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martes, 19 de octubre de 2021

TIFFANY 2010


Hola, soy Irenne, de solo 20 años de edad y sin embargo, el ser más desgraciado del planeta. ¿Por qué? Ok, les contaré.
Soy bella, muy bella y vanidosa, tanto que hace dos años gané un concurso de belleza, el Tiffany 2010. Sin embargo la fama y la fortuna no me han traído la felicidad, porque hasta hace unas semanas no había encontrado el verdadero amor. ¿Entonces, debería estar feliz hoy? No es así, y ese es mi problema.
Conocí a Richy, un hombre bello, fuerte y muy amable hace quince días en un Centro Comercial de los muchos que hay aquí en Los Ángeles. Él se acercó a mí cuando estaba en una tienda de ropa para damas, en la sección de lencería para ser más precisa, y de manera muy natural entablamos una conversación que al final se transformó en amistad, aunque en mi corazón ya nacía esa extraña sensación del deseo y la ternura por estar junto a él. Así, al final solo quedé momentáneamente tranquila al concertar un nuevo encuentro para el día siguiente.
Los días pasaron y no hubo ninguno de estos en que dejáramos de vernos luego del trabajo, e inclusive los fines de semanas. Así, devenimos en enamorados y yo sentía que el corazón me iba ha estallar cada vez que nos besábamos e incluso perdía el conocimiento por segundos, pero felizmente él me sujetaba fuertemente con sus brazos.
Cada día íbamos a un lugar nuevo de esta gran ciudad Angelina. Al teatro, al cine, de paseo en una góndola por una Venecia artificial, a los juegos de básquetbol, béisbol o fútbol, si no a cenar a un bonito restaurante. Los besos y caricias que nos dábamos eran muy discretos y nunca faltaron, aunque él era muy delicado y nunca fue más allá de la segunda base cuando estábamos solos.
Pero hoy, esta noche, creo que ya llegó el momento y deseo perder mi virginidad. Virginidad que he conservado hasta hoy, no por motivos morales ni religiosos, sino porque estaba esperando al hombre indicado, a quien amaría con todo mi corazón. Quizás he construido todo un mito acerca del amor y el modelo del ser amado, pero sé que Richy es mi hombre y a él se lo entregaré. Además, sé que me ama, sé que me corresponde hasta hoy… aunque desconoce algo muy importante de mi vida, y no sé cuál será su reacción cuando llegue a saberlo, a pesar de que me ha jurado su amor incondicional.
Ahora, en medio de estos atormentados pensamientos, miro y admiro mi escultural cuerpo, totalmente desnuda frente al espejo, luego del baño, lista para vestirme e ir al encuentro culminante con mi amado. Sin embargo, no puedo dejar de sufrir por aquella horrible cosa que veo colgar en mi pubis, que ni el premio a mi belleza puede calmar, y solo puedo exclamar con rabia y tristeza:
“¡Dios, porque me diste eso, si soy una mujer!” 

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

 

 

¿QUÉ ME ESTÁ SUCEDIENDO?

By Michaelangelo Barnez. Enero 2021.

Diciembre del 2020 fue fabuloso, realmente fabuloso e increíble. Uds. Se preguntarán por qué si para la mayoría fue una desgracia en los negocios y en la salud. Bien, les contaré el por qué.

Hace unos meses, en plena cuarentena, una linda chica solicitó mi amistad virtual en FB, la que acepté, como usualmente hago, ya que siempre reservo un espacio para los nuevos amigos; pensando que sería una amistad más con quien compartir mis trabajos literarios.

 Pero la relación fue más allá, “poquito a poquito, suave, suavecito, nos fuimos pegando”, como cantaban Fonsi y Daddy Yankee, y sin darme cuenta, llegamos a convertirnos en asiduos amigos del chat de Messenger. Hasta que se transformó en un adictivo habito porque ella me estaba gustando más de lo normal.

Todo empezó con sus melosos halagos a mis cuentos, lo que motivó que le obsequiara una de mis novelas en formato PDF. Entonces me confesó que ella también escribía y que tenía problemas para hacer una novela, que era el gol que se había propuesto para el 2020, al término del 2019, y ya había pasado la mitad del año y nada, a pesar de estar confinada en casa. Y yo, que no suelo acepta los chats, caí redondito, empujado por la vanidad y, además, para que mentirles, impresionado por la hermosura de aquella “chica”, y la llamo así, “chica” cuando suelo decir Mujer, debido a la fragilidad de figura y los 22 añitos, que ella misma confesó, lo ameritaba.

Así pasamos horas y semanas hablando de la técnica de cómo hacer una novela, salpicados de comentarios y anécdotas de la vida y problemas de los escritores clásicos y afamados, terminando cada sesión con las infaltables tareas que le dejaba diariamente, porque esa era la condición del próximo chat, lo que ella cumplía con exactitud y destreza. Pero esta informal relación de profesos-alumno, derivó en algo más, ya que nuestras conversaciones fueron fluyendo de una manera muy natural a una con intimidad, entremezclado con pasajes de nuestras vidas, anhelos, ambiciones y problemas, etc. Hasta que llegó lo inevitable de una relación en donde una de las ellas ya tenía un propósito. Puedo decir con honestidad que cuando la conocí yo no tenía ninguna intensión afectiva o sexual con ella, quizás sí en mi subconsciencia de lobo solitario, lo más probable, pero luego de meses de chats literarios estos se transformaron en platónicamente románticos, para pasar luego a los escabrosos temas sexuales. No puedo negar que, para un hombre como yo, viudo y de 70 años, las insinuaciones de la joven me excitaban y revolvía la poca testosterona que me quedaba aun y… me sentí bien, muy bien, dejando que mi libido abandonara la silla de ruedas para volver correr sus consabidos caminos. Aunque yo, viendo bien el panorama, no me hacía ilusiones, ni las alimentaba. Por eso, una noche cuando el chat se puso extremadamente caliente, di un giro, lo más éticamente profesional posible, a nuestra conversación para enfriar la atmosfera alcanzada, y desvié el tema fuera de lo personal encargándole el trabajo de escribir un cuento en el género erótico. “Uf”, me dije para mis adentros al cerrar el chat y fui a darme una ducha de agua fría, bien fría.

