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miércoles, 22 de agosto de 2018


LA SECRETARIA

De Michaelangelo Barnez.

“Aló, ¡María!” dije esa mañana temprano cuando iba conduciendo a la ciudad de Ventanilla, rumbo al local de la empresa de tintes y ensamblado de impresoras que tenía allí la familia.

“Aló, María, ¡contesta!” dije unas veces más… y ya no insistí, ya que el tráfico en la Vía de Evitamiento se hacía más fluido y me concentré en la autopista.

Sin embargo, mi mente regresó a la preocupación que tenía.

Anoche hicimos el amor y en medio de la pasión María me dijo: “Te amo!”, por primera vez desde que habíamos iniciado nuestra relación, y yo no respondí. Al día siguiente, hoy, antes de levantarnos, volvió a decirme “Te amo” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó “Tengo un retraso…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre entre el aseo y el humeante café para salir con dirección a la fábrica.

Hace unos meses conocí a María, de manera casual, en un Café del aeropuerto de Lima. Ella estaba sola, sentada en una mesita para dos, bebiendo un café, como esperando a alguien o algo. Fue cuando la abordé atraído por su belleza y ella me respondió amigablemente, le pedí sentarme y ella accedió, entonces iniciamos una buena charla. Así me enteré que había llegado de Barcelona, lugar donde residía con su familia, y estaba esperando a una amiga peruana que la recogiera ya que no conocía a nadie aquí. La conversación continuó, pero la amiga nunca llegó, y las llamadas al número que me dio no funcionaron.

Entonces, vi en el rostro de María dibujarse la desesperación y luego el llanto, muy quedito como avergonzada de protagonizar un escándalo. Yo traté de calmarla inmediatamente diciéndole: “María, no llores, no te preocupes, todo esto se soluciona fácilmente”.

Ambos nos levantamos, yo me hice cargo de la maleta rodante de María, y nos alejamos del Café. Caminábamos a lo largo del hall de tiendas, ella enjugando sus lágrimas y arreglándose el maquillaje de los ojos y yo iba pensando en cómo retener a María.

“Sentémonos allí!” pidió María, señalando la mesa más alejada del área común de comidas rápidas.

Allí, sentados entre una pizza y sodas, me enteré que ella venía a Lima sin intenciones de regresar a Barcelona, debido a una crisis familiar muy fuerte, además de la masiva desocupación laboral en que se encontraba España, lo que no le permitiría encontrar un empleo para vivir fuera del seno familiar. Pero ahora, en Lima, sola y sin la amiga, estaba peor que en Barcelona…

Cualquiera que hubiera visto a María se hubiera dado cuenta de que ella era una joven mujer muy bella, de rasgos finos y tez bronceada, con maquillaje solo en los ojos y de cabello no bien cuidado. Sí, linda, pero pobre. Su vestido, zapatos, bolso y perfume eran corrientes y solo la maleta de viaje lucía nueva y de marca conocida. Como dije, cualquiera, pero yo no. Yo la vi como la mujer más linda que había visto en mi vida de playboy.

“María, te voy a ayudar, ¡no te desesperes!” le dije sonriendo hasta conseguir que ella también sonría.

“¿Y a qué te dedicabas en Barcelona?” le pregunté lo más afablemente posible.

“Soy secretaria ejecutiva bilingüe!” respondió con una alegría infinita en el rostro.

Yo quedé fascinado con su angelical expresión y feliz de mi decisión de ayudarla.

“Vamos, te voy a enseñar dónde vas a trabajar desde mañana o cuando termines de instalarte”

Así fue como la conocí, le di trabajo y la alojé en un hotel de Santiago de Surco, de camino a mi casa.

Ya en su suite le dije “María, ¡estarás aquí hasta que consigas tu departamento!”, después de haberle dado un tour por la fábrica, mostrado su oficina y haber cenado en un restaurante al borde de la playa. Y ella, cubriéndose el rostro con sus manos, volvió a llorar. Yo no demoré en abrazarla para calmarla, entonces sentí su tibio cuerpo temblar pegado a mí. Yo, que ya bordeaba los 30 años y soltero, estaba sentando cabeza y había aceptado trabajar en la empresa de la familia, después de dedicarme a surfear, y al tenis y a coleccionar chicas, durante los años de mi adolescencia y los estudios universitarios en la de Lima; entonces, al sentirla tan vulnerable no quise aprovecharme, como ocasionalmente lo hacía, más por temor a arruinar lo que podría venir, que por escrúpulos, ya que nunca los había tenido con ninguna mujer que se me aproximara de esa manera.

La llegada de María a la empresa como mi secretaria no fue bien visto por mi madre y hermano mayor, con quienes compartía la empresa familiar, y empeoró más cuando nos hicimos enamorados, pero se hizo insoportable cuando María, a mi pedido, vino a vivir conmigo. Para ellos María era una intrusa, una buscona de fortuna; y ellos no lo tolerarían.

