivía y luego en la universidad, especialmente entre mis amigas, ji, ji, ji… Hasta que me casé. ¿Qué, me jodí? No, en absoluto.

Bueno, pero creo que Uds. quieren que hable de mi amante, así que iré directo al tema.

Creo coincidir con todos, o por lo menos con la mayoría que sabe, que la amante es una persona especial, que trae alegría, vitalidad, lozanía, gozo y principalmente placer sexual sin compromisos aparentes, amoralmente hablando. Y como los momentos compartidos son breves, relativamente, disfrutamos de ese tan ansiado extravío a plenitud. Con ella puedo hacer lo que quiera y plazca; ella siempre está a mis órdenes cuando la llamo para una cita y responde con tal alegría y ansiedad que llena mi egolatría de amante.

Con la esposa las cosas son diferentes. El matrimonio trae responsabilidades y compromisos, hijos y preocupaciones; las que están demás enumerarlas porque son tan conocidas que aburren y/o mortifican. Aunque no puedo negar que a través del matrimonio uno llega a alcanzar el desarrollo pleno, en lo personal y como pareja, y uno se siente realizado en la felicidad de los hijos y esposa. Creo firmemente que ellos son el aliciente del progreso económico del hogar, porque empezamos a desear tener una casa y auto más grande; ya no el depa de soltero ni el auto deportivo, solo para dos, de antes. Si realmente queremos a nuestros hijos, les daremos la mejor educación y seguro de salud que podamos… Amén de los caprichitos de siempre en la ropa y la moda… y todo eso cuesta. Por eso estudiamos, trabajamos y doctoramos; o arriesgamos nuestra salud mental invirtiendo hasta la camiseta en la empresa que dirigimos, y todo para poder pagar ese progreso económico, en el que mi esposa es una estricta administradora del gasto familiar.

Con la amante me relajo y voy a los mejor hoteles y restaurantes de la ciudad o del lugar que decidimos escaparnos brevemente. Con la esposa la cena en casa es obligada y rodeados de los hijos y sus problemas. Aunque tengo que reconocer que ningún chef cocina más rico que mi esposa. A la amante no le importa cuánto gasto, a la esposa sí, y si podemos ahorrar mejor, porque las vacaciones anuales con todos los hijos cuestan un ojo, o los dos, de la cara.

¿Pero… y la lealtad, la fidelidad, la felicidad…? Se preguntarán Uds.

Ah, sí, me olvidaba decirles que mi esposa es mi amante. 
Bye, bye...