Al día siguiente muy temprano recibí su cuento, y no puedo negar que me gustó mucho, en términos literarios. Su trabajo demostraba que había asimilado las lecciones dadas, incluso descubrí que copiaba mi estilo, simple, informal y especialmente narrado en primera persona, con un final inesperado, como siempre deben de ser los cuentos.

Pero había un gran detalle, ineludible detalle que iba más allá de la técnica de escribir y de la ficción literaria. Y este era que la trama del cuento realmente era el recuento, escrito con mucha destreza, de lo que habíamos estado haciendo estos últimos meses de retiro obligado, aderezados con pensamientos y ensueños eróticos, contado muy románticamente, en insinuaciones e ilusiones, de lo que yo podía reconocer como lo vivido y compartido durante estos meses de cuarentena. Y que terminaba brillantemente con la inesperada muerte del escritor en la ficción, pero que, en la realidad, era yo.

Como es lógico, yo lo tomé como lo que realmente era: un cuento y nada más.

En la noche, a la hora habitual, nos conectamos en el chat de Messenger. Y le di mi impresión de su cuento, y no escatimé en los halagos que realmente merecía. Traté de mantenerme neutral y no darme por aludido en el tema y desenlace del cuento.

Pero ella me preguntó si yo reconocía algo más allá de las palabras escritas en cuento.

Y, moviendo la cabeza negativamente, le dije fríamente: “¡No!”.

Entonces ella rompió en llantos, un incontenible y sentido llanto.

“Profesor!”, dijo calmándose, y añadió “este en realidad no es un cuento, sino una declaración de amor, el amor que siento por Ud. desde ante de que aceptara mi solicitud de amistad”.

“Pero lo nuestro no puede ser, existe una barrera infranqueable entre tú y yo, y es nuestra edad. Te llevo 50 años de diferencia, ¿comprendes? Realmente me siento halagado, feliz de compartir esos sentimientos que creí que jamás volvería a sentir y que tú has provocado en mí” le dije con la mayor ternura, mirándola a los ojos.

Mientras que en un pequeño recuadro de la pantalla virtual del chat podía ver mi rostro arrugado y ojeroso, semicalvo.

“¿Qué crees que pensarán tus padres, familiares y amigos, de solo vernos caminar juntos por las calles o sentados en un restaurante compartiendo lo que sea?”

Ella ya había enjugado sus lágrimas, y su juvenil rostro se iluminó cuando me dijo: “No me importa, para el amor no existen edades. Amémonos mientras podamos sin importarnos nada, porque nadie sabe quién se ira primero, porque nada está escrito. Hazme feliz aceptando mi amor, sin condiciones”.

Y tan pronto terminó la cuarentena empezaron nuestros encuentros sexuales, en donde la vitalidad que imponía la diferencia de edades se compensaba con mi destreza adquirida en años. Así pasaron meses de exquisito gozo, en la cama y de largas caminatas, los que no estaban en mis planes a estas alturas de mi vida.

Así llegamos a diciembre, cuando sucedió lo impensable.

Una tarde, al ir a un supermercado de herramientas y ferretería, en el Jockey Plaza de Lima, conocí a una bella y voluptuosa mujer, de unos 50 años, de manera casual y enmascarados, cumpliendo el protocolo pro salud, en la línea de espera para pagar lo comprado. Con quien congenié de inmediato luego de una charla y café de por medio, donde pudimos ver los detalles de nuestros rostros y enterarme de que era divorciada y con muchas ganas de vivir la vida loca. El extremado coqueteo de la bella y sensual mujer dio resultado, y olvidándome del peligro del acercamiento físico por la pandemia, como no éramos unos chiquillos, me atreví a decirle: “si te pido un beso ven dámelo, yo sé que estás pensándolo, desde que te vi estoy intentándolo”. Y ella como un resorte me ofreció sus labios. Y nos besamos ardientemente por solo un instante por estar en un lugar público y con restricciones. Pero el beso francés que nos dimos fue un mensaje mutuo de que queríamos más y mirándola a los ojos cantaba para mis adentros “esta beba está buscando de mi bambam, quiero ver cuánto amor a ti te cabe…” mientras ella sostenía mi mirada, como sabiendo lo que pensaba. Y así me vino a la mente otro verso más “esta belleza es un rompecabezas, pero pa' montarlo aquí tengo la pieza”. Y nos fuimos a la cama… en su mismísima casa.

Cuando desperté no pude evitar el pensar, “¿Qué me está sucediendo, acaso soy un pinche puto?”, porque lo que no me había ocurrido desde mi adolescencia, lo estaba ahora, de viejo y viudo.

Entonces moví a un lado el voluptuoso cuerpo de la mujer que me había saciado a plenitud, cuando súbitamente me vino un fugaz pensamiento que no pude reprimir, comparando la satisfacción que había experimentado con esta experimentada mujer y la de mi joven aventura; movimiento que hizo que la despertara.

“Deseo ir al baño” le dije como excusa por haberla despertado y me levanté.

“Es la segunda puerta del corredor” me dijo con ternura, y salí.

Cuando llegué allí, empujé la puerta… pero ese no era el baño, sino el dormitorio de… mi alumna, con quien, desnudo, me encontré cara a cara con ella, ambos con los ojos desorbitados por la sorpresa.

Entonces escuché a mis espaldas la voz de la mujer que me había dado un tremendo placer, diciéndome: “¡Y ahora lárgate de la casa!”, Y comprendí de inmediato la trampa tendida por ella para separarnos, ya que resultó ser la madre de mi joven alumna, quién había sido advertida de los amoríos de su joven hija con un vejete.

Y así, regresé a mi insípida vida.


domingo, 13 de diciembre de 2020

¿SERÁ POSIBLE?