Para mí fue una delicia que ella aceptara venir a vivir conmigo, así me fue fácil ignorar los reclamos que me hacían cada día mi madre y hermano. María lo sabía, ella era muy inteligente y nunca cayó en la provocación, compensándolo con la eficiencia de su trabajo. Así, María en dos semanas se ganó la simpatía de todos los empleados de la administración.

Sin embargo, María nunca fue aceptada en las reuniones familiares; mi madre fue tremendamente dura y explícita para decirme que yo podía hacer de mi vida lo que quería “pero María no pone un pie en esta casa, ni en la del círculo familiar y amigos”. De esta manera quedé exiliado de toda relación… Pero feliz, con María a mi lado me bastaba.

Con María, el mejor momento para conversar era después de hacer el amor. De esa manera me recargaba de energía para soportar la molestia de trabajar junto a mi familia todos los días de la semana. Por eso me encantó cuando María, sabiendo todo eso, me propuso un cambió “Quiero ir a trabajar en producción”.

A lo que yo repuse “Pero no sabes nada acerca de polos e impresiones”.

“Aprenderé. He visto por Internet un curso acelerado de 8 horas diarias durante dos meses, en teoría y práctica, y sé que tienen un buen taller de impresiones.” Me dijo María con una sonrisa muy amplia.

No pude negarme, a la vez que me daba cuenta que la idea del cambio era muy conveniente para bajar la tensión familiar. De esa manera María se alejó de la fábrica por dos meses.

“¿Y qué pasó con la perra?” murmuró mi madre, preguntándole a mi hermano, a sabiendas que yo la escuchaba.

“James…” mi hermano pronunció mi nombre como solía nombra a James Deán; en cambio María me decía James, como cuando nombraba al jugador colombiano, y a mí me gusta, pero a mi familia les caía como limón en herida. “… ¿y qué pasó con tu noviecita, te aburrió?

“No, nada de eso. ¡Fue a capacitarse… va a trabajar en producción!”

Entonces intervino mi madre “Pero esas cosas se avisan, se informan y se deciden entre nosotros tres. Que tu padre te haya dejado la mayor parte de las acciones no significa que puedes hacer lo que te da la gana…” y el sermón siguió.

“¿Quieren que María regrese a continuar como mi secretaria…?” pregunté con calma.

Mi madre hizo mentalmente más de un millón de cálculos en solo unos segundos de silencio, y luego soltó el veneno “Mmm, producción, mmm, allí es donde pertenece, que limpie baños y pisos!”, y yo preferí guardar silencio.

Pero al día siguiente encontré en mi oficina a mi despampanante ex enamorada y a mi madre conversando amigablemente.

“James, Jessica regresa a ser tu secretaria. Ella ya conoce el trabajo, así que no tendrá problemas” dijo mi madre sin dar lugar a discusiones, y salió, en el camino añadió “Ponla al corriente!”

Yo miré a Jessica, le sonreí por cortesía. Pero ahora mirándola bien, ella era como una muñeca de plástico, sí, una barbie… una bella insípida de mi clase.

Cuando María regresó fue la sensación en el área de producción, porque el primer día limpió los baños y pisos como nadie lo había hecho antes. Pero al día siguiente estuvo con los maestros de la planta intercambiando ideas, con la dulzura que solía tener, de cómo mejorar la producción. Así, se movieron máquinas, depósitos y otros utensilios que produjo un 15% de mejoras en la productividad… y mi madre se quedó callada, a pesar de que estuvo mirando todos los días desde el ventanal del segundo nivel de la planta… sí, estuvo callada solo por dos semanas y luego volvió a la carga.

“James, tenemos que hablar, te esperamos hoy a las 8 pm de la noche en casa, se puntual, tu hermano también estará allí!” dijo mi madre como solo ella solía hacerlo.

Allí estuve puntual como me lo pidieron y sin ningún preámbulo mi madre me dijo que todo lo que dijera contaba con la aprobación de mi hermano allí presente, pero mudo. Fue una reunión de carácter breve y tajante. Me dolió, nunca pensé que mi madre era así de… ¿mala? No. Malvada! sería la palabra correcta. María tenía que irse de la fábrica inmediatamente, y no solo eso, además le daban una compensación de 100 mil dólares depositados ya en su cuenta, para hacerse efectivo tan pronto me abandone.

Esa noche regresé a casa furioso de tener una familia de esa calaña. María me recibió amorosamente y quiso servirme la cena, pero yo me reusé.

“Voy a darme un baño y luego a dormir!” le dije y creo que ella adivinó mi malestar y su origen.

Esa noche le hice el amor con furia y al final, antes de caer vencido por el sueño, le escuché que me decía: “Te amo!”, y yo, simulando no haberla oído, me dormí.