jueves, 28 de marzo de 2013

ATRAPADA EN UNA PESADILLA

Atrapada en una Pesadilla

De Michaelangelo Barnez
“Hola doctora”.
“Adelante, por favor, siéntese lo más cómoda posible”.
“Gracias, doctora, gracias”.
“¿Y en que puedo ayudarla?”
 “Doctora, mi nombre es María Luz Cielo, tengo 35 años y mi marido 38. Tenemos tres hijos de 12, 11 y 6 años. El menor, Carlos Alberto,  fue nuestro último intento, luego de un lapso de cinco años que habíamos decidido no tener más hijos, por tener una mujercita en la familia. Pero igual, eso solo lo pensamos antes de tenerlo…” entonces María Luz hizo una pausa, tragó saliva o algo muy parecido al falso orgullo propio, debido a que sentía una gran vergüenza de hablar acerca de algo tan íntimo, aun cuando tenía al frente a una doctora en psiquiatría y estar absolutamente solas. Pero, venciendo esa barrera interna, se animó a hablar, pues para eso había hecho la cita con anterioridad.
 “La razón por la que he venido, doctora, es que últimamente he tenido horribles pesadillas”.
“Las pesadillas son eso, María luz, sueños horribles, y muchas veces sin aparente sentido, ya que son temores disfrazados…” comentó la doctora amablemente, a manera de relajarla, para que a María le sea más fácil ser más específica en explicar su problema.
“Doctora, sueño que, por alguna razón que desconozco, estoy recluida en un sanatorio para enfermos mentales… Es horrible, doctora, en mi sueño estoy en una sala rodeada de gente alterada con las que no puedo compartir las más mínima conversación, digo esto por solo mencionar lo básico entre otras actividades en las que me veo forzada a participar, si se puede llamar participar a estar totalmente quieta, sin hablar, ni moverme, como una muerta, como si mi mente no estuviera allí. Pero, además de esa tortura sicológica, recibo el constante maltrato por parte de los doctores y enfermaras, ya que me tratan como una paciente y yo me opongo, porque estoy totalmente cuerda. Pero ellos no me hacen caso, no me prestan atención, no escuchan mis explicaciones. Yo me enfrento a la terapia que me dan, no quiero los electroshocks, ni los baños con agua helada, pero no puedo luchar contra ellos y finalmente me vencen.  Solo tengo paz cuando, en mi pesadilla, me llevan o logro refugiarme en mi dormitorio y me duermo. Es en ese momento en que por fin logro despertar y ver a mi esposo a mi lado, dormido. Pero el sueño me deja muy alterada, nerviosa, asustada a que pueda verdaderamente perder la razón.”
“María Luz… -empezó a interrogarla la doctora-… ¿Acaso son siempre las mismas pesadillas, una secuencia de ellas con ese mismo tema o totalmente diferentes?”
“Doctora, ahora hasta tengo miedo irme a dormir, porque las pesadillas han sido repetitivas, sino diferentes, aunque relacionadas con el mismo tema… No obstante, tengo otras que empiezan muy lindo, pero se vuelven horribles, al extremo que me sacudo, muevo mis brazos y grito para lograr salir del mal sueño, pero no lo logro fácilmente.”
“¿Y cómo son esas pesadillas?” preguntó con avidez la doctora, adivinando que por allí podría encontrar la explicación del tormento onírico.
“Como le dije, doctora, empiezan muy lindas porque estamos en casa con mucha alegría, preparando nuestro equipaje ya que nos vamos de camping por tres días. Los niños se ven muy animados preparando sus mochilas con sus pertenencias personales. Mi marido se encarga de preparar el equipo de la tienda de campaña, los sacos de dormir y de la caja conservadora para los refrigerios, y empacar, además de todo lo que concierne al mantenimiento de la camioneta 4×4 en que viajaremos. Yo me encargo de los sándwiches y jugos que llevaremos para el camino, además de escoger toda la comida fresca y conservada para los tres días. Además de todo lo concerniente a Carlos Alberto.”
“Tienes mucha razón, María Luz, lo que me cuentas es muy lindo porque con mi familia también hemos hecho esos viajes, que son muy extenuantes pero maravillosos…-comentó la doctora, y añadió-…  Ahora dime, ¿cuándo o qué torna a ese sueño en una pesadilla?”.
“Doctora, trataré de ser breve y le diré directamente que sueño que estamos viajando al Cañón del Colorado por la carretera 66, admirando la belleza del paisaje, pero al oscurecer vamos por un atajo que va por el borde de este. Esta vía no está asfaltada y es muy agreste. Yo le digo, mejor dicho, le ruego a mi esposo a que regrese a la vía principal y que nos hospedemos en un motel, solo por esa noche. Pero él insiste que conoce la vía y que no me preocupe de nada, porque ya la recorrió con sus padres cuando era un adolescente. Doctora, allí es cuando empieza mi desesperación, presiento que algo muy malo nos va a pasar, especialmente cuando la camioneta empieza a dar tumbos por el mal estado del camino. Doctora, eso ya lo he soñado repetidas veces y sé lo que viene. Reconozco el lugar que transitamos y sé que un terrible accidente va a ocurrir. Le ruego a mi esposo que pare, que no continúe, pero él no me escucha y vamos a lo que ya sé, nuestro fatídico destino. Doctora, en un recodo de la carretera aparece un camioneta pick up de gran tamaño, creo que le llaman Big-Foot, que viene en sentido contrario, con las luces muy potentes encendidas, y mi esposo pierde el sentido de orientación. Doctora, dios mío, nos desbarrancamos. Lo he soñado ya tantas veces, sin embargo siempre sufro lo indecible, sino igual, peor. Veo como todo da vueltas dentro de la camioneta, cayendo por el precipicio, oigo los gritos de mi esposo y de mis hijos. Dios mío, mis hijos, mis hijos, cada vez que sueño esto los veo morir, pero me doy cuenta que estoy dentro de una pesadilla y hago lo posible por despertar… entonces todo oscurece y súbitamente lo logro. Doctora, ya se podrá imaginar Ud. lo alterada que me encuentro cuando despierto en la cama, a lado de mi esposo. A veces él se despierta y me abraza, protegiéndome, y me dice: “Mary, tuviste un mal sueño, te escuché gemir mientras te movías angustiada…”. Luego me levanto, voy a buscar a mis hijos en su dormitorio y los veo allí, sanos, durmiendo plácidamente, entonces los acaricio sin despertarlos, me siento feliz de encontrarlos en sus camas. Luego, mi rutina diaria me envuelve, me doy una ducha fría que logra disipar mi preocupación, y así, preparo el desayuno, despido a mi esposo cuando va al trabajo, llevo a mis hijos al colegio y me voy a la oficina legal en donde trabajo como secretaria ejecutiva… es decir ya no tengo tiempo para pensar nuevamente en la pesadilla, pero luego de un tiempo, dos o tres semanas, o a veces meses, la pesadilla regresa.”
María Luz mira fijamente a la doctora, angustiada, en espera de una respuesta, y esta le dice, sin mucha preocupación: “Querida, María Luz, te voy a prescribir unas pastillas para que puedas relajarte durante el sueño y puedas dormir bien, estas desaparecerán con el tiempo.”
María Luz regresa más tranquila a casa y esa noche, luego de acostar a sus hijos, sigue las recomendaciones de la doctora, tomando las pastillas relajantes antes de ir a dormir en brazos de su amado esposo.
“Pobre mujer… -comenta un doctor en una junta de médicos de un hospital para enfermedades mentales-… no hemos logrado traerla a la realidad desde el accidente que tuvo, hace dos meses, en donde perecieron su esposo y sus tres hijos. Cuando abre los ojos no deja de gritar desesperadamente, hasta que la sedamos con tranquilizantes para hacerla dormir, entonces se calma y hasta sonríe constantemente como si viviera un lindo sueño.”