John era un hombre muy metódico y disciplinado, aunque de pensar lento. Padre amoroso de dos hijas y esposo fiel, responsable al detalle del quehacer doméstico familiar, debido al horario de obrero textil que tenía en el turno nocturno y su disponibilidad de tiempo durante el día. ¿Pero, cómo lo hacía? Así. Salía de la fábrica a las 6.00 am. A las 7.00 llegaba a casa y preparaba el desayuno, les servía a sus hijas y luego las llevaba a la escuela privada que su salarió entero no podría cubrir. De regreso a casa, 8:30, su esposa, María, ya se había marchado al empleo que tenía en una empresa constructora importante, así que desayunaba solo. Dormía de 10 am a 4 pm, y se levantaba para ir a recoger a sus niñas del colegio. Al regreso las ayudaba con las tareas escolares mientras preparaba la cena. A las 7pm cenaban, por lo general, los tres solos… A las 9 pm las niñas iban a la cama y él al trabajo.
Su esposa era todo lo contrario a John. María era una mujer muy inteligente, moderna, liberal y feminista, quien había asumido como mayor responsabilidad en su vida su profesión de ingeniero, además del objetivo de lograr el mayor sitial en la dividida e injusta sociedad, cuyas reglas la discriminaban por el solo hecho de ser mujer. Amaba a sus hijas, pero no tenía tiempo para darles “el cariño que quisiera, hijas mías… -les decía en algún momento de los fines de semana-… porque debo trabajar mucho para poder pagar todo lo que tienen”, ya que era la única oportunidad en que las veía.
“¿Señorita Nora, podría ver a mis hijas? Mi esposa va a demorar un poco y yo tengo que ir a trabajar”, dijo John. Él tenía que recurrir por ayuda de la joven vecina del condominio en donde vivían, cuando su esposa no llegaba.
 Una noche de esas, en camino al trabajo, tuvo que desviarse de su ruta habitual y dar un extenso rodeo debido a un accidente de tránsito, y al pasar por un discreto motel vio la camioneta de María estacionado en el parqueadero de este. Un escalofrío recorrió su cuerpo ante la instantánea idea que le vino a la mente. Realmente él no supo cómo llegó manejando a las puertas de la fábrica en donde laboraba, pero se bajó como un autómata, entró al recibidor, ponchó su tarjeta de ingreso y, abrumado por sus pensamientos, fue caminando a la máquina textil que ya usaba más de 10 años, y sin responder los saludos de sus compañeros se puso a trabajar.
Esa noche perdió dos dedos, debido a que, por su distracción, la cortadora de tela que usaba se los cercenó. Así que su jornada de trabajo terminó en el hospital.
A los dos días, cuando le dieron de alta, estuvo sentado por horas en el sofá de la sala de su casa, solo, sin hacer nada, pensando en lo injusto que era la vida. Sus dedos perdidos y el dolor que le causaba ya no le importaban. Era su alma la que sufría, porque María se había marchado del hogar llevándose a sus hijas.
John siempre guardó ese temor oculto en el fondo de su alma. Desde el día que acabaron la secundaria y se juraron amor eterno, él sabía que María era mucha mujer para él.
“Somos muy pobres para educarnos en una profesión. Nuestros padres no podrán con los gastos, ni siquiera en una universidad estatal!”, dijo María en ese entonces, al ganar su ingreso libre a una universidad debido a sus altos calificativos obtenidos, cuando solo tenía sus dulces 17 años, segura de querer seguir una carrera universitaria.
“Yo no creo que pueda ingresar, si a las justas he terminado la secundaria… -acotó John, y añadió-… y tampoco tengo intenciones de ser profesional”.
“En cambio yo quiero ser Ingeniero, quiero estudiar Ingeniería Civil!”, dijo María como una plegaria, mirando al cielo.
“Mi padre se va a jubilar este verano y piensa dejarme su puesto en la empresa textil donde labora… Creo que ya tengo mi futuro definido!”, dijo John mirando y admirando la belleza de María. 
María era más que un rostro bonito, porque la naturaleza le había dado, además de un cuerpo exuberante, una mente vivaz y aguda, que quienes la trataban podían comprobar. Cuando paseaban por las calles y parques, los hombres mayores la miraban con deseos libidinosos, sin prestar atención al brillo de inteligencia que mostraban sus ojos… y John, a su lado, no existía.   
“John, te quiero, te quiero con todo mi corazón. ¿Por qué no nos casamos?” le pidió María acurrucándose en sus brazos.
“Tus padres, ni los míos lo permitirían. No tenemos un lugar propio, y ni en tu casa, ni en el mío hay lugar”.
La conversación de los jóvenes amantes recién graduados continuó en la cama. María le entregó su virginidad y John se sintió haber llegado a cielo por un instante. Luego de un breve silencio, John habló… solemnemente.
“María, voy a aceptar trabajar en la fábrica y tú vas a ir a la universidad… ¡Te lo prometo!”
De los ojos de John salían gruesas lágrimas, provocados por los recuerdos de juventud, las que rodaban por sus mejillas siguiendo los surcos que la vida había marcado en su rostro. Sin embargo, guardaba silencio. Se miró las manos. Una estaba pulcramente vendada, mientras que la otra mostraba los duros callos ganados en sus batallas de 8 horas de trabajo diario, y sus uñas sucias de la grasa que usaba en la máquina, la misma que le castigó por su distracción. 
A los pocos días lo llamaron a reincorporarse al trabajo. La empresa lo quería de regreso en la fábrica para tenerlo sentado las ocho horas en el área de descanso del taller, con tal de no extender el permiso médico. Así que John, como no podía conducir su auto, tomó el tren, solo serían cuatro estaciones de paradas y llegaría a su trabajo. Esa noche, en su confusión, provocado por las pastillas contra el dolor y el embrollo que sentía en el alma, se bajó en la tercera estación como un sonámbulo, dejando olvidada su caja de lonchera. Al percatarse de su error ya no pudo regresar al mismo vagón, porque las puertas se habían cerrado y el tren ya se había puesto en marcha. Por lo que tuvo que esperar al siguiente. En plena espera llegó a escuchar un estruendo lejano, pero no le dio importancia. Entonces subió al vagón que ya tenía en frente de él, cuyas puertas ya se abrían. No bien se puso en marcha el tren, este tuvo que detenerse por una emergencia… Una bomba había explotado y destruido la estación cuatro, hacía solo unos minutos, anunció los portavoces.
John de todos modos llegó al trabajo y fue al área reservada para su sentada jornada de ocio de 8 horas, en donde vio por la TV los detalles de las noticias. Pero luego el sueño lo venció.
John fue despertado bruscamente cuando unos hombres uniformados y fuertemente armados le cayeron encima, sin miramientos a su condición de convalecencia, y lo ataron de pies y manos. Y así, encapuchado, lo llevaron a la estación de policía. A John lo acusaban de haber dejado una bomba en el vagón en que viajaba y haberse bajado en la estación anterior en compañía de una mujer… y la policía tenía los videos de las cámaras de seguridad del lugar para demostrarlo. Esto, además del perfil sicológico por el que atravesaba, lo hacía el principal sospechoso del atentado. 
John no durmió durante 24 horas, entretenido en interrogatorios, cachetadas, traslados, más interrogatorios y cachetadas, y vasos de café, hasta que fue liberado libre de culpa. Él nunca admitió los cargos, pero sus captores dudaron de su cordura por las respuestas que daba acerca de la persona que lo acompañaba en los videos. Felizmente, para él, los culpables ya habían sido identificados y arrestados.
De vuelta al sofá de su sala, solo, sentado, meditaba en silencio mirando la foto del video que uno de los oficiales que lo interrogó le permitió quedarse, a manera de disculpa por el equivocado arresto, los golpes y lo insólito del caso.
“¿Será posible?” se preguntó John, compungido y confundido, mirando fijamente a la figura que aparecía a su lado en la foto.
Y no pudo contener su llanto. “Mamá… sé que siempre me acompañas… y esa noche me salvaste la vida al sacarme del vagón. Mañana, te llevaré flores al cementerio, mamá linda!”.