Desperté temprano con la punzante idea de la maldad de mi madre y la estúpida anuencia de mi hermano. Estuve así, quieto, callado, pensando por unos minutos. Entonces sentí que María se movió en la cama, a mi espalda, y me abrazó. Volvió a decirme: “Te amo!” y yo fingí estar dormido aun, entonces agregó: “Tengo un retraso!…” y yo solo reaccioné levantándome de la cama para ir al baño, y así entré a mi rutina de siempre, entre el aseo y el humeante café, para salir con dirección a la fábrica.

En mi oficina estuve dos horas sentado, sin hacer nada, no podía, y cada vez que llamaba a María, no contestaba, miraba el estacionamiento y el auto de ella no llegaba.

Decidí regresar a casa, pedirle disculpas y decirle que yo también la quería. Sí, y más, que quería casarme con ella… y se lo pediría. Demoré más de una hora en llegar a casa y mientras conducía hacía llamadas a la fábrica para preguntar si María había llegado o llamaba a María; pero las respuestas eran negativas o no había respuesta.

Estacioné mi camioneta en el garaje y subí a grandes trancos la escalera en busca de María. No la encontré, no la encontré por ningún lado. “María, María…” gritaba como loco, pero nadie contestaba. Volví a buscarla por toda la casa, temiendo lo peor, pero nada, María no estaba. Entonces volví a llamar a la fábrica y me respondieron que no había llegado. Cuando me calmé, comencé a pensar en que realmente me había abandonado, mientras buscaba sus cosas en el closet. Todo estaba allí. Miré su caja de joyas y todo estaba allí. ¿Se fue? ¿Me abandonó? ¿Por qué, si la amaba?

“¡Mierda, por qué no se lo dije! ¡Por qué no le respondí, que la amaba también y que quería casarme con ella!” grité y lloré como un niño.

Cuando me calmé, volví a revisar sus cosas y comprobé que todo estaba allí, zapatos, zapatillas, trajes, carteras… sus relojes. “¿cómo pudo irse sin nada?” me pregunté. Entonces me vino una idea a la mente y busqué la caja en donde ella guardaba la ropa que usaba cuando la conocí en el aeropuerto y… y solo encontré la caja vacía. María se había vestido tal como llegó… y yo me desmayé.

James no volvió a la fábrica. James volvió a pasar los días surfeando o en los campos de tenis, esperando que algún día regrese María.

Muy lejos de Lima, Perú, en Ciutat Meridiana, el barrio más pobre de Barcelona, un auto con alguien dentro llevaba como dos horas estacionado frente a una de las entradas de un lúgubre conjunto habitacional multifamiliar. De pronto salió un adolescente del edificio, manos en los bolcillos, pantalones jean raídos y tenis desgastadas, y caminó por la acera sin mucha prisa. El auto que esperaba encendió el motor y avanzó para alcanzar al joven.

“¿Oye, Fernando, ¿dónde vas tan triste?”

“María!... - exclamó el adolescente- …regresaste de California!!!”

“Fernando, trae tu mochila con tus trapos que nos vamos, no regresarás más a esa pocilga.” Le dijo María a su hermano.

Fernando miró el auto de María y luego mirándola a ella, le dijo “En realidad no tengo nada allá arriba y no puedo soportar más abuso” y subió al auto.

El auto partió y Fernando feliz miraba a su hermana “Creí que jamás te vería otra vez, hermanita”

“No, nunca te abandonaría con esa familia. Ahora comenzaremos una nueva vida, hermanito… Ah, me olvidaba, vas a ser tío... y no estuve en California, ¡sino en el Perú!” y el auto se perdió en la hermosa ciudad de Barcelona.  

viernes, 7 de febrero de 2014

LA AMANTE Y LA ESPOSA



De Michaelangelo Barnez
Hola, debo confesar, para ser sincero y honesto (¿?) con Uds., que de joven fui un libertino, como bien dice un corrido mexicano: Borracho, mujeriego, pendenciero y jugador. Bueno, pero no tanto, eh!

¿Y esto me trajo problemas? Mmm… Déjenme decirles que creo que supe cuidarme y ver los límites de mis desvaríos, así que: No, no tuve problemas. Muy al contrario, a esta temprana edad y la espontánea explosión de mi personalidad me hizo muy popular en el barrio donde vivía y luego en la universidad, especialmente entre mis amigas, ji, ji, ji… Hasta que me casé. ¿Qué, me jodí? No, en absoluto.

Bueno, pero creo que Uds. quieren que hable de mi amante, así que iré directo al tema.

Creo coincidir con todos, o por lo menos con la mayoría que sabe, que la amante es una persona especial, que trae alegría, vitalidad, lozanía, gozo y principalmente placer sexual sin compromisos aparentes, amoralmente hablando. Y como los momentos compartidos son breves, relativamente, disfrutamos de ese tan ansiado extravío a plenitud. Con ella puedo hacer lo que quiera y plazca; ella siempre está a mis órdenes cuando la llamo para una cita y responde con tal alegría y ansiedad que llena mi egolatría de amante.