domingo, 13 de enero de 2013

“TE VERÉ EN SUEÑOS” Comentario de Patricia Gómez



“TE  VERÉ EN SUEÑOS” Y “LA PUERTA DEL SOL” de Michaelangelo Barnez

Comentario de Patricia Gómez

“Cuando estoy en Laguna, cuando mi visión se pierde en los pinos por un lado o en un mar, a veces calmo o embravecido, en otras, el silencio abre las puertas a mi alma y ahí, todo cambia, todo es  sereno, quieto y manso. Sin distracciones, ni  ilusiones en las cuales sumergirte. Qué tiene que ver esto con “Te Veré en Sueños y La Puerta del Sol”, todo.

Había comenzado a leer la primera novela (Te Veré en Sueños) en Santiago, pero el cansancio que cargaba por los días de tanto movimiento, las interrupciones, el yoga, los deberes de una casa, los seres que te rodean y sus demandas, o las tuyas por ellos, no me habían permitido tomar el verdadero sentido de estas dos maravillosas novelas. Había caminado por las primeras hojas en forma mecánica, pero un fin de semana de los tantos en que decido aislarme del mundo las traje conmigo, y ahí todo cambió. Mis ojos se devoraban las palabras, mis sentidos se complacían por encontrar un libro que tal vez no es una obra literaria como muchos excelentes libros, pero sí es uno de esos que debes leer, sobre todo si tu camino va un paso más adelante que la cotidianidad de gastar la vida sobreviviendo en una “matrix” o mundo que te traga haciéndote perder el atributo de la verdadera libertad.

Te Veré en Sueños transcurre rápida, amena, interesante, es de esas novelas que te lees  sin esfuerzo y no quieres que termine. A medida que avanzan en la historia los personajes se te hacen queribles y anhelas vivir de alguna manera su superioridad. Donde aprendes, sueñas, y te dejas llevar de la mano del autor de una forma casi amistosa, donde vas recogiendo los mensajes o la información que éste te entrega agazapada en una narrativa amena, con asombro y gratitud. ¿De qué se trata?, creo que tendrán que leerla, de otra forma se perdería el encanto, pero les adelanto que está involucrada la reencarnación, el valor a los atributos más nobles del ser humano, nos muestran un Perú que te deja con necesidad de conocer si aún no lo haces, de vivir conscientemente. De ese amor que traspasa las barreras del tiempo.

En la Puerta del Sol, donde continúan las historias de estos singulares personajes, recibes  la información en forma más contundente y concreta, donde distingues que el autor tiene un acabado dominio de cierto valorado entendimiento, que muchos deberíamos ya conocer, donde valoras lo que él descubrió por ti y valoras que te lo entregue de una forma amena y singular. Para aquel lector  que busca más en un libro y  “tiene ojos” que ven más allá en el no-tiempo, este es uno de esos libros.

En resumen, son un par de obras que recomiendo y espero disfruten tanto como yo con su lectura”.
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LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...