sábado, 18 de abril de 2020

A THOUNDSAND KISSES DEEP




A THOUDSAND KISSES DEEP
O MIL PROFUNDOS BESOS
by Michaelangelo Barnez
Miraba el plano de calles de Google que tenía en la pantalla de mi PC,
Mientras que con mi dedo índice seguía las líneas de las vías que recorrería.
Iba a ser una larga caminata nocturna, agazapado entre las sombras,
En pleno toque de queda, debido a la cuarentena provocada por la pandemia.
“Está prohibido salir!” me advirtió la razón,
“Puedes contagiarte!” machacó.
“O detenerte, arrestarte y multarte!” volvió a aconsejarme.
“Pero tienes que hacerlo!” me dijo el lado oscuro de mi mente.
La misma que por lo general me metía en problemas.
“Sí, tengo que hacerlo, tengo que ver a mi amada!” y dejé de lado a la razón.
Esperé la medianoche, vestido de negro, para salir.
Tan pronto pisé la acera de la calle, al salir de mi dorado capullo,
El frio de la noche golpeó mi rostro. Hacía ya un mes que no me aventuraba.
Miré a ambos lados, no vi a nadie.
Prendí mi Ipod y “A Thounsand Kisses Deep” sonó.
Sí, Leonard Cohen me acompañaría en toda mi ilegal, pero ineludible aventura.
Me cubrí con mi capucha y el sonido se magnificó. Entonces, manos en el bolsillo, caminé.
Recorrería la Av. Melgarejo, en la Molina, luego la Av. Separadora Industrial,
Para tomar la Vía de Evitamiento-norte.
Hasta allí, pensé que no tendría problemas y así fue.
Pero al llegar a la Fábrica de pinturas Fast, hoy QROMA, la cosa cambiaría, estaba en el Agustino.
A esa hora de la noche la gente buena dormía. Los fumones delincuentes, no.
Y si me detenían, policías o delincuentes, sería lo mismo.
Pero era el lado oscuro de mi mente quien controlaba todas mis decisiones y movimientos.
Yo estaba ensimismado en mis pensamientos, acompañado por la grave voz de Cohen.
“A Thounsand Kisses Deep” sonaba y yo imaginaba dándoselos a mi amada.
Caminé cabizbajo, como un autómata, a lo largo de las oscuras y desiertas calles,
Parando solo cuando “algo” me lo exigía, acurrucado en las sombras.
Casi sin prestar atención a los vehículos de seguridad que raramente pasaban.
Y luego volvía a caminar.
“A Thounsand Kisses Deep!” resonaba en mis oídos,
Y en mi mente, mis labios recorrían el cuerpo de mi amada.
Así, mareado por el dulce licor del libido provocado, avanzaba por las calles.
Pasé semáforos y oscuros tugurios, deteniéndome no sé si por el peligro,
O por no llegar al éxtasis antes de tiempo.
Pasé entre gente peligrosa y maloliente, parados en esquinas y tugurios del Agustino
Y si no me asaltaron fue porque seguro me veían peor que ellos, creo.
O quizás yo era invisible.
De pronto me detuve, se aclaró mi conciencia, y me vi ante una gran reja de hierro.
Con una gruesa cadena y candado asegurada. Entonces rodeé la manzana buscando otra entrada.
Y la encontré, por una pared derruida. Así, excitado por el inminente encuentro con mi amada,
Entré y entre árboles y arbusto, no muy lejos, la vi. Ella me esperaba y yo no podía faltar.
“A Thounsand Kisses Deep!” Resonó en mi mente, y se los di al borde del éxtasis.
Ella me miró, sonrió y respondió a mis besos. Mi corazón latía desbocado.
Entonces, en medio del placer infinito, mi conciencia se apagó.
Al día siguiente, los guardianes del lugar encontraron el cadáver de un sonriente hombre sobre la
lápida de su esposa.

lunes, 2 de diciembre de 2019

POR SIEMPRE JAMÁS


POR SIEMPRE JAMÁS

por Michaelangelo Barnez

Desperté lentamente sobre mi cama, con el costado derecho de mi rostro aun hundido en la suave almohada, disfrutando del dulce sueño que había tenido hasta que mi conciencia fue empujándolo al olvido, de pronto reaccioné y desperté completamente.
“¿Soñé o fue real?” me dije e instintivamente moví la mano a mi costado y encontré el tibio cuerpo de Sarah, mi amada esposa. Entonces, de espaldas a ella, volví a cerrar los ojos plenos de felicidad para deleitarme con los recuerdos eróticos de la mágica noche. Realmente estaba conmocionado con la experiencia a pesar de haberla deseado todos los días y noches por más de dos años. Entonces, abrumado por la felicidad ya no pude dormir. Me levanté de la cama con mucho sigilo para no despertar a mi amada esposa con quien había compartido más 50 años de enamorados y, allí de pie, la miré que descansaba como un ángel. Visión que me provocó en lo más profundo de mi corazón el deseo de besar sus labios y no pude resistirme, y al hacerlo ella despertó. “¡Buenos días!” Nos dijimos mutuamente casi al unísono, y sonreímos, sus ojos relampaguearon y volvimos a besarnos, felices de volver a compartir nuestras vidas.