Con la esposa las cosas son diferentes. El matrimonio trae responsabilidades y compromisos, hijos y preocupaciones; las que están demás enumerarlas porque son tan conocidas que aburren y/o mortifican. Aunque no puedo negar que a través del matrimonio uno llega a alcanzar el desarrollo pleno, en lo personal y como pareja, y uno se siente realizado en la felicidad de los hijos y esposa. Creo firmemente que ellos son el aliciente del progreso económico del hogar, porque empezamos a desear tener una casa y auto más grande; ya no el depa de soltero ni el auto deportivo, solo para dos, de antes. Si realmente queremos a nuestros hijos, les daremos la mejor educación y seguro de salud que podamos… Amén de los caprichitos de siempre en la ropa y la moda… y todo eso cuesta. Por eso estudiamos, trabajamos y doctoramos; o arriesgamos nuestra salud mental invirtiendo hasta la camiseta en la empresa que dirigimos, y todo para poder pagar ese progreso económico, en el que mi esposa es una estricta administradora del gasto familiar.

Con la amante me relajo y voy a los mejor hoteles y restaurantes de la ciudad o del lugar que decidimos escaparnos brevemente. Con la esposa la cena en casa es obligada y rodeados de los hijos y sus problemas. Aunque tengo que reconocer que ningún chef cocina más rico que mi esposa. A la amante no le importa cuánto gasto, a la esposa sí, y si podemos ahorrar mejor, porque las vacaciones anuales con todos los hijos cuestan un ojo, o los dos, de la cara.

¿Pero… y la lealtad, la fidelidad, la felicidad…? Se preguntarán Uds.

Ah, sí, me olvidaba decirles que mi esposa es mi amante. 
Bye, bye...

lunes, 3 de septiembre de 2012

LA DESPEDIDA

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John miraba el triste rostro de su esposa ante su inminente partida. Quería consolarla, pero temía causarle más pena aun. Por eso solo atinó a decirle: “Joanna, eres muy bella, amor, y te recordaré cada día que esté lejos de ti.”

Joanna era una mujer de mediana edad cuyo lozano rostro había envejecido recientemente debido a la tristeza provocada.

Ella, aferrada a las manos de su marido, le dijo: “Nunca nos habíamos separado antes. No sé lo que es estar lejos de ti, y me da mucho miedo”.

“No será por mucho tiempo, querida… -repuso John, y agregó-… aunque en estas cosas todo es muy relativo”.

“¿Y si me llevas contigo… hoy?”

“Mmm ya lo hablamos querida y sabes que no es una opción… Pero no hablemos más de eso, no tiene importancia. Lo que me preocupa es como quedan las cosas. ¿Podrás controlar todo lo que acordamos hasta el día que vengas a mi lado?”

“Sí. Puedo valerme por mi misma, pero lo que me da miedo es hacer ese viaje sola”.

“No te preocupes, yo estaré esperando tu llegada”.

John, sabiendo que la hora había llegado, besó los labios de su amada y sintió el sabor salado de las lágrimas que rodaban por la mejilla de ella. Joanna tembló, abrazó fuertemente los hombros de su marido y le correspondió el beso de despedida como queriendo entregarle su corazón.

John, esa misma noche, a los pocos minutos de haber besado a su amada, y con una dulce sonrisa en los labios, cayó en un ya previsto coma profundo del que no despertaría. 

sábado, 17 de marzo de 2012

XXX

Estábamos Rachael y yo parados muy cerca de la cama, totalmente desnudos y apretando mutuamente nuestros cuerpos. Nuestros besos eran apasionados e intensos, en donde nuestros labios se buscaban afanosamente sin encontrar una perfecta posición que perdurase más de dos segundo, siendo interrumpidos por el incesante jugueteo de nuestras lenguas y el movimiento de nuestros rostros, a tal punto que parecía que ambos queríamos devorarnos el uno al otro. Hasta que el besarnos no nos bastó.
Entonces fue que bajé a su cuello anegado del sudor que compartíamos. Ella gimió, mientras yo sentía el salado de su piel, y desde ese momento no se detuvo, sino que la intensidad de estos aumentó según iba mordisqueándola suavemente. No me entretuve demasiado allí porque no tenía mucho tiempo, y bajé a sus redondeados hombros y luego a sus senos. Sus gemidos aumentaron y su cuerpo se contorneó cuando quise casi deglutir uno de sus senos. No sé si fui muy delicado con ella, porque mis mordiscos siendo suaves provocaban en ella alaridos de placer, pero ningún gesto de rechazo a que me detuviera.
Ella tiró su cabeza hacia atrás y comenzó a menear su blonda cabellera, mientras se abandonaba totalmente a mis caricias.
Yo la sostenía con mis brazos cruzados alrededor de su fina cintura y la besé hasta que me fue imposible ir más lejos de donde ya había llegado. Fue cuando Rachael enderezó su cuerpo y con ambas manos me guió a besar sus anegados labios, por lo que la solté sin más dilación y tuve que arrodillarme, a la vez que ella levantaba una de sus piernas para ponerlas sobre uno de mis hombros y sujetarme fuertemente… fue así que me hundí en la anegada espesura que me ofrecía Rachael.
“Corten!… -Dijo el director de la película que filmábamos, y agregó-… Demonios!!! Han demorado demasiado… Continuaremos después del almuerzo”.
“Te lo dije, John… -Me dijo Rachael sonriendo debido a mi inexperiencia, y añadió-… esta no es una escena de amor, sino de puro sexo explícito, esta es una película xxx, pero ya aprenderás”.
Creo que Rachael, una estrella del cine porno con quien hice lo que nunca creí posible hacer con una mujer, debido a que yo era un actor joven, inexperto y desempleado, tenía razón. Pero mi problema personal era que mi esposa hacia lo mismo en casa cuando yo no estaba.

