Mi alegría fue creciendo al
límite del paroxismo cuando vi aparecer, en la pantalla de mi televisor, uno a
uno los números ganadores del Super Lotto de la lotería de California del ticket
que tenía en la mano. La sala de mi casa se volvió un loquerío por los gritos y
abrazos de mi familia. Sí, allí estábamos mi esposa, mis tres hijas y yo… ah, y
mi perro también, el que no dejaba de correr y saltar por los sofás. No exagero
si digo que faltó poco para que, por la emoción y el forcejeo de los abrazos
que nos dimos, rompiéramos el bendito ticket ganador. Realmente estábamos fuera
de sí, o al menos yo, porque por un poco pierdo el conocimiento ya que no podía
respirar bien. Felizmente me recuperé y no alarmé a nadie, aunque cuando nos
retiramos a descansar no pude dormir hasta muy entrada la madrugada.
Al día siguiente, tan pronto
desperté, mi esposa me esperaba con el suculento Brunch dominical (comida muy
tarde para ser un Desayuno y muy temprano para ser un Almuerzo). Antes de
sentarme en la mesa para dar curso a lo que mi esposa pondría delante de mí,
quise librarme de la preocupación que me perseguía desde que puse un pie fuera
de la cama, y este era el confirmar los números ganadores de la lotería, así
que abrí la puerta principal de la casa, recogí el diario y de vuelta a la mesa
del comedor busqué la noticia y la encontré. Aun así no estuve conforme y busqué nuevamente, ahora en internet. Sí, no había dudas, habíamos ganado el premio mayor de la lotería
de California… Entonces dije por primera vez:
“TENEMOS UNOS JODIDOS CIENTO
VEINTE MILLONES DE DÓLARES EN EL BOLSILLO, MALDITA SEA!!!”
Y por primera vez mi esposa no se
enojó por haber maldecido en casa y, peor aún, en la mesa. Solo atinó a decirme
con tranquilidad:
“No nos van a dar esa suma,
cariño. ¡No olvides que el tío Sam es el primero en cobrar!”
“Oh sí. Creo que los gobiernos Federal
y del Estado se llevarán un poco más de treinta millones juntos… aún así,
noventa millones es mucho dinero!”, dije.
“Tampoco nos lo darán todo de una
sola vez, cariño, sino en veinte años, creo…” replicó mi esposa, mientras me
acercaba las calentitas tortillas de maíz para empezar a comer el mexicoamericano Brunch que había preparado.
“Sí, sí, tienes razón… Serán unos
cuarenta los que depositarán a nuestra cuenta. De todos modos, mañana ni nunca
más vuelvo a trabajar.” Dije tomando una bocanada de aire porque volví a sentir
la sofocante emoción de haber ganado el premio.
Lo que nos sucedió ese año fue
abrumador. Compramos casas… en la playa de Malibú y en la montaña del Big Bear,
en California, a orillas del lago. Compramos TV digitales con pantallas
gigantes con su respectivo sistema de audio estéreo, y otras de tamaño normales
para cada cuarto. Compramos refrigeradoras, congeladoras, lavadoras, secadoras,
aire acondicionado y ya no sé que más, porque nos llenamos de cosas que no
necesitábamos pero salían en los anuncios por la TV, que fueron almacenados sin
uso en el garaje; aunque los viejos artefactos que teníamos antes se quedaron
arrumados en la casa vieja. Compramos autos, vans, camionetas 4x4, un yate y un
inmenso camper… Sí, el verbo “Comprar” era el que más se conjugaba por todos en
casa, sin la preocupación del mañana o de una posible escasez. No. ¿Por qué
preocuparse, si teníamos cuarenta millones inacabables? Y si se agotaban
tendríamos dos más a fin de año, al siguiente y al otro… y así, por veinte años
más.
La familia entera hicimos una
lista de familiares y amigos cercanos, que llegó a la cantidad de mil
integrantes, con mucho esfuerzo, a los que les enviamos mil dólares a cada uno,
sí, un millón de dólares en total. Y otro tanto a las instituciones de niños
con cáncer y a los abandonados… Luego nos largamos sin fecha de regreso a
recorrer América en nuestro Camper, como un escape de un lugar que ya nos
asfixiaba por la cantidad de gente que, sin conocernos, hacía una fila y tocaba
nuestra puerta, pidiendo dinero o queriendo vendernos algo.
Así, partimos con dirección al
Gran Cañón del Colorado y otros tantos lugares de los cientos que ya habíamos
seleccionado en nuestra Guía-Mapa.
Pero, al único lugar que no
habíamos planeado ir, en nuestra euforia… era a un profundo barranco, al que
caímos por haberme quedado dormido mientras manejaba en la penumbra de la
noche.
Aunque malherido fui el único que
sobrevivió a la fatal caída, para mi mala suerte, porque tuve que ver y
constatar que mi esposa y mis hijas estaban muertas… y el dolor que embargó mi
alma fue mayor que el de mis heridas. En esos momentos sentí que iba a
enloquecer, porque no me resignaba a tal perdida, y maldije mi suerte.
Entonces, así tal como un día pedí que mi vida cambiara, pedí ahora:
“Por favor, dame una segunda
oportunidad, por favor”.
Entonces desperté abruptamente.
Allí, tendido en mi cama, a lado de mi esposa, quien dormía profundamente
porque aún no amanecía. Me levanté presuroso y miré por la ventana. Allí estaba
mi auto y la camioneta pick-up de trabajo, parqueados frente al porche de la
casa. Sí, mi linda casa viejita. Entonces salí de mi dormitorio y caminé por el
hall para ir al de los de mis hijas. Ellas estaban allí, dormidas plácidamente.
Luego fui al comedor y, por la puerta pequeña de la puerta grande que daba al jardín,
apareció mi perro, más feliz que nunca, moviendo la cola y gimiendo por vernos de
regreso.
2 comentarios:
Me encantó leerle y como la primera vez, nuevamente usted me trajo un recuerdo amado a mis manos pero nunca puedo tocarlo. Gracias por existir y escribir mi querido y admirado amigo. Besos Caliope Ladd
Gracias, querida Caliope. Aprecio mucho tu comentario y el cariño que pones en él. Besos.
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