El despertador sonó a las 5 a.m. y desde ya hace un tiempo, desde que mi esposa se marchó, era la usual hora de despertar y empezar mi rutina matinal. Aunque hoy era un día especial: La Presentación literaria de mi 5ta novela. Por lo que sabía que iba a ser un día de mucho trajín ya que todos los preparativos que había hecho últimamente tenían que coincidir finalmente y de manera satisfactoria con este día. El local de la presentación, los libros, el menaje para el brindis y su arreglo correspondiente, estaban listos. Además, al mediodía tendría una conferencia de prensa y a las 4 p.m. una entrevista radial. Aun así, junto con mi agente literario, estaba nervioso. Creo que más que la primera vez, en que sin agente me ocupé personalmente de todo el trámite y los arreglos y no tuve el tiempo de ahora, de pensar más en lo que iba decir y en el cómo impactar a mis lectores e invitados. Así, salí de casa a las 7 a.m. con dirección a mi oficina para no regresar hasta culminar la presentación.
En mi auto y en camino a la entrevista, recibí una llamada.
“¡Aló!” dije en mi celular.
“¡Aló, soy María!” Me respondió una dulce voz e inmediatamente asocié el nombre, la voz y abruptamente el recuerdo que me habían provocado.
Sí, era María, la hermosa y obsesiva mujer que había sido mi amante por años, durante mi crisis existencial al cumplir 40 años de edad, hasta que llegó el fatídico día, como era de esperar, que mi esposa se enteró y mi matrimonio estuvo a punto de acabar, de no haber sido por la madures e inteligencia de ella de no lanzarme por despecho a los brazos de quien deseaba, pero no amaba. Sí, era María, quien después de treinta años me traía el traumático recuerdo de una traición conyugal.  
“¡Bueno, ya pasó mucho tiempo!” me dije y fui cortés al contestar. “¡Hola, María, que sorpresa!”
“¡Dany, mi amor, te estuve buscando por años, recorrí todo California y en los Estados a donde iba. Estuve a punto de rendirme, pero, felizmente, hace poco me enteré que estabas en Lima!” Dijo con su peculiar dulce y posesiva vehemencia, sin preámbulos ni preguntar por mi estado marital, que presumo no le importaba. Y añadió “¡Tenemos que hablar, mi amor!” como un ruego imperativo que me conmovió.
“¿María, estás en Lima?”
“¡Sí, mi amor, llegué anoche!”
“¡Wow!” dije para mis adentros, y recordé los tiempos en que ella a pesar de estar casada y tener una pequeña hija, era capaz de arrastrarse por el suelo y lamer mis zapatos si se lo pedía, aunque nunca lo hice, porque me bastaba poseer de ella esa misma disposición de entrega en la cama. Lo que, por otro lado, cuando traté de alejarme de ella después de haber gozado, ambos, sin límites, los placeres de los amantes, María casi enloqueció acosándome por teléfono o rondando mi lugar de labores y hasta mi propia casa. Por eso su vientre fue un dulce pero prohibido pantano por cinco años, cuyo fango sexual me había atrapado.
Hasta que mi esposa se enteró. Durante esos años de infidelidad nunca fui consciente del dolor que podía provocarle. Pero al verla allí, el día D, frente a mí, encarándome mi traición, mi deslealtad hacia el amor que ella me brindaba cada segundo de su vida para hacerme sentir feliz, de haberme apoyado en todos mis proyectos y sueños, de haber compartido el cuidando de nuestros hijos y ella a mí como uno más, y trabajando como la mejor obrera-empresaria del hogar y en su profesión, hizo que toda esa vanidad machista que yo tenía, de poseer una amante joven, hermosa e incondicional para la lujuria, se desvanezca como lo que era, una simple ilusión intrascendente. Jamás vi tanto dolor reflejado en el rostro de mi amada esposa al límite de creer que enloquecería. Yo podía percibir que ella no estaba molesta, no era ira o furia lo que ella sentía, sino un dolor inconmensurable de que su mayor tesoro la haya traicionado. Entonces lloré, lloré junto con ella con un profundo arrepentimiento y le juré que haría todo lo posible e imposible para recuperar su amor. En esos momentos tan difíciles no se habló para nada de “Dios y los pecados” o “por el bienestar de los hijos”, no, solo de ella, yo y nuestros profundos sentimientos verdaderos.
Pero a María no le importó ni no se dio por rendida. Ella volvió a la carga sin importarle las advertencias de mi esposa de denunciarla y encarar su infidelidad ante su marido. Pero ante su obsesiva insistencia yo accedí a verla una vez más.
Cita a la que no fui, sino que desaparecimos de California sin dejar rastros. Sí, mi esposa y yo volvíamos a ser cómplices conyugales y dejamos todo atrás por la salud de nuestro matrimonio. Hasta que…
“¡Estoy en Lima, mi amor, dispuesta a hacer realidad este amor que he guardo con mucho cuidado en mi corazón por treinta años!”
“¡Ok, María, que bien!” empecé diciéndole muy amablemente, sabiendo que ella no aceptaría un “¡NO!” como respuesta. Y añadí “¡Mi secretaria te va a decir el lugar y la hora, para vernos esta tarde!” Entonces le pasé mi celular a mi secretaria a la vez que le pedía con señas y frases entrecortadas que cancelara la entrevista radial. Así, con esa actitud, creía yo, le enviaba un mensaje que no le daba muchas esperanzas de nuestro encuentro.
Esa tarde en el restaurante en donde esperaba a María vi entrar a una radiante mujer. "Oh, que sorpresa" me dije en silencio al verla, porque era María, quien a pesar de sus ya cercanos 60 años de edad estaba más hermosa y lozana que nunca. Y cuando me vio sus ojos brillaron de alegría y su hermosura se realzó aún más con su sonrisa. No miento al decir que me halagó mucho verla venir hacia mí. Así, totalmente dispuesta a volver a entregarme todo de ella, sin reclamarme nada, sino la compañía amorosa de amantes que un día disfrutamos. Pero que nunca lo tomé en serio porque pensaba que todo era mentira, quizás por el pecado original de nuestra relación.
Estuvimos allí por espacio de dos horas, entre cafés y pastelitos, cuando yo había planeado ilusoriamente que solo estaríamos 15 minutos; que al final de cuentas serían los únicos minutos que yo hablaría porque María se apoderó del resto del tiempo.
María me contó todos los detalles de su espera y búsqueda. Y de que me amaba más que a su vida y estaba dispuesta a quedarse conmigo para siempre, que sus hijos ya habían dejado el hogar y que ella solo seguía con su marido por lastima, por lo tanto ahora ya no tenía ataduras. Fueron más de cien minutos en donde María repitió hasta el cansancio lo mismo de lo mismo, que me amaba y de que estaba inmensamente feliz de haberme encontrado y de sentir que yo la amaba. Repitió los recuerdos de nuestros encuentros sexuales en los moteles de California con lujos de detalles explícitos que ella anhelaba volver a vivir. Y su erótica letanía logró mover algo en mí, al fin y al cabo, como si me hubiera lavado el cerebro, consiguiendo mover los recuerdos más escabrosos de nuestra aventura sexual que yo también tenía escondido aun en algún lugar de mi cerebro. Y ella lo notó. Felizmente estábamos en un lugar público, de no ser así hubiéramos acabado en la cama.
Mi horario ya no daba para más. Entonces mi secretaria entró al restaurante y me dijo muy claramente que teníamos que irnos, que los presentadores tenían que coordinar sus intervenciones conmigo. Así terminó la cita con María que, al levantarnos de la mesa, sin rendirse añadió a mi oído “¡Te veo en la presentación, mi amor!” en el momento del formal beso de despedida que me dio en la mejilla.