lunes, 16 de mayo de 2011

EL MENSAJE DE TEXTO


Hoy, lunes, recibí un mensaje de texto en mi celular. Era de Juliette, en donde me decía que me amaba, que nunca había amado a nadie de esa manera y que estaba segura que jamás amaría con la intensidad que sentía ahora… Yo, con rabia, tiré el celular hacia un rincón de mi habitación.
Hacía solo cuatro semanas que había conocido a Juliette, en un conocido coffee shop cercano a mi apartamento de soltero. Nadie nos presentó formalmente sino que coincidimos allí de manera fortuita, en la corta línea de espera para ordenar la deliciosa bebida caliente, y cuando nuestros ojos coincidieron en la mirada, nos sonreímos mutuamente y nada más, aunque yo pensé: “Es linda”.
“El siguiente, por favor… -llamó la cajera del café, y yo avancé-… ¿En que lo servimos, señor?”
“Dame un café expreso, doble, sin crema y sin azúcar… -y a mi espalda escuché un, “Uuuf”, de comentario, que yo ignoré, y agregué-… además dos donuts, uno de chocolate y el otro de coco, por favor”
Y a mi espalda volví a escuchar otro comentario de la misma persona, casi como un susurro.
“Ajá, ahora sí tiene sentido”
Yo sonreí para mis adentros, giré levemente a mi derecha, la miré casi de soslayo sobre mis hombros y le sonreí. Ella sonrió y encogió sus hombros.
“¿Es todo, señor?”
“Sí”
“Entonces, son 7 dólares con 50 centavos, más impuestos”
Yo busqué un billete de 10 para pagar, pero lo único que encontré en mi billetera fue uno de 100, y se lo di a la cajera, acompañado de una sonrisa.
“Lo siento, señor, no damos cambio de 100”
“Damn it.” maldije.
“¡Yo tengo!” dijeron a mi espalda. Esta vez su voz me sonó angelical.
“Lo arreglamos en la mesa, ¿ok?” le dije, con el azafate en la mano, para no crear malestar en la línea de los presurosos clientes. Ella sonrió, avanzando a ordenar lo que deseaba.
En la mesa esperé a que ella se acercara, y cuando lo hizo, hice el intento de alcanzarle el billete.
“Realmente no tengo cambio, ya me darás luego” me dijo, con una sonrisa dibujada en los labios, mientras se sentaba frente a mí. No era lo que esperaba, pero no me incomodó.
Y así compartimos una relativamente larga charla de casi 15 minutos, en donde el resto de la gente entraba y salía raudamente con dirección al trabajo o hacía un breve entretiempo para esperar el bus o el Metro. Y yo no era la excepción de ir a laborar, aunque lo haría en mi Chevy sport. Por lo que me disculpé con ella y quedamos en vernos más tarde. Le di mi tarjeta personal y la invité a almorzar. No podía ser menos amable.  
Al salir, al mediodía, la encontré en el lobby del edificio de oficinas en donde trabajo como Ing. de diseños. Ella ahora lucía de sport elegante. Su look mañanero de tennis shoes, blue jeans gastado, camisa de franela y cabello revuelto, que le daba la típica apariencia de la chica angelina despreocupada, había desaparecido.
Fuimos a un restauran cercano al Westwood Plaza, de la ciudad del mismo nombre, al Oeste de Los Ángeles, a un par de millas del Downtown, ya que no podía alejarme mucho de mi centro de trabajo. Fue allí, entre bocados y palabras, que Juliette me cautivó. Era graciosa, de palabra fácil y locuaz, y lo que más me empezaba a gustar: era muy alegre. Como era de esperar, nos faltó tiempo para seguir la conversación y quedamos para vernos a la salida… cenaríamos juntos. De regreso a la oficina de diseño mis colegas sonreían maliciosamente, “Linda chica”, me dijo el de mas confianza.
La cena tampoco nos bastó para saciar la necesidad de hablarnos, aunque ya brotaba otra necesidad entre nosotros, y era el de darnos besos, abrazos y quizás algo más.
Al día siguiente desperté como de un dulce sueño y de repente reaccioné. Ella estaba totalmente desnuda a mi lado… y para nada me incomodó su presencia en mi lecho. Y todo lo que sucedió el día anterior se repitió una vez más, ese y los próximos días, durante la semana. Hasta que, luego de un glorioso fin de semana, se mudó a mi apartamento de soltero a vivir conmigo. Fue cuando cruzó por mi mente la idea que estaba jodido.
La segunda semana hubo un cambio en mi vida que nunca había permitido que llegara. En mis 35 años de edad, jamás quise hacerme responsable de ninguna mujer. Amaba mi libertad y mi despreocupación total de todo asunto que no fuera mi trabajo. Todas mis relaciones con las mujeres que pasaron por mi lado, fueron eso: pasaron. Nunca les dejé que hagan planes o cuenten conmigo para nada. Así, mis relaciones no duraban mucho y yo vivía feliz… hasta que llegó Julitte. 
Ya no iba al café de la esquina cuando salía temprano con dirección al trabajo. Juliette lo tenía preparado delante de mí, humeando, apenas despertaba.  Ya no almorzaba con mis amigos de la oficina sino con ella, quien me esperaba en el lobby. Ya no salíamos a cenar porque Juliette me esperaba en “casa” con la cena lista, adornada de candelabros y a media luz. Las sagradas noches de los viernes de perdición, con mis amigos en un bar de topless, se transformaron en viernes de sillón y películas, con palomas de maíz, nachos con huacamole o pizza. Y mis usuales sábados de despertar al medio día se interrumpieron con el sonar de la aspiradora y arreglos de “casa”. Así, los fines de semana, empecé a languidecer… Me estaba asfixiando.
La cuarta semana, que Juliette me lo recordó como si fuera un aniversario, fue igual… mmm, o diría que peor. Yo estaba harto de ella. En el sexo habíamos probado de todo, mis trucos y los de ella, que en un principio me deslumbró. En cambio ahora era un alivio salir a trabajar más temprano e inventar cualquier pretexto para regresar tarde. Anulé mis almuerzos con Juliette… y no hicimos el amor durante esa semana. El viernes me revelé y me fui, sin avisar, a celebrar con mis amigos al bar de striptease y no regresé hasta tarde. En la puerta de mi apartamento temí entrar, extraña sensación que no sentía desde niño cuando hacía una travesura. Sí, temía encontrar a Juliette sentada en el sillón de la sala. Pero no estuvo allí… ni en la cama. “Ufff”, dije aliviado y me dormí.
Parece que había dormido en el cielo porque no desperté hasta el mediodía y me sobresalté acompañado de una pregunta: “¿Qué pasó con la bulla de la aspiradora de los sábados?… ¿Con mi café…?” Entonces me levanté y recorrí mi apartamento. “Juliette”, llamé pero nadie respondió. En la cocina, al lado del coffemaker, encontré una nota: “Querido Erick… Me voy donde una amiga. Regreso en una semana. Tenemos que hablar. Estoy embarazada… Juliette”
“Shit!…” fue la primera exclamación que lancé expresando mi estado de ánimo, seguido por un, “Damn it!”, que lo redondeó. Y fue todo, como un alivio, porque no era la primera vez que yo estaba en ese problema. Perdón, quise decir, con una chica con ese problema. La ducha que me di terminó por despejar mi mente de la resaca y el problema de Juliette.
Los fines de semana, usualmente, las pasaba recorriendo libre como el viento por la Pacific Coast Hway, manejando mi Chevy Sport. Parando en donde me venía en gana. Comiendo y disfrutando del paisaje que escogía disfrutar, a veces acompañado o no, no tenía ninguna importancia, sino mi libertad. Solo que esta vez al caer la tarde, cuando gozada de un espectacular ocaso, el rostro de Juliette se dibujó en el horizonte.
El lunes temprano extrañé el café humeante que Juliette traía a mi cama. En el almuerzo, acompañado por mis amigos del proyecto arquitectónico, permanecí callado, ensimismado en mis pensamientos acerca del qué hacer. Al regresar a mi apartamento lo encontré frio, triste y vació en un terrible silencio. Cerré los ojos y súbitamente apareció el rostro de Juliette sonriendo y mi alma se iluminó, pero cuando los volví abrir, mi soledad no solo había cambiado, sino que se hizo más evidente. En la noche, en mi cama, daba vueltas esperando encontrar el cuerpo de ella, pero no, y sentí frio en el alma. Solo me calmé con la idea que surgió repentinamente, desde muy dentro de mí… de ser papá, y me dormí.
El martes, miércoles y jueves fue igual.
Pero el viernes fue peor, porque desperté hecho una mierda. Fui al baño, me miré en el espejo y comprobé que la idea de cómo me sentía no solo era eso, sino que se confirmaba con la imagen que reflejaba. “¿Juliette… En dónde estás?”… “Dónde puedo buscarte… o llamarte… mujer” murmuré… y, por primera vez en mi cínica vida de soltero, susurré: “Te necesito Juliette… Te amo, vida mía”.
Ese día estuve pendiente de mi teléfono celular. Revisé varias veces si las baterías estaban cargadas, si estaba encendido, si el timbrado funcionaba, dudando ponerlo entre la señal de sonido o vibración, o si ya había un mensaje de texto. En la tarde, a la salida de la oficina de proyectos, me excusé de acompañar a mis amigos a la juerga acostumbrada. Ya no me importaba el viernes de corrupción.