La presentación me llenó de satisfacción porque los presentadores se lucieron con el tema, fueron agiles, breves y amenos, para el deleite de la audiencia, y cuando me tocó el turno de hacerlo la concurrencia ya estaba preparada para mis palabras. Y no era para menos, hablamos del trasfondo de la novela, de los fenómenos paranormales, los poderes de la mente, de la teoría cuántica y los universos paralelos; todo para sostener los hechos excepcionales de los argumentos de la novela y sus protagonistas.
Aunque no puedo dejar de mencionar que hubo un factor extra literario que contribuyó en algo a realzar el ambiente de la presentación y esta fue la presencia de María, que por su belleza, gracia y glamor no podía pasar desapercibida. Más aun y ante la mirada de todos, cuando no se despegó de mí desde que llegué, con la excepción del momento del inicio de la presentación formal en que los presentadores y yo teníamos que sentarnos alrededor de una mesa en el escenario o ir al pódium.
Luego, María fue la primera fan a la que tuve que firmar el ejemplar de la novela comprada, con el detalle que cuando lo hacía ella sin reparos recostó su busto sobre mi hombro y sentí su aliento muy cerca de mi rostro. Me pareció demasiado. Así, un tanto incomodado, levanté mi rostro y miré al fondo del auditorio y comprobé que mi esposa, Sarah, me observaba. En realidad lo había estado haciendo desde que llegué y que yo solo lo comprobaba por momentos. ¿Estaba molesta, celosa? No, al contrario, parecía divertirse con la escena de ver a María revolotear como una mariposa a mí alrededor.
La presentación llegó a su término y todos con besos, abrazos y promesas de vernos otra vez, nos marchamos.
Busqué a mi esposa con los ojos antes de subir a mi coche y no la vi por ningún lado, solo a María, que no se despegaba de mí.
“¡María, se acabó la noche, me voy a casa, no puedo llevarte!.. -Era lo obvio-… ¿Cómo voy a llevarte a mi casa si allí está mi esposa?” remarqué.
“¡Pero si ella ya se fue!” Replicó.
Entonces cortésmente añadí, “¡Voy a llamar un taxi!” y marqué en mi celular el símbolo de tal servicio. Y una vez que lo conseguí no me quedé a esperarlo “¡Ya viene por ti, te llevará a tu hotel, adiós María!” y subí a mi camioneta. Si pasaba unos minutos más con María corría el riego de ceder a sus suplicas de amor y sexo, y yo por el amor que sentía por mi esposa no estaba dispuesto a ese deleite. Y me marché.
Ya eran las 10 p.m. y como el lugar de la presentación había sido en una librería de Miraflores, enrumbé hacia la llamada Bajada de Miraflores que me conduciría a la autopista de la Costa Verde, con el solo propósito de gozar de la nocturna briza del mar y así despejar mi mente. 
Llegué al vecindario donde vivía cerca de la medianoche, manejando lento y con cuidado por las semis oscuras calles, hasta que ya muy cerca de la casa hice funcionar el control del portón de entrada. De pronto, desde detrás de unos altos arbustos del jardín exterior, vi la figura de María, que caminando resueltamente entró a los límites de mi casa.
Al ver eso yo me detuve, pensé unos segundos y luego accioné el control remoto del portón y lo cerré. Así, a la distancia vi a María parada sobre el césped, quien al ver que cerraba la puerta dio media vuelta y se dirigió a la entrada principal.
Mi casa estaba rodeado de un excelente sistema de seguridad, con láser, video y alarma, pero una vez traspasado ese límite, la casa quedaba a merced que quien estuviera dentro, por lo que María no tuvo ningún problema de entrar al lobby y desaparecer de mi vista.
“¿Y ahora qué hago?” me dije abrumado por la situación. “creo que si no entro, ella se marchará!”. Entonces, como un autómata manejé lentamente por las calles del vecindario, no sé cuánto tiempo, hasta que me vi nuevamente al frente de mi casa. Pero ahora ya resuelto a encarar la situación que se había generado hacía treinta años y que nunca se resolvió entre los tres.
Entré al lobby, pasé a la sala, a la cocina, que usualmente estaban con las luces encendidas y no encontré a nadie. Miré por la ventana al patio pero solo había oscuridad. Busqué en los dormitorios y tampoco hallé a nadie. Y mi mayor preocupación se desvaneció “¡Felizmente María se largó!” pensé, ahora no tenía nada que temer, “¡A no ser que mi esposa…!” y dejando de pensar me fui a darme una ducha tibia.
Oh, sorpresa. En pleno baño que me daba, cuando el agua disolvía las espumas de jabón que cubrían mi cuerpo, entró María totalmente desnuda, se mojó todo el cuerpo y se pegó al mío. Jabón, agua y el resto del mundo que me rodeaba desapareció de mi mente, porque María no perdió un segundo en abrumarme provocándome un exquisito placer con sus labios. Sí, ella sabía que yo no debía pensar de lo contrario se impondría la cordura… y tendría que irse. Y así jugamos como amantes por no sé cuantos minutos, repasando la lista de todo los pecados que habíamos compartido una vez, y de allí pasamos a la cama, pero ya con el libido a punto de estallar.
María, embriagada con el erotismo de sus hormonas, se arrodilló en el borde de la cama, separó sus rodillas, reposó el costado de su rostro en la misma y desplegó sus brazos como si fuera a volar y en medio de jadeos, que amenazaban con ahogarla, a las justas pudo hablar, y me pidió mientras cimbriaba sus caderas: “¡Envíame al cielo, mi amor!”
Yo estaba parado frente a ella, contemplando todo lo que María me ofrecía, embelesado con la visión y la dosis erótica que recorría por mis venas, listo para darle el ansiado empujón. Cuando de pronto, por el rabillo de mis ojos pude ver moverse las cortinas y volteé de inmediato.  Y vi a mi esposa, Sarah, cubierta con una larga bata blanca semitransparente de dormir, parada allí, haciéndome una señal con el dedo índice en los labios para que guardara silencio, mientras se acercaba sigilosamente.
Me miró a los ojos y sonriendo se puso en medio, entre María, que no se había percatado de nada, y yo. Y me besó dulcemente como no lo hacía hace ya varios años, luego se volteó y se arrodilló en el mismo lugar que estaba María, fundiéndose con ella en una sola persona. Y yo sentí en mi alma lo que debía hacer. Fui cuidadoso con mi ímpetu y lo esperado llegó como una explosión sideral.
Al día siguiente desperté lentamente sobre mi cama, con el costado derecho de mi rostro aun hundido en la suave almohada, disfrutando del dulce sueño que había tenido hasta que mi conciencia fue empujándolo al olvido, de pronto reaccioné y desperté completamente.
“¿Soñé o fue real?” me dije e instintivamente moví la mano a mi costado y encontré el tibio cuerpo de Sarah, mi amada esposa. Entonces, de espaldas a ella, volví a cerrar los ojos plenos de felicidad para deleitarme con los recuerdos eróticos de la mágica noche. Realmente estaba conmocionado con la experiencia a pesar de haberla deseado todos los días y noches por más de dos años. Entonces, abrumado por la felicidad ya no pude dormir. Me levanté de la cama con mucho sigilo para no despertar a mi amada esposa con quien había compartido más 50 años de enamorados y, allí de pie, la miré que descansaba como un ángel. Visión que me provocó en lo más profundo de mi corazón el deseo de besar sus labios y no pude resistirme, y al hacerlo ella despertó. “¡Buenos días!” Nos dijimos mutuamente casi al unísono, y sonreímos, sus ojos relampaguearon y volvimos a besarnos, felices de volver a compartir nuestras vidas.
“Buenos días, felicitaciones por su nueva pareja…!” me saludaban alegremente mis amigos y conocidos al vernos pasear.
“Pobre incrédulos!” le susurraba a los oídos de María, “Ellos nunca entenderían que realmente eres Sarah!” 

viernes, 1 de noviembre de 2019

JELOU, DAMAS AN MADRE FOCAS

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Autor... MICHAELANGELO BARNEZ
Cuando me enteré de que había sido nominado para el Osca-2010, di un brinco de alegría que casi golpeo el cielo raso de mi Studio. Mi excitación y la bulla que hice fue tanta que mi secretaria entró y se unió a la celebración con un abrazo, así, totalmente alterados y brincando, llegué a tener un buen, pero vergonzoso, orgasmo… y recién me calmé.

“Bueno, es solo una nominación” me dije evaluando lo logrado, para luego soñar en la posibilidad de ganarlo el día de la entrega. Hasta aquí, pensando fríamente, hoy dejaba de ser un escritor del montón, excelentes todos ellos, pero desconocidos e ignorados por el mercantilismo de los libreros; aunque si ganaba, uuuh… entonces equivaldría a alcanzar mi imposible Nobel en Literatura.

He escrito cuentos y novelas y no he ganado ningún premio en mi vida. ¿Por qué? ¿Malo yo? No. No soy malo ni mediocre escribiendo, sino que nunca participo en las convocatorias para los concursos literarios. ¿Por qué? Porque no creo en ellos y, además, no me da la real gana, ja, ja, ja.

Entonces, ¿Cómo fue que conseguí la nominación? Muy simple. Un director de pacotilla, como yo, en términos de fama y fortuna, leyó mi novela y le gustó tanto que quiso llevarla al cine. Y por la suerte de la “casualidad” yo ya había escrito el guion de la misma. Así como él ya tenía el dinero, procedente de una fundación española, para financiarla. Sería una producción de bajo presupuesto. El resto es historia conocida. El director, los actores y yo no cobramos un dólar de todo esto; los únicos que recibieron algo fueron los trabajadores técnicos, ya que ellos no “viven” por amor al arte; y la otra mitad del dinero sirvió para pagar por los equipos, utilería, transporte, y el alquiler de las diversas instalaciones en donde fue rodado. ¿Faltó dinero? Claro que faltó. ¿Quién lo puso? El padre, el hijo y el espíritu santo, arriba mencionados.

La nominación era para la Mejor Película Extranjera 2010, y todos los que participamos en ella, desde el director hasta el perro guardián, nos dimos por aludidos. ¿No me creen? Entonces, ¿explíquenme cómo fue posible que el guardián, hijo de perra, nos recibiera moviendo la cola, en vez de ladrarnos como todos los días, cuando fuimos a celebrar la noticia en uno de los sets de filmación?

Lamentablemente, no podíamos ir todos, así ladrásemos más que nuestra mascota; solo había cuatro invitaciones para asistir a la Ceremonia de Entrega en Hollywood, California.

Felizmente, yo vivo muy cerca, en la ciudad de Long Beach, lo que permitió hacer unos ahorros en pasajes y alojamiento, y así el director llevar a su adorada esposa, quien lamentablemente no pudo entrar a la sala de entrega por no estar en la lista de invitados.

Debo confesar muy avergonzado que después de estar viviendo treinta años en gringolandia no he aprendido ni jota del idioma inglés. Por bruto, no. Lo que pasa es soy tan antisistema que se me ha trabado en el coco el proceso de su aprendizaje. Así que, por si las moscas, le pedí a mi hijo menor que me preparara unas palabras para el momento.

Él me aconsejó que lo más importante era estar “culo”, no sé si lo escribí bien, pero significaba que debo estar sereno, tranquilo, suave. Y que cuando hable, debería sonreír en todo momento y hacerlo en voz muy alta, como cuando el promotor de espectáculos de Box anuncia la pelea estelar de la noche en los canales por cable “eichbio” o “shoutaim”.

Cuando entramos caminando por la alfombra roja, el director de la película, don Juan José Campanella, sería el encargado de hablar con los periodistas en español, y si era en inglés me encargaba yo… ja, ja, ja. Así que según lo que aprendí de mi párvulo, repartí verbalmente decenas de “quissass, quissass…” creyendo decir “tal vez, tal vez…” y los periodistas no me molestaron más, porque en realidad era una grosería.

Así, al borde de mi asiento, esperé hasta casi el final de la ceremonia para oír las palabritas mágicas: “an de güiner is…”

“El Secreto de sus Ojos!!!!” escuché decir y el mundo se nubló para los míos por solo un segundo, porque no había tiempo para más. Así, pude ver varias tetas asustadas celebrando con nosotros cuando caminábamos a recibir la tan famosa estatuilla, mientras que mentalmente me repetía a mí mismo “debo estar culo, debo estar culo…”, e iba buscando en el bolsillo el papelito con el discurso que me había dado mi hijo.

No puedo contar todos los detalles de lo que pasó en el camino desde mi asiento al pódium, porque simplemente no era consciente de lo que ocurría alrededor. Veía luces, rostros, sonrisas, oía aplausos y el tan usado “congratulaishion” y ya la estatuilla dorada estaba en mis manos. Me vi en el pódium con la gente al frente de mí, esperándome a que diga algo. Entonces, me acordé de mi hijo, y de su última corrección a mi inglés mal hablado, “papá no se dice madre, sino mada!”; entonces levanté los brazos y grité con toda mi alma:

“jelouuu damasesss an madafocasss!!!”

Y la magia de las palabras dio resultado. Como un abracadabra, todos los allí presentes, desde la diminuta y hermosísima Magali Solier hasta el gran Jeff Bridges, se pararon a ovacionarnos. Sí, nos habían reconocido como a uno de los suyos.

¿Y mi hijo? Él se revolcaba de la risa con sus amigos en la “livinrrum” de mi casa viendo la ceremonia por la TV.

Cuando llegué muy de madrugada a casa, encontré a mi hijo y su pandilla de escolares de la secundaria durmiendo en la alfombra. Entré despacio y con cuidado para no pisar a nadie. Entonces vi una nota sobre el “cofitaibol” que me llamó la atención. La tomé, fui a la “refri”, saqué una cerveza y salí al patio de atrás para entrar a la “yacusi”. Allí leí la nota. Era una lista de palabras en inglés, su pronunciación y el significado, que yo no vi al irme a la ceremonia. Al leerla casi me ahogo de la risa en la maldita “yacusi”. La nota decía:

“Papá cuida tu pronunciación, no se dice “culo” sino “cuul”, se escribe “cool” y quiere decir “tranquilo, sereno, frio”. Por favor, no vayas a decir lo que te enseñé porque todo es una broma con palabras muy feas, ¿no me crees? Te explico: si dices “quissass” se escribe “kiss ass” y significa “besa el c…” es muy feo para escribirlo, dad. Si dices “damassess”, se escribe “damn ass” y significa “burro estúpido” ¿esta no es tan malo, no? Pero por nada en el mundo digas: “madafakers” porque es tan malo que ni sé cómo se escribe, pero su significado es como para salir corriendo antes que te maten porque estás insultando a sus madres… aunque los jóvenes, roqueros y raperos lo usan todo el tiempo para saludarse entre ellos, yo no, papi. Papá, mejor habla en español, lo haces muy bien y toda la raza te lo agradecerá.”

Dejé la nota a un lado con una sonrisa en el alma. Y medité: “Felizmente, salió “okei” y les caí bien a todos… Ahora, tengo un Oscar… pero este cabrón de mi hijo va a ser mejor que yo”


PS: La película “EL SECRETO DE SUS OJOS” del director y guionista: Juan José Campanella; con los actores principales: Ricardo Darin, Soledad Villamil y Guillermo Francella, además de todo un extraordinario elenco de actores secundarios, personal técnico y de utilería, lograron hacer realidad una gran película. El Oscar 2010 ganado cayó en muy buenas manos.

Felicitaciones hermanos argentinos, su premio nos enorgullece a todos. “El secreto de sus ojos” está basada en la primera novela del escritor argentino Eduardo Sacheri “La pregunta de sus ojos”. Mis mejores reconocimientos al autor.

LOS VIAJES ASTRALES… ¿FICCIÓN O REALIDAD?

Autor... Michaelangelo Barnez Para empezar diré que los Viajes Astrales son experiencias extraordinarias en donde el espíritu, alma, ánima...