Cuando llegué a mi apartamento y estaba a punto de entrar, de pronto me llegó como una brisa la idea de que Juliette estaba allí, esperándome, lista como solía hacerlo, con una sonrisa y un beso, la cena preparada, las velas encendidas y una rosa para cada uno sobre la mesa, al lado de los cubiertos. Pero no, ella no estaba… entonces… sufrí. Creo que el cínico soltero había muerto dentro de mí. En la noche miré tantas películas como palomas de maíz, nachos con huacamole y pizzas pude comer, pero sin dejar de pensar en Juliette y de desear acurrucarla a mi lado.
Así había funcionado con otras chicas. Por ejemplo, una orden de banana Split de coco, vainilla y fresa con chocolate me hizo olvidar a Brigitte y los seis meses de relación salvaje que tuvimos recientemente, poco antes de conocer a Juliette.
Así, con ese estado de ánimo, antes de ir a mi cama, me tomé varios Tequila Sunrise porque sabía que de otra manera no podría conciliar el sueño.
El sábado desperté alegre. Había soñado con Juliette. Alegría que se desvaneció tan pronto como constaté que solo era eso, un sueño. Bajé al coffee shop y allí bebí un café mocca con crema y me senté, sin ningún apuro de nada, a disfrutarlo. Ya iba en mi tercer sorbo de la paradisíaca bebida cuando súbitamente vibró mi celular anunciando un mensaje de texto. Casi derramo mi mocca caliente por la prisa de buscar mi celular, y cuando lo encontré pude leer: “I love you, Erick”. Mi corazón dio un vuelco, ahora podría devolverle la llamada. Regresé a mi apartamento rápidamente porque quería hacer hablarle desde allí, con la privacidad necesaria para expresarle mis sentimientos.
La manera de cómo veía el mundo cambió radicalmente desde que le confirmé a Juliette mi amor por ella y de que la quería a mi lado, posiblemente, para toda la vida. Acerca del bebe que llevaba dentro, le dije que ya hablaríamos cuando estuviera aquí. “Llegaré el lunes temprano, iré manejando desde Sausalito, San Francisco, por la Pacific Coast Hway… Espérame en casa… I love you” me dijo sin aceptar que yo vaya a recogerla o a su encuentro.
El lunes desperté con inusitada alegría “Hoy llega Juliette… mmm, el apartamento está en orden” me dije. Esa mañana no iré a trabajar. Me levanté, me di una ducha caliente y me pareció escuchar el sonido de mi celular, cerré la llave del agua y presté atención, y fue que escuché el pitillo del coffeemaker anunciando que ya estaba listo, entonces volví a lo de la ducha. Luego me senté en el sofá y prendí el TV a ver las noticias mientras bebía mi café. Me entretuve de sobremanera con las noticias acerca del terremoto y el subsiguiente tsunami en el Japón. Habría pasado ya una hora y tres tazas de café cuando las noticias se vieron interrumpidas por otra local y de urgencia.
“Flash”, vi y escuché en la pantalla del tv. Anunciando un accidente en la Pacific Costa Hway, que a mí me heló la sangre. Pensé inmediatamente, sin poder evitarlo, en Juliette y sentí que me estrujaban el corazón.
“Hace unos minutos ocurrió un lamentable accidente en la carretera, cuando un Ford Explorer rojo se despistó en una curva. El vehículo iba conducido por Juliette Hoffman, residente de Santa Mónica, y ya fue llevada al Memorial Hospital cercano, en condiciones reservadas…”
Ya había escuchado lo necesario, salté del sillón, busqué mi celular en mis bolsillos y sobre el coffee table, pero no lo hallé. Entonces tomé el auricular del teléfono y llamé al hospital.
¿Ud. Es…? Me preguntaron en emergencias del hospital.
“Soy Erick, el novio de Juliette”
“Lo siento mucho, Erick, el accidente fue fatal… “
Y no pude escuchar mas, mi mente se cerró, caí al sofá abrumado por el dolor y enloquecí. De rabia e impotencia destrocé la sala de mi apartamento hasta que llegó la policía alertados por los vecinos y pudieron calmarme. No me arrestaron, sino llamaron a los paramédicos para que me atiendan. Cuando se fueron y quedé solo, fui a mi dormitorio y me tiré a la cama, y sin proponérmelo, sentí la vibración de mi celular y lo encontré. En él pude ver el último mensaje de texto de Juliette, que había perdido debido al ruido de la ducha y el pitillo del coffeemaker, donde me decía que me amaba, que nunca había amado a nadie de esa manera y que estaba segura que jamás amaría con la intensidad que sentía ahora… y me prometía: “Te haré feliz toda la vida, mi amor… solo dame la oportunidad”.
Tiré el celular con rabia al suelo y lloré como un niño.

sábado, 8 de mayo de 2010

DIÁLOGO SUBLIME Y ETERNO… MODIGLIANI

“Cuando conozca tu alma pintaré tus ojos”
 le dice Amadeus Modigliani a su esposa, en el largo proceso de su creación artística.
“¿Y… cómo pinta un ciego?”
le responde su esposa, encarándole su distraído amor.
“¡Pinta lo que nadie ve!”
le respondió Modigliani.

viernes, 5 de junio de 2009

LA PESADILLA


Dormíamos plácidamente cuando de pronto desperté al escuchar pasos subiendo la escalera, afuera del dormitorio. Estos cesaron exactamente al otro lado de la puerta. Yo, a pesar de estar paralizada, temblaba de miedo. Una corazonada me decía que no era un ladrón sino algo mucho peor y… maligno. Yo sudaba copiosamente e hice un gran esfuerzo para vencer la parálisis en que me encontraba sumida por el terror, así pude apenas tocar la espalda de mi marido para despertarlo en busca de ayuda. Pero sólo obtuve de él un espeluznante quejido como respuesta. Entonces salté de la cama y tomé el teléfono para llamar a la policía, pero lo que vi al lado de la puerta del dormitorio me heló la sangre: una niebla había atravesado la puerta y se materializó dentro del dormitorio en la forma de un hombre. Este vestía sombrero de ala ancha y capa, todo de negro, en donde lo único que resplandecía era la palidez de su huesudo rostro. No, no era un monstruo. A decir verdad hubiera preferido que lo sea, porque así hubiera tenido la pequeña esperanza de luchar contra él y con el alboroto despertar a mi marido para juntos acabarlo.
Entonces vi que la premonición que tenía se hizo realidad. El hombre de negro sacó algo que ocultaba debajo de su capa y que relució en la oscuridad: una guadaña. Sí, era la Muerte en persona.
Miré a donde mi marido yacía dormido y grité para llamarlo en mi auxilio pero de él sólo escuché otro espeluznante quejido.
“No vengo por ti” le escuché susurrar al recogedor de almas.
“¿Entonces…?” me atreví a hablar en medio de mis temblores.
Y la Muerte giró lentamente su rostro para mirar a mi marido.
Algo extraño pasó dentro de mí, como un escalofrío, al enterarme de que no era yo a quien buscaba, algo que desvaneció mi miedo.
Entonces di un salto y me interpuse entre la Muerte y mi marido.
“¡A él no lo tocas!” le dije desafiante, levantando el rostro, irguiendo el pecho y apretando mis puños.
“¿Porqué no debo hacerlo?”.
“¡Por el amor de Dios!” y elevé el crucifijo que tenía en mi pecho.
“¡En nombre de él vengo!”
“¡Entonces llévame a mí!”
“¡Ya vendré por ti, no lo dudes!”
“¡Entonces le doy mi alma al Diablo a cambio!”
“¡También vengo en su nombre!”
“No puedes llevártelo, lo conocí desde niño y puedo afirmar que él es un buen hombre, un buen marido, un buen padre. Nunca le hizo mal a nadie, nunca… Dale una oportunidad” rogó la mujer y lloró.
“¡La muerte no es un castigo. Todos los días me llevo a santos, vírgenes e inocentes, en medio de la inmundicia!… ¿Porqué no a él?” esta vez su pregunta no lo era, porque levantó su guadaña y lanzó el fatídico golpe al hombre que dormía sin enterarse de nada.
La mujer dio un salto y cubrió a su marido con su cuerpo, justo cuando la guadaña iba a cortarlo. Ella sintió como la fría y afilada navaja penetró su cuerpo… y todo se oscureció en su mente.
De pronto, sus ojos se abrieron y volvió a ver su dormitorio. Ella estaba en la cama, sana y salva, al lado de su marido; pronto amanecería.
“¿Habrá sido sólo una pesadilla?” se preguntó en silencio. Entonces se atrevió a tocar la espalda de su marido para despertarlo.
“¡Haaaaaaa!” fue la única respuesta, el mismo alarido del sueño. Ella no esperó más, volteó a su marido con cuidado, miró sus ojos y los vió totalmente rojos.
De un salto alcanzó el teléfono y llamó a los paramédicos. Estos llegaron en breves minutos, le hicieron un examen de emergencia y decidieron llevárselo al hospital: el hombre sufría un ataque al corazón.
¿Habría peleado la mujer contra la Muerte? ¿Habría desviado con su cuerpo el golpe mortal de la guadaña? Nunca lo sabremos, pero si ese fuera el caso los doctores y las medicinas hicieron el resto.
“Amor, tuve una pesadilla… Soñé que la Muerte venía por mí” Le confesó el marido a su esposa al despertar en la cama del hospital, luego de salir del quirófano.
“Sí, yo también” y besó sus labios.